El Patriarca Sergio, que demostró con hechos su gran
celo por defender la Cristiandad, pensó que podría lograr la adhesión de los herejes
monofisitas, a la Iglesia Católica, mediante diálogo y concesiones mutuas que
hicieran ambas partes y la adopción de la fórmula de compromiso, que aceptando
que en Cristo Nuestro Señor hubiera una sola persona, tuviera dos naturalezas,
la Divina y la Humana, pero una sola energía, UNA SOLA VOLUNTAD. Creyó que en
esta forma se lograría, que los Monofisitas, que sostenían la existencia en
Cristo de UNA SOLA NATURALEZA, podrían unirse a la ortodoxia, pero incurrió en
una nueva herejía, que en el fondo era el mismo Monofisismo con otro aspecto. Y
ocurrió que la famosa fórmula de transacción, si bien logró atraer a la mayoría
de los monofisitas, fue insuficiente e inaceptable para otros.
CAPITULO CUARTO.
PATRIARCAS Y
OBISPOS SE ADHIEREN A LA
HEREJIA MONOTELlTA
QUE AVANZA SIN
RESISTENCIA ENTRE
EL EPISCOPADO.
Lo más grave de todo, fue que el Emperador Heraclio,
sobre quien el Patriarca de Constantinopla tenía influencia decisiva, aceptó
con gusto la llamada fórmula de conciliación y haciéndola suya, puso en su
apoyo toda la fuerza del Imperio, siendo atraídos a la nueva herejía,
(plegándose a las presiones del Emperador y del Patriarca) un número cada día
mayor de Obispos, entre ellos el Metropolitano de Lásica, Atanasio de
Antioquía, Farán en Arabia, y otros, logrando Sergio, que el Emperador nombrara
a Ciro de Fasis, para ocupar el Patriarcado de Alejandría, al quedar vacante
éste, con lo que los partidarios de la nueva herejía controlaban las Sedes más
importantes de oriente, tomando así ésta proporciones gigantescas, sin haber obtenido
la anhelada unidad de los cristianos, sino antes bien, acrecentando la
discordia y la división, en forma más aguada y peligrosa.
Desgraciadamente, como en el caso de la herejía
arriana, fueron los Obispos los primeros en claudicar y abrazar la nueva
herejía, arrastrando en su traición a Cristo, al clero de sus diócesis. Además:
como en otras crisis de la Iglesia, lo primero que hicieron los jerarcas herejes,
fue promover que ocuparan los Obispados vacantes y demás puestos claves, clérigos
herejes que contribuyeran luego a propagar la herejía; sin que ningún Obispo
hiciera algo para impedirlo, faltando con ello, gravemente a sus deberes para
con Dios.
En medio de esta tormenta, el Papa Honorio 1,
convencido igualmente de la necesidad de lograr la Unidad de los cristianos,
había sufrido el impacto de los argumentos del Patriarca de Constantinopla y se
encontraba en actitud vacilante, sin condenar la nueva herejía, que por la gran
actividad de la jerarquía que la apoyaba y el silencio del Papa, iba
controlando cada vez más a la Cristiandad.
En realidad, lo que provocaba las vacilaciones del
Papa, eran motivos de alta política, pero relacionados íntimamente con la
salvación de la Cristiandad. Los mismos motivos que habían inspirado la conducta
del Patriarca Sergio y del Emperador Heraclio, o sea, lograr a toda costa la
unidad de los cristianos, para impedir que una división interna, facilitara la
conquista de la Cristiandad, primero por los Persas y luego por los MUSULMANES;
conquista que de realizarse, podría ocasionar un desastre a la Santa Iglesia de
Cristo.
No tratamos con esto de justificar a un Papa sobre
quien recayó tremenda excomunión de un Santo Concilio Ecuménico, ratificada por
un Papa Santo; sino simplemente, hacer honor a la verdad histórica, que
demuestra que los móviles de ese Vicario de Cristo en la Tierra fueron bien
intencionados, aunque se hayan traducido en una actuación equivocada, que dio
motivos justificados al terrible Anatema.
Cuando se leen estas páginas y se reflexiona en su
contenido llegamos a la conclusión a la actual crisis de la Iglesia, parece una
calca de la herejía que ocupa actualmente a la Iglesia Católica. Porque en esta
herejía modernista también se quiso lograr esa famosa unión de las “religiones”
protestantes que ocupar el orbe terráqueo, pero aquí los mismos jerarcas sabían
lo que estaban haciendo, en ningún momento los dirigió un verdadero celo por la
salvación de las almas como podemos ver en Honorio I.
Quien esto lee saque sus propias conclusiones y
encontrara, por otro lado un “acuerdo doctrinal” como medio para lograr
integrar a las otras “religiones” que nada tiene en común con la verdadera religión
Católica fundada por Nuestro Señor Jesucristo. Es triste y lamentable mirar
como algunos “católicos” sigan este lamentable y deplorable ejemplo
traicionando, con ello a Nuestro Señor Jesucristo y pactando con el enemigo la traición
a la Iglesia de siempre, confundiendo y dividiendo a la grey encomendada por
Dios.
CAPITULO
QUINTO.
UNOS CUANTOS SACERDOTES, SE ENFRENTAN A SUS
OBISPOS, EN DEFENSA DE LA ORTODOXIA CATOLICA.
En tan grave situación, Dios Nuestro Señor se valió,
para iniciar la defensa de la verdadera doctrina, de un humilde monje de
Palestina llamado Antíoco, que dejando la paz de su Convento y rebelándose en
contra de los Obispos y Patriarcas que sostenían la herejía, acusó públicamente
al de Antioquía, de ser el Anti-Cristo y de renovar las herejías de Eutiques y
de Apolinar. La rebelión del fraile Antíoc() contra la jerarquía eclesiástica
herética, encontró eco en Egipto, donde algunos simples sacerdotes y frailes,
se rebelaron contra sus Obispos herejes y contra el nuevo Patriarca Ciro de
Alejandría, que venía siendo como diríamos ahora, el Primado de la Iglesia
Egipcia, y después del Papa y del Patriarca de Constantinopla, el Jerarca de
mayor categoría en la Iglesia de esos tiempos. El poderoso Patriarca condenó,
excomulgó y hasta empleó la violencia contra esos infelices sacerdotes y monjes
que lo sacrificaron todo, por defender la verdadera doctrina de Cristo.
Poco a poco fue cundiendo en Oriente la llama de la
defensa de la Fe verdadera y de la rebelión contra un episcopado que se había sumado.
a la herejía, convirtiendo algunos modestos presbíteros, los templos que tenían
a su cargo, en baluarte de la verdadera doctrina cristiana y sosteniéndose en
el control de sus iglesias, con el apoyo moral y físico de sus feligreses; en
contra de las excomuniones y destituciones, que fulminaban contra ellos sus
Obispos, entregados ya de lleno, a la propagación de la herejía. Los sacerdotes
que lograron, convencer a sus feligreses de la obligación que tenían de defender
la Ortodoxia contra la herejía, incluso de los Obispos y altos Jerarcas herejes,
consiguieron que dichos feligreses, por medio de la fuerza, hicieran fracasar
todo intento del Obispo hereje para arrojar de su templo al sacerdote ortodoxo
y substituirlo por un hereje. Estos éxitos fueron posibles mientras las autoridades
civiles locales se abstuvieron de apoyar militarmente a los jerarcas
eclesiásticos Monotelitanos. Pero siempre que dichas autoridades por orden del
Emperador intervinieron militarmente en favor de los clérigos herejes entregándoles
los templos atendidos por los ortodoxos, la victoria de losherejes era
inminente.
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