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miércoles, 24 de mayo de 2017

TRES MONJES REBELDES




INTRODUCCION

 

AQUI empieza LA LEYENDA DEL CISTER. En la escuela nos estremecíamos con las vibrantes estrofas de "La Leyenda del Rey Olav", tal como la narrara el músico noruego en los "Cuentos de Wayside lnn" de Longfellow.

El misterio del mar, la violencia belicosa, los destellos de ternura humana, que prestan su encanto a la obra; tienen su equivalente espiritual en el cuento que vamos a relatar.

Figuras heroicos, pero también muy humanas, fueron las de aquellos primeros Cistercienses. Para que los lectores de la presente generación puedan apreciar su heroísmo y su humanidad, hemos creído oportuno dramatizar los acontecimientos de acuerdo con los hechos históricos y rodearlos de una atmosfera y de un color local adecuados; pero nada hemos inventado. Esta es una historia perfectamente fidedigna.

Con su publicación se realiza el sueño de medio siglo de nuestro Reverendísimo Padre Abad. Fuertemente impresionado, desde mucho tiempo atrás, con la grandeza de los Santos de nuestra santa Orden, y muy deseoso de hacerlos conocer a los católicos americanos, se vio siempre asediado por las tareas administrativas hasta que, por último, la Providencia le proporcionó un grupo de personas capaces de efectuar ese trabajo. Es éste, pues, el resultado, de la colaboración de muchos, pero principalmente de dos, un "rastreador" (investigador), el Padre Amadeus, y un "escriba", cuyo nombre aparece en la cubierta. El "rastreador" se abrió camino a través de muchos volúmenes y en muchas y diferentes lenguas y recogió interesantísimo y precioso material para el escriba. En página aparte damos una lista parcial de los libros consultados como fuentes de información.

Nuestra deuda de gratitud se extiende a muchos -que desean permanecer en el anonimato por su crítica amistosa y por su estímulo, pero más que a todos al Reverendo John P. Flanagan, S. J., de Boston, Mass., quien leyó el manuscrito íntegro, en sus distintas revisiones, como también las pruebas de imprenta.

TRES MONJES REBELDES es, lógica y cronológicamente, el primer volumen de LA LEYENDA DEL CISTER, aunque no el primero en orden de publicación.

 

FRA y M. RA YMOND, O.C.S.O.

Festividad de la Visitación

de Nuestra Señora

Julio 2, de 1944

 

Estimados lectores ante una introducción tan corta como profunda no hay nada que agregar. En lo personal me trae bellos recuerdos de mis años como seminarista en donde en todas las comidas y las cenas se leían libros muy convenientes a nuestra condición de seminaristas. Entre uno de tantos este fue uno de nuestros predilectos, durante varios noches en la cena LOS TRES MONJES REBELDES alegraron nuestra cena y he querido participar con ustedes esta alegría al subir a este blog la historia de estos tres monjes, espero en Dios la disfruten.

 

PARTE 1

SAN ROBERTO

EL REBELDE

 

CAPÍTULO PRIMERO

"¡CONOZCO UNA MEJOR HIDALGUIA!"

 

_¡Oh! ¡Qué torpe soy -gruñó el joven Roberto. Siempre estoy revelando mis más íntimos pensamientos. Lo hago en la escuela, durante los juegos, y ahora lo he hecho delante de mi padre. ¡Cuándo aprenderé a callarme! - Lamentándose así, apoyó la cabeza contra la ventana y contempló el cielo de noviembre.

Allá, en las alturas, el lucero de la tarde empezaba a brillar. En la oscuridad de Occidente, la noche se mantenía semejante a un monje encapuchado, aguardando el llamado de la campana de Completas de lo que fuera un hermoso día. Pero Roberto no veía la estrella ni la noche encapuchada, ni el día agonizante. No veía nada más que la mirada absorta que le dirigió su padre cuando le oyó decir a su primo: -Nunca seré armado caballero. Conozco una mejor hidalguía.

Detrás suyo, un viejo siervo removía despaciosamente los últimos rastros del banquete servido en honor del flamante caballero, Jacques, el primo de Roberto, de allende el Sena. El anciano encendió luego una antorcha que colocó sobre la mesa antes el abandonar el salón. Al abrir la pesada puerta de roble, la voz potente y la risa de Teodorico, señor del Castillo, invadieron el sosiego de la habitación. Roberto se sintió molesto. Tenía miedo de ese gigante que era su padre. Sabía que su frase, pronunciada durante el banquete, lo había disgustado y que pediría explicaciones antes de la caída de la tarde. Por un momento aun, oprimió la frente contra el cristal de la ventana. Bruscamente sé incorporó.

_ ¡Muy bien! -dijo- Daré las explicaciones. La verdad debe ser revelada alguna vez. Esta noche es tan buena como cualquier otra-. Y sus manos se crisparon sobre el ancho cinturón de cuero.

Así lo encontró su madre, cuando volvió al salón, luego de despedir a los invitados. Lo contempló unos minutos.

Su cabeza se erguía hacia los cielos. Los firmes y recios rasgos de su mandíbula y de su mentón se perfilaban como en un bajorrelieve, contra el azul oscuro del crepúsculo Ermengarda se estremeció ante ese espectáculo. Pensó que su hijo se convertía en un hombre. Y dejando escapar un leve suspiro, se reprochó: -Ermengarda, los niños se convierten en, muchachos y los muchachos se transforman rápidamente en hombres.

Luego murmuró con orgullo: - ¡Cómo se está pareciendo a su padre! Será un hombre grande.

Como Roberto no se moviera, ella se aproximó suavemente y, apoyando las manos en los hombros de su hijo, le preguntó: -¿Mi muchacho se está convirtiendo en un contemplador de estrellas? - El joven se estremeció a su contacto, pero al oír su voz, puso los brazos de su madre alrededor de sus propios hombros.

_¡Mira! -dijo señalando el blanco resplandor de la solitaria estrella que brillaba en la oscura profundidad del crepúsculo- ¡Es hermosa!, pero tan terriblemente sola. Parece perdida, ¿no es así?

Ermengarda apoyó la mejilla en el hombro de su hijo.

-¡Contemplador de estrellas! ¡Soñador! ¡Poeta! ¿Qué te sucederá, hijo mío? Roberto tomó a su madre por la cintura. Guiñó maliciosamente los ojos, y le dijo: -Tus palabras son acertadas, madre, mas no así su sentido. Debieras haber preguntado lo que mi padre preguntará tan pronto vuelva. Debieras haber dicho: -¿Qué vas a ser, hijo mío?; y verás con qué tono lo dice.

No había acabado de pronunciar estas palabras, cuando Teodorico irrumpió en el salón. -Ermengarda -exclamó con estentórea voz-, mi hermano León dice que su cosecha ha sido como la nuestra, tres veces superior a la normal. En verdad esto quiere decir que podremos resarcirnos de estos tres años de... -Pero su mirada cayó sobre Roberto, y la expresión de sus grandes ojos negros cambió. Se frunció su entrecejo y hundió el mentón en el pecho. Esto era lo que Ermengarda llamaba "tragarse en su enmarañada y negra barba": Se sonrió para sus adentros al par que su marido se aclaraba ruidosamente la garganta y se dirigía a la chimenea para colocar un gran leño en el fuego. Era el preludio habitual antes de iniciar una conversación importante. ¡Qué persona sencilla y transparente era este caballero gigante! Sacudiéndose el polvo de las manos, dijo Teodorico con firmeza: -Hijo, esta noche dijiste a tu primo una frase que no comprendo bien. -Ermengarda sintió que Roberto se ponía tenso- Quiero comprender bien el sentido de tus palabras. Exactamente, ¿qué quisiste significar al decir que nunca serás armado caballero?

Las manos de Roberto oprimieron la mesa. Su padre era un hombre gigantesco en cualquier marco, pero, en ese momento, destacándose frente al fuego crepitante de la chimenea, parecía más enorme aún. Reinaba un profundo silencio, Roberto sentía la garganta terriblemente seca.

Sabía que toda la ambición de su padre era verlo armado caballero de Champagne: que había soñado ardientemente con el momento en que su hijo cabalgase a su lado, rumbo al torneo o a la batalla, armado como él, como él fuerte y bravo, con su propia, indomable bravura. Roberto no dudaba del cariño de su padre, ni tampoco temía sus accesos de ira; pero le aterró pensar en el daño que causaría a ese hombre enorme y bondadoso, cuando le dijera la verdad.

Cuando su padre interrumpió sus pensamientos con un impaciente -¿y bien?, el último leño de la estufa crepitó violentamente, lanzando una lluvia de chispas que iluminaron la campana de la chimenea y se perdieron sobre el piso de piedra.

 

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