DECIMO DOMINGO
DESPUES DE
PENTECOSTES
RUINA DEL CULTO
ANTIGUO. — La ruina de
Jerusalén ha clausurado el ciclo profético en su parte consagrada a las
instituciones y a la historia del tiempo de los símbolos. El altar del
verdadero Dios, fijado por Salomón en el monte Moria, era para el mundo antiguo
el título auténtico de la verdadera religión. Aún después de la promulgación
del nuevo Testamento, la existencia permanente de este altar, reconocido antes
por el Altísimo 1 como el sólo legítimo, podía, hasta cierto punto, disculpar a
los partidarios retrasados del antiguo orden de cosas. Después de su
destrucción definitiva, no hay excusa alguna; hasta los más ciegos se ven
obligados a reconocer la abrogación completa de una religión, reducida por el
Señor a la imposibilidad de ofrecer nunca jamás los sacrificios que constituían
su esencia. Las atenciones que la delicadeza de la Iglesia guardaba hasta ahora
con la sinagoga que expiraba, ya no tienen razón de ser. Con plena libertad irá
a las naciones para someter con el poder del Espíritu Santo, sus indómitos
instintos, para unificarlas en Jesucristo, y ponerlas por medio de la fe en la
posesión sustancial, aunque no visible todavía, de las eternas realidades que
anunciaba la ley de las figuras.
EL NUEVO CULTO. — El Sacrificio nuevo, que no es sino el de
la Cruz y el de la eternidad, aparece cada vez más como el centro único en
donde su vida se afirma en Dios con Cristo su Esposo, y de donde surge la
actividad que desarrolla para convertir y santificar a los hombres de las sucesivas
generaciones. La Iglesia, cada vez más fecunda, permanece estabilizada más que
nunca en la vida de unión, de donde la viene esta admirable fecundidad.
LAS ENSEÑANZAS
DE LA LITURGIA. — No
hemos, pues, de admirarnos si la Liturgia, que es la expresión de la vida
íntima de la Iglesia, refleja ahora mejor que nunca esta estabilidad de la unión
divina. En la serie de semanas que se van a seguir, desaparece toda gradación
en las fórmulas preparatorias del Sacrificio. Entre las mismas lecturas del
Oficio de la noche, a partir del mes de Agosto, los libros históricos han
cedido o van a ceder su lugar a las enseñanzas de la divina Sabiduría, que
pronto irán seguidas de los libros de Job, Tobías, Judit, Ester, sin otra unión
entre ellos que la santidad en precepto o en obra. Ni se advierte, como hasta
aquí, la conexión entre las lecturas y la composición de las Misas del Tiempo
después de Pentecostés. Por tanto, nos limitaremos en adelante a comentar
la Epístola y el Evangelio de cada Domingo, confiando como la Iglesia, al
Espíritu divino el cuidado de hacer nacer y desarrollarse en cada uno como
le plazca la doctrina de formas tan variadas que ella sembrará de acuerdo con
él. Este comentario resalta en la Epístola del día. El gran suceso que debía
señalar el cumplimiento de las profecías derribando las fronteras judías, acaba
de afirmar de una manera admirable la universalidad del reino del Espíritu
santificador; en efecto, desde el glorioso día de Pentecostés ha conquistado la
tierra; y la Iglesia, sin inquietarse en adelante por seguir un orden lógico en
las enseñanzas de su Liturgia, se propone confiar menos en un método cualquiera
para reformar las almas, que en la virtud con- íjunta del Sacrificio y de la
palabra santa, puesta divinamente en movimiento por la espontaneidad del
Espíritu de amor.
Este Domingo puede ser el segundo de la serie dominical que en otros
tiempos tenía su punto de partida en la fiesta de San Lorenzo, y llevaba su
nombre (Post Sancti Laurentii), de la solemnidad del gran diácono
mártir. Llámasele por otro nombre el Domingo de la humildad o del
Fariseo y del Publicarlo, por el Evangelio del dia. Los griegos lo
cuentan por el décimo de San Mateo; leen en él el episodio del
Lunático, sacado del Capítulo XVII de este Evangelista.
M I S A
La confianza humilde y suplicante que la Iglesia pone en el socorro de
su Esposo, la preservará siempre de las bajezas a que ha descendido la envidia
perseguidora y el orgullo de la sinagoga. Exhorta a sus hijos a imitarla en sus
solicitudes, y no cesa de hacer subir hacia el cielo los suspiros de su
oración.
INTROITO
Cuando clamé al Señor, escuchó mi voz, y me libró de los que me
perseguían: y los humilló el que es antes de los siglos, y permanece para
siempre: deposita tu pensamiento en el Señor, y El te sustentará. — Salmo:
Escucha, oh Dios, mi oración, y no despreciéis mi súplica: atiéndeme, y oyéme.
Gloria al Padre.
Siempre con la emoción de la justicia admirable ejercida contra el
pueblo judío, la Madre común recuerda a Dios que las maravillas de la misericordia
y de la gracia muestran aun más su omnipotencia; en la Colecta pide una efusión
abundante de esta gracia sobre el pueblo cristiano. Mas ¡qué grandeza la suya!
¡de qué sublimidad dió muestras la actitud de la Iglesia, antiguamente sobre
todo, por estar más cerca de los acontecimientos, cuando, en respuesta al relato
que le hizo su Esposo de la venganza tan terrible que, como nunca, ejerció la
justa cólera de su Padre, ella, verdadera Esposa y Madre, se atreve a comenzar
por estas palabras: Deus qui omnipotentíam tuam PARCENDO MÁXIME
ET MISERANDO manif estas!
COLECTA
Oh Dios, que manifiestas tu omnipotencia, sobre todo perdonando y
teniendo piedad: multiplica sobre nosotros tu misericordia; para que, corriendo
hacia tus promesas, nos hagas participes de los bienes celestiales. Por nuestro
Señor.
EPISTOLA
Lección de la I Epístola
del Ap. S. Pablo a los Corintios. ( XII, 2-11).
Hermanos: Sabéis que, cuando erais gentiles, ibais, como erais llevados,
a los ídolos. Por tanto, os hago saber que nadie, que habla inspirado de Dios,
maldice de Jesús. Y nadie puede decir: Señor, Jesús, si no es en el Espíritu
Santo. Hay ciertamente diversidad de gracias, pero el Espíritu es uno mismo. Y
hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Y hay diversidad de
operaciones, pero uno mismo es el Dios que obra todo en todos. Y a cada uno se
le da la manifestación del Espíritu para utilidad (de los demás). A uno se le
da por el Espíritu la palabra de la sabiduría: y a otro, la palabra de la
ciencia, según el mismo Espíritu: a otro, la fe en el mismo Espíritu: a otro,
la gracia de sanar en un solo Espíritu: a otro, la realización de milagros; a
otro, la profecía; a otro, la discreción de espíritus; a otro, el don de lenguas;
a otro, la interpretación de palabras. Pero todas estas cosas las obra un solo
e idéntico Espíritu, repartiéndolas en cada cual según quiere.
VIRTUDES Y
CARISMAS. —
"Los Capítulos XII, XIII y XIV de la primera Epístola a los Corintios, tratan
del uso de los dones del EspírituSanto. La Iglesia y las almas que la componen,
son animadas por el Espíritu de Dios; mas la influencia del Espíritu de Dios se
ejerce a la vez con miras a nuestra santificación personal y a la edificación
del prójimo. Por esto existen los dones del Espíritu Santo, que son
el coronamiento de las virtudes, los cuales constituyen en el alma
un tesoro de flexibilidad, de docilidad interior al impulso del Espíritu de
Dios, en vista de la oración, del pensamiento y de la obra, cuando oración,
pensamiento y obra se elevan por encima de la capacidad humana. Mas también existen
dones espirituales, que son en nosotros los frutos de una actividad
superior a la nuestra, y que directamente se ordenan a la edificación
del prójimo. La efusión de estos últimos, los dones carismáticos, fué
abundante en los comienzos de la Iglesia, porque la Iglesia no tenía historia;
actualmente es menos frecuente, porque la historia y la actividad de la Iglesia
la aventajan con mucho. Estos dones espirituales constituían así la dote exterior
de la Iglesia hasta el día que no la necesitase; y servían de señal a los más
distraídos, de que el Espíritu del Señor estaba en ella y guiaba sus miembros. "En
la Secunda Secundae, cuestión CLXXI, el Doctor Angélico habla de estas
gracias gratis datae, y distingue: las que esclarecen la
inteligencia, a las que da el nombre genérico de profecía; las que tienen por
objeto la palabra y comunicación de la verdad, como el don de lenguas; y, por
fin, las que se refieren a la obra, las cuales designa con término común: de
don de milagros. Estos carismas son diversos, mas todos proceden de una misma
fuente y de un mismo Espíritu; los ministerios son distintos, pero, con todo
eso, no existe más que un solo Señor; las funciones son diferentes, mas, sin
embargo de eso, no hay sino un solo Dios, que lo hace todo en cada uno de
nosotros; y cada uno recibe de un mismo centro, su energía sobrenatural especial
para la edificación común. "Sigúese a continuación la enumeración de los dones
espirituales: a uno da el Espíritu de Dios, mirando la utilidad interna y
externa de la Iglesia, el poder de hablar sabiamente y de exponer los misterios
más ocultos de Dios y de sus obras; a otro el poder o la facultad de demostrar
la ciencia y de enseñar la doctrina, pero según el mismo Espíritu. Un tercero
recibirá, más siempre del mismo Espíritu, esa fe vigorosa que produce los
milagros y traslada las montañas; y consistirá para algunos, siempre en el mismo
Espíritu, en curaciones milagrosas, prodigios, profecías, discernimiento de
espíritus, don de lenguas y su interpretación, en una palabra, todos los dones
carismáticos. Cualquiera que sea el número, proceden de un solo y mismo
Espíritu, que reparte a cada cual lo que le place" '. Como conclusión
práctica, citaremos estas palabras que resumen la doctrina del Apóstol: Estimad
en sí mismos todos estos dones como obra del Espíritu Santo, que con ellos
enriquece el cuerpo social de modo tan diverso2; no despreciéis ninguno; mas,
cuando os encontréis con ellos, estimad como mejores¿ aquellos que más sirven
para la edificación de la Iglesia y de las almas. En fin, y sobre todo,
prestemos atención a lo que a continuación nos dice San Pablo: "¡Os mostraré
un camino aún más excelente!' Aunque hablase todas las lenguas de los hombres y
de los ángeles, aunque tuviese el don de profecía y conociese todos los
misterios y todas las ciencias, aunque tuviese tal fe que trasladase los montes;
si no tuviera caridad, no serla ni me serviría de nada. La profecía desaparecerá,
cesarán las lenguas, la ciencia se desvanecerá ante la luz; la caridad en
cambio no desaparecerá, pues es la más excelente de ellas".
En el Gradual, la Iglesia menciona de nuevo la confianza de Esposa que
tiene en la ayuda de su Dios; fortalecida con el amor que la profesa y que la
dirige a través de los caminos de la equidad, no tiene miedo alguno a sus
juicios. El Versículo exalta la gloria del Esposo en Sión; mas aquí, y desde
ahora para siempre, no se trata sino de la verdadera Sión, de la nueva Jerusalén.
GRADUAL
Guárdame, Señor, como la pupila del ojo: protégeme bajo la sombra de tus
alas. J. Salga de tu boca mi juicio: vean tus ojos la equidad. Aleluya, aleluya.
A Ti, oh Dios, conviene el himno en Sión: y a Ti se harán votos en Jerusalén.
Aleluya.
EVANGELIO
Continuación del
santo Evangelio según S. Lucas.
(XVIII, 9-14).
En aquel tiempo, dijo Jesús a unos que se creían justos, y despreciaban
a los demás, esta parábola: Dos hombres subieron al templo, a orar: uno
fariseo, y el otro publicano. El fariseo, de pie, oraba así de este modo: Oh
Dios, te doy gracias, porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos,
adúlteros: ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces a la semana; doy los
diezmos de todo lo que poseo. Y el publicano, estando lejos, no quería ni
levantar los ojos al cielo: sino que golpeaba su pecho, diciendo: Oh Dios, ten
misericordia de mí, que soy un pecador. Yo os digo: Este es el que volvió a su
casa justificado, en vez del otro: porque, todo el que se ensalza, será
humillado: y, todo el que se humilla, será ensalzado.
JUDÍOS Y
GENTILES. — El
Venerable Beda, en su comentario sobre este pasaje de San Lucas, explica el
misterio de este modo: "El Fariseo, representa al pueblo judío,
que, ufano de la ley, ensalza sus méritos; el publicarlo representa al pueblo
gentil, que, alejado de Dios, confiesa sus pecados. El orgullo del primero hace
que sea humillado; el otro, levantado por sus gemidos, merece ser alabado. Por
esto se halla escrito en otro lugar de estos dos pueblos, como de todo humilde
y de todo soberbio: "La exaltación del corazón precede a la
ruina, y la humillación del hombre a su gloriosa exaltación"'. No
podría, pues, elegirse en el sagrado Evangelio una enseñanza que conviniere
mejor que ésta después del relato de la ruina de Jerusalén. Los fieles de la
Iglesia que la vieron, en sus primeros días, humillada en Sión ante la
arrogancia de la sinagoga, comprenden ahora estas palabras del Sabio: Más
vale ser humillado con los humildes, que tomar parte en el reparto del
despojos con los soberbios2. Según otra expresión de los Proverbios,
la lengua del judío, aquella lengua que difamaba al publicano y condenaba al gentil,
se convirtió en su boca como en una vara de orgullo que le ha
castigado a su vez atrayendo sobre él la ruina. Mas la gentilidad, adorando la
justicia vengadora del Señor y ensalzando sus bondades, debe evitar tomar el
camino por el que se ha extraviado el pueblo infortunado, cuyo puesto ocupa
ella. La culpa de Israel ha originado la salvación de las naciones, dice San Pablo,
pero su orgullo sería causa de su perdición; y, mientras a Israel le aseguran
sus profecías un retorno a la gracia, al fin de los tiempos, nada promete a las
naciones vueltas a los crímenes después de su bautismo, una nueva llamada de la
misericordia. Si ahora el poder de la eterna Sabiduría hace que los gentiles
produzcan frutos de gloria y honor no por eso se olviden de su anterior
esterilidad; entonces la humildad, que sólo puede conservarlos, como poco ha,
atrajo sobre ellos las miradas del Altísimo, les será cosa fácil, y a la vez
comprenderán la benevolencia de que, a pesar de sus pecados, debe ser rodeado
el pueblo antiguo.
LA HUMILDAD. — La humildad, que produce en nosotros
saludable temor, es una virtud que coloca al hombre en su verdadero lugar, en
su propia estima, ya con relación a Dios, ya con relación a sus semejantes. Se
basa en el conocimiento íntimo, causado por la gracia en nuestro corazón, de
que Dios lo es todo en el hombre, y de la vacuidad de nuestra naturaleza,
puesta por el pecado por debajo de la nada. La sola razón basta para dar a
quien reflexione un instante, la convicción de la nada de toda criatura; mas en
forma de conclusión puramente teórica, esta convicción no constituye la
humildad, pues se impone al demonio en el infierno, y el despecho que le
inspira, es el elemento más activo que excita la rabia de este príncipe de los
orgullosos. No menos que la fe, que nos revela lo que es Dios en el orden del
fin sobrenatural, la humildad, que nos enseña lo que somos en presencia de
Dios, tampoco procede de la pura razón ni reside en sola la inteligencia; para
que sea una virtud verdadera, debe recibir su luz de lo alto y mover nuestras
voluntades en el Espíritu Santo. A la vez que hace penetrar en nuestras almas
la noción de su pequeñez, el Espíritu divino las inclina suavemente a
aceptarla, al amor de esta verdad, que la sola razón estaría tentada de
considerar como algo importuno. Meditemos estos pensamientos; de este modo comprenderemos
mejor cómo los mayores santos han sido aquí abajo los más humildes de los hombres,
puesto que sucede lo mismo en el cielo, ya que la luz en los elegidos crece en
proporción a su gloria. Junto al trono de su divino Hijo, como en Nazaret,
Nuestra Señora es la más humilde de las criaturas, puesto que es la más iluminada
y comprende mejor que los querubines y serafines, la grandeza de Dios y la nada
de la criatura. La humildad es la que da a la Iglesia la confianza de que da
pruebas en el Ofertorio. Esta virtud, en efecto, hace sentir al hombre su
debilidad, a la vez que le muestra el poder de Dios, que tan presto está
siempre a salvar a los que les invocan.
OFERTORIO
A Ti, Señor, elevo mi alma: en Ti confío, Dios mío', no sea yo
avergonzado: ni se burlen de mi mis enemigos: porque, todos los que esperan en
Ti, no serán confundidos. , La Misa es a la vez el sumo honor que puede rendirse
a la divina Majestad, y el remedio supremo de nuestras miserias. Esto es lo que expresa la Secreta.
SECRETA
Acepta, Señor, estos sacrificios a Ti dedicados, los cuales hiciste que
fueran ofrecidos de tal modo en honor de tu nombre, que sirviesen al mismo
tiempo de remedio nuestro. Por nuestro Señor.
La Antífona de la Comunión canta la oblación pura, justa, que ha
reemplazado a las víctimas de la ley mosaica en el altar del Señor.
COMUNION
Aceptarás, Señor, sobre tu altar el sacrificio de justicia, sus
oblaciones, y los holocaustos.
La incesante reparación que hallamos para nuestras miserias en el
augusto Sacramento, seria de poco provecho si la divina bondad no nos prestase
continuamente su ayuda con las gracias actuales, que conservan y acrecientan
sin fin los tesoros del alma. Pidamos en la poscomunión este socorro que nos es
tan necesario.
POSCOMUNION
Suplicamos te, Señor, Dios nuestro, no prives benigno de tus auxilios a
los que no cesas de reparar con tus divinos sacramentos. Por nuestro Señor.
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