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jueves, 28 de enero de 2016

"Ite Missa Est"

(Aparición de la Virgen de la Merced a San Pedro Nolasco)

28 DE ENERO
SAN PEDRO NOLASCO, CONFESOR.
DOBLE – ORNAMENTOS BLANCOS
(y 2º memoria de Santa Inés, Virgen y Mártir)

Epístola – Ep. 1º del Apóstol San Pablo a  los Corintios (IV, 9-14)

EvangelioSan Lucas (XII, 32-34)

COLECTA

“Deus, qui in tuae caritátis exémplum ad fidélium redemptiónem, sanctum Petrum Ecclésiam tuam nova prole foecundáre divínitus, docuísti: ipsíus nobis intercessióne concéde, a peccátti servitúte solútis, in caelésti pátria perpétua libertáte gaudére: Qui vivis et regnas.”

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“Oh Dios, que para poner de manifiesto tu caridad, inspiraste desde el cielo a San Pedro Nolasco la Idea de enriquecer a tu Iglesia  con una nueva Orden para la redención de los fieles cautivos: concédenos por su intercesión que, libres de las cadenas del pecado, gocemos de perpetua libertad en la patria celestial. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.”


VIDA. — S. Pedro Nolasco nació junto a Carcasona, y se distinguió sobre todo por su caridad para con el prójimo. Huyendo de los herejes Albigenses llegó a España, y fue a orar ante N. S. de Monserrat; vendió sus bienes y con el dinero obtenido, libertó a algunos cautivos. Apareciósele la Santísima Virgen, y le animó a que fundase una Orden para la redención de cautivos, lo que llevó a cabo de acuerdo con san Raimundo y el rey Jaime I de Aragón. Murió el día de Navidad del año 1256.
Escudo de los Mercedarios

"Pedro Nolasco, Redentor de cautivos, va a asociarse hoy a su maestro Raimundo de Peñafort; ambos presentan al Redentor universal, como homenaje, los miles de cristianos, rescatados de la esclavitud, en virtud de aquella caridad, que nacida en Belén halló asilo en sus corazones. Natural de la provincia de Languedoc, en Francia, eligió Pedro a España por segunda patria, porque brindaba a su celo campo de abnegación y sacrificio. Como el Mediador bajado del cielo, dedicóse al rescate de sus hermanos; renunció a su libertad para procurar la de ellos, quedándose a veces en rehenes bajo las cadenas de la esclavitud para poder devolverles a su patria. Su abnegación fué fecunda; gracias a sus esfuerzos se estableció una nueva Orden religiosa en la Iglesia, compuesta enteramente de hombres generosos que durante seis siglos, sólo rogaron, trabajaron y vivieron para procurar el beneficio de la libertad a innumerables cautivos, que morían lentamente en las cadenas, con riesgo de sus almas. ¡Bendita sea María que suscitó tales Redentores humanos! ¡Gloria a la Iglesia católica que los produjo! Pero sobre todo gloria al Emmanuel, que al entrar en este mundo dijo: "Padre, los holocaustos por los pecados de los hombres no te aplacaron; deja ya de castigarlos; heme aquí. Me has dado un cuerpo; yo voy y me inmolo." (Salmo XXXIX, 8.) El sacrificio del divino Niño no podía quedar estéril. El se dignó considerarnos como hermanos, y ofrecerse en lugar nuestro; ¿habrá en lo sucesivo algún corazón que pueda permanecer insensible a las desgracias y peligros de sus hermanos? El Emmanuel recompensó a Pedro Nolasco, llamándole a sí, el misino día en que, doce siglos antes nacía El en Belén. De las alegrías de la noche de Navidad fué este Redentor humano a unirse con su Redentor inmortal. En sus últimos instantes, los trémulos labios de Pedro murmuraban su postrer cántico en la tierra, y al llegar a las palabras: El Señor envió la Redención a su pueblo, selló con él su alianza eterna, su alma bienaventurada voló libre al cielo. La Santa Iglesia tuvo que señalar otro día distinto del de su muerte para celebrar la memoria de Pedro, porque aquel estaba dedicado enteramente al Emmanuel; pero era también natural, que quien fué distinguido con la gran prerrogativa de nacer para el cielo, el día en que nació Jesús en la tierra, ocupase un lugar en el  tiempo consagrado al Nacimiento del divino Redentor. Viniste, oh Emmanuel, a traer fuego del cielo a la tierra, y sólo deseas verla inflamada. Semejante deseo tuvo su realidad en el corazón de Pedro Nolasco y de sus hijos. De esa manera te dignas asociar a los hombres a tus designios misericordiosos de amor, y al restaurar la armonía entre Dios y nosotros, haces más estrechos los lazos primitivos que nos unían a nuestros hermanos. Es imposible que te amemos, oh divino Niño, sin amar también a todos los hombres; y si es verdad que te llegas a nosotros como víctima y rescate, también quieres que estemos dispuestos a sacrificarnos los unos por los otros. De este amor fuiste tú, oh Pedro, apóstol y modelo; por eso quiso el Señor honrarte llamándote a la corte de su Hijo, el día del aniversario de su Nacimiento. Entonces se te reveló en todo su esplendor el dulce misterio que tantas veces sostuvo tu valor y animó tus sacrificios; tus ojos no contemplan ya solamente al tierno Niño que sonríe en su cuna, sino que se quedan extrañados ante los divinos fulgores del Rey vencedor, del hijo de Dios. María no aparece ante tu vista pobre y humilde como ante nosotros, inclinada con reverencia ante el pesebre donde yace su amor; para ti brilla ya en su trono de Reina, y resplandece con destellos que sólo ceden ante los de la majestad divina. Tu corazón no ha extrañado esta gloria, porque estando en el cielo estás en tu patria. El cielo es templo y palacio del amor, y el amor llenaba ya tu corazón desde aquí abajo; era el móvil de todas sus operaciones. Ruega para que conozcamos mejor ese amor verdadero de Dios y de los hombres que nos hace semejantes a Dios. Escrito está que el que permanece en la caridad, permanece en Dios y Dios en él (I Juan, IV, 16); haz, pues, que el misterio de caridad que celebramos nos transforme en Aquel que debe ser objeto de todas nuestras aspiraciones, en este tiempo de gracias y maravillas. Haz que amemos a nuestros hermanos como a nosotros mismos, que les suframos, que les disculpemos, y que nos olvidemos de nosotros para servirlos. Haz que sirvan nuestros ejemplos para servirles y nuestras palabras para edificarles; que sepamos ganar y consolar sus almas con nuestro afecto, y aliviar sus necesidades corporales con nuestras dádivas. ¡Oh Pedro, ruega por Francia, tu patria! Ampara a España, en cuyo seno nació tu Instituto. Cuida de los últimos restos de esa insigne Orden, por cuyo medio obraste tantos prodigios de caridad. Consuela y devuelve la libertad a los cautivos que se encuentran todavía en prisiones o en la esclavitud. Alcánzanos a todos nosotros, esa santa libertad de hijos de Dios de que habla el Apóstol, y que consiste en la obediencia a su ley. Si esa libertad llega a dominar en los corazones, hará también libres a los cuerpos. En vano busca el hombre exterior la libertad, si el interior se halla esclavizado. Oh Redentor de tus hermanos, haz que dejen de atenazar a nuestras sociedades las cadenas del error y del pecado; de esa manera conseguirás devolverles la verdadera libertad, causa y norma de todas las demás libertades."

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