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miércoles, 14 de septiembre de 2016

LA RELIGIÓN DEMOSTRADA LOS FUNDAMENTOS DE LA FE CATÓLICA ANTE LA RAZÓN Y LA CIENCIA - por P. A. HILLAIRE

III.
DIOS ES EL CREADOR, CONSERVADOR Y SEÑOR DE TODAS LAS COSAS
ÉL LO GOBIERNA TODO CON SU PROVIDENCIA

Todo en un Dios anuncia la eternal existencia:
A Dios no se le puede comprender ni ignorar.
La voz del universo prueba su omnipotencia,
La voz de nuestras almas nos le manda adorar.


La vista del universo nos ha mostrado la existencia de una causa primera, de un Dios, Ser necesario, eterno, infinito, dotado de todas las perfecciones posibles. Este mismo espectáculo nos muestra también lo que es Dios con relación a nosotros. Dios es el Creador de todas las cosas y su soberano Señor. Él lo conserva y gobierna todo con su Providencia.

22. P. ¿Por qué se llama a Dios Creador del cielo y de la tierra?

R. Llamamos a Dios Creador porque ha sacado de la nada el cielo, la tierra, los ángeles, los hombres y todo cuanto existe. Crear es hacer algo de la nada por el solo acto de la voluntad. Sólo Dios es creador: la creación exige una potencia infinita, porque de la nada al ser hay una distancia infinita que solo Dios puede salvar. Aunque los hombres reunieran todos sus esfuerzos, no serían capaces de crear un grano de arena.

23. P. ¿Por qué ha creado Dios el mundo?

R. Dios ha creado al mundo para su propia gloria, único fin verdaderamente digno de sus actos: Y también para satisfacer su bondad comunicando a los seres creados la vida y la felicidad de que Él es principio. Dios no podía crear sino para su gloria: Él debe ser el único fin de todas las cosas, por la razón de ser su único principio. Dios no podía trabajar para otro, porque Él existía solo desde toda la eternidad. Aparte de esto, ningún obrero trabaja sino para su propia utilidad. Si trabaja para otro, es porque espera ser remunerado. Dios, comunicando el ser, cuya fuente y plenitud posee, no podía proponerse otra cosa que grabar en sus criaturas la imagen de sus perfecciones, manifestarse a ellas, ser reconocido, adorado, glorificado por ellas como un padre es bendecido, amado, alabado por sus hijos.

24. P. ¿Cómo procuran la gloria de Dios las criaturas inanimadas o sin inteligencia?

R. Manifestando a los hombres, el poder, la sabiduría y la bondad de su Creador. Estas criaturas existen para el hombre y el hombre para Dios. Contemplando la magnificencia del universo, el hombre aprende a conocer las perfecciones divinas que brillan en todas partes, y se siente obligado a rendir pleito homenaje al Autor de todas las cosas, no sólo en su propio nombre, sino en nombre también de todos los seres inanimados o privados de razón, de los cuales él se ve hecho rey, y cuyo intérprete y mediador debe ser necesariamente. Así, las criaturas materiales bendicen y adoran a su Creador, no por sí mismas, sino mediante el hombre, que como pontífice de la naturaleza entera, ofrece un homenaje a la divinidad.

25. P. ¿Dios es el Dueño o Señor de todas las cosas?

R. Sí; Dios es el Dueño de todas las cosas, porque Él las ha creado y las conserva. Si el artista es dueño de su obra, con mayor razón Dios es el Señor del universo, porque Él lo ha hecho, no solamente dándole la forma como el artista a su obra, sino comunicándole el ser a su materia, a su substancia. Y no es todo, sino que Dios lo conserva; de suerte que si por un solo instante dejara de sostenerlo, inmediatamente el mundo volvería a la nada. El dominio de Dios es universal, porque todo lo que existe le debe el ser y la conservación. Es absoluto, y nadie puede resistir a su poder soberano. Es necesario, es decir, que Dios no puede abdicar de él, porque nada es independiente de Dios. Por consiguiente, si el hombre es libre, no es independiente. Puede negar a Dios su obediencia, pero a pesar de su rebeldía, queda sujeto a este deber.

26. P. ¿El mundo necesita de Dios para seguir existiendo?

R. Sí; el mundo, que vino de la nada por la voluntad de Dios, no existe sino por la misma voluntad. Es necesario que Dios conserve los seres de una manera directa y positiva por una especie de creación continuada. Fue necesario que Dios sacara de la nada el mundo para que existiera. También es necesario que lo conserve para que no vuelva a la nada. Para que un ser contingente o producido sea conservado en todos los momentos de su existencia, necesita del mismo poder y de la misma acción que se necesitó para que fuera producido, porque no contiene en sí mismo el poder de existir. Si la acción de Dios se detiene, el ente cae en la nada. Dios, que conserva sus criaturas, concurre también a la acción de éstas de una manera positiva e inmediata. Y no es que Él obre en lugar de ellas, sino que les da la facultad de obrar y las ayuda a ejercer esa facultad. Es lo que se llama concurso divino: las causas segundas obran siempre sometidas a la influencia de la causa primera.

27. P. ¿Gobierna Dios el mundo?

R. Sí; Dios gobierna el mundo con una sabiduría y poder infinitos. Gobierna el mundo material y el mundo espiritual; la actual sociedad civil y la sociedad religiosa; las naciones, la familia, los individuos; Él dirige todos los acontecimientos, y nada sucede sin su orden o permiso. Este gobierno que Dios ejerce sobre el mundo se llama Providencia. Dios, después de haber creado el mundo, no lo deja entregado a sí mismo: no solamente lo conserva, sino que lo gobierna con su Providencia. Dios gobierna todas las cosas, es decir, las dirige a su fin propio, y no sucede nada en este mundo sin su orden o sin su permiso. El fin de las criaturas es el objeto para el cual Dios las ha criado; es la función a la cual el Criador las destina. Dios provee a todos los seres de los medios necesarios para alcanzar este fin, para desempeñar sus funciones. Nada sucede sin orden o sin permiso de Dios, porque hay cosas que Dios quiere y ordena positivamente, y otras que sólo permite. Dios quiere todo aquello que resulta de las leyes establecidas por Él; pero el pecado sólo lo permite; Él no lo autoriza, pero lo tolera por respeto a la libertad de que ha dotado al hombre.

28. P. ¿Qué es la Providencia divina?

R. En su acepción más amplia, la Providencia es el cuidado que Dios tiene de todas sus criaturas. En sentido estricto, la Providencia es la acción llena de sabiduría y de bondad por la cual Dios quía a cada criatura al fin particular que le ha señalado, y a todas a un fin general, que es su propia glorificación. La palabra Providencia significa prever y proveer; es una operación divina por la cual Dios prevé el fin de todas sus criaturas y las provee de los medios necesarios para alcanzarlo. Dios dirige así todas las cosas a la realización de sus eternos designios.

29. P. ¿Cómo se prueba la existencia de la divina Providencia?

R. Dios no sería infinitamente sabio, poderoso, bueno y justo, si no velara por todas sus criaturas, particularmente por el hombre. La historia enseña que todos los hombres, en todos los tiempos y en todos los lugares, han creído en la Providencia; es pues, su existencia una verdad de sentido común. Fuera de eso, la negación de la Providencia implica las mismas funestas consecuencias del ateísmo. La idea de Dios, bien comprendida, demuestra la absoluta necesidad de la Providencia. Dios es infinitamente sabio, luego ha debido, al llamar a cada cosa a la existencia, señalarle un fin especial y proporcionarle todos los medios para alcanzarlo; infinitamente inteligente, conoce todas las necesidades de sus criaturas; infinitamente poderoso, tiene todos los medios para auxiliarlas; infinitamente bueno, las ama como a hijos, y es imposible que no se cuide de su perfección y de su felicidad; infinitamente justo, debe premiarlas y castigarlas según sus propios méritos. Negar estos atributos es negar a Dios. El orden y la armonía que reinan en el universo son una prueba de la divina Providencia; si Dios no gobernara el mundo, reinarían en él, de mucho tiempo atrás, la confusión y el caos. El orden que brilla en él proclama que el Ordenador no abandona su obra; así como la marcha segura del tren nos advierte que el maquinista está siempre en su puesto. Todos los pueblos de la tierra han admitido la Providencia: los sacrificios y las oraciones son una prueba concluyente. Estos actos de recurrir a Dios en las calamidades no tendrían razón de ser, si no se creyera en la intervención divina en las cosas humanas. La sabiduría popular ha concretado en dos proverbios su fe en la Providencia: El hombre se agita y Dios le lleva. – El hombre propone y Dios dispone. Esa es la verdad. Hablar de casualidad es una necedad. Nada marcha solo, porque nada se ha hecho solo. Nada sucede casualmente, porque nada sucede sin la voluntad de Aquél que lo ha hecho todo. Atribuirlo todo al azar o a las leyes de la naturaleza, pretender que Dios no se cuida de nosotros, es lo mismo que negar la existencia del verdadero Dios. Las consecuencias de esta negación serían tan demoledoras de toda la sociedad humana como las del ateísmo.

30. P. ¿Cómo gobierna Dios el mundo con su Providencia?

R. Dios ordinariamente no obra sino tras el velo de las causas segundas, es decir, de leyes por Él establecidas. Él rige los seres privados de razón por medio de las leyes físicas e inflexibles que jamás deroga sin especiales razones, aunque deban resultar algunos desórdenes parciales. Dios dirige a los hombres, seres racionales y libres, por medio de leyes morales; les impone la obligación o el deber de observarlas, pero no los fuerza a ello, por respeto a su voluntad libre. Los seres privados de razón alcanzan su fin particular, necesariamente, y por eso mismo su fin general, que es la glorificación de Dios. De acuerdo con las leyes que Dios ha establecido y que Él dirige, cada día el sol nos alumbra, la tierra nos sostiene, el fuego nos calienta, el agua nos refresca; toda criatura, todo elemento se mantiene y obra según reglas constantes, cuyo autor y guardián es Dios mismo. Él ha dictado a los hombres leyes morales, cuya observancia debe llevarlos a su fin particular, que es la salvación, y al fin general de la creación, que es la glorificación de Dios. El hombre, haga lo que haga, procura siempre la gloria de Dios, pero no siempre consigue su salvación; porque Dios le deja en libertad, lo mismo para el bien que para el mal. Dios da a todos los hombres los medios necesarios para alcanzar su fin; y ellos tienen la culpa si no lo consiguen. Dios subordina las cosas del tiempo a las de la eternidad; por ejemplo, si el justo no es recompensado en este mundo, lo será en el otro.

31. P. ¿No es indigno de Dios cuidar de todos los seres, aun los más ínfimos?

R. No; si Dios ha creído ser digno de Él crearlos, ¿por qué ha de ser indigno de Él velar por ellos? Precisamente porque el sol es muy grande y está muy alto, sus rayos llevan a todas partes la luz y la vida. Porque Dios es infinitamente grande, no hay chico ni grande en su presencia. Hay criaturas que Él ha hecho por un acto de bondad de su corazón, y que Él conserva, sostiene y alimenta, como un padre y como una madre. Él a los pajarillos alimenta, y su bondad la creación sustenta.

32. P. Si Dios cuidara de nosotros. ¿Habría diferencia de condiciones? ¿Por qué hay ricos y pobres?

R. La desigualdad de condiciones proviene necesariamente de la desigualdad de aptitudes, de las cualidades físicas, intelectuales y morales de los hombres. Dios no debe a cada uno de nosotros más que los medios necesarios para conseguir nuestro fin, y no está obligado a dar a todos los mismos dones de fuerza, de inteligencia, etc. Fuera de eso, esta desigualdad concurre a la armonía del universo y se convierte en fuente de las más hermosas virtudes y en lazo de unión entre los hombres.

1º La desigualdad de condiciones es debida frecuentemente al hombre, más que a Dios mismo. Es el resultado de la actividad de unos y de la negligencia de los otros.

2º Esta desigualdad entra también en el plan divino, porque es necesaria a la sociedad humana. Si todos los hombres fueran ricos, nadie querría trabajar la tierra; si todos fueran pobres, nadie podría dedicarse a las artes, a las ciencias, a la industria, etc.; luego es necesario que haya ricos y pobres.

3º La desigualdad de condiciones manifiesta las más hermosas cualidades del hombre. Es hermoso ver al rico despojarse de sus bienes para socorrer al pobre; como lo es ver al pobre soportar las privaciones con paciencia y resignación a la voluntad d Dios He aquí porqué esta desigualdad concurre a la armonía del  universo; ella aproxima el rico al pobre, el débil al poderoso y, por las hermosas virtudes de la caridad, bondad y gratitud, establece entre ellos los dulces lazos de la verdadera fraternidad.

4º Por último, es la otra vida la que restablecerá el equilibrio: los últimos, es decir, los pobres, serán los primeros, porque con sus penas y sufrimientos habrán adquirido mayores méritos.

33. P. Si Dios cuidara de nosotros, ¿habría padecimientos en este mundo?

R. Los sufrimientos provienen, frecuentemente, de nuestras propias faltas: tendríamos menos que padecer, si fuéramos más moderados en  nuestros deseos, más razonables en nuestros proyectos, más sobrios y templados en nuestra vida. Dios permite el dolor, ya para hacernos expiar nuestros pecados, ya para probar nuestra fidelidad, así en la desgracia como en la dicha; ya finalmente, para desasirnos de este mundo de destierro y obligarnos a considerar el cielo como nuestra verdadera patria.

1º Los males del cuerpo son, generalmente debidos a las culpas del hombre. ¡Cuántas enfermedades son el resultado de la sensualidad y de la intemperancia! Son una expiación que la naturaleza impone a los que infringen sus leyes.

2º Hay otros males que son consecuencia de leyes generales establecidas por Dios para el gobierno del mundo: un hombre cae en el fuego, se quema. ¿Está Dios obligado a hacer un milagro para impedir este accidente?..

3º Por último los males físicos pueden venirnos también directamente de Dios, sea como castigos por faltas cometidas; sea como pruebas para hacernos adquirir méritos; sea como medios de que Dios se sirve para convertirnos y desapegarnos de los bienes terrenos. ¡Cuántos hombres se perderían, embriagados por los placeres! Dios los detiene por la prueba, por la ruina, por las desgracias. El sufrimiento es para ellos lo que los azotes para el niño. Con el dolor se convierten. Nada aproxima tanto el hombre a Dios como el sufrimiento.

34. P. Si Dios cuidara de nosotros, ¿podría existir el mal moral o el pecado?
R. Sí; porque Dios no es la causa. Al contrario, lo detesta y castiga; pero lo permite para dejar al hombre el uso de su libre albedrío y para sacar bien del mal. Dios no es la causa del mal moral: Dios nos dio la libertad, lo cual es un bien; el pecado es el abuso de nuestra libertad, y en eso consiste el mal. La libertad viene de Dios; el abuso, del hombre. El mal es la consecuencia de la libertad otorgada al hombre. Dios llama a todos los hombres a la virtud para coronarlos a todos en el cielo; pero a su servicio no quiere sino voluntarios; por eso deja la posibilidad del mal. Indudablemente Dios tendría un medio radical para impedir el mal, y sería quitarnos la libertad; pero entonces ya no habría mérito. Ahora bien, hay más gloria para Dios en tener criaturas que le sirvan voluntariamente, que en tener máquinas dirigidas por una fuerza irresistible. “Para impedir que el hombre sea un malvado,  ¿será preciso reducirlo al instinto y convertirlo en bestia?” No; Dios lo ha hecho  libre, a fin de que fuera bueno y feliz. Además, Dios permite el mal para sacar un bien mayor; así ha permitido el pecado original, para repararlo con la Encarnación; ha permitido la malicia de los judíos contra nuestro Señor Jesucristo, para salvar el mundo; permite las persecuciones para hacer brillar el heroísmo de los mártires El mundo se vería privado  de grandes bienes, si el mal no existiera. ¿En qué consiste el bien que Dios saca del pecado? Consiste:

1º en que lo hace servir a la ejecución de los designios de su Providencia;

2º en que hace brillar su bondad, atrayéndose nuevamente al pecador, o su misericordia, perdonándolo cuando se arrepiente, o su justicia castigando los crímenes;

3º en que el pecador, cuando se convierte, repara los ultrajes hechos a Dios con su penitencia y humillación voluntarias, y a veces, haciéndose más virtuoso y afirmándose más en el bien.

35. P. La prosperidad de los malos y las pruebas de los justos, ¿no deponen 
contra la providencia?

R. No; porque no es cierto que todos los malos prosperen y todos los justos sufran tribulaciones; los bienes y los males de este mundo son, en general, comunes a todos los hombres. Además, no hay en el mundo hombre tan malo que no haga alguna obra buena durante su vida; y Dios se la recompensa dándole la prosperidad aquí abajo, reservándose castigar sus pecados en el infierno. Del mismo modo, no hay hombre tan justo que no cometa algunas faltas. Dios se las hace expiar en la tierra, reservándose premiar sus virtudes en el cielo. Hay pecadores que viven en prosperidad, porque Dios quiere atraérselos por la gratitud, o premiarles aquí en la tierra el poco bien que han hecho, si deben ser condenados eternamente. A veces, sin embargo, Dios castiga aún aquí, y de manera ejemplar, a los escandalosos y a los perseguidores de la Iglesia. También hay justos en la prosperidad, según los hechos atestiguan; pero no se ven libres de sufrimientos, porque los sufrimientos y las pruebas de esta vida están destinados:

1º A desapegar a los justos de todos los falsos bienes de la tierra;

2º A hacerlos entrar en sí mismos, para mejorarlos y perfeccionarlos;

3º A hacerles granjear más méritos y, por consiguiente, mayor felicidad
eterna;

4º A hacerlos más semejantes a Jesucristo, modelo de los escogidos;

5º A hacerlos expiar sus pecados en este mundo, donde las deudas con la justicia divina se pagan de una manera mucho menos penosa que en el purgatorio.

Fuera de eso, el justo es, a pesar de todo, más feliz que el malvado, porque goza de la paz de alma, mientras que el malvado es presa de sus remordimientos y de sus pasiones tiránicas. Se dice muchas veces: ¿Por qué Dios no castiga inmediatamente a los malos? Dios es paciente, porque es eterno; porque quiere dar lugar al arrepentimiento; porque si castigara siempre el vicio aquí en este mundo, y aquí también recompensara la virtud, el hombre no practicaría el bien sino por interés. Finalmente nosotros no conocemos el plan divino, y debemos creer que Dios tiene buenas razones para proceder como procede.

36. P. ¿Cuáles son nuestros deberes para con la divina Providencia?

R. 1º Adorar con humildad, en todo, las disposiciones de la divina Providencia.

2º Dar gracias a Dios por los bienes concedidos y valernos de ellos para nuestra salvación.

3º Recibir con alegría, o por lo menos con paciencia, los males que nos envía, convencidos de que, viniendo de tan buen Padre, debe ser para nuestro bien.


4º Ponernos en sus manos con confianza y entrega absoluta de nosotros mismos, según esta regla de los santos: cada cual debe obrar y trabajar como si todo tuviera que esperarlo de sí mismo: y cuando haya hecho todo lo que estaba de su parte, no esperar nada de su trabajo

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