¿DÓNDE
ESTÁ EL FUEGO DEL
INFIERNO?
Se preguntará tal vez
dónde está el fuego del infierno, y qué lugar ocupa. La revelación cristiana y
la enseñanza católica están de acuerdo para manifestarnos los abismos ardientes
del fuego central de la tierra como el lugar donde serán precipitados después de la resurrección los cuerpos de los
condenados. Así es que el célebre Catecismo del Concilio de Trento, nos
dice con todas las letras que el infierno está“ en el centro de la tierra, in
medio terrae”. Es también la enseñanza formal de Santo Tomás, quien,
sin embargo, no lo presenta sino como la opinión más probable. Aunque nadie,
dice, conozca de una manera cierta dónde está el infierno, a menos de no
habérselo revelado directamente el Espíritu Santo, hay motivos para creer que
es debajo de tierra. Primeramente, porque parece indicarlo su nombre: infernus,
infier No hemos encontrado
esta referencia en el Catecismo Romano del Concilio de
Trento. (N . del E .). no, quiere decir lo que está debajo, un lugar inferior
con respecto a la tierra; en segundo lugar, dícese en la Escritura2 que los réprobos
están debajo de la tierra, subtus terram.
Además, se dice en el
mismo Evangelio y en las Epístolas de San Pablo, que el Viernes Santo el alma
de Nuestro Señor, momentáneamente separada de su cuerpo, bajó "al corazón de
la tierra, in corde terrae” , y "en los lugares inferiores
de la tierra, inferiores partesterrae”. Sabemos que fue a llevar
la noticia de la redención y de la salvación a los justos de la antigua Ley,
que desde el principio del mundo habían creído en Él y lo aguardaban llenos de esperanza
y de amor en la paz de los limbos; sabemos que fue a refrigerar y librar a las
almas que estaban entonces en el purgatorio y acababan de expiar allí sus
faltas para pasar a los limbos; finalmente, que bajó hasta a los infiernos, descendit
ad inferos, para manifestar a Satanás, a todos los demonios y a los condenados
su divinidad y su triunfo sobre el pecado, el mundo y la carne. Pues bien de
todo esto resulta, si no con evidencia, a lo menos con mucha fuerza, que el
lugar del infierno es y será el centro de la tierra, que todos los geólogos nos
representan por otra parte como un inmenso océano de fuego, azufre y betún en
fusión, y como una cosa tan horrible al par que tan poderosa, que nada de esta
vida puede darnos de ello una idea. Añadamos que en el lenguaje de las
Escrituras el Espíritu Santo presenta siempre el infierno como un abismo donde
son precipitados, o caen o descienden los condenados; palabras que expresan
necesariamente un lugar, no sólo inferior, sino también profundo. Éste es
también el lenguaje universal de la Iglesia, de los Santos Padres y de los teólogos,
y hasta de todo el mundo. Por último, a pesar de sus alteraciones, las tradiciones
del paganismo, principalmente, entre los griegos y los latinos, vienen a
confirmar el sentimiento que aquí resumimos, pintando el lugar de los castigos
de la otra vida como una vasta región subterránea, en la que reina el sombrío dios
Plutón, caricatura mitológica de Satanás, donde el fuego y las llamas representan
el papel principal, como ya hemos dicho, y donde se ven bajo el nombre de
Campos Elíseos otras regiones también subterráneas, en las que reinan cierta
paz y cierta dicha melancólica, curioso reflejo de la verdadera tradición sobre
los limbos de los antiguos justos. Añadamos, finalmente, la observación de San
Agustín , referida por Santo Tomás, de que después de la muerte el
cuerpo es enterrado, es decir, bajado y depositado en la tierra
para expiar el pecado por la putrefacción, y que parece a lo menos conveniente
que el alma, que debe expiar el mismo pecado, ya sea como purificación en el
purgatorio, ya sea como castigo en el infierno, tenga que bajar también para
encontrar en los lugares inferiores el fuego vengador encendido por la Justicia
divina.
De todo esto, ¿no podemos
y debemos concluir que el infierno con su horrible fuego tiene por asiento
especial el centro de la tierra, donde arde con la mayor intensidad el fuego del
abismo? Observemos, no obstante, que ese fuego natural está sobrenaturalizado
por la omnipotencia de la Divina Justicia, a fin de producir todos los efectos
que reclama esta adorable y terrible Justicia, entre otros el de alcanzar y
penetrar los espíritus, no menos que los cuerpos, no consumir los cuerpos de los
condenados, sino por el contrario, conservarlos, según estas terribles palabras
del mismo Soberano Juez: "En la cárcel del fuego que no se apaga nunca, todos
[los condenados] serán salados por el fuego, igne salietur” Así
como la sal penetra y conserva la carne de las víctimas, del mismo modo y por
un efecto sobrenatural, el fuego corpóreo del infierno penetra, sin consumirlos
nunca, a los condenados y a los demonios.
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