I II._ PRINCIPALES ERRORES ACERCA DE LA EXISTENCIA DE LOS DEMONIOS
En
el concepto vulgar y teológico, demonio es un término genérico que se aplica a
todos los ángeles caídos, es decir, a los ángeles que se rebelaron contra Dios
pecando y fueron en castigo de su falta justamente precipitados en el infierno,
designando tal vocablo a veces por antonomasia al principal de ellos, al que en
nuestro idioma castellano se le llama también Diablo, Satán, Satanás, Lucifer y
Luzbel.
La
existencia, naturaleza y condición de tales seres ha sido uno de los
problemas antiguos como la humanidad,
que más han acuciado el entendimiento humano en todos los tiempos. En su
solución ha adoptado la razón humana las posturas más extravagantes, aunque
pueden reducirse a dos clases los errores más notables en esta materia: unos
que niegan en absoluto o por lo menos ponen en duda la existencia de los
demonios, y otros que, admitiéndola, tuvieron un concepto falso de su
naturaleza y condición.
a) Niegan en
absoluto o ponen en duda la existencia de los demonios, Además de los que
negaron la existencia de los ángeles en general, niegan en particular la de los
demonios los siguientes:
Muchos
protestantes de los primeros tiempos de la Reforma, con Andrés Hoseman u
Osíandér (+1552) y el anabaptista Juan Coman, llamado David Jorge (*
1556), cuyas doctrinas eran una mezcla de las de los saduceos, adamitas y
maniqueos. Para ellos los demonios o espíritus malos no existen.
Los
modernos racionalistas y panteístas, que, siguiendo a Hégeü rechazan como contraria
a la razón la existencia de los demonios, tal es el sentir, entre otros, de
Schleier macher (La foi crétienne, pp. 44 Y 45).
Kant
(*1804) y los partidarios de su criticismo creen que el demonio no existe como
algo personal y entidad física, sino solamente como algo simbólico, que
representa y personifica el ideal de la malicia suma, especialmente en el orden
moral, de la cual se nos propone corno prototipo.
Para
otros partidarios del criticismo kantiano, los demonios no son otra cosa que
las almas humanas separadas de los cuerpos, las cuales continúan ejerciendo de
algún modo su influjo benéfico o maléfico sobre la humanidad, que las ha
deificado. Por eso-dicen-muchas veces los mismos Libros sagrados llaman
demonios a los ídolos (Deut, 32, 17; Ps. 105, 36-37; Bar. 4, 7; 1 Coro 4, 20).
Afín
a esta creencia es la de los modernos espiritistas, quienes además afirman que
esas almas de los hombres perversos son espíritus, a su modo, que se
perfeccionan pasando por diversos grados mediante sucesivas y obligadas reencarnaciones
(Allan KARDEC, Le livre des esprit», Le l'ivrre des mediums, París 1853).
Voltaire
(*1778) y los enciclopedistas dijeron que los demonios no existen y que los
libros sagrados tomaron de los caldeos y persas, en tiempos de la cautividad,
la doctrina, y creencia en los ángeles malos.
Según
otros racíonalístas, ni Cristo ni los apóstoles creyeron en la existencia de los
demonios, si bien se acomodaron al sentír popular en los casos de posesiones
diabólicas de que nos hablan los evangelios (WINER, Bibtiscñes Reoliooerterouoñ,
Leípzíg 1833, t. 1, p. 191).
Como
puede verse, todas estas teorías proceden de prejuicios preconcebidos, que no
tienden en último término más que a da negación absoluta del orden
sobrenatural. Y la invocación que algunas de ellas hacen de la autoridad de los
libros sagrados, si no fuese blasfema, sería por lo me no ridícula, ya que,
negada la existencia de los demonios, no tendrían explicación muchos pasajes escrituristicos,
incluso de libros que, como el primero de los Reyes, los Salmos y acaso Job,
están escritos antes de la cautividad.
En
los libros sagrados, especialmente en el Nuevo Testamento, corno, veremos
inmediatamente y el mismo racionalista Strauss reconoce (Doctrine chrétienne,
n, 15), abundan los testimonios que con luz meridiana patentizan la fe antigua
en la existencia de los demonios corno seres creados buenos por Dios, que
pecaron y perdieron por ello, no su naturaleza primitiva, pero su primera condición
y estado.
b)
Admitieron la existencia de los demonios, pero erraron acerca de su origen,
naturaleza y condición sin duda como reminiscencia de la revelación primitiva,
torpemente adulterada por la ignorancia y el influjo mismo diabólico, en todos
los tiempos y en todos los pueblos se ha profesado la creencia en seres malvados,
a quienes se atribuían el mal físico y el
mal moral y a dos que se tenía por superiores al hombre y más poderosos que él;
por lo cual se llegó muchas veces al culto idolátrico de esos espíritus maléficos
como para tenerlos propicios, solamente el pueblo judío, escogido ;por Dios como
depositario de la auténtica revelación, conservó la verdadera noción de esos
seres, que fue transmitida y se conserva en la Iglesia católica.
Más
aun en ésta surgieron, en los primeros tiempos, peligrosos brotes dualistas,
que, con los maniqueos y priscilianistas, hacían del demonio un principio
independiente de Dios y autor del mal y de las cosas materiales (Denz, 237),
error que aparece más tarde en los albigenses, cátaros, valdenses y demás
herejes de la Edad Media.
Lo
renuevan en el siglo XIV algunos fraticelli, afirmando, además, que los demonios
fueron injustamente arrojados del paraíso, y vuelve a aparecer en Wieleff (t
1387), quien afirmaba que "Dios debe obedecer al diablo" (Denz. 586).
Quizás
sea un brete de estas mismas tendencias el satanismo, o culto a Satán
precisamente por su rebeldía, el cual apareció también, en esa misma época como
una floración de las teorías dualísticas, y que en cierto modo ha sido renovado
en los últimos tiempos por la francmasonería.
Durante
el siglo pasado y principios del actual, casi en nuestros días, han proferido
blasfemias semejantes los pesimistas radicales, personajes de imaginación
febril y espíritus amargados, quienes con su vida o con sus obras, según propia
confesión, se propusieron rehabilitar al diablo saliendo por sus fueros.
Figuran
entre éstos los alemanas Ernesto Emilio Hoffman (t 1822), con su obra Elixir
des Teufel« (Berlín 1816), el cual murió víctima de su vida de crápula y vicio;
y Manuel Hiel (t 1~99), con su composición Lucifer. Asimismo los italianos José
Carducci (t 1907), que en su Inno a Satana, tomo.(Op. Bologna 1899) enumera y
exalta los beneficios que la humanidad debe al “ángel rebelde y calumniado”; y
su émulo Mario Rapízardí (t 1912), autor del Luaijero (Milano 1877) así como
Lorenzo Stecchetti (t 1916), alías Olindo Guerrini.
Dignos
de mención son igualmente los errores origenistas, en los cuales se afirmaba
que las almas humanas eran ángeles que pecaron (Denz. 203) y que la condenación
y pena de los demonios no será eterna, sino transitoria, habiendo de llegar un
tiempo, que tendrá lugar la restauración de todas las cosas, y en particular la
restauración, y rehabilitación de los ángeles caídos a su estado primero.
IV.-ENSEÑÁNZA DE LA DIVINA REVELACION
Sobre
los varios puntos que en estas dos cuestiones, trata Santo Tomás y después de
él los teólogos generalmente, no son relativamente muchas las enseñanzas de la
revelación divina, tanto por lo que se refiere a los libros sagrados cuanto por
lo que mira a las definiciones y magisterio de la Iglesia.
Se
hallan, sin embargo, en unos y otras enseñanzas expresas respecto a algunos
puntos particulares, que' no es posible silenciar o pasar ¡por alto. Con ellas
a la vista podrá formarse una idea exacta de la doctrina que el Angélico
Maestro expone en los trece artículos, viendo cómo está enraizada en los más
sólidos fundamentos escrituristicos y definiciones pontificias y conciliares.
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