Que naturalmente no está en nuestras manos el poder
amar a Dios sobre todas las cosas
Nuestra infeliz naturaleza, lastimada por el pecado, hace como las
palmeras que acá tenemos, cuyas producciones son imperfectas y como unos
ensayos de sus frutos, pero el dar dátiles enteros maduros y sazonados, está
reservado a las regiones más cálidas. Así nuestro corazón humano produce
ciertos comienzos de amor de Dios, pero al llegar a amar a Dios sobre todas las
cosas, en lo cual consiste la verdadera madurez del amor que se debe a esta
suprema bondad, sólo es patrimonio de los corazones animados y asistidos de la
gracia celestial y que viven en santa caridad; y este pequeño: e imperfecto
amor, cuyos movimientos siente en sí misma la naturaleza, no es sino un cierto
querer sin querer, un querer que quisiera, pero que no quiere, un querer estéril,
Que no produce verdaderos efectos, un querer paralitico la que ve la saludable
piscina del santo amor, pero que no tiene fuerza para arrojarse a ella; querer
del cual el Apóstol, hablando en la persona del pecador, exclama: Aunque hallo
en mi la voluntad para hacer el bien, no hallo como cumplirla
Que la inclinación natural que tenemos a
amar a Dios no es inútil.
Mas, si no podemos naturalmente amar a Dios sobre todas las cosas, ¿por
qué tenemos esta natural inclinación a ello? ¿No es una cosa vana el que la
naturaleza nos incline a un amor que no nos puede dar? ¿Por qué nos da la sed
de un agua tan preciosa, si no puede darnos a beber de ella? t Ah, Teótimo, qué
bueno ha sido Dios para con nosotros! Nuestra perfidia en ofenderle merecía,
ciertamente, que nos privase de todas las señales de su benevolencia y del
favor de que había usado con nuestra naturaleza, al imprimir en ella la luz de
su divino rostro y al comunicar a nuestros corazones el gozo de sentirse inclinados
al amor de la divina bondad; para que los ángeles, al ver a este miserable
hombre, tuviesen ocasión de decir: ¿Es ésta la criatura de perfecta belleza, y
honor de toda la tierra? Pero esta
infinita mansedumbre nunca supo Ser tan rigurosa con la obra, de sus manos; vio
que estábamos rodeados de carne, la cual es' un viento que se disipa, un soplo
que sale y no vuelve. Por esta causa, según las entrañas de su misericordia, no
quiso arruinarnos del todo ni quitarnos la señal de su gracia perdida, para que
mirándole y sintiendo en nosotros esta, inclinación a amarle, nos esforzásemos
en hacerlo, y para que nadie pudiese decir con razón: ¿Quién nos mostrará el
bien?. Porque, aunque por la sola inclinación natural no podamos llegar a la
d:icha de amar a Dios cual conviene, con todo, si la aprovechamos fielmente, la
dulzura de la divina bondad nos dará algún socorro, merced al cual podremos
pasar más adelante, y, si secundamos este primer auxilio, la bondad paternal de
Dios nos favorecerá con otro mayor y nos conducirá de bien en mejor, con toda
suavidad, hasta el soberano amor, al que nuestra inclinación natural nos
impele, porque es cosa cierta que al que es fiel en lo poco y hace lo que está
en su mano, la divina bondad jamás le niega su asistencia para que avance más y
más. Luego, la inclinación a amar a Dios sobre todas las cosas, que
naturalmente poseemos, no en balde permanece en nuestros corazones, porque, en
cuanto a Dios, se sirve de ello como de una asa para mejor cogernos y
atraernos; por este medio' l~ divina bondad tiene, en alguna manera, prendidos
nuestros corazones como pajarillas, con una cuerda para tirar de ella, cuando
le plazca a su misericordia apiadarse de nosotros; y, en cuanto a nosotros, es
como un signo y memorial de nuestro primer principia y Creador, a cuyo amor nos
incita, advirtiéndonos secretamente que pertenecemos a su divina bondad. Es lo
que ocurre a los ciervos, a los cuales los grandes personajes mandan poner
collares con sus escudos de armas, y después los sueltan y dejan libres por los
bosques, Quienquiera que los encuentre no deja de reconocer, no sólo que fueron
cazados una vez por el príncipe, cuyas armas llevan, sino que se los reservó
para sí De esta manera, según cuentan algunos historiadores, se pudo conocer la
extrema vejez de un ciervo que, trescientos años después de la muerte de César,
fue encontrado con un collar con la divisa de éste y esta inscripción: César me
ha soltado, Ciertamente, la noble tendencia que Dios ha infundido en nuestras
almas, da a conocer a nuestros amigos y a nuestros enemigos, no sólo que hemos
sido de nuestro. Creador, sino, además, que, si bien nos ha soltado y dejado a
merced de nuestro libre albedrío, sin embargo le pertenecemos y se ha reservado
el derecho de atraemos de nuevo a sí, para salvamos, según la disposición de su
santa y suave providencia.
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Historia de la generación y
nacimiento celestial
del amor divino
Que las perfecciones divinas son una sola, pero
infinita perfección
Nosotros hablamos de Dios no según lo que Él es en si mismo, sino según
sus obras, al través de las cuales le contemplamos; porque, según las diversas
maneras de considerarlo, le nombramos diversamente, como si tuviese una gran
multitud de diferentes excelencias y perfecciones. Si le miramos en cuanto
castiga a los malos, le llamamos justo; le llamamos misericordioso en cuanto
libra. al pecador de su miseria; le proclamamos omnipotente, en cuanto ha
creado todas las cosas y hace muchos milagros; decimos que es veraz, en cuanto
cumple exactamente sus promesas; le lamamos sabio, en cuanto ha hecho todas las
cosas con un orden tan admirable, y así sucesivamente, le atribuimos una gran
diversidad de perfecciones, según" la variedad de sus obras. Mas, a pesar
de ello, en Dios no hay ni variedad' ni diferencia alguna de perfecciones, porque
Él mismo es una sola, simplicísima y absolutamente única perfección. Ahora
bien, nombrar perfectamente a esta suprema excelencia, la cual en su
singularísima unidad contiene y sobrepuja a todas las excelencias, no está al
alcance de la criatura, ni humana ni angélica, porque, como se dice en el
Apocalipsis, nuestro Señor tiene un nombre que nadie conoce fuera de Él
mismo ya que sólo Él conoce perfectamente
su infinita perfección y, por lo mismo. Él puede expresarlo por medio de un nombre
que guarde proporción con ella. Nuestro espíritu es demasiado débil para poder
producir un pensamiento capaz de representar una excelencia tan inmensa. Para
hablar en alguna manera, de Dios, nos vemos forzados a emplear una gran
cantidad de nombres, y así decimos que es bueno, sabio, omnipotente, veraz,
justo, santo, infinito, inmortal, invisible, y hablamos bien cuando decimos que
Dios es todo esto a la vez, porque es más que todo esto, es decir, lo es de una
manera tan pura, tan excelente y tan elevada, que una simplicísima perfección
tiene la virtud, la fuerza, y la excelencia de todas las perfecciones.
Por mucho que digamos leemos en la Escritura nos quedará mucho que
decir; mas la suma de cuanto se puede decir es que el mismo está en todas las
cosas. Para darle gloria, ¿qué es lo que valemos nosotros? Pues siendo Él
todopoderoso, es superior a todas sus obras, Bendecid al Señor; ensalzadle cuanto
pidáis porque es superior a toda alabanza, Para ensalzar le, recoged todas
vuestras fuerzas, y no os canséis, que jamás llegaremos a comprenderlo, pues,
como dice más llegaréis a comprenderle”. No, Teótimo, San Juan, es más grande
que nuestro corazón.
Sin embargo, que todo espíritu alabe al Señor nombrándole con todos los
nombres más eminentes que se puedan encontrar, y, como la mayor de las alabanzas
que podemos tributarle, confesemos que nunca puede ser bastante alabado, y
asimismo, como nombre el más excelente que podemos darle, protestemos que su
nombre es sobre todo nombre, y que es cosa imposible para nosotros el nombrarle
dignamente.
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