En vez de exhortar a los creyentes a tomar
más aliento para convertir al mayor número posible de infieles, arrancándolos
de las tinieblas en que están sumidos, 'el concilio exhorta a los católicos a
que «reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales,
así como los valores socio-culturales que en ellos [los adeptos de otras
religiones] existen (qua apud eos inveniuntur)» (NA § 2, cit.). Dicho de otro
modo: los exhorta a afanarse para que los budistas, hindúes, moros, judíos,
etc., sigan siendo tales, o por mejor decir, "progresen" en los
"valores" de sus religiones y culturas respectivas, hostiles todas
ellas a la verdad revelada (l).
Tamaña exhortación expresa un principio general
señalado por el concilio a la "iglesia" que debía nacer de sus
reformas y que se autodefine "iglesia conciliar" (cardenal
Benelli), con el cual se muestra al "pueblo de Dios" -sacerdotes y
seglares- la actitud que ha de adoptar tocante a los "hermanos
separados" y a todos los acristianos.
Esta exhortación pastoral y otra semejantes
traicionan sin rebozo la orden impartida a los Apóstoles por Jesús resucitado
(Mt 28, 19-20: «Id, pues; enseñad a todas las gentes,
bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,
enseñándoles a observar cuanto yo os he mandado ... »), una orden que,
mutatis mutandis, atañe también a todo creyente, según su capacidad, por cuanto
que todo creyente debe, en tanto que miles Christi, dar testimonio de la fe con
obras de misericordia corporal y espiritual.
¿Cómo extrañarse de que, en aplicación de
esa funesta exhortación, sean ya, a estas alturas, centenares de miles los
católicos pasados al budismo o al islam, al paso que las conversiones de
budistas y moros al catolicismo carecen de relevancia debido a su exigüidad?
¿Cómo negar que la exhortación de marras sea una prueba de que la crisis del postconciliar
hunde sus raíces en las doctrinas falsas que penetraron en los textos
conciliares?
10. Errores sobre la política,
la comunidad política
y las relaciones entre
Iglesia y Estado
10.1 Una noción de "vida política" que no es católica, pero
que concuerda, por el contrario, con el principio laicista de humanidad: «La
mejor manera de llegar a una política auténticamente humana estriba en fomentar
el sentido interior de la justicia, de la benevolencia y del servicio al bien
común, y robustecer las convicciones fundamentales en lo que toca a la
naturaleza verdadera de la comunidad política, y al fin, recto ejercicio y
límites de los poderes públicos» (GS § 73).
Aquí no late la menor inquietud por una "vida
política" informada por los valores cristianos: toda la preocupación
se centra en una "vida política" informada por los denominados
valores humanos, puesto que tales son, con toda su vaguedad, «el sentido interior de la justicia, de la benevolencia y del
servicio al bien común». Repárese en que no se habla de adhesión de
la inteligencia y de la voluntad a los principios de la "justicia",
de la "benevolencia" y del "servicio"
fundados en la verdad revelada, principios objetivos que tienen a Dios por
autor y que la Iglesia ha enseñado durante siglos, los cuales exigen nuestro
asentimiento, sino que tan sólo se habla del "sentido interior"
(interiorem...sensum) que el individuo tiene de dichos principios, que se
fundan, pues, en el sujeto, en sus opiniones; he ahí una concepción
subjetivista de la "vida política", de la praxis en general u
ortopraxis (comportamiento recto), característica del pensamiento moderno,
ajena por completo al catolicismo, o por mejor decir, fatalmente hostil a él.
Esta "vida política auténticamente humana"
exhibe, pues, una finalidad puramente terrena, intramundana.
10.2 La definición de la "naturaleza
verdadera" de la comunidad política, que debe contribuir a la instauración
de la "vida política auténticamente humana" (GS § 73 cit.), se
mueve en la misma perspectiva laicista e inmanentista, acatólica; en efecto, no
se dice qué es en sí la "comunidad política", sino tan sólo que
existe «con vistas a una mejor procuración del bien
común» (OS § 74), que «abarca el conjunto de aquella condiciones de vida social
con las cuales los hombres, las familias y las asociaciones pueden lograr con
mayor plenitud y facilidad su propia perfección» (GS § 74).
¿Es conforme dicha noción del bien común
con la enseñanza tradicional de la Iglesia? No, porque lo identifica con "condiciones
de vida social" que favorezcan un "perfeccionamiento"
individual y colectivo ajeno a todo nexo con lo sobrenatural, 10 cual
constituye un error doctrinal. La Iglesia, en efecto, ha insistido siempre en
el hecho de que, aunque la procuración del bien común temporal goce de cierta
autonomía, debe, con todo, concurrir siempre a la procuración del "bien
sumo", constituido para dado uno por la salvación y la visión beatífica:
«Así que, estando, como está, naturalmente instituida la sociedad
civil para la prosperidad de la cosa pública, preciso es que no excluya este
bien principal y máximo; de donde nacerá que, bien lejos de crear obstáculos,
provea oportunamente, cuanto esté de su parte, toda comodidad a los ciudadanos
para que logren y alcancen aquel bien sumo e inconmutable que naturalmente
desean. Y ¿qué medio hay cómodo y oportuno de que echar mano con ese intento,
que sea tan eficaz y excelente como el de procurar la observancia santa e inviolable
de la religión verdadera, cuyo oficio consiste en unir al hombre con Dios?»
(León XIII, Immortale Dei, lIXI/1885 1).
El "perfeccionamiento" propugnado
por el concilio concierne, en cambio, a los valores humanos, no a los
cristianos; tan es así, que la existencia de la autoridad, que dirige la acción
de todos hacia el bien común, se justifica con la reserva de que no debe
ejercer su función «mecánica [?] o despóticamente,
sino obrando principalmente como una fuerza moral [vis moralis] que se basa en
la libertad y en la responsabilidad de cada uno» (OS ibid.); es
decir: se justifica con una reserva a favor de la democracia, evidente por el
hincapié que se hace en la "libertad" y la "responsabilidad
de cada uno", entendidas como valores que determinan de manera
absoluta el ejercicio de la autoridad.
10.3 La oscura precisión según la cual «el
ejercicio de la autoridad política, así en la comunidad en cuanto tal, como en
las instituciones representativas, debe realizarse siempre dentro de los límites
del orden moral, para procurar el bien común, concebido dinámicamente, etc»
(GS § 74 cit.).
Precisión oscura, porque no se aclara de
qué "orden moral" se trata, ni se comprende qué significa con
exactitud "procurar el bien común concebido dinámicamente". En
cualquier caso, el deseado dinamismo de marras se encuadra en una línea de
pensamiento constituida por el mito del progreso, del crecimiento, de la
expansión de actividad humana en el universo en una línea de pensamiento constituida,
en suma, por los valores del siglo, no por los católicos.
10.4 Un tipo ideal de individuo (que la
"comunidad política" así concebida debe "formar"), que nada
tiene de católico: «un tipo de hombre culto [excultum], pacífico y benévolo
respecto de los demás, para provecho de toda la familia humana» (GS § 74).
Cotéjese este retrato con el del masón
perfecto, según se desprende de una de tantas constituciones de la orden
masónica: «El masón es un súbito pacífico de los
poderes civiles donde quiera que reside o trabaja, y no debe nunca inmiscuirse
en complots o conspiraciones contrarias a la paz pública o al bien de la
nación, ni desobedecer a sus superiores» (Gran Logia de las Siete
Provincias Unidas de los Países Bajos 2). A mayor abundamiento, léase el art.
43 de la Gaudium et Spes, donde se invita a los cristianos a actuar como
"ciudadanos del mundo" .
10.5 Una definición del amor a la patria
más en el sentido del humanitarismo y de la fraternidad masónicos y mazzinianos
que en el sentido de la tradición católica: «Cultiven
los ciudadanos la magnanimidad y lealtad, el amor a la patria, pero sin
estrechez de espíritu, de suerte que miren siempre también por el bien de toda
la familia humana, unida por toda clase de vínculos entre las razas, los
pueblos y las naciones [bonum totius humanae familiae quae variis
nexibus inter stirpes, gentes ac nationes coniungitur]» (GS § 75). La tradición
católica no ha visto jamás en la "familia humana" un valor superior
al ínsito en las sociedades y naciones cristianas, que, por el contrario,
habían de ser defendidas hasta con las armas en la mano del asalto del mundo
hostil a Cristo (fue el caso, por ejemplo, de la expansión islámica en Europa).
10.6 Un tipo ideal de político (el que
ejerce "el arte de la política"), que tampoco tiene nada de católico,
puesto que repite el estereotipo del político democrático, entonces corriente
(y hoy también): «Luchen [los políticos] con integridad moral y con prudencia
contra opreción entre ellas, habida cuenta de las circunstancias de lugar y
tiempo» (GS § 76), esto es, según un mero criterio de oportunidad, la
injusticia y la opresión, contra la intolerancia y el absolutismo de un solo
hombre o de un solo partido político; conságrese con sinceridad y rectitud, más
aún, con caridad y fortaleza política, al
servicio de todos» (GS § 75).
No hay comentarios:
Publicar un comentario