XXV
-¡Alto...!
¿Quién
vive?
A NUESTRO GRUPO ENCOMENDARON las más variadas
comisiones, que cumplimos satisfactoriamente en casi todos los casos. En una
ocasión se nos ordenó llevar al campamento, vivo muerto, al Gochi, jefe de los
agraristas de una extensa región, quien se distinguía por su crueldad sin
límites.
Era el Gochi el prototipo del revolucionario
inculto, de inteligencia natural al servicio de su provecho. Los incontables
crímenes, violaciones y saqueos cometidos por él y su gente, decidieron que
nuestro cuartel general lo sujetara a proceso, como resultado del cual fue
condenado a muerte. El Gochi nunca andaba solo y era rápido para disparar. Nos
informaron qué lugares solía frecuentar, y nos pusimos al acecho. Largas horas
estuve agazapado en diversos puntos con la esperanza de verlo pasar. La
inactividad me exasperaba. Afortunadamente uno de los nuestros vio al Gochi a
caballo, acompañado por sólo tres de sus hombres. Iba rumbo al molino de su
propiedad. Nos dio aviso y todos fuimos en su busca. Avanzamos con precauciones,
a cierta distancia uno de otro, cuando de pronto sonó un tiro, seguido de un
¿Quién vive? Corrí hacia el lugar donde se oyó la detonación y vi a Adalberto,
que con la mano izquierda apartaba el cañón de una carabina y con la derecha
apuntaba con su revólver al pecho de un agrarista.
-¿Así es como acostumbras? -le dijo Adalberto-:
¿primero disparas y luego preguntas quién vive?
-Es que me asustó, compañero. No lo esperaba y lo
tomé por cristero.
-¿Qué compañero, ni qué demonios! ¿Dónde está el
Gochi?
-No lo sé, no lo he visto.
-¡Mientes, bribón! -le gritó Adalberto, quien
golpeó con su propia carabina al agrarista y lo tiró al suelo. Le apuntó a la
cabeza y le dijo:
-Me dices dónde está el Gochi o te mato.
-Sí, patrón, lo vi pasar pa casa la Juana.
- ¿Sabrás llevarnos?
-Sí, si me deja parar.
-Pos jala pa delante y cuidado con lo que haces.
Nos pusimos en marcha. El peón caminaba asustado,
conduciéndonos por veredas. Al oscurecer avistamos una ranchería y el agrarista
nos señaló la casa donde estaba el Gochi. Bien amarrado y amordazado lo dejamos
en una zanja, amenazándolo con matarlo si nos había mentido. Al llegar al caserío tomamos posiciones y yo
avancé hacia la casa señalada. En la puerta del frente dormitaba un agrarista
armado. Me deslicé por la parte posterior y saltando una cerca llegué al patio.
Las ventanas estaban a oscuras, excepto una. Me acerqué y miré dentro.
El Gochi bebía y chacoteaba con una muchachona. De
vez en cuando se proyectaban en la ventana las sombras de los dos al andar por
la habitación. En otra parte de la casa se oían voces; eran otros dos
pistoleros del Gochi que estaban en la cocina. Regresé a donde estaban los
nuestros y tomando en cuenta lo que había visto planeamos el ataque que
llevamos a cabo con éxito, pues estaban demasiado entretenidos y borrachos. Los
aprehendidos resultaron unos pícaros de cuenta, por lo que, sentenciados a
muerte, se les fusiló con las formalidades de rigor. Los primeros días de marzo de 1929 llegaron al
campamento rumores de la insurrección de varios generales (Una especie de golpe
de estado que, por conducirla el General Escobar se le llamo “la revuelta
escobariana” más abajo se lo menciona con otros compañeros contra el gobierno
de Portes Gil, Sucesor de Plutarco Elías. (Estados Unidos depuso al presidente
Plutarco Elías Calles y quizá el pretexto se tomo de esta revuelta militar y
puso en su lugar a Emilio Portes Gil como presidente interino.)
Efrén me envió a San Marcos en busca de noticias.
Allí supe que los Generales Manso, Topete y Cruz, el Inspector de Policía en
tiempo de Calles (fue el encargado de fusilar a los hermanos pro, Segura
Vilchis y toral entre otros) se habían levantado en Sonora. El general Aguirre
en Veracruz, Caraveo en Chihuahua y Escobar en Monterrey. La revolución era de
una apariencia formidable, pues se decía que los alzados en armas disponían
aproximadamente de la mitad de los efectivos militares con que contaba el
gobierno. El plan de Hermosillo, que ligaba a los insurrectos, en parte dice
así: Después de tener la convicción de que el índice de Plutarco Elías Calles
ha señalado a los puñales que hirieron a su protector Álvaro Obregón, a Flores,
a Hill, Villa, Gómez y Serrano, y últimamente al general Samaniego, no queda
otro camino dignificante que decir a nuestro pueblo: i A las armas!
Los dirigentes del Ejército Libertador no
quisieron tratar con los alzados, algunos de los cuales poco antes eran activos
perseguidores de la Iglesia y de nuestros derechos, pero veían con agrado la
escisión que entre ellos se había producido. Calles fue nombrado Secretario de
Guerra y el embajador yanki, Dwight Morrow, le ofreció armas y municiones de
los arsenales de su gobierno y de fábricas particulares, a pesar del embargo de
armas que existía, así como un empréstito de veinticinco millones de dólares,
si 10 deseaba, y reforzó las disposiciones del gobierno norteamericano que ya
prohibían la exportación de pertrechos no destinados al callismo. Del aeródromo
lvfitchell les enviaron varios corsario s de caza Vougth encabezados por un
oficial yanki.
Para El quince de marzo, día de mi regreso al
campamento, ya la insurrección había perdido su fuerza. El general Aguirre
evacuó Veracruz e iba huyendo rumbo al Istmo. Escobar abandonó Monterrey y poco
después Saltillo. El general rebelde que ocupaba la zona de Naco, Sonora,
entregó la plaza, con lo que comprometió la situación de los alzados en ese
Estado. En Irapuato se concentraba una gran columna a las órdenes del general
Lázaro Cárdenas, y Calles, que iba rumbo a Zacatecas, ocupó Aguascalientes y
fusiló a los generales Villarreal y Vidales. En la ciudad de México habían
fusilado al cruel ex-jefe de la policía montada, general Palomera López.
Poco después el general Escobar huyó por Nogales
rumbo a los Estados Unidos de Norte-América, acompañado por Valenzuela y otros,
con lo que terminó vergonzosamente la rebelión de los generales. La nota de
valor y arrojo la dieron los nuestros al atacar y derrotar una poderosa columna
federal en Tepatitlán. Pereció en la acción el Padre Vega. Pero los
acontecimientos se sucedieron con tal rapidez, que no pudimos aprovechar la
situación para desarrollar planes de mayor envergadura. El Ejército Libertador
hubiera triunfado con la cuarta parte de las armas y pertrechos de que
dispusieron los insurrectos y que tristemente dilapidaron. Planeamos asaltar un
convoy de provisiones y pertrechos que supimos pasaría no muy lejos de nuestro
campamento. Para llevar a cabo el asalto escogimos un lugar donde la carretera
sigue el fondo de una angosta cañada, y esperamos. Algunos de nosotros vestimos
uniformes del ejército federal que habíamos quitado al enemigo. Efrén se plantó
uno de coronel.
Yo llevaba chamarra de campaña y kepí con dos
barras. Los uniformados ocupamos el camino y el resto permaneció oculto en las
laderas de la cañada. Estaba la gente de muy buen humor y llena de ánimo. Mientras
esperábamos le calentaron la cabeza a Tarimas, joven carpintero de Tarimoro,
quien estaba muy enamorado de una muchacha a quien celaba terriblemente.
-Hechos son amores, no besos ni apachurrones. Esa
Juanita todas las noches se hace la porla...
-¡Mientes! -contestó indignado Tarimas.
-¡Hombre! ... La por la señal de la Santa Cruz...
Una carcajada general celebró el chiste, e
inmediatamente otro se lanzó a la carga:
-¡Cómo estimo a mi compadre Tarimas! Me hizo
gente; si no fuera por él, sería yo el más bruto; pero ahora, ni quien se fije.
En esto estábamos cuando nuestros vigías dieron la
señal de haber avistado el convoy, formado por tres camiones del ejército. Avanzaba
por una parte descubierta del camino. Antes de entrar al desfiladero detuvieron
los carros, como si hubieran visto algo que les inquietara.
Un piquete de cinco hombres al mando de un oficial
avanzó a pie, cautelosamente.
-Se han detenido -dijo Efrén-. ¡Vamos!
Dimos un pequeño rodeo entre los árboles y les
salimos al encuentro. Efrén gritó:
-¡Alto... ! ¿Quién vive?
-El supremo Gobierno -contestó el oficial.
-¿y qué demonios hacen por aquí? -preguntó Efrén.
-Llevamos un convoy, mi coronel.
-¿De dónde vienen?
-De Colima, mi coronel.
-¿Y qué rayos hacen a pie?
-Vimos movimientos entre los árboles, pero no
distinguíamos de quién se trataba; pensamos podían ser cristeros.
-Está bien -dijo Efrén-. Ahora diga al convoy que
puede avanzar.
Entraron los tres camiones a la cañada y se
detuvieron junto a nosotros. Su comandante bajó y se cuadró frente al
"coronel".
-A ver su documentación -ordenó Efrén, y
dirigiéndose a nosotros dijo, Echen un vistazo a lo que traen. Nos extendimos a
lo largo de los carros, y cuando estuvimos a los lados de ellos apuntamos con
nuestras armas a sus custodios y ordenamos:
-¡Arriba las manos! ¡Tiren las armas!
Simultáneamente llegaron los nuestros que estaban
emboscados en las laderas y nos hicimos del preciado cargamento sin combatir.
Traían además de pertrechos, zapatos, frazadas, gabanes y uniformes de soldado.
Nos posesionamos de todo. Después volteamos los carros y les prendimos fuego
con su propia gasolina. A los hombres que los llevaban los desarmamos, y para
evitar dieran pronto aviso, los desnudamos.
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