Estimados lectores nunca he leído algo
tan hermoso sobre el Verbo Eterno en ningún cismático como en Vladimiro Solovief.
Es sorprendente creo y estoy seguro que ningún fiel actual puede escribir algo
tan alto y profundo como lo hace Solovief, y Solovief representa a la Rusia Cismática
a aquella que hoy está en boca de todos admirados por su tecnología militar,
pero muchísimos ignoran su profunda espiritualidad reflejada en sus filósofos
como el Solovief, esta es la fuerza vital que puede dar al mundo una segunda
oportunidad y si esta nación se convierte al verdadero CATOLICISMO NO AL
MODERNISMO actual. Aquí está el semiento y la razón por la cual Nuestro Señor
Jesucristo se puede valer para azotar a la humanidad y deshonrar a su Santísima
Madre tan cuestionada o ignorada por los mismos que se dicen católicos y han
puesto en entredicho sus profesáis reveladas en su aparición en Fátima.
No de
otra manera ocurre (mutatis mutandis) con las dos otras hipóstasis. Por otra
parte, no obstante esta mutua dependencia o más bien a causa de ella, cada una
de las tres hipóstasis posee la plenitud absoluta del ser divino. El Padre
nunca está limitado a la existencia en
sí o a, la realidad absoluta y primordial (actus purus); traduce en acción esta
realidad, opera y goza, pero nunca lo hace solo, opera siempre por el Hijo y
goza siempre con el Hijo en el Espíritu.
Por su
parte, el Hijo no es únicamente la acción o manifestación absoluta; también
tiene el ser en sí y el goce de este ser, pero no los posee sino en su unidad
perfecta con las otras dos hipóstasis: El posee el ser en sí del Padre y el
gozo del Espíritu Santo. Y este, por último, como unidad absoluta de los dos
primeros, es necesariamente lo que ellos son y posee actu todo lo que son ;
pero lo es y lo posee por ellos y con ellos.
Cada
una de las tres hipóstasis posee, así, el ser absoluto y por completo: en
realidad, acción y goce.
Cada
una es, pues, verdadero Dios. Pero como esta plenitud absoluta del ser divino
sólo pertenece a cada una conjuntamente con las otras dos y en virtud del lazo
indisoluble que la une a ellas, resulta de esto que no hay tres dioses. Porque
para ser completas las hipóstasis deberían darse aisladas. Ahora bien, aislada
de las otras ninguna de ellas puede ser verdadero Dios, ya que, en semejante
condición, ni siquiera puede ser. Es lícito representarse a la Santísima
Trinidad como tres seres separados, porque de otro modo no podría
representársela. Pero la insuficiencia de la imaginación nada prueba contra la
verdad de la idea racional, clara y distintamente reconocida por el pensamiento
puro. En verdad no hay más que un solo Dios indivisible, que se realiza
eternamente en las tres fases hipostáticas de la existencia absoluta; y cada
una de estas fases, que siempre es interiormente completada por las otras dos,
contiene en sí y representa a la Divinidad entera, es verdadero Dios por la
unidad y en la unidad, y no por exclusión y en estado separado.
Esta
unidad efectiva de las tres hipóstasis resulta de la unidad del principio, y
tal es la segunda razón de la monarquía divina o, por mejor decir, un segundo
aspecto de esta monarquía. Sólo hay en la Trinidad una causa primera, el Padre,
y de ahí proviene un orden determinado que hace depender ontológicamente al
Hijo del Padre y al Espíritu Santo del Padre y del Hijo. Este orden se basa en
la misma relación trinitaria. Porque es evidente que la acción supone la
realidad y que el gozo supone a ambos.
I I I . LA ESENCIA DIVINA Y SU TRIPLE MANIFESTACIÓN.
Dios
es. Este axioma de la fe lo confirma la razón filosófica que, conforme a su
propia naturaleza, investiga el ser necesario y absoluto, aquel cuya razón de
ser está íntegra en sí mismo, que se explica por sí mismo y que puede explicar
toda cosa.
Partiendo
de esa noción fundamental hemos distinguido en Dios : el triple sujeto,
supuesto por la existencia completa, y su esencia objetiva o la substancia
absoluta poseída por dicho sujeto según tres relaciones diferentes, en el acto
puro o primordial, en la acción segunda o manifestada y en el tercer estado o
goce perfecto del mismo. Hemos mostrado cómo esas relaciones, no pudiendo
basarse ni en una división de partes, ni en una sucesión de fases condiciones
ambas igualmente incompatibles con la noción de la Divinidad, suponen en la
unidad de la esencia absoluta la existencia eterna de tres sujetos relativos o
hipóstasis consubstanciales e indivisibles, a las que pertenecen, en sentido
propio y eminente, los nombres sagrados de la revelación cristiana: Padre, Hijo y Espíritu.
Ahora
debemos definir y nombrar a la misma objetividad absoluta, a la substancia
única de esta Trinidad divina.
Ella
es una. Pero como no puede ser una cosa entre varias, un objeto particular, es
la substancia universal o todo en la unidad. Dios, al poseerla, posee en ella todo. Ella es la plenitud o
totalidad absoluta del ser, anterior y superior a toda existencia parcial.
Esta
substancia universal, esta unidad absoluta del todo, es la sabiduría esencial
de Dios (Hokhmah, Sophia). La cual posee en sí el poder oculto de toda cosa y a
su vez es poseída por Dios, de triple manera. Ella misma lo dice: (iYhovah
qanani re'shith darko, qedem mifjalayv, meaz. Dominus possedit me in inicium viarum suarum, oriens
operationum suarum, ab exordio. » También:
«Mejolam nissakti, merosh, miqadmey-arets. Ab aeterno ordinata sum, a capite,
ab anterioribus térras » (1). Y para completar y explicar esta triple manera de
ser, agrega todavía: «Va'ehyeh 'etslo, 'amon, va'ehyeh shajaskujim yom yom. Et
eram apud eum (scílicet Dominum, Yhovah), cuncta componens, et delectabar per
singulos dies. Ab seterno erat apud eum» (2). El me posee en su ser eterno: «a
capite cuncta componens» : en la acción absoluta; «antequam térra fieret
delectabar» : en el goce puro y perfecto. En otras palabras, Dios posee su
substancia única y universal, o su sabiduría esencial, como
Padre eterno, como Hijo y como Espíritu Santo. Luego, teniendo una sola
y misma substancia objetiva, esos tres sujetos divinos
son consubstanciales.
La
Sabiduría nos dice en qué consiste su acción: en componer el todo, «eram cuncta
componens». También nos dirá en qué consiste su gozo: uMsageqeth Ifcmayv
bkhol-jeth; msageqeth bthebhel 'artso, vshajashujay 'eth-bney ' Adam. Ludens
coram eo omni tempore; ludens in universo térrae ejus, et delicia meae, cum
filiis hominís» (3). Jugando en Su presencia en todo tiempo, jugando en el
globo terrestre, y mis delicias con los hijos del Hombre.
¿Qué
es, pues, ese juego de la Sabiduría divina y por qué tiene ésta sus delicias
supremas en los hijos del hombre? Dios, en su
substancia absoluta, posee la totalidad del ser. El es uno en el todo y tiene
todo en su unidad.
Esta
totalidad supone la pluralidad, pero una pluralidad reducida a la unidad,
actualmente unificada.
Y en
Dios, que es el eterno, esta unificación es también eterna. En El la
multiplicidad indeterminada no existiendo nunca como tal, nunca se ha producido
actu, sino que de toda eternidad ha estado sometida y reducida
a la unidad absoluta según sus tres modos indivisibles : unidad del ser simple o en sí en
el Padre; unidad del ser activamente manifestada en el Hijo, que es acción inmediata,
Verbo del Padre; y finalmente, unidad del ser penetrado del gozo perfecto de sí
mismo en el Espíritu Santo, que es el corazón común del Padre y del Hijo.
Pero
si el estado eternamente actual de la substancia absoluta (en Dios) es ser todo
en la unidad, su estado potencial (fuera de Dios) es ser todo en la división.
Es la
pluralidad indeterminada y anárquica, el caos o to apeiron de los griegos, die
schlechte Unendlichkeit de los alemanes, el thohu vabohu de la Biblia.
Esta
antítesis del Ser Divino es suprimida de toda eternidad, reducida al estado de
posibilidad pura por el hecho mismo, por el acto primo de la existencia divina.
La
substancia absoluta y universal pertenece de hecho a Dios. El es, eterna y
primordialmente, todo en la unidad; es, y esto basta para que el caos no
exista. Pero esto no basta a Dios mismo, que no solamente es el Ser, sino el
Ser perfecto. No basta afirmar que Dios es, debe poderse decir por qué es. Subsistir primordialmente, suprimir el caos y contener a todo
en la unidad por el acto de su Omnipotencia, es el hecho divino que pide su
razón propia. Dios no puede contentarse con ser de hecho más fuerte que
el caos, debe serlo también de derecho. Y para tener el derecho de vencer al
caos y reducirlo eternamente a nada, Dios debe ser más verdadero que él. El
manifiesta su verdad oponiendo al caos no sólo el acto de su Omnipotencia, sino
además una razón o idea. Debe, pues, distinguir su totalidad perfecta de la
pluralidad caótica y, a cada posible manifestación de
ésta, responder en su Verbo con una manifestación ideal de la unidad verdadera,
con una razón que demuestre la impotencia intelectual o lógica del caos que
intenta manifestarse.
Conteniéndolo
todo en la unidad de la Omnipotencia absoluta, Dios debe contener también a
todo y en la unidad de la idea, universal. El Dios
fuerte debe también ser el Dios verdadero, la Razón suprema.
A las
pretensiones del caos infinitamente múltiple debe oponer, no solamente su Ser
puro y simple, sino también un sistema total de ideas, de razones o de verdades
eternas, cada una de las cuales represente, por su vinculación lógica
indisoluble con todas las otras, el triunfo de la unidad determinada sobre la pluralidad
anárquica, sobre el mal infinito. La tendencia caótica, que empuja a cada ser
particular a afirmarse exclusivamente como si fuera el todo, queda condenada
como falsa e injusta por el sistema de ideas eternas que da a cada uno un lugar
determinado en la totalidad absoluta, manifestando así, con la verdad de Dios,
su justicia y su equidad.
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