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viernes, 18 de enero de 2019

EL SANTO ABANDONO. DOM VITAL LEHODEY


SAN JUAN DE DIOS
6. DEL ABANDONO EN LOS BIENES ESENCIALES ESPIRITUALES
Consideremos aquí la vida espiritual en su parte esencial:
1º Su fin esencial, que es la vida de la gloria.
2º Su esencia aquí abajo, que es la vida de la gracia. 
3º Su ejercicio esencial en este mundo, es decir, la práctica de sus virtudes y la huida del pecado. 4º Sus medios esenciales, que son la observancia de los preceptos, de nuestros votos y de nuestras Reglas, etc.
Todas estas cosas son necesarias a los adultos, religiosos o seglares, cualquiera que sea la condición en que Dios los ponga o el camino por donde los lleve. Son ellas el objeto propio de la voluntad de Dios, significada, y, por tanto, son del dominio de la obediencia y no del abandono. El abandono, sin embargo, hallará ocasiones de ejercitarse aun en estas cosas.
Artículo 1º.- La vida de la gloria
«Dios nos ha significado de tantos modos y por tantos medios su voluntad de que todos fuésemos salvos, que nadie puede ignorarlo. Pues aunque no todos se salven, no deja, sin embargo, esta voluntad de ser una voluntad verdadera, que obra en nosotros según la condición de su naturaleza y de la nuestra; porque la bondad de Dios le lleva a comunicamos liberalmente los auxilios de su gracia, pero nos deja la libertad de valernos de estos medios y salvarnos, o de despreciarlos y perdernos. Debemos, pues, querer nuestra salud como Dios la quiere, para lo cual hemos de abrazar y querer las gracias que Dios a tal fin nos dispensa, porque es necesario que nuestra voluntad corresponda a la suya.» Así se expresa San Francisco de Sales, al que nos complacemos en citar, para 182 vindicar su doctrina del abuso que de ella han hecho los quietistas. De este pasaje toma pie Bossuet para establecer con mil pruebas en su apoyo, que comprendida como está la salvación en primer término en la voluntad de Dios significada, el piadoso Doctor de Ginebra no la hacía materia del abandono y que, «si él extiende la santa indiferencia a todas las cosas», ha de entenderse con esto los acontecimientos que caen bajo el beneplácito divino. Además, sería impiedad contra Dios y crueldad para nosotros mismos hacernos indiferentes para la salvación o la condenación.
SANTO TOMAS DE VILLANUEVA
Esta monstruosa indiferencia era con todo muy querida de los quietistas, y condenaban el deseo del cielo y despreciaban la esperanza: unos, porque este deseo es un acto; otros, porque la perfección exige que se obre únicamente por puro amor, y el puro amor excluye el temor, la esperanza y todo interés propio. Tantos errores hay en esta doctrina como palabras contiene. Para dejar obrar a Dios y tornarse dócil a la gracia, es preciso suprimir lo que hubiera de defectuoso en nuestra actividad, más no la actividad misma, ya que ella es necesaria para corresponder a la gracia: A Dios rogando y con el mazo dando, reza el refrán. El motivo del amor es el más perfecto, pero los demás motivos sobrenaturales son buenos y Dios mismo se complace en suscitarlos a las almas. La caridad anima las virtudes, las gobierna y ennoblece, mas no las suprime; y como reina que es, no va nunca sin todo su cortejo, ocupando ella el primer puesto y siguiéndola la esperanza, pues ambas son necesarias y, lejos de excluirse, viven en perfecta armonía. ¿Acaso no es propio del amor tender a la unión? Y así, cuanto más se enciende el amor, más intenso es el deseo de la unión, se piensa en el Amado, desease su presencia, su amistad, su intimidad y no acertamos a separarnos de él. Cuando un alma fervorosa consiente de grado en no ir al cielo sino algún tanto más tarde, es por el sólo deseo de agradar a Dios abrazando su santa voluntad y de verle mejor, de poseerle más perfectamente durante toda la eternidad. En definitiva, ¿no es la salvación el amor puro, siempre actual, invariable y perfecto, mientras que la condenación es su extinción total y definitiva? Es verdad que Moisés pide ser borrado del libro de la vida, 183 si Dios no perdona a su pueblo; San Pablo desea ser anatema por sus hermanos; San Francisco de Sales asegura que un alma heroicamente indiferente «preferiría el infierno con la voluntad de Dios al Paraíso sin su divina voluntad; y si, suponiendo lo imposible, supiera que su condenación seria más agradable a Dios que su salvación, correría a su condenación». En estos supuestos imposibles, los santos muestran la grandeza, la vehemencia, los transportes de su caridad, que están, sin embargo, a infinita distancia de una cruel indiferencia de poseer a Dios o perderlo, de amarle u odiarle eternamente. Tan sólo quieren decir que sufrirían con gusto, si el cumplimiento de la voluntad divina lo precisara, todos los males del mundo y hasta los tormentos del infierno, pero no el pecado; en todo lo cual demuestran lo que aman a Dios, y cuán deseosos se hallan de agradarle haciendo todo lo que El quiere, y glorificarle convirtiéndole almas. Santa Teresa del Niño Jesús era el eco fiel de estos sentimientos cuando, «no sabiendo cómo decir a Jesús que le amaba, que le quería ver por todas partes servido y glorificado, exclamaba que gustosa consentiría en verse sepultada en los abismos del infierno, porque El fuese amado eternamente. Esto no podía glorificarle, ya que no desea sino nuestra felicidad; pero cuando se ama, se experimenta la necesidad de decir mil locuras». Tales protestas son muy verdaderas en San Pablo, en Moisés y otros grandes santos; en las almas menos perfectas corren el riesgo de ser una presuntuosa ilusión, un vano alimento de su amor propio.
En resumen, es necesario querer positivamente lo que Dios manda; y como nada desea tan ardientemente como nuestra dicha eterna, es necesario querer nuestra salvación de un modo absoluto y por encima de todo. Aquí no cabe el abandono sino en cuanto al tiempo más cercano o más lejano, como hemos dicho tratando de la vida o de la muerte, y también en cuanto a los grados de gracia y gloria que ahora vamos a explicar.


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