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jueves, 31 de marzo de 2016

LE DESTRONARON - Del liberalismo a la apostasía La tragedia conciliar.


CAPITULO XIX
EL ESPEJISMO DEL PLURALISMO

De Jacques Maritain a Yves Congar

El liberalismo que se dice católico se lanzó al asalto de la Iglesia bajo el estandarte de pro-greso, como os lo he demostrado en el capítulo precedente. Sólo le faltaba revestirse con el manto de la filosofía, para penetrar con toda seguridad en la Iglesia, que hasta entonces lo anatematizaba. Algunos nombres ilustran esta penetración liberal en la Iglesia hasta las vísperas del Vaticano II.

Jacques Maritain (1882-1973)

No es un error llamar a Jacques Maritain el padre de la libertad religiosa del Vaticano II. Por su parte, Pablo VI se había empapado de las tesis políticas y sociales del Maritain liberal posterior a 1926 y lo reconocía como su maestro... San Pío X había estado por cierto mejor inspirado al elegir como maestro al Card. Pie del cual tomó el texto central de su encíclica inaugural E Supremi Apostolatus y su divisa “Restaurarlo todo en Cristo”. Desafortunadamente, la divisa de Maritain, que será la de Pablo VI, fue más bien “instaurar todo en el hombre”. En reconocimiento hacia su viejo maestro, Pablo VI le remi-te el 8 de diciembre de 1965, día de la clausura del Concilio, el texto de uno de los mensa-jes finales del Concilio al mundo. He aquí lo que declaraba uno de esos textos, el Mensaje a los Gobernantes, leído por el Card. Liénart:

“En vuestra ciudad terrestre y temporal construye El misteriosamente su ciudad espiritual y eterna: su Iglesia. ¿Y qué pide ella de vosotros, esa Iglesia, después de casi dos mil años de vicisitudes de todas clases en sus relaciones con vosotros, las potencias de la tierra, qué os pide hoy? Os lo dice en uno de los textos de mayor importancia de su Concilio: no os pide más que la libertad: la libertad de creer y de predicar su fe; la libertad de amar a su Dios y servirle; la libertad de vivir y de llevar a los hombres su mensaje de vida. No la temáis: es la imagen de su Maestro, cuya acción misteriosa no usurpa vuestras prerrogativas, pero que salva a todo lo humano de su fatal caducidad, lo transfigura, lo llena de esperanza, de verdad, de belleza.”

Era canonizar la tesis de Maritain de la “sociedad vitalmente cristiana”, según la cual, la Iglesia, renunciando a la protección de la espada secular, por un movimiento progresivo y necesario se emancipa de la molesta tutela de los Jefes de Estado católico y en adelante se contenta sólo con la libertad, limitándose a no ser, más que el fermento evangélico escondido en la masa o el signo de la salvación para la humanidad. Esta “emancipación” de la Iglesia, asegura Maritain, va acompañada por una emancipación recíproca de lo temporal respecto a lo espiritual, de la sociedad civil respecto a la Iglesia, por una laicización de la vida pública, que en cierto modo es una “pérdida”. Pero ésta es ampliamente compensada por el progreso que de ella se sigue para la libertad, y por el pluralismo religioso que se instaura legalmente en la sociedad civil. Cada familia espiritual gozaría de un estatuto jurídico propio y de una justa libertad. A lo largo de la histo-ria humana hay una ley que se desprende, la “doble ley de la degradación y de la sobre-elevación de la energía de la historia”: la ley de la conciencia de la persona y de la libertad que emergen y la ley correlativa de la degradación de una cantidad de medios temporales puestos al servicio de la Iglesia y de su triunfalismo:

“Mientras el desgaste del tiempo y la pasividad de la materia disipan y degradan naturalmente las cosas de este mundo y la energía de la historia, las fuerzas creadoras propias del espíritu y la libertad (...) aumentan cada vez más, la cualidad de esta energía. La vida de las sociedades humanas avanza y progresa así, a costa de muchas pérdidas.”

Ya reconocéis la famosa “energía creadora” de Bergson y la no menos famosa “emergencia de la conciencia” de Teilhard de Chardin. ¡Todas estas bellas figuras, Bergson, Teilhard, Maritain, han dominado y corrompido el pensamiento católico durante largas décadas! Pero, y todavía por mucho tiempo Sr. Maritain, ¿qué sucede con el Reino Social de Nuestro Señor en su “sociedad vitalmente cristiana”, si el Estado ya no reconoce a Jesucristo y a su Iglesia? Escuchad bien la respuesta del filósofo: la cristiandad (o el Reino Social de Jesucristo) es susceptible de varias realizaciones históricas sucesivas, esencialmente diversas, pero idénticas analógicamente; a la cristiandad medieval de tipo “sacro” y “teocrático” (¡cuántos equívocos en estos términos!), caracterizada por la abundancia de medios temporales al servicio de la unidad en la fe, debe suceder hoy día una “nueva cristiandad”, caracterizada, como lo hemos visto, por la emancipación recíproca de lo temporal y lo espiritual y por el pluralismo religioso y cultural de la ciudad.

¡Qué habilidad en el uso del concepto filosófico de la analogía para renegar sencillamente del Reino Social de Nuestro Señor Jesucristo! Ahora bien, es evidente que la cristiandad se puede realizar de manera diferente en la monarquía de San Luis y en la república de García Moreno; pero, lo que rechazo absolutamente es que la sociedad de Maritain, la ciudad pluralista “vitalmente cristiana”, sea aún una cristiandad y realice el Reino Social de Jesucristo. Quanta Cura, Immortale Dei y Quas Primas me enseñan, al contrario, que Jesucristo no tiene muchas maneras de reinar sobre la sociedad: El reina “informando” y modelando las leyes civiles según Su ley divina. Una cosa es tolerar una sociedad en la que de hecho hay una pluralidad de religiones como por ejemplo en el Líbano, y hacer lo posible para que Jesucristo sea de todos modos su “eje”, y otra cosa es pregonar el pluralismo en una sociedad que en su mayoría es aún católica y querer, para colmo, bautizar ese sistema con el nombre de cristiandad. ¡No! la “nueva cristiandad” imaginada por Jacques Maritain no es sino una cristiandad moribunda que ha apostatado y rechazado a su Rey.

En realidad, Jacques Maritain quedó cautivado por la civilización de tipo abierta-mente pluralista de los Estados Unidos de América, en cuyo seno la Iglesia católica, gozan-do del régimen de la sola libertad, vió un desarrollo notable en el número de sus miembros y de sus instituciones. Pero, ¿acaso es éste un argumento suficiente a favor del principio del pluralismo? Pidamos una respuesta a los Papas. León XIII en la Carta Longiqua Oceani del 6 de enero de 1895, elogia el progreso de la Iglesia en los Estados Unidos. He aquí su juicio al respecto:

“Pues, sin oposición por parte de la Constitución del Estado, sin impedimento alguno por parte de la ley, defendida contra la violencia por el derecho común y por la justicia de los tribunales, le ha sido dado a vuestra Iglesia una facultad de vivir segura y desenvolverse sin obstáculos. Pero, aun siendo todo eso verdad, se evitará creer erróneamente, como alguno podría hacerlo partiendo de ello, que el modelo ideal de la situación de la Iglesia hubiera de buscarse en Norteamérica o que universalmente es lícito o conveniente que lo político y lo religioso estén disociados y separados al estilo norteamericano. Pues que el catolicismo se halle incólume entre vosotros, que incluso se desarrolle prósperamente, todo eso se debe atribuir exclusivamente a la fecundidad de que la Iglesia fue dotada por Dios y a que, si nada se le opone, ni encuentra impedimentos, ella sola, espontáneamente, brota y se desarrolla; aunque dará más y mejores frutos si, además de la libertad, goza del favor de las leyes y de la protección del poder público.”

Más recientemente Pío XII señala, como León XIII, que el pluralismo religioso puede ser una condición favorable suficiente para el desarrollo de la Iglesia y subraya incluso que en nuestro tiempo hay una tendencia al pluralismo:

“La Iglesia sabe también, que, desde hace un tiempo, los acontecimientos evolucionan acaso en otro sentido, es decir, hacia la multiplicidad de las confesiones religiosas y de las concepciones de la vida en una misma comunidad nacional, en donde los católicos constituyen una minoría más o menos fuerte. Puede ser interesante y aún sorprendente para la historia, el encontrar un ejemplo, entre otros, en los Estados Unidos de América, de la manera cómo la Iglesia logra expandirse aún en las situaciones más dispares.”

¡Pero el gran Papa se cuidó bien de deducir que por eso había que precipitarse hacia donde sopla el “viento de la historia” y en adelante promover el principio del pluralismo! Por el contrario, reafirma la doctrina católica: “El historiador no debería olvidar que, si bien la Iglesia y el Estado conocieron horas y años de lucha, hubo también, desde Constantino el Grande hasta la época contemporánea e incluso hasta nuestros días, períodos tranquilos, a menudo prolongados, durante los cuales colaboraron, dentro de una plena comprensión, en la educación de las mismas personas. La Iglesia no disimula que en principio considera esta colaboración como normal y que mira como ideal la unidad del pueblo en la verdadera religión y la unanimidad de acción entre Ella y el Estado.”

Mantengamos firmemente esta doctrina y desconfiemos del espejismo del pluralismo. Si el viento de la historia parece soplar actualmente en esa dirección, ciertamente no es por el soplo del Espíritu divino, sino más bien del viento glacial del liberalismo y la Revolución, a través de dos siglos de trabajos por socavar la cristiandad.

Yves Congar y otros

El Padre Congar no está entre mis amigos. Teólogo experto en el Concilio, fue el autor principal junto a Karl Rahner de los errores que desde entonces no he dejado de combatir. Escribió, entre otros, un librito titulado la Crise dans l’Eglise et Mons. Lefebvre [la Crisis de la Iglesia y Mons Lefebvre]. Ya veréis cómo, a ejemplo de Maritain, el Padre Congar nos inicia en los arcanos de la evolución del contexto histórico y del viento de la historia: “No se puede negar, dice, que un texto semejante [la Declaración conciliar sobre la libertad religiosa] diga materialmente otra cosa que el Syllabus de 1864, y aún casi lo contrario que las proposiciones 15, 77, 79 de ese documento. Es que el Syllabus defendía un poder temporal al que considerando una nueva situación, el Papado renunció en 1929. El contexto histórico-social en que la Iglesia es llamada a vivir y a hablar ya no era el mismo, los acontecimientos nos lo habían enseñado. Ya en el siglo XIX ‘algunos católicos habían comprendido que la Iglesia encontraría un apoyo mejor para su libertad en la firme convicción de los fieles que en el favor de los príncipes’.”Desgraciadamente para el Padre Congar, esos “católicos” no son sino los católicos liberales condenados por los Papas; y la enseñanza del Syllabus, lejos de depender de circunstancias históricas pasajeras, constituye un conjunto de verdades deducidas lógicamente de la revelación, y tan inmutables como la fe. Pero nuestro adversario prosigue e insiste:

“La Iglesia del Vaticano II, por la Declaración sobre la libertad religiosa, por Gaudium et Spes, la Iglesia en el mundo actual – ¡significativo título! – se ha situado netamente en el mundo pluralista de hoy; y sin renegar de lo que hubo de grande, cortó las cadenas que la habrían mantenido anclada en la Edad Media. ¡Nada puede quedar estancado en un momento de la historia!”

¡Aquí esta! El sentido de la historia empuja hacia el pluralismo: dejemos ir la barca de Pedro en esa dirección y abandonemos el Reino Social de Jesucristo en las riberas leja-nas de un tiempo que ha quedado atrás... Estas mismas teorías se encuentran en el Padre John Courtney Murray, sacerdote jesuita, otro experto conciliar, que osa escribir con aire doctoral que solo iguala su suficiencia, que la doctrina de León XIII sobre la unión de la Iglesia y el Estado es estrictamente relativa al contexto histórico en que fue expresada: “León XIII estaba muy influenciado por la noción histórica del poder político personal ejercido de modo paternalista sobre la sociedad considerada como una gran familia.”

Así la trampa está tendida: a la Monarquía sucedió por doquier el régimen del “Estado constitucional democrático y social”, el cual, asegura nuestro teólogo y lo repetirá en el Concilio Mons. De Smedt, “no es una autoridad competente para juzgar la verdad o la falsedad en materia religiosa” .Dejemos continuar al Padre Murray: “Su obra propia está marcada por una fuerte conciencia histórica. El conocía el tiempo en que vivía y escribía para él con admirable realismo histórico y concreto. (...) Para León XIII la estructura conocida bajo el nombre de Estado confesional católico (...) nunca fue más que una hipótesis.”


¡Ruinoso relativismo doctrinal! ¡Con semejantes principios se puede relativizar toda verdad apelando a la conciencia histórica de un momento fugitivo! ¿Acaso Pío XI al escribir Quas Primas era prisionero de concepciones históricas? ¿Y del mismo modo, San Pablo, cuando afirma de Jesucristo: “es necesario que El reine”? Creo que habéis comprendido la perversidad del relativismo doctrinal histórico en Maritain, Yves Congar y compañía. Tratamos con personas que no tienen ninguna noción de la verdad, ni la menor idea de lo que puede ser una verdad inmutable. Es gracioso comprobar que esos mismos liberales relativistas que fueron los verdaderos autores del Vaticano II, ahora llegan a dogmatizar ese Concilio que sin embargo habían declarado pastoral, y quieren imponernos las novedades conciliares como doctrinas definitivas e intocables. Y se enfadan cuando les digo: “Ah, ¡vosotros decís que el Papa ya no escribiría hoy Quas Primas! ¡Vaya! yo os digo: tampoco se escribiría ya hoy vuestro Concilio; ya está superado. Vosotros os aferráis a él porque es vuestra obra; pero yo me atengo a la Tradición porque es obra del Espíritu Santo.”

BREVE EXAMEN CRITICO DEL NOVUS ORDO MISSAE


Alfredo Cardenal Ottaviani
Antonio Cardenal Bacci
BREVE EXAMEN CRITICO
DEL NOVUS ORDO MISSAE


I


Al celebrarse en Roma en el mes de octubre de 1967 el Sínodo episcopal se le pidió a la misma asamblea de Padres un juicio sobre la así llamada "Misa normativa", a saber, de esa "Misa", que había sido excogitada por el Consilium ad exsequendam Constitutionem de sacra Liturgia. Pero el esbozo de semejante Misa suscitó perplejidades entre los Padres convocados al Sínodo, de modo tal que, mientras de los 187 sufragios 43 la rechazaron abiertamente, 62 no la aprobaron sino juxta modum (con reservas). Tampoco se debe pasar por alto el hecho de que la prensa y los diarios internacionales anunciaron que aquélla nueva forma de la Misa había sido sin más rechazada por el Sínodo. En cambio, las publicaciones de los innovadores prefirieron pasar en silencio el asunto: No obstante, una revista bastante conocida, destinada a los obispos y que divulga las opiniones de éstos, describió el nuevo rito sintéticamente con las siguientes palabras: " Aquí se ordena hacer tabla rasa de toda la teología de la Misa. En pocas palabras, se acerca a esa teología de los protestantes, que ya abolió y destruyó totalmente el Sacrificio de la Misa".

Pues bien, en el Novus Ordo Missae, recientemente publicado por la Constitución Apostólica Missale romanum, se encuentra desgraciadamente casi la misma "missa normativa". Tampoco consta que las Conferencias episcopales, difundidas por todo el mundo, hayan sido entre tanto interrogadas, al menos en cuanto tales.

Efectivamente, en la Constitución Apostólica se afirma que el antiguo Misal promulgado por San Pío V el día 13 de julio del año 1570 (pero que en gran parte debe ser atribuido ya a San Gregorio Magno, y más aún, que se deriva de los primitivos (1) orígenes de la religión cristiana) en los últimos cuatro siglos fue para los sacerdotes de rito latino la norma para celebrar el Sacrificio; y no es sorprendente si en tal y tan grande Misal en todas partes del mundo "innumerables y además santísimos varones alimentaron con gran copiosidad la piedad de sus almas para con Dios, sacando de él ya sus lecturas de las Sagradas Escrituras, ya sus oraciones". Así leemos en el Novus Ordo; y, sin embargo, esta nueva reforma de la Liturgia, que arranca y extermina de raíz aquel Misal de San Pío V, es considerada necesaria por el Novus Ordo, "desde el tiempo en que con más amplitud comenzó a robustecerse y prevalecer en el pueblo cristiano el afán por fomentar la Liturgia".

Sin embargo, con la debida reverencia, sea permitido declarar que en este asunto hay un grave equívoco; pues si alguna vez se manifestó algún deseo del pueblo cristiano, esto aconteció - estimulándolo principalmente el gran San Pío X cuando el pueblo mismo comenzó a descubrir los tesoros eternos de su Liturgia. El pueblo cristiano no pidió nunca una Liturgia cambiada o mutilada para comprenderla mejor; pidió más bien que se entendiese la Liturgia inmutable, pero nunca que la misma fuese adulterada.

Además, el Misal Romano, promulgado por mandato de San Pío V y venerado siempre religiosamente, fue muy querido para los corazones católicos tanto de los sacerdotes como de los laicos; de tal manera que nada parece haber en ese Misal que, previa una Oportuna catequesis, pueda inhibir una más plena participación de los fieles y un conocimiento más profundo de la sagrada Liturgia; y, por lo tanto, no aparece suficientemente claro por qué causa se cree que un Misal semejante, refulgente con tan grandes notas reconocidas además por todos, se haya convertido en un erial tal que ya no pueda seguir alimentando la piedad litúrgica del pueblo cristiano.

Sin embargo, la "misa normativa ", aunque rechazada ya "sustancialmente" por el Sínodo de los Obispos, hoy es nuevamente propuesta e impuesta como "Novus Ordo Missae", por más que tal Ordo nunca haya sido sometido al juicio colegial de las Conferencias. [Episcopales. N. del T.]. Pero si el pueblo cristiano ha rechazado cualquier reforma de . la Sacrosanta Misa (y esto mucho más en tierras de misiones), no vemos por qué causa se imponga esta nueva ley, que, como por lo demás lo reconoce la misma predicha Constitución, subvierte una tradición inmutable en la Iglesia ya desde los siglos IV y V.

Por lo tanto, como esta reforma carece objetivamente de fundamento racional, no puede ser defendida con razones adecuadas, por las cuales no sólo se justifique ella misma si no también se torne aceptable para el pueblo católico.

Es verdad que los Padres del Concilio, en el párrafo 50 de la Constitución Sacrosanctum Concilium decretaron que las diversas partes de la Misa se ordenaran de tal modo, "que aparezcan con mayor claridad el sentido propio de cada una de las partes como también su mutua conexión". Pero de inmediato veremos cuán poco el Ordo recientemente promulgado responde a esos deseos, de los cuales apenas si parece quedar allí algún recuerdo.


Pues examinando con mayor atención y pesando de nuevo en la balanza cada uno de los elementos del Novus Ordo se llegará a esa conclusión de que aquí se han añadido o quitado tantas y tan grandes cosas que con razón se debe aplicar también aquí idéntico juicio al de la "Missa normativa". Por consiguiente, no es nada extraño que tanto este Ordo como la "Missa normativa " agraden en muchos puntos a aquellos que entre los mismos protestantes son más "modernistas".

CONTINUARA...

¿ES VALIDA O INVALIDA LA NUEVA MISA?


Vengamos ahora a los fines de la Misa.


1) El último fin. Es el de un Sacrificio de alabanza la Santísima Trinidad, según la declaración explícita de Cristo, en el primordial propósito de su misma Encarnación: "Al venir al mundo, dijo: Hostiam et oblationem noluisti, corpus autem aptasti mihi, no te agradaron la hostia y las oblaciones, por eso me diste un cuerpo" (Ps. XXXIX, 7-9, Heb. X, 5)


2) El fin ordinario. Es el del Sacrificio propiciatorio.

Este fin también ha sido velado, porque en vez de hacer hincapié en la remisión de los pecados de los vivos y muertos, pone el énfasis en el alimento y santificación de los que están presentes (N" 54.) "Ahora es cuando tiene lugar el centro y culmen de toda la celebración, cuando se llega a la plegaria eucarística, que es una plegaria de acción de gracias y santificación...(5) “Cristo ciertamente instituyó el Sacrificio y Sacramento Eucarístico, en la Ultima Cena, poniéndose a sí mismo en estado de Víctima, para que nosotros podamos estar unidos a Él en ese estado, pero su propia inmolación precede a poder nosotros comer la Víctima y tiene un pleno valor redentor antecedente (la aplicación de la inmolación sangrienta. Esto está confirmado por el hecho que los fieles presentes al Santo Sacrificio no están obligados a comulgar sacramentalmente (6). El fin inmanente. Cualquiera que sea la naturaleza del Sacrificio, es absolutamente necesario que sea agradable y acepto a Dios. Después de la caída del primer hombre, ningún sacrificio podía pretender ser acepto, por sí mismo y sin tener en cuenta el Sacrificio de Cristo. El "Novus Ordo" cambia la naturaleza del ofertorio, convirtiendo a éste en una especie de intercambio de dones entre el hombre y Dios: el hombre da el pan, (fruto de la tierra y del trabajo del hombre) y Dios lo convierte en "el pan de la vida" el hombre ofrece el vino (fruto de la vid y de su propio trabajo) y Dios hace que ese vino se convierta en una "bebida espiritual "Bendito seas, Señor, Dios del Universo, por este pan (o vino) fruto de la tierra (o de la vid) y del trabajo del hombre...El será para nosotros "pan de vida" (o espiritual bebida" (7) No es necesario comentar las manifiestas indeterminaciones de estas fórmulas "pan de vida" y "bebida espiritual", que pueden significar cualquier cosa. El mismo intolerable equívoco, que señalamos en la definición de la Misa, se repite aquí. En la definición comentada, Cristo está presente tan sólo de una manera espiritual entre los suyos; aquí, el pan y el vino son cambiados únicamente de una manera espiritual, no substancial mucho menos sacramentalmente. (Lenguaje propio de los modernistas y señalado por su Santidad San Pio X en su Enciclica


En la preparación del ofrecimiento, -encontramos un equívoco semejante, como consecuencia de la supresión de las dos grandes oraciones. Lo que, en el antiguo Misal decía: "Deus qui humanae substantiae dignitatem mirabiliter considisti et mirabilius reformasti" que era una referencia al estado de la justicia original en que Dios creó al hombre y a la obra redentora, que con la Sangre de Cristo, vino a restaurar superabundantemente lo que por el pecado había perecido: una magnífica recapitulación. De toda la economía del Sacrificio, desde Adán hasta el presente momento. El ofrecimiento final y propiciatorio del Cáliz del antiguo Misal decía: "te ofrecemos, Señor, este Cáliz de salud, implorando tu clemencia, para que, ante el acatamiento de tu Divina Majestad, suba cum odore suavitatis, para salud nuestra y de todo el mundo". Esta oración reafirmaba admirablemente el plan divino. Con la supresión de esta continua referencia a Dios en las oraciones eucarísticas, ya no existe una clara distinción entre lo Divino y lo humano en el Sacrificio. Después de remover la piedra angular, los reformadores tenían que poner un andamiaje al suprimir los fines reales, tienen que sustituir con fines ficticios, por ellos escogidos, empezando con gestos que acentúan la unión del sacerdote y de los fieles, y la unión de los fieles entre sí. De allí la nueva rúbrica: "Es conveniente que los fieles manifiesten su participación en la oblación, llevando el pan o el vino para la celebración eucarística, u otros dones con que se socorran las necesidades de la Iglesia o de los pobres". Los dones a la Iglesia y a los pobres están antepuestos o equiparados a la Hostia Divina, que debe ser inmolada. Hay el peligro de que la singularidad de este ofertorio sea tan confusa, que la participación en la inmolación de la Víctima se convierta en algo así como una reunión filantrópica o un banquete de caridad.




(5) Debería añadirse la Ascensión, si queremos recordar (Unde et memores), que no asocia, sino clara y terminantemente distingue... tam beatae pasionis, nec non et ab inferis Resurrectionis, sed et in caelum  gloriasae Ascensionis". (Recordando, pues, -25-Señor, así tu Santa Pasión, como tu Resurrección..., como tu gloriosa ascensión al cielo).  Este fin último ha desaparecido en el Ofertorio, el desaparecer la oración "Suscipe, Sancta Trinitas", y del fin de la Misa, al quitar la oración '''Placeat tibi, Sancta Trinitas", y del Prefacio, que en los domingos no será ya el Prefacio de la Santísima Trinidad, y así, en el futuro, solamente será dicho una vez al año.



(6) Este ardid se descubre también en la eliminación sorprendente, en los nuevos Canones, del Memento (o conmemoración) de los difuntos y de cualquier mención de las almas que sufren en el Purgatorio, a las que se aplicaba antiguamente el Sacrificio propiciatorio.



(7) Cf.Mysterium Fidei de Paulo VI. “El Papa San Pio V condena el error del simbolismo, juntamente con las nuevas teorías de la "transignificación" y la "transfinalización”... "Ni es correcto el estar tan preocupados en la consideración de la naturaleza del signo sacramental, que la impresión es repetida que el simbolismo -y nadie niega su existencia en la Santísima Eucaristía expresa y agota todo el significado de la presencia de Cristo en este sacramento. Ni es tampoco correcto tratar del misterio de la transubstanciación, sin mencionar el maravilloso cambio de toda la substancia del pan en el Cuerpo de Cristo, y de toda la substancia del vino en Su Sangre, de la cual habla el Concilio de Trento, y con este lenguaje hacer que esos cambios consistan solamente en una "transignificación" o 'transfinalización", para usar sus propios términos. Lo mismo dice Santo Tomas sobre el simbolismo cuando trata el tema en la suma Teológica y se queda con el de transubstanciación.




(8) El introducir nuevas fórmulas o expresiones, que, como ocurre en los textos de los Santos Padres y Concilios y del mismo Magisterio de la Iglesia, debe hacerse en un sentido univoco, subordinado a la substancia de la doctrina, con la cual forman esas fórmulas o expresiones un todo inseparable (por ejemplo, 'banquete espiritual", "alimento espiritual", "bebida espiritual", etc., etc.). En su Encíclica Mysterium Fidei, Paulo VI afirma: "Cuando la integridad de la fe ha sido preservada, también debe salvarse una apropiada manera de expresión. De lo contrario el uso cotidiano o nuestro impreciso lenguaje pueden, aunque esperamos que no suceda, dar ocasión a falsas opiniones en la fe, en muy hondas materias... “y citando a San Agustín, añade: "Hay una exigencia en nosotros a hablar según una regla fija, para que las palabras no bien seleccionadas y fijas no hagan surgir también una comprensión errónea de los asuntos que expresamos". Y continua el Papa: "Esta regla de lenguaje ha sido introducida por la Iglesia en el largo trabajo de siglos, con la protección del Espíritu Santo. Ella la ha confirmado con la autoridad de los Concilios. Ha sido más de una vez la prueba de garantía de la fe ortodoxa. Debe observarse religiosamente.  Nadie debe presumir alterarlo a su capricho o con el pretexto de un nuevo conocimiento... -Es igualmente intolerable que cualquiera, por propia iniciativa, se atreva a modificar las formulas con las que el Concilio de Trento ha propuesto la doctrina eucarística de la fe". 

R.P. Arturo Vargas Meza

CONTINUARA...

"Ite Missa Est"


JUEVES DE PASCUA

Después de haber glorificado al Cordero de Dios y saludado el paso del Señor a través de Egipto donde acaba de exterminar a nuestros enemigos; después de haber celebrado las maravillas de esta agua que nos liberta y nos introduce en la Tierra de promisión; si ahora dirigimos nuestras miradas al divino Jefe, cuya victoria anunciaban y preparaban todos estos prodigios, nos sentimos deslumbrados de tanta gloria. Como el profeta de Patmos, nos prosternamos a los pies de este Hombre-Dios, hasta que él nos diga también a nosotros: "No temas; yo soy el primero y el último; el que vivo y el que he sido muerto; y he aquí que vivo por los siglos de los siglos y tengo las llaves del infierno y de la muerte." (Apoc., I, 17.)

EL VENCEDOR DE LA MUERTE. — En efecto, él tendrá en adelante dominio sobre aquella que le había tenido cautivo; él guarda las llaves del sepulcro, lo que quiere decir en el lenguaje de la Escritura, que manda en la muerte y que esta le ha quedado sujeta de una manera definitiva. Ahora bien, el primer uso que hace de su victoria, es extenderla a todo el género humano. Adoremos esta infinita bondad; fieles al deseo de la Santa Iglesia, meditemos hoy la Pascua en sus relaciones con cada uno de nosotros. El Hijo de Dios dijo al Discípulo amado: "Estoy vivo y fui muerto"; por la virtud de la Pascua llegará el día en que también nosotros podamos decir: "Estamos vivos habiendo estado muertos."


LA MUERTE, ESTIPENDIO DEL PECADO. — L a muerte nos aguarda; está dispuesta a arrebatarnos; no escaparemos a su mortal guadaña. "La muerte es el salario del pecado" dice el libro sagrado (Rom., VI, 23); con esta explicación queda todo plenamente comprendido: la necesidad de la muerte y su universalidad. La ley no es menos dura; y no podemos dejar de ver un desorden en la ruptura violenta del lazo que aunaba en vida común al cuerpo y al alma que Dios mismo había unido. Si queremos comprender la muerte tal como es en sí, recordemos, que Dios creó al hombre inmortal; entonces comprenderemos el horror invencible que la destrucción infunde en el hombre, horror que no puede ser superado más que por un sentimiento superior a todo egoísmo, y por el sentimiento del sacrificio. Hay en la muerte de cada hombre un monumento vergonzoso del pecado, un trofeo para el ene migo del género humano; y para el mismo Dios habría humillación si no brillase su justicia y no restableciese de este modo el equilibrio.


NUESTRA ESPERANZA. — ¿Cuál será pues el deseo del hombre en la dura necesidad que le oprime? ¿Aspirar a no morir? Eso sería una locura. La sentencia es formal y nadie la burlará. ¿Podemos alegrarnos con la esperanza de que un día este cuerpo, que pronto se convertirá en cadáver y luego se disolverá sin dejar rastro visible de sí, podrá volver a la vida y sentirse de nuevo unido al alma para la cual había sido creado? Pero ¿quién obrará esta reunión imposible de una substancia inmortal con otra substancia a quien estuvo un día unida y que después se diría ha vuelto a los elementos de donde habla sido tomada? ¡Oh hombre! Ciertamente así es. Tú resucitarás; este cuerpo olvidado, disuelto, aparentemente aniquilado, revivirá y se te devolverá. ¿Qué digo? Hoy mismo sale de la tumba, en la persona del Hombre-Dios; nuestra resurrección futura se cumple desde hoy en la suya; hoy se hace tan cierta nuestra resurrección como lo es nuestra muerte; y también este misterio le encierra la Pascua. Dios, en su furor salvador, veló en un principio al hombre esta maravilla de su poder y de su bondad. Su palabra fué dura para Adán: "Comerás tu pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra de la cual fuiste sacado; pues eres polvo y en polvo te convertirás." (Gen., III, 19.) Ni una palabra, ni una sola alusión que dé al culpable la más leve esperanza respecto a esta porción de sí mismo destinada a la destrucción, a la vergüenza del sepulcro. Era preciso humillar al ingrato orgullo que había querido levantarse hasta Dios. Más tarde, el gran misterio quedó aclarado, aunque parcialmente; y muchos siglos antes, un hombre cuyo cuerpo, devorado por horrorosas úlceras, se caía a jirones, pudo ya decir: "Sé que mi redentor vive y que en el último día resucitaré de la tierra; que mis miembros serán de nuevo cubiertos de mi piel y que veré a Dios en mi carne. Esta esperanza reposa en mi corazón." (Job, XIX, 25-27.) Mas, para realizarse el anhelo de Job, era necesario que el Redentor esperado se dejase velen la tierra, que viniese a enfrentarse con la muerte, a luchar cuerpo a cuerpo con ella, y finalmente a vencerla. Vino en el tiempo señalado, no para impedir que muriéramos: la sentencia era demasiado formal; sino para morir él mismo y quitar de este modo a la muerte todo lo que tenía de duro y humillante. Semejante a esos médicos bienhechores que ellos mismos se inoculan el virus del contagio, comenzó, según la enérgica expresión de San Pedro, por "absorber la muerte". (San Pedro, I, 3, 22.) Pero la alegría de este enemigo del hombre fué breve; porque resucitó para no morir y adquirió en ese día el mismo derecho para todos nosotros. Desde este instante debemos considerar el sepulcro a nueva luz. La tierra nos recibirá, más para devolvernos, como devuelve a la espiga después de haber recibido el grano de trigo. En el día señalado, los elementos se verán obligados, por él poder que los sacó de la nada, a restituir los átomos que ellos no habían recibido más que en depósito, y al sonido de la trompeta del Arcángel, todo el género humano resucitará y proclamará la última victoria sobre la muerte. Para los justos esa será la Pascua; pero una Pascua que no será sino la continuación de la de hoy.

LA GLORIA DEL CIELO. — ¡Con qué inefable alegría nos volveremos a encontrar con este antiguo compañero de nuestra alma, esta parte esencial de nuestro ser humano, de quien habremos estado separados por tanto tiempo! Desde hace siglos, tal vez, nuestras almas estaban arrobadas en la visión de Dios; pero nuestra naturaleza de hombres no estaba representada por completo en suprema beatitud; nuestra felicidad, que debe ser también la felicidad del cuerpo no tenía su complemento; y en medio de aquella gloria, de aquella dicha, quedaba, sin borrar una mancha del castigo que afligió al género humano desde las primeras horas de su morada en la tierra. Para recompensar a los justos por su visión beatífica, Dios se ha dignado, no sólo esperar al instante en que sus cuerpos gloriosos sean reunidos con las almas que los animaron y los santificaron; sino que todo el cielo aspira a esta última fase del misterio de la Redención del hombre. Nuestro Rey, nuestro Jefe divino, que desde lo alto de su trono pronuncia con majestad estas palabras: "Estoy vivo y estuve muerto", quiere que las repitamos nosotros en la eternidad. María, que tres días después de su muerte volvió a tomar su carne inmaculada, desea ver a su alrededor, en su carne purificada por la prueba del sepulcro, a los innumerables hijos que la llaman Madre.

LA ALEGRÍA DE LOS ANGELES. — Los santos Angeles, cuyas filas deben reforzarse con los elegidos de la tierra, se alegran con la esperanza del magnífico espectáculo que ofrecerá la corte celestial cuando los cuerpos de los hombres glorificados esmalten con su brillo, como las flores del mundo natural, la región de los espíritus. Una de sus alegrías es la de contemplar, por adelantado, el cuerpo resplandeciente del divino Mediador, que en su humanidad es tanto Jefe suyo como nuestro; la de centrar sus miradas centelleantes sobre la incomparable belleza que irradian las facciones de María, que también es su Reina. ¡Qué festividad tan plena será para ellos el instante en que sus hermanos de la tierra, cuyas almas bienaventuradas gozan ya con ellos de la felicidad, se revistan con el manto de esta carne santificada que no impedirá las irradiaciones del espíritu, y pondrá a los habitantes del cielo en posesión de todas las grandezas y de todas las bellezas de la creación! En el momento en que Jesucristo, en el sepulcro, desatando todas las ligaduras que le retenían, se levantó resucitado con toda su fuerza y su esplendor, los Angeles que le asistían fueron presa de una muda admiración a la vista de aquel cuerpo que les era inferior por naturaleza, pero que con los esplendores de la gloria resplandecía más que los más radiantes espíritus celestes; ¡con qué aclamaciones fraternales acogerán a los miembros de este Jefe victorioso, cuando se revistan de nuevo de una librea para siempre gloriosa, ya que es la de un Dios!


RESPETO AL CUERPO. — El hombre sensual se siente indiferente a la gloria y a la felicidad del cuerpo en la eternidad; el dogma de la resurrección de la carne no le conmueve. Se obstina en no ver más que lo presente; y, en esta preocupación grosera, su cuerpo no es para él más que un juguete del que debe aprovecharse lo más posible, porque dura poco. El amor hacia esta pobre carne es irrespetuoso; he aquí por qué no teme enlodarla, esperando que llegue a su con sumación, sin haber recibido otro homenaje que una predilección egoísta e innoble.



LOS HONORES QUE LA IGLESIA TRIBUTA A NUESTRO CUERPO. — Por esto el hombre sensual reprocha a la Iglesia ser enemiga del cuerpo, a pesar de que esta no cesa de proclamar su dignidad y sus altos destinos. Es una insolente audacia e injuria. El cristianismo nos precave de los peligros que acechan al alma por parte del cuerpo; nos revela la peligrosa enfermedad que la carne contrajo con la mancha original, los medios que debemos emplear para "hacer servir a la justicia nuestros miembros, que podían entregarse a la iniquidad". (Rom., IV, 19); pero lejos de hacer que nos desprendamos del amor a nuestro cuerpo, nos le presenta como destinado a una gloria y a una felicidad eterna. Sobre nuestro lecho fúnebre la Iglesia le honra con el Sacramento de la Santa Unción, con el cual sella todos sus sentidos para la inmortalidad; preside la despedida que el alma dirige a este compañero de sus combates, hasta la futura y eterna reunión; quema respetuosamente el incienso junto a este despojo mortal consagrado el día en que el agua del bautismo fué derramada sobre él; y a los que sobreviven, les dirige con dulce autoridad estas palabras: "No estéis tristes como los que no tienen esperanza." (I Tes., IV, 12.) Así, pues, nuestra esperanza no debe ser otra que aquella que consolaba a Job: "Veré a Dios en mi propia carne."


FE EN LA RESURRECCIÓN DE LA CARNE.'—Así nuestra santa fe nos. revela el futuro de nuestro cuerpo, y estimula, elevándolo, el amor instintivo que el alma tiene para con esta porción esencial de nuestro ser. Ella conexiona indisolublemente el dogma de la Pascua con el de la resurrección de la carne; el Apóstol no encuentra dificultad en decirnos que, si Cristo no hubiese resucitado, nuestra fe sería vana; del mismo modo que, si no existiese la resurrección de la carne, la de Cristo habría sido inútil" (I Cor., XV); tan íntima es la unión entre estas dos verdades, que no forman por decirlo así más que una sola. Por eso debemos ver un triste signo de decaimiento del verdadero sentimiento de la fe, en la especie de olvido en que parece haber caído, entre gran número de fieles, el dogma capital de la resurrección de la carne. Seguramente le creen, ya que el Símbolo se lo impone; sobre este punto no tiene ni sombra de duda, pero la esperanza de Job rara vez es el tema de sus pensamientos y de sus aspiraciones. Lo que les importa para sí mismos y para los demás es la suerte del alma después de esta vida; y ciertamente tienen mucha razón; pero el filósofo también predica la inmortalidad del alma y las recompensas para el justo en un mundo mejor. Dejadle, pues, repetir la lección que ha aprendido de vosotros y mostrad que sois cristianos; confesad valientemente la resurrección de la carne, como hizo Pablo en el Areópago. Se os dirá tal vez lo que se le dijo a él: "Te oiremos en otra oportunidad sobre ese tema" (Act., XVII, 32); pero ¿qué os importa? Habréis rendido homenaje a aquel que venció a la muerte, no solamente en sí misma, sino en vosotros; y vosotros sólo estáis en este mundo para dar testimonio de la verdad revelada por vuestras palabras y por vuestras obras.


EL EJEMPLO DE LA CRISTIANDAD PRIMITIVA. — Al recorrer las pinturas murales de las Catacumbas de Roma, nos admiramos de encontrar allí por doquier símbolos de la resurrección de los cuerpos; el Buen Pastor es el tema que se encuentra con más frecuencia en aquellos frescos de la Iglesia primitiva; ¡tanto preocupaba este dogma fundamental del cristianismo a los espíritus, en la época en que no podían presentarse al bautismo sin haber roto violentamente con el sensualismo! El martirio era la suerte, al menos probable, de todos los neófitos; y cuando llegaba la hora de confesar su fe, mientras que sus miembros eran triturados o dislocados en los tormentos, se les oía proclamar el dogma de la resurrección de la carne como la esperanza que sostenía su valor; dan fe de ello sus Actas. Muchos de entre nosotros necesitan aleccionarse con este ejemplo, para que sea íntegra su fe y se aleje cada vez más de la filosofía que pretende prescindir de Jesucristo, aunque plagie aquí y allá algunos fragmentos de sus divinas enseñanzas.

EL SENSUALISMO LLEVA AL NATURALISMO. — El alma vale más que el cuerpo; pero en el hombre, el cuerpo no es ni extraño ni una cosa redundante o superflua. Por los altos destinos que tiene, hemos de tratarle y cuidarle con sumo respeto; y, si en el estado presente nos vemos precisados a castigarle para que no se pierda, ni el alma con él, no será por desprecio, sino por amor. Los mártires y los santos penitentes amaron su cuerpo más que le aman quienes se entregan a los placeres; mortificándole para preservarle del mal, le salvaron; los otros, halagándole, le expusieron a la más triste suerte. Fijémonos bien: la trabazón del sensualismo con el naturalismo es manifiesta. El sensualismo falsea el fin del hombre para mejor pervertirle sin que sienta remordimiento; el naturalismo teme las luces de la fe; y precisamente sólo la fe es lo que hace al hombre comprender su destino y su fin. Esté alerta el cristiano, y si, en estos días no late su corazón de amor y esperanza con el pensamiento de lo que el Hijo de Dios ha hecho por nuestros cuerpos resucitando gloriosamente, persuádase de que es muy débil su fe. Si no quiere perderse, crea dócilmente en la palabra de Dios, pues solamente ella le hará conocer lo que es ahora y lo que está destinado a ser más tarde. En Roma, la Estación es en la Basílica de los doce Apóstoles. Se convocaba a los neófitos el día de hoy en este santuario dedicado a los Testigos de la resurrección, y donde descansan dos de entre ellos, San Felipe y Santiago. La Misa está esmaltada de alusiones al papel sublime de estos esforzados heraldos del divino resucitado, que han dejado oír su voz hasta los confines de la tierra y cuyos ecos resuenan, sin debilitarse, a través de los siglos.


M I S A
El cántico de entrada está sacado del libro de la Sabiduría, y celebra la elocuencia de los Apóstoles, mudos antes por el miedo y tímidos como niños. La Sabiduría eterna los ha transformado en hombres nuevos y toda la tierra ha conocido por ellos la victoria del Hombre- Dios.


INTROITO
Tu mano vencedora alabaron, Señor, todos a una, aleluya: porque la Sabiduría abrió la boca de los mudos, e hizo elocuentes las lenguas de los niños. Aleluya, aleluya. Salmo: Cantad al Señor un cántico nuevo: porque ha hecho maravillas. V. Gloria al Padre.

La Colecta nos presenta a todas las naciones reunidas en una sola por la predicación apostólica. Los neófitos han sido admitidos en esta unidad por su bautismo; la Santa Iglesia pide a Dios que los mantenga en ella por su gracia.


COLECTA
Oh Dios, que uniste la diversidad de las gentes en la confesión de tu nombre: da, a los renacidos en la fuente del Bautismo, una misma fe en las almas y una misma piedad en las obras. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


EPISTOLA
Lección de los Hechos de los Apóstoles (VIII, 26-40). En aquellos días el Ángel del Señor habló a Felipe diciendo: Levántate y vete hacia el mediodía, al camino que baja de Jerusalén a Gaza, el cual está desierto. Y, levantándose, se fue. Y he aquí que un eunuco etíope, ministro de Candace, reina de los Etíopes, y superintendente de todas sus riquezas, había ido a Jerusalén a adorar a Dios: y ahora volvía a su tierra, sentado en su carro, y leyendo al Profeta Isaías. Y dijo el Espíritu a Felipe: Acércate y arrímate a ese carro. Y. acercándose Felipe, le oyó leer al Profeta Isaías, y le dijo: ¿Entiendes, por ventura, lo que lees? El dijo: ¿Y cómo podré entenderlo, si alguien no me lo explicare? Y rogó a Felipe que subiera y se sentara con él. Y el lugar de la Escritura que leía, era éste: Fué llevado a la muerte como una oveja: y, como un cordero, mudo ante el que le trasquila, no abrió su boca. Después de su humillación ha sido libertado de la muerte, a que fué condenado. Su generación ¿quién podrá explicarla, puesto que su vida será quitada de la tierra? Y, preguntando el eunuco a Felipe, dijo: Ruégote: ¿de quién dice esto el profeta? ¿De sí, o de algún otro? Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta Escritura, le evangelizó a Jesús. Y, yendo por el camino, llegaron a donde había agua: y dijo el eunuco: Aquí hay agua: ¿qué impide que yo sea bautizado? Y dijo Felipe: Si crees de todo corazón, se puede. Y, respondiendo él, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. Y mandó parar el carro: y bajaron los dos, Felipe y el eunuco, al agua, y le bautizó. Y, habiendo subido del agua, él Espíritu arrebató a Felipe, y no le vió más el eunuco. Y siguió su camino gozoso. Felipe, en cambio, se encontró en Azoto, y, al pasar, anunció el nombre del Señor Jesucristo en todas las ciudades, hasta que llegó a Cesárea.


DOCILIDAD DEL ALMA A LA GRACIA. — Este pasaje de los Actos de los Apóstoles estaba destinado a recordar a los neófitos la sublimidad de la gracia que habían recibido en el bautismo y el estado en que habían sido regenerados. Dios los puso en el camino de la salvación, así como envió a Felipe al camino por donde el eunuco había de pasar. Les dio deseo de conocer la verdad, como había puesto en el corazón del oficial de la reina de Etiopía la feliz curiosidad que le condujo a oír hablar de Jesucristo. Pero todavía no se había realizado todo. Este pagano habría podido escuchar con desconfianza y sequedad de alma las explicaciones del enviado de Dios, y cerrar la puerta a la gracia que salía a su encuentro; al contrario, abría su corazón y la fe le llenaba. De igual modo, nuestros neófitos fueron dóciles, y la palabra de Dios los iluminó; subieron de claridad en claridad hasta que la Iglesia reconoció en ellos a verdaderos discípulos de la fe. Entonces llegaron los días de la Pascua y esta madre de las almas se dijo a sí misma: "He aquí el agua, el agua que purifica, el agua que sale del costado del Esposo, abierto por la lanza en la cruz; ¿quién me impide bautizarlos?" Y cuando ellos confesaron que Jesucristo es el Hijo de Dios, fueron sumergidos, como el Etíope, en la fuente de la salvación; ahora, a ejemplo suyo, van a continuar caminando, llenos de gozo, por el camino de la vida; porque han resucitado con Cristo, que se dignó asociar a las alegrías de su propio triunfo, las del nuevo nacimiento de ellos.

GRADUAL
Este es el día que hizo el Señor: gocémonos y alegrémonos en él. J. La piedra que reprobaron los constructores, se convirtió en cabeza angular: esto fué hecho por el Señor, y es maravilloso a nuestros ojos. Aleluya, aleluya; J. Resucitó Cristo, que creó todas las cosas, y se compadeció del género humano.

A continuación se canta la Secuencia Victimae Pascfutli.


EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Juan (XX, 11-18).
En aquel tiempo María estaba fuera, junto al sepulcro, llorando. Y, mientras lloraba, se inclinó, y miró el sepulcro: y vió dos Angeles, vestidos de blanco, sentados, uno a la derecha y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. Y dijéronla: Mujer, ¿por qué lloras? Díjoles: Porque han llevado a mi Señor: y no sé dónde le han puesto. Y, después de decir esto, se volvió hacia atrás, y vió a Jesús, que estaba allí: y no sabía que era Jesús. Di jóle Jesús: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, creyendo que era el hortelano, di jóle: Señor, si le has quitado tú, dime dónde le has puesto: y yo le llevaré. Di jóle Jesús: ¡María! Vuelta, ella, díjole: ¡Rabbóni! (que significa Maestro). Di jola Jesús: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre: pero vete a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre, y a vuestro Padre, a mi Dios, y a vuestro Dios. Fué María Magdalena anunciando a los discípulos: He visto al Señor, y me ha dicho esto.

EL APÓSTOL DE LOS APÓSTOLES. — Nos encontramos en la Basílica de los Apóstoles; y la Santa Iglesia, en lugar de hacernos oír hoy el relato de una de las apariciones del Salvador resucitado a sus Apóstoles, nos lee aquel en que se refiere el favor que Jesús hizo a María Magdalena, ¿Por qué esta aparente omisión del carácter y de la misión conferida a los embajadores de la nueva ley? La razón es fácil de comprender. Al honrar hoy en este Santuario la memoria de aquella que Jesucristo escogió para ser el apóstol de sus Apóstoles, la Iglesia acababa de mostrar en toda su verdad las circunstancias del día de la resurrección. Por la Magdalena y sus compañeras comenzó el apostolado del mayor de los misterios del Redentor; ellas, pues, tienen auténtico derecho de ser honradas hoy en esta Basílica dedicada a los santos Apóstoles.

EL SEÑOR Y LAS SANTAS MUJERES. — Dios, por ser omnipotente, se complace en manifestarse en lo más débil, del mismo modo que en su bondad se gloría de reconocer el amor de que es objeto; he aquí por qué el Redentor prodigó primero todas las pruebas de su resurrección y todos los tesoros de su ternura a la Magdalena y a sus compañeras. Se sintieron más débiles que los pastores de Belén: tuvieron, pues, la preferencia; los mismos apóstoles se sintieron más débiles que el menor de los poderes del mundo, que a ellos se había de someter; he aquí poiqué fueron ellos instruidos a su tiempo. Pero Magdalena y sus compañeras amaron a su Maestro hasta la cruz y hasta el sepulcro, mientras que los apóstoles le abandonaron: a las primeras y no a los segundos Jesús debía los primeros favores de su bondad. ¡Sublime espectáculo el de la Iglesia, en este instante en que surge sobre la fe de la Resurrección que es su base! Después de María, la Madre de Dios, en quién la luz no tuvo nunca parpadeos, y a quien era debido como a Madre y por ser santísima, la primera manifestación, ¿a quiénes vemos iluminadas con la fe por la que vive y alienta la Iglesia? A Magdalena y sus compañeras. Durante muchas horas, Jesús se complugo en la contemplación de su obra, tan débil a la consideración humana, pero en realidad tan grande. Unos instantes más y este rebañito de almas escogidas va a asimilarse a los mismos Apóstoles; ¿qué digo? El mundo entero vendrá a ellas. Durante estos días la Iglesia canta en todo el mundo estas palabras: "¿Qué has visto en el sepulcro, María?, dínoslo." Y María Magdalena responde a la Santa Iglesia: "Vi la tumba de Cristo, que vivía; vi la gloria de Cristo resucitado."


LA MUJER QUE HA PECADO LA PRIMERA ES REHABILITADA PRIMERO. — Y no nos admiremos de que solas las mujeres formasen este primer grupo de creyentes alrededor del Hijo de Dios, verdadera Iglesia primitiva que brilla con los primeros destellos de la resurrección; porque aquí tenemos la continuación de la obra divina según el plan irrevocable cuyo principio ya hemos reconocido. Por la prevaricación de la mujer, la obra de Dios se desequilibró en sus comienzos; y en la mujer es donde primero será de nuevo restaurada. El día de la Anunciación nos inclinamos ante la nueva Eva, que reparaba con su obediencia la desobediencia de la primera; mas por temor de que Satanás se equivocase allí y no quisiese ver en María sino la exaltación de la persona y no la rehabilitación del sexo, Dios quiere que hoy los hechos declaren su voluntad suprema: "La mujer, nos dice San Ambrosio, había gustado la primera el brebaje de la muerte; ella será, pues, la que contemple la primera la resurrección. Al proclamar este misterio, ella reparará su falta'; y con razón es enviada para anunciar a los hombres la nueva de salvación, para manifestar la gracia que viene del Señor, aquella que en otro tiempo había anunciado el pecado al hombre" Los demás Padres revelan con no menos elocuencia este plan divino que da a la mujer la primacía en la distribución de los dones de la gracia, y en esto nos hacen reconocer no solamente un acto del poder del Supremo Señor, sino también la legítima recompensa al amor que Jesús encontró en el corazón de estas humildes criaturas, y que no había encontrado en el de sus Apóstoles, a los que durante tres años había prodigado los más tiernos cuidados, y de los que tenía el derecho a esperar una valentía más varonil.


LA APARICIÓN A LA MAGDALENA. — En medio de sus compañeras, la Magdalena se levanta como una reina, cuya corte la forman las demás. Es la preferida de Jesús, aquella que más ama, aquella cuyo corazón fué más quebrantado por la dolorosa Pasión, aquella que insiste con más fuerza para recibir y embalsamar con sus lágrimas y sus perfumes el cuerpo de su maestro. ¡Qué delirio en sus palabras mientras le busca! ¡Qué exaltación de ternura, cuando le reconoció vivo y siempre amoroso para con ella! Con todo, Jesús se abstiene de manifestar una alegría demasiado terrena: "No me toques, la dice; pues no he subido todavía a mi Padre." Jesús no tiene ya las condiciones de la vida mortal; en él la humanidad permanecerá siempre unida a la divinidad; pero su resurrección advierte al alma fiel que las relaciones que tendrá en adelante con él no son ya las mismas. En el primer período se acercaba a él como si se acercase a un hombre; su divinidad apenas si se traslucía; pero ahora es el Hijo de Dios, cuyo resplandor eterno se percibe, porque irradia aun a través de su humanidad. Es, pues, el corazón el que debe buscarle ahora más bien que los ojos; el afecto respetuoso más que la ternura sensible. Se dejó tocar de la Magdalena cuando ella era débil y él mismo mortal; es necesario que ahora ella aspire al mayor bien espiritual que es la vida del alma, a Jesús en el seno del Padre. Magdalena, en su primer estado hizo lo suficiente para servir de modelo al alma que comienza a buscar a Jesús, pero ¿quién no ve que su amor necesita transformarse? Su ardor "la ciega; se obstina en "buscar entre los muertos al que está vivo". Ha llegado el momento en que debe elevarse a una vida superior, y buscar Analmente en espíritu aquello que es espíritu. "No he subido todavía a mi Padre" dice el Salvador; como si dijese: "Prívate por el momento de estas muestras de cariño demasiado sensibles que te atarían a mi humanidad. Déjame antes subir a mi gloria; un día tú también serás admitida allí cerca de mí; entonces te será dado prodigarme todas las muestras de tu amor, porque entonces no será ya posible que mi humanidad te robe la vista de mi naturaleza divina." Magdalena comprendió la lección de su Maestro tan amado; una transformación se opera en ella; y en seguida, sola con sus recuerdos, que se extienden de la primera palabra de Jesús que deshizo en llanto su corazón y la arrancó de los amores terrenos, hasta el favor con que la honra hoy al preferirla a los Apóstoles, suspirará cada día por el sumo bien, hasta que purificada por la espera, hecha émula de los ángeles que la visitan y consuelan en su destierro, suba finalmente para siempre a donde está Jesús y estreche con un abrazo eterno aquellos sagrados pies, en los que reconocerá las señales imborrables de sus primeros ósculos. El Ofertorio recuerda la leche y la miel de la Tierra de Promisión, en que la predicación de los Apóstoles ha introducido a los neófitos. Pero el altar sobre el cual se prepara el festín del Salvador, les reserva una comida más dulce.

OFERTORIO
El día de vuestra solemnidad, dice el Señor, os introduciré en una tierra que mana leche y miel. Aleluya.

La Iglesia encomienda a Dios en la Secreta la ofrenda de sus nuevos hijos; este pan transformado por las palabras divinas llegará a ser para ellos el alimento fortificante que conduce al viajero hasta el puerto de la eternidad.

SECRETA
Suplicámoste, Señor, aceptes propicio los dones de tus pueblos: para que, renovados con la confesión de tu nombre y con el Bautismo, consigan la sempiterna felicidad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. En la Antífona de la Comunión se deja oír la voz del Colegio apostólico por medio de Pedro. Felicita con efusión paternal a este pueblo renacido por los favores de que ha sido objeto por parte del soberano autor de la luz, que se dignó hacer fecundas las tinieblas.

COMUNION
Pueblo de conquista, pregonad las maravillas, aleluya: de aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz. Aleluya.

En la Poscomunión se expresan los efectos de la Eucaristía. Este misterio sagrado confiere al hombre tocio bien, le sostiene en el viaje de esta vida y le pone ya desde ahora en posesión de su fin eterno.

POSCOMUNION

Escucha, Señor, nuestras preces: para que los sacrosantos Misterios de nuestra redención nos presten tu auxilio en la vida presente, y nos granjeen los gozos sempiternos. Por Jesucristo, nuestro Señor, Amén.