Por eso el seminarista deseaba compartir su fervor romano
con su familia, para lo cual les conseguía incluso audiencias pontificias.
En Pascua de 1929 el señor René Lefebvre, acompañado
de su esposa, de su hermana Marguerite Lemaire-Lefebvre y de una hija de ésta,
obtuvo el favor de una audiencia privada con un grupo de peregrinos. El Papa
entró en la sala de audiencias y tomó asiento para dirigirles algunas palabras
a los visitantes, que permanecían de pie en semicírculo.
Luego, levantándose, hizo lentamente el recorrido de
todos los presentes, felicitando a algunos y bendiciéndolos. El seminarista
Marcel, que era uno de ellos, le deslizó entonces un pedido al maestro de
ceremonias: « ¿Podría
decirle a Su Santidad que le agradecería mucho si se dignara dar su bendición a
mis queridos padres, que tienen cinco hijos consagrados a Dios», El
Santo Padre se acercó y el matrimonio Lefebvre besó su anillo. En seguida fue
el turno de Marcel. El Papa puso las manos sobre la cabeza del joven clérigo y
dijo en voz alta: «Merecen ustedes la gratitud de la
Iglesia»; Estas palabras se dirigían seguramente a los padres, pero su
simultaneidad con el gesto de bendición del hijo, ¿no aludían a un singular
designio divino sobre el futuro del joven subdiácono? En efecto, Marcel era
subdiácono desde el sábado Santo, 30 de marzo de 1929. El retiro de ocho días
que lo preparó para la recepción de la primera de las tres órdenes mayores, que
incluye el voto implícito de castidad perfecta, insistió sobre la exigencia de
la virtud de la castidad en el subdiácono: Es
absolutamente cierto -recordaba- que toda la tradición de la Iglesia nos enseña
que cuanto más nos acercamos a Dios, más tenemos que practicar la castidad y la
virginidad, a ejemplo de quienes Él eligió para que estuvieran a su lado en la
tierra: la Santísima Virgen, San José, el apóstol San Juan que lo acompañó
hasta el Calvario. Nuestro Señor escogió almas vírgenes; y es lógico que cuando
nos acercamos a Dios, seamos más espirituales y menos carnales, porque Dios es
espíritu!", La ordenación se llevó a cabo en el Seminario de Letrán,
de manos de Monseñor Carlo Raffaele Rossi, consultor de la Congregación
Consistorial; diecisiete compañeros de Santa Chiara recibieron la misma orden,
entre los cuales se encontraba el suizo Henri Bonvin, del Valais, con quien
Marcel mantenía una buena amistad.
El seminarista Lefebvre apreciaba mucho a los
suizos, pero también sabía tomarles el pelo, según la ingenua confusión de
Aloís Amrein sobre el pretendido amor de Marcel por el Papado de Avignon, No,
querido Alois, era en Roma donde su amigo Marcel quería al Papa, como soberano
espiritual de la cristiandad y príncipe temporal de Roma y de los Estados de la
Iglesia.
El 11 de febrero de 1929, cuando se difundía en Roma
la alegría y el júbilo por los Acuerdos de Letrán entre la Santa Sede e Italia,
todo el mundo se abalanzó a las puertas del Seminario para comprar los
periódicos [...] incluso la Acción Francesa, aunque estuviese estrictamente
prohibida. [...] Dentro del Seminario anotaba Arnrein, percibí más bien una
atmósfera deprimida, particularmente en Marcel. Sentí que la cuestión romana se
resolvía de forma muy distinta de como él lo hubiese deseado; su rostro parecía
contrariado. Evidentemente, el seminarista Lefebvre lamentaba que el tratado de
Letrán consagrara la profanación de la Ciudad Eterna, aun cuando el Concordato
reafirmase su «carácter sagrado».
De hecho --diría-, al encerrar a la Roma
católica en la Ciudad del Vaticano la masonería quiso eliminar la fuerza de la
fe católica arraigada en su romanidad. Roma, reconocida por los Acuerdos como
«capital del Estado italiano», es o será invadida por «las logias masónicas,
los prostíbulos y los cines corrompidos» que causarán «la infiltración del
liberalismo y del modernismo dentro del Vaticano.
Ordenación sacerdotal Pero la proximidad de la
ordenación sacerdotal bastaba para preocupar al seminarista Marcel. El 25 de
mayo fue ordenado diácono en San Juan de Letrán por el Cardenal Pompili y
colocado así en el número de los levitas que, como la Iglesia, «puesta siempre
a la mira, combate incesantemente contra los enemigos".
Tras aprobar su examen de licenciatura en teología
el 22 de junio de 1929, los Padres de Santa Chiara lo animaron, como también a
algunos compañeros, a coronar sus estudios con el doctorado en teología. Sin
querer «hacer carrera», Marcel estaba dispuesto simplemente a servir mejor a la
Iglesia; pero habiendo acabado el ciclo de los estudios necesarios para el
sacerdocio, podía ordenarse sin tener que esperar; y así lo decidió el obispado
de Lille: sería ordenado por su Obispo antes de volver a Roma por un año más.
El nuevo Obispo, Achille Liénart, de una familia de
comerciantes de tela de Lille de medio liberal, era, a sus cuarenta y cuatro
años, el Obispo más joven de Francia. Siendo Párroco de Saint Christophe de
Tourcoing, se había mostrado audaz y decididamente abierto a los nuevos
métodos. Consagrado Obispo de Lille el 8 de diciembre de 1928 para sustituir a
Monseñor Quilliet, que había presentado su dimisión, fue considerado como un
hombre «con sentido de la realidad, la apreciación
justa de las posibilidades y el valor tranquilo del deber».
¡Lástima que
este hombre de acción se hubiese comprometido tan a fondo con lo que hemos
denominado «la hipótesis», en vez de ser más bien un hombre de principios! Su aprobación sin
reservas de la Juventud Obrera Católica (OC) era significativa, mientras que el
Cardenal Mercier se había mostrado muy reticente con ese movimiento de
apostolado de jóvenes obreros católicos entre sus iguales, a causa de la
ambigüedad de su fin (salvación eterna y reformas sociales) y de la prioridad
que se daba a la acción sobre el estudio de los principios de la doctrina
social.
Bajo el episcopado de Monseñor Liénart se publicó la
respuesta romana a la denuncia de Eugene Mathon en que se acusaba a los
sindicatos obreros cristianos de favorecer la lucha de clases. Roma reafirmaba
la legitimidad de esos sindicatos siempre que fuesen exclusivamente católicos, «repudiasen por principio la lucha de clases» y se
instituyesen comisiones mixtas de arbitraje.
El seminarista Marcel aceptó esa decisión romana. Le
repugnaba condenar lo que Roma permitía y que podía producir algún bien. Aun
cuando los sindicatos separados contradijeran los principios filosóficos de La
Tour du Pin, era demasiado práctico (pragmático, diríamos más bien) para
condenar en nombre de la filosofía lo que no se oponía ni a la teología ni al
derecho natural. Por eso aceptaba (junto con los Papas León XIII, Pío X y Pío
XI) los sindicatos separados, siempre que fuesen católicos.
Su padre, René Lefebvre, no compartía los puntos de
vista de su nuevo Obispo, pero nunca le manifestó hostilidad, como pretendieron
algunos. En 1935 se lanzaría a la política local presentándose a las elecciones
municipales de Tourcoing, a la cabeza de una lista que defendía la corporación
y la familia. «Mi lista obtuvo 1.200 votos -le escribiría a su hijo René-lista
formada en el último momento sin propaganda ni dinero. [...] En casa se armó toda
una pelea y se mezclaba todo: corporación, familia y Acción Francesa. Pero tu
madre acabó aprobándome y me apoyó luego. Tal sería la verdadera lucha social y
cristiana de ese valiente empresario.
Marcel Lefebvre dispuso de todo el verano para
prepararse a su ordenación sacerdotal. Sin estar obligado a ello, hizo un
retiro en uno de sus queridos monasterios benedictinos, la abadía de Maredsous,
donde se propuso beber en la doctrina de Dom Marmion, el célebre abad,
fallecidos seis años antes en olor de santidad, pero cuyas riquezas le parecían
estar cayendo en el olvido. Con Dom Marmion y también Dom Chautard, cuya
admirable obra El alma de todo apostolado volvió a leer214, se prometió buscar
en la unión contemplativa con el sacrificio de la cruz la fuente de la
fecundidad de su futuro apostolado.
Finalmente llegó el gran día. Su padre acababa de
sufrir el gran revés de la quiebra de sus empresas de Falaise (Normandía),
SaintParres-aux-Tertres (cerca de Troyes) y Audruicq (cerca de Calais), pero,
por suerte, había logrado encontrar una solución amistosa para la que tenía en
la calle Le BUS, gracias a la solidaridad y a la ayuda mutua proverbial de los
empresarios del norte. Los dos grandes amigos, Marcel Collomb, de Versalles, y
Louis Ferrand, de Tours, llegaron a la casa y agasajaron a Marcel.
La ceremonia de ordenación, celebrada por Monseñor
Liénart, se llevó a cabo el sábado 21 de septiembre de 1929 en la capilla de
las Hermanas del Sagrado Corazón, en la calle Real, en Lille. El Obispo ordenó
a cinco sacerdotes, algunos subdiáconos y algunos clérigos menores. La larga
Misa de Témporas, con sus cuatro lecturas del Antiguo Testamento alternadas con
las órdenes sucesivas, desplegó todo el esplendor de la liturgia. Marcel, con
sus compañeros, hizo la gran postración en el santuario, tras la cual tuvo
lugar la imposición de manos por el Obispo y luego por todos los sacerdotes
presentes, seguida del prefacio consagratorio: «Te
rogamos, pues, Padre Todopoderoso --cantaba el Pontífice-, que concedas a éstos
tus siervos la dignidad del presbiterado y renueves en sus corazones el
Espíritu de santidad».
¡Ya estaba!: Marcel Lefebvre era sacerdote para toda
la eternidad.
Después de la Misa pontifical, el joven sacerdote
dio con emoción, en el patio del pensionado, sus primeras bendiciones a sus
padres, a su familia y a sus amigos de Roma y del colegio, dando a besar a cada
uno las palmas de sus manos consagradas por el óleo santo. Luego visitó el
Carmelo de Tourcoing, dándole una gran alegría a la joven novicia Christiane.
Al día siguiente, domingo 18° después de
Pentecostés, la iglesia parroquial de la familia, Notre-Darne de Tourcoing, se
engalanó para su primera Misa, en la que ayudaron 42 acólitos y a la que
asistieron 30 sacerdotes.
Toda la liturgia de ese día glorificaba el
sacerdocio y el sacrificio. El canto del ofertorio describía a Moisés, que
«consagró un altar al Señor, inmolando sobre él holocaustos, sacrificando
víctimas, y ofreciendo al Señor Dios un sacrificio vespertino en olor de
suavidad en presencia de los hijos de Israel» (Éxodo, 24, 4-5).
Le fue fácil al Padre Robert Prévost exaltar en su
homilía el poder del sacerdote y del sacrificio propiciatorio; pero la Secreta,
en su susurro de interioridad, penetraba con más profundidad en el misterio eucarístico:
«Oh Dios -musitaba el Padre Marcel-, por el augusto
trato con este sacrificio, nos haces partícipes de tu única y soberana
divinidad». Y luego ¡qué adoración, qué oblación interior en el corazón
del sacerdote, cuando por primera vez el Señor eucarístico descendió entre sus
manos! Entretanto, la madre del joven sacerdote también se sentía transportada:
Por mi parte, el aleluya del final, durante la salida del cortejo, me emocionó
de pronto mucho más de lo que podría expresar con palabras: pensé en una
entrada triunfal en el Paraíso, y te aseguro -le escribía a René- que todo lo
demás desapareció a mis ojos.
El doctorado romano en Teología Tras haber celebrado
otras dos primeras Misas en los conventos de sus otras dos hermanas (el de
Jeanne en Tournai y el de Bernadette en Jouyaux-Arches), el joven sacerdote
volvió a Roma como seminarista-sacerdote, residiendo a este título en el
palazzo, anexo de Santa Chiara, con el fin de preparar su doctorado. «Asistente
ordinario del curso mayor de cuarto año de teología» en la Gregoriana,
profundizo en dogma los tratados tan esclarecedores del Verbo Encarnado y de la
gracia, y en moral el de las virtudes. Cada vez se sumergía más en el misterio
de Nuestro Señor Jesucristo, de su psicología divino-humana; de su estudio de
la gracia supo extraer todos los grandes principios de la acción pastoral, ya
las consecuencias de las heridas del pecado original, ya el doble papel,
sanador y elevador, de la gracia divina (gratia sanans y gratia elevans), ya la
incapacidad radical de los medios naturales para producir el más mínimo grado
de vida sobrenatural. Viviría esos puntos clave de la teología moral durante toda su vida.
Durante los tres últimos meses, cada tarde antes del
Ave, Marcel y su mejor amigo, Louis Ferrand, se recitaban mutuamente las cien
tesis de teología del programa, definiendo y argumentando en latín a través de
las callejuelas del Pincio, que los conducían a la iglesia del Santo o de la
estacion del día.
Ya doctor en filosofía, el Padre Lefebvre se convirtió
en doctor en teología el 2 de julio de 1930. A partir de entonces ya no estaba
obligado, como los demás clérigos, a «tomar el bonete por el pico opuesto al
lado donde no lo hay», como le había explicado el Padre Haegy con su lenguaje
pintoresco; pero eso no era más que un aspecto accesorio... El verdadero
aspecto del doctorado romano era la síntesis que permitía adquirir de toda la
teología, y el conocimiento integral y lo bastante profundo de sus principios
formales.
Sin embargo, el Padre Marcel no descuidaba sus
funciones en el Seminario. Le tocaba, como gran ceremoniero, preparar la
recepción de los nuevos Cardenales en Santa Chiara: Pacelli el 26 de enero de
1930 y Liénart el 17 de junio. Tres días después estaba a los pies del Papa Pío
XI, quien concedía audiencia a los seminaristas que se iban de Roma.
Antes de que se vaya de la Ciudad Eterna, tratemos
de hacernos una idea de la fisonomía del joven sacerdote. Contemplativo más que
intelectual, era sin embargo activo y metódico. El contraste era tan sólo
aparente: la sabiduría sobrenatural, dado que une con Dios, ¿no tiende acaso a
ordenarlo todo y a todos al Soberano Señor? Piadoso sin ostentación, ya que era
un compañero «muy sencillo, bastante discreto, oculto y silenciosos, impregnaba
de espíritu religioso sus actividades ordinarias y hacía de su misa diaria un
modelo de modestia en su actitud. La única manifestación más tangible de su
piedad fue la siguiente: cuando Monseñor Suhard acudió al Seminario para
inaugurar la estatua de Santa Teresita del Niño Jesús el 21 de noviembre de
1929, fue Marcel Lefebvre quien rezó en nonibre de la comunidad una oración que
había compuesto para esa ocasión.
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