IX,14. Esto es lo que se
ama en los amigos; y de tal modo se ama, que la conciencia humana se considera
rea de culpa si no ama al que le ama, o no corresponde al que le amó primero,
sin buscar de él otra cosa exterior que tales signos de benevolencia. De aquí
el llanto cuando muere alguno, y las tinieblas de dolores, y el afligirse el
corazón, cambiada la dulzura en amargura; y la muerte de los vivos proviene de
la pérdida de la vida de los que mueren. Bienaventurado el que te ama a ti,
Señor; y al amigo en ti, y al enemigo por ti. Porque solo no podrá perder al
amigo quien tiene a todos por amigos en aquel que no puede perderse. ¿Y quién
es éste sino nuestro Dios,
el Dios que ha hecho el cielo y la tierra y los llena, porque llenándoles los
ha hecho? Nadie, Señor, te pierde, sino el que te deja. Más porque te deja,
¿adónde va o adónde huye, sino de ti sereno a ti airado? Pero ¿dónde no hallará
tu ley para su castigo? Porque tu ley es la verdad, y la verdad, tú.
XII,18.
Si te agradan los cuerpos, alaba a Dios en ellos y revierte tu amor sobre su
artífice, no sea que le desagrades en las mismas cosas que te agradan. Si te
agradan las almas, ámalas en Dios, porque, si bien son mudables, fijas en él,
permanecerán; de otro modo desfallecerían y perecerían. Ámalas, pues, en él y
arrastra contigo hacia él a cuantos puedas y diles: «A éste amemos»; él es el
que ha hecho estas cosas y no está lejos de aquí. Porque no las hizo y se fue,
sino que proceden de él y en él están. Mas he aquí que él está donde se gusta
la verdad: en lo más íntimo del corazón; pero el corazón se ha alejado de él.
Volved, transgresores, al corazón y adheríos a aquél que es vuestro Hacedor.
Estad con él, y permaneceréis estables; descansad en él, y estaréis tranquilos.
¿Adónde
vais por ásperos caminos, adónde vais? El bien que amáis proviene de él, pero
sólo es bueno y suave en cuanto está en relación a él; pero justamente será
amargo si, habiendo abandonado a Dios, injustamente se amare lo que de él
procede. ¿Porqué andáis aún todavía por caminos difíciles y trabajosos? No está
el descanso donde lo buscáis.
Buscad
lo que buscáis, pero sabed que no está donde lo buscáis (quaerite quod
quaeritis, sed ibi non est ubi quaeritis). Buscáis la vida en la región de la
muerte: no está allí. ¿Cómo hallar vida bienaventurada donde ni siquiera hay
vida? 19. Nuestra Vida verdadera bajó acá y tomó nuestra muerte, y la mató con
la abundancia de su vida, y dio voces como de trueno, clamando que retornemos a
él en aquel lugar secreto desde donde salió para nosotros, pasando primero por
el seno virginal de María, en el que se desposó con la naturaleza humana, la
carne mortal, para que no sea siempre mortal. Y de allí, tal como el esposo que
sale de su tálamo exultó como un gigante para correr su camino. Porque no se
retardó, sino que corrió dando voces con sus palabras, con sus obras, con su
muerte, con su vida, con su descendimiento y su ascensión, clamando que nos
volvamos a él, pues si partió de nuestra vista fue para que entremos en nuestro
corazón y allí le hallemos; porque si partió, aún está con nosotros. No quiso
estar mucho tiempo con nosotros, pero no nos abandonó. Se retiró de donde nunca
se apartó, porque él hizo el mundo, y estaba en el mundo, y vino al mundo a salvar
a los pecadores. Y a él se confiesa mi alma y él la sana de las ofensas que le
ha hecho.
Hijos
de los hombres, ¿hasta cuándo seréis duros de corazón? ¿Es posible que, después
de haber bajado la Vida a vosotros, no queráis subir y vivir? Mas ¿adónde
subisteis cuando estuvisteis en alto y pusisteis en el cielo vuestra boca?
Bajad, a fin de que podáis subir hasta Dios, ya que caísteis ascendiendo contra
él. Diles estas cosas para que lloren en este valle de lágrimas, y así les
arrebates contigo hacia Dios, porque, si se las dices, ardiendo en llamas de
caridad, se las dices con espíritu divino.
XIII,20.
Yo no sabía nada entonces de estas cosas; y así amaba las hermosuras
inferiores, y caminaba hacia el abismo, y decía a mis amigos: «¿Amamos por
ventura algo fuera de lo hermoso? ¿Y qué es lo hermoso? ¿Qué es la belleza?
¿Qué es lo que nos atrae y aficiona a las cosas que amamos? Porque ciertamente
que si no hubiera en ellas alguna gracia y hermosura, de ningún modo nos
atraerían hacia sí». (...). 22. (...) ¿Luego amo en el hombre lo que yo no
quiero ser, siendo, no obstante, hombre? Grande abismo es el hombre (grande
profundum est ipse homo), cuyos cabellos, Señor, tú los tienes contados, sin
que se pierda uno sin que tú lo sepas; y, sin embargo, más fáciles de contar
son sus cabellos que sus afectos y los movimientos de su corazón.
26. Yo
me esforzaba por llegar a ti, mas era rechazado por ti para que gustase de la
muerte, porque tú resistes a los soberbios. ¿Y qué mayor soberbia que afirmar
con incomprensible locura que yo era lo mismo que tú en naturaleza? Porque
siendo yo mudable y reconociéndome tal –pues si quería ser sabio era por
hacerme de peor mejor–, prefería, sin embargo, juzgarte mudable antes que no
ser yo lo que eres tú. He aquí por qué era yo rechazado y tú resistías a mi
ventosa cerviz.
Yo no
sabía imaginar más que formas corporales, y, siendo carne, acusaba a la carne;
y como espíritu errante, no acertaba a volver a ti; y caminando, marchaba hacia
aquellas cosas que no son nada ni en ti, ni en mí, ni en el cuerpo; ni me eran
sugeridas por tu verdad, sino que eran imaginadas por mi vanidad según los
cuerpos; y decía a tus fieles parvulitos, mis conciudadanos, de los que yo sin
saberlo andaba desterrado; yo, hablador e inepto, les decía: «¿Por qué yerra el
alma, hechura de Dios?»; mas no quería se me dijese: «Y ¿por qué yerra Dios?».
Y
defendía más que por necesidad erraba tu sustancia inmutable, en vez de confesar
que la mía, mudable, se había desviado espontáneamente y en castigo de ello
andaba ahora en error.
XVI,30.
(...) Me gozaba con ellos, pero no sabía de dónde venía cuanto de verdadero y
cierto hallaba en ellos, porque tenía las espaldas vueltas a la luz
y el rostro hacia las cosas iluminadas, por lo que mi rostro que veía las cosas
iluminadas, no era iluminado.
Tú
sabes, Señor Dios mío, cómo sin ayuda de maestro entendí cuanto leí de
retórica, dialéctica, geometría, música, y aritmética, porque también la
prontitud de entender y la agudeza en el discernir son dones tuyos. Mas no le
ofrecía por ellos sacrificio alguno, y así no me servían tanto de provecho como
de daño, pues cuidé mucho de tener una parte tan buena de mi hacienda en mi
poder, mas no así de guardar mi fortaleza para ti; al contrario, apartándome de
ti, me marché a una región lejana, para disiparla entre las rameras de mis
concupiscencias (...). 31. Mas ¿de qué me servía todo esto, si juzgaba que tú,
Señor, Dios de la Verdad, eras un cuerpo luminoso e infinito, y yo un pedazo de
ese cuerpo? ¡Oh excesiva perversidad! Pero así era yo; ni me avergüenzo ahora,
Dios mío, de confesar tus misericordias para conmigo y de invocarte, ya que no
me avergoncé entonces de profesar ante los hombres mis blasfemias y ladrar
contra ti. (...).
(...)
¡Oh Señor y Dios nuestro! Que esperemos al abrigo de tus alas; protégenos y
llévanos. Tú llevarás, sí, tú llevarás a los pequeñuelos, y hasta que sean
ancianos tú los llevarás, porque cuando eres tú nuestra firmeza, entonces es
firmeza; pero cuando es nuestra, entonces es debilidad (...).
LIBRO QUINTO
I,1.
Recibe, Señor, el sacrificio de mis Confesiones de mano de mi lengua, que tú
formaste y moviste para que confesase tu nombre, y sana todos mis huesos y
digan: Señor, ¿quién semejante a ti? Nada, en verdad, te enseña de lo que pasa
en él quien se confiesa a ti, porque no hay corazón cerrado que pueda
sustraerse a tu mirada ni hay dureza de hombre que pueda repeler tu mano, antes
la abres cuando quieres, o para compadecerte o para castigar y no hay nadie que
se esconda de tu calor.
Más
alábete mi alma para que te ame, y confiese tus misericordias para que te
alabe. No cesan ni callan tus alabanzas las criaturas todas del universo, ni
los espíritus todos con su boca vuelta hacia ti, ni los animales y cosas
corporales por boca de los que las contemplan, a fin de que, apoyándose en
estas cosas que tú has hecho, se levante hacia ti nuestra alma de su laxitud y
pase a ti, su hacedor admirable, donde está la hartura y verdadera fortaleza.
II,2.
(...) ¿Y adónde huyeron cuando huyeron de tu presencia? ¿Y dónde tú no les
encontrarás? Huyeron, sí, por no verte a ti, que les estaba viendo, para,
cegados, tropezar contigo, que no abandonas ninguna cosa de las que has hecho;
para tropezar contigo, injustos, y así ser justamente castigados, por haberse
sustraído de tu blandura, haber ofendido tu santidad y haber caído en tus
rigores. Ignoran éstos, en efecto, que tú estás en todas partes, sin que ningún
lugar te circunscriba, y que estás presente a todos, aun a aquellos, que se
alejan de ti.
Conviértanse,
pues, y búsquente, porque no como ellos abandonaron a su Criador así abandonas
tú a tu criatura.
III,3.
Hable yo en presencia de mi Dios de aquel año veintinueve de mi edad. Ya había
llegado a Cartago uno de los obispos maniqueos, por nombre Fausto, gran lazo
del demonio, en el que caían muchos por el encanto seductor de su elocuencia,
la cual, aunque también yo ensalzaba, sabíala, sin embargo, distinguir de la
verdad de las cosas, que eran las que yo anhelaba saber. Ni me cuidaba tanto de
la calidad del plato del lenguaje cuanto de las viandas de ciencia que en él me
servía aquel tan renombrado Fausto.
Habíamelo
presentado la fama como un hombre doctísimo en toda clase de ciencias y
sumamente instruido en las artes liberales. Y como yo había leído muchas cosas
de los filósofos y las conservaba en la memoria, púseme a comparar algunas de
éstas con las largas fábulas del maniqueísmo, pareciéndome más probables las
dichas por aquéllos, que llegaron a conocer las cosas del mundo, aunque no dieron
con su Criador; porque tú eres grande, Señor, y miras las cosas humildes, y
conoces de lejos las elevadas, y no te acercas sino a los contritos de corazón,
ni serás hallado de los soberbios, aunque con curiosa pericia cuenten las
estrellas del cielo y arenas del mar y V,8. (...) Por donde él, descaminado en esto, habló mucho obre estas
cosas, para que, convencido de ignorante por los que las conocen bien, se viera
claramente el crédito que merecía en las otras más obscuras. Porque no fue que
él quiso ser estimado n poco, antes tuvo empeño en persuadir a los demás de que
tenía en sí personalmente y en la plenitud de su autoridad al Espíritu Santo,
consolador y enriquecedor de tus fieles. Así que, reprendido de error al hablar
del cielo y de las estrellas, y del curso del sol y de la luna, aunque tales
cosas no pertenezcan a la doctrina de la religión, claramente se descubre ser
sacrílego su atrevimiento al decir cosas no sólo ignoradas, sino también
falsas, y esto con tan vesana vanidad de soberbia que pretendiera se las
tomasen como salidas de boca de una persona divina.
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