DE LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR
La suma del relato evangélico es como sigue: Una semana después, de la
confesión de Pedro, tomó Jesús a tres 'de sus discípulos-Pedro, Juan y
Santiago, hermano de aquél-y los condujo a un monte alto y solitario. Son los
mismos que luego serán testigos del abatimiento del Maestro en Getsemaní.
Llegados allí, Jesús se puso en oración, mienfras que los discípulos, cansados,
s~n duda, de' la subida, se sientan para 'descansar y se dejan vencer del
sueño. Durante su .oración, Jesús /le transfiguró; su rostro se volvió
resplandeciente como el sol, y sus vestidos, blancos como la nieve. La gloria
de Dios, que habitualmente inundaba su alma, se derrama por un momento sobre el
cuerpo. Al mismo tiempo aparecieron dos grandes personajes, Moisés y Elías,
hablan: do con Jesús. El tema de su conversación era lo que tanto había
escandalizado a Pedro, la pasión del Maestro en Jerusalén. Qué dirían los dos
profetas hablando con el Salvador de tan importante suceso, no nos lo dicen los
evangelistas. Tal vez no llegaran a saber lo. En esto, alguno de los discípulos
I se despierta y se da cuenta del misterio que, cerca de ellos se desarrolla.
Luego, los otros salen de su opor, y Pedro, tan espontáneo como siempre, se
dirige al Maestro, diciéridole : Maestro, bueno es quedamos aquí. Si quieres,
podemos levantar tres cabañas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
No sabía lo que decía. Ann no había acabado de hablar Pedro, cuando una nube
los…
La transfiguración de Jesucristo es uno de los tantos milagros que
realizo durante los tres años de su vida pública, pero no es un milagro como
los demás sino el más grande entre todos los demás por dos razones muy
poderosas; para afirmar a sus discípulos en la fe y también en la esperanza
sobre todo a los que más cerca estaban de su corazón. Ambas virtudes les fueron
de vital importancia tanto para la pasión de nuestro divino Redentor que ya les
había anunciado, como para su gloriosa resurrección dándonos una idea que,
después de las grandes pruebas a las que es sometido el buen discípulo de
Nuestro señor, le espera si o si una gloriosa resurrección semejante a la de su
divino Maestro y esto nos aliente cuando veamos, en teoría, los estériles
esfuerzos que el alma viante hace por salvarse siendo presa del abatimiento.
Mucho hizo, durante su vida Jesucristo para mostrarnos cuál debe ser nuestro
comportamiento en situaciones difíciles de nuestra vida por la tierra porque,
que hemos padecido nosotros, excluyendo el pecado, que Él no lo haya padecido?
¿A quién, fuera de ÉL, se le ha dicho varón de dolores que sabe lo que es
padecer? Así pues después de anunciar su pasión, el Señor indujo a sus discípulos
a seguirle en la pasión. Ahora bien, para que uno camine directamente y sin
rodeos, debe conocer el fin, como el sagitario no arrojará bien la flecha si no
mira primero el blanco al que debe dar. Por esto dijo Tomás: "Señor, no
sabemos adónde vas, pues ¿cómo podemos saber el camino?" Y esto es más
necesario cuando la marcha es difícil y áspera y el camino trabajoso, pero el
fin alegre. Pues bien, Cristo llegó con su pasión
a conseguir la gloria, (y estos son los dos
fines primordiales a los que debe tender nuestra alma, de no hacerlo es como
esa flecha que es lanzada sin que tienda a un fin determinado esta se pierde en
el firmamento. Por otro lado todos nuestros movimientos tienden asía un fin ya
sea terreno o sobrenatural porque Dios a puesto en su alma la aprehensión de un
fin o del otro, lógico que el alma en gracia ya sabe lo que desea y a él tiende
con gran vehemencia, sin reparar en los obstáculos porque, además de su
movimiento asía el fin, tiene la gracia de Dios para poseerlo) no sólo del
alma, que la tuvo desde el principio de su concepción, sino también del cuerpo,
según lo que leemos, en San Lucas: "Era preciso que Cristo padeciese todo
esto para entrar en su gloria". A ésta conduce también a cuantos siguen los
pasos de su pasión, según lo que se lee en los Actos: "Por muchas tribulaciones
nos es preciso entrar en el reino de los cielos". Pues por esto fue
conveniente que se transfigurase mostrando a los discípulos la gloria de su
claridad, a la que configurará los suyos, según dice el Apóstol:
"Reformará el cuerpo de nuestra vileza, conformándolo a su cuerpo
glorioso". Que por esto dice San Beda, comentando a San Marcos:
"Piadosamente proveyó que, mediante la breve contemplación del gozo
eterno, se animasen a tolerar las adversidades".
Por otra parte, sobre las palabras: "Se transfiguró ante
ellos", dice San Jerónimo: "Se apareció a los apóstoles tal como se
mostrará en el día del juicio". Y sobre aquellas otras: “Hasta que vea al
Hijo del hombre venir en su reino", dice: "Queriendo manifestarnos
qué tal será aquella gloria en que ha de venir, se lo reveló en la presente
vida, como a ellos era posible aprenderlo, a fin de que ni en la muerte del
Señor se dejen abatir por el dolor".
Pero claridad aquella que Cristo tomó en su transfiguración, fue la
claridad de la gloria cuanto a su esencia, es decir, aquella que le es debida a
su propio ser desde la eternidad, pero no cuanto al modo de ser. Pues la
claridad del cuerpo glorioso emana de la claridad del alma en cuanto a las
almas gloriosas, según dice San Agustín en la epístola a Díóscoro. Igualmente,
la claridad del cuerpo de Cristo en su transfiguración emana de su divinidad,
(que, como dijimos, es parte esencial de su divinidad) y de la gloria de su
alma, según dice el Damasceno. Que la gloria del alma, (la cual poseyó desde el
mismo instante de su concepción inmaculada) no redundase en el cuerpo ya desde el
principio de la concepción de Cristo, tenía su razón en la economía divina, (pensar
lo contrario, o sea, que esta claridad debía manifestarse desde el vientre de
su Madre o después de haber nacido es ir en contrario asu Voluntad divina) para
que su cuerpo pasible realizase los misterios de la redención según atrás queda
dicho. Pero con esto no se quitó a Cristo el poder de derramar la gloria en su
cuerpo. Y esto fue lo que hizo cuanto a la claridad en su transfiguración,
aunque de otro modo que en el cuerpo glorificado (dado que aquí aun está vivo y
en su resurrección la claridad es post mortem). Por eso en el cuerpo
glorificado redunda la claridad como una cualidad permanente que afecta al
cuerpo. De donde se sigue que el resplandor corporal no es milagroso en el
cuerpo glorificado.
Pero en la transfiguración redundó la claridad en el cuerpo de Cristo
de su divinidad y de su alma, no como una cualidad inmanente y que afecta al
mismo cuerpo, sino como una pasión transeúnte, a la manera que el aire es
iluminado por el sol. Así que el
resplandor que apareció en el cuerpo de Cristo fue milagroso, como el caminar sobre las olas del mar, Por esto dice
Dionisio en su epístola a Cayo: "Sobre el poder humano obra Cristo lo que
es propio del hombre, y esto lo demuestra la Virgen concibiendo
sobrenaturalmente y el agua inestable sosteniendo
la gravedad de los pies materiales y terrenos". De manera que no se
ha de decir, como Hugo de San Víctor, que tomó Cristo las dotes gloriosas: la
de claridad, en su transfiguración; la de agilidad, caminando sobre el mar; la
de sutileza, saliendo del seno virginal; porque la dote significa una cualidad
inmanente en el cuerpo glorioso. Antes se ha de decir que milagrosamente poseyó
entonces lo que es propio de las dotes gloriosas. Una cosa semejante ocurrió en
el alma de San Pablo en la visión en que vio a Dios, según se dijo en la
Segunda Parte.
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