Mientras
el mundo se inquieta por los ensayos nucleares de Corea del Norte, Manlio
Dinucci nos recuerda que la tecnología que posee Pyongyang proviene en parte de
Estados Unidos. Se la vendió, como hombre de negocios, el ex secretario de
Defensa Donald Rumsfeld, especializado –como político– en atacar países a los
que acusa de haber comprado armamento sensible.
Después
de que Pyongyang anunciara haber realizado una explosión subterránea de ensayo
de una bomba de hidrógeno, el presidente estadounidense Barack Obama, aunque
poniendo en duda que en verdad se trate de una bomba de hidrógeno, pide «una
respuesta internacional fuerte y unida ante el comportamiento inconsciente de
Corea del Norte».
Pero
“olvida” que fue precisamente Estados Unidos quien proporcionó a Corea del
Norte las tecnologías más importantes para la producción de armas nucleares.
Nosotros mismos documentamos esto hace 13 años [1].
La
historia comienza cuando, después de haber sido secretario de Defensa de la
administración Ford en los años 1970 y –en los años 1980– consejero del
presidente Reagan para los sistemas estratégicos nucleares, Donald Rumsfeld
entra, en 1996, en el consejo de administración de la firma ABB (Asea Brown
Boveri), grupo líder en tecnologías para la generación de energía. Rumsfeld
recurre de inmediato a su influencia para lograr que Washington autorice esa empresa
a proporcionar tecnología nuclear a Corea del Norte, a pesar de que ya se sabía
que ese país tenía un programa nuclear de carácter militar.
Menos
de 3 meses más tarde, el 16 de mayo de 1996, el Departamento de Energía de
Estados Unidos anuncia haber «autorizado ABB Combustion Engineering Nuclear
Systems, empresa enteramente controlada por ABB, a proporcionar una vasta gama
de tecnologías, equipos y servicios para la proyección, construcción, manejo
operativo y mantenimiento de dos reactores en Corea del Norte». El Departamento
de Energía de Estados Unidos –responsable no sólo de la industria nuclear civil
sino también de la producción de armamento nuclear– sabía que aquellos
reactores podían ser utilizados con fines militares y que los conocimientos y
tecnologías entregados también podían ser utilizados para el desarrollo de un
programa nuclear de carácter militar.
Así
pudo ABB firmar con Corea del Norte, en el año 2000, dos grandes contratos para
la «entrega de componentes nucleares». En aquel momento, Donald Rumsfeld
todavía era miembro del consejo de administración de ABB, del que siguió siendo
miembro hasta enero de 2001, cuando se convirtió en secretario de Defensa de la
administración Bush.
En
2003, Corea del Norte anuncia que se retira del Tratado de No Proliferación
(TPN), al que había entrado en 1985. Se iniciaron entonces las «conversaciones
entre Seis» (Estados Unidos, Rusia, China, Japón, Corea del Norte y Corea del
Sur), que se interrumpieron en 2006, cuando Corea del Norte realiza el primero
de sus 4 ensayos nucleares. Las conversaciones fueron retomadas después, pero
se interumpieron nuevamente en 2009. Pero Pyongyang no fue el único responsable
de esa interrupción. Ante el hecho que Estados Unidos sigue violando el Tratado
de No Proliferación, a pesar de ser su primer firmante, en Pyongyang llegaron
simplemente a la conclusión de que más vale tener armas nucleares que no
tenerlas.
El
Tratado de No Proliferación obliga a los Estados dotados de armas nucleares a
no transferirlas a otros Estados (Artículo 1) y también obliga a los Estados no
poseedores de armas nucleares a no recibirlas (Artículo 2). Al mismo tiempo,
también obliga a todos los Estados firmantes, comenzando con los poseedores de
armas nucleares, a adoptar «medidas eficaces a favor del cese de la carrera
armamentista nuclear y del desarme nuclear» hasta que exista «un Tratado que
establezca el desarme general y completo» (Artículo 6). Y también obliga a
todos los Estados firmantes a «renunciar, en sus relaciones internacionales, al
uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política
de cualquier otro Estado» (Preámbulo del TPN).
¿Es
Estados Unidos un ejemplo sobre cómo operar en materia de desarme nuclear? A un
costo de 1 000 millones de dólares, Estados Unidos ha iniciado un plan para
reforzar sus fuerzas nucleares con otros nuevos 12 submarinos de ataque
–armados cada uno con 200 ojivas nucleares– y 100 bombarderos estratégicos más
–con más de 20 ojivas nucleares cada uno. Simultáneamente, violando el Tratado
de No Proliferación, Estados Unidos está a punto de almacenar en 5 países de la
OTAN –cuatro Estados europeos y Turquía, que por consiguiente también violan
así el Tratado de No Proliferación– unas 200 nuevas bombas nucleares del tipo
B61-12. Setenta de esas bombas nucleares estadounidenses, con una potencia
equivalente a 300 bombas como la de Hiroshima, irán a Italia. Mientras tanto,
las fuerzas nucleares de Estados Unidos y la OTAN, incluyendo las de Francia y
Reino Unido, disponen en total de unas 8 000 ojivas nucleares, de las cuales 2
370 están listas para ser utilizadas en cualquier momento. Si sumamos las que
poseen China, Pakistán, la India, Israel y Corea del Norte, resulta un estimado
total de 16 300 ojivas nucleares, 4 350 de las cuales están listas para ser
utilizadas. Pero la carrera armamentista sigue adelante, sobre todo con la
modernización de los arsenales.
Con la
primera guerra contra Irak, en 1991; la guerra contra Yugoslavia, en 1999, la
invasión de Afganistán, en 2001; la invasión de Irak, en 2003; la guerra contra
Libia, en 2011 y la guerra desatada contra Siria desde 2013, Estados Unidos y
la OTAN nos ofrecen probablemente más “ejemplos” de cómo «renunciar al uso de
la fuerza contra la integridad territorial o la independencia de todo Estado».
Como también lo hicieron seguramente con el golpe de Estado de Ucrania, que
forma parte de la nueva guerra fría y de la reactivación de la carrera
armamentista nuclear.
Es así
como la aguja del llamado «Reloj del Apocalipsis», el índice simbólico del
Bulletin of the Atomics Scientists que indica a cuántos minutos nos encontramos
actualmente de la funesta medianoche de la guerra nuclear, se desplazó de las
12 menos 5 minutos, en 2012, a las 12 menos 3 minutos, en 2015.
Pero
la razón de ello no es tanto el «comportamiento inconsciente» de Pyongyang como
el «comportamiento consciente» de Washington.
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