CAPITULO XIX
EL ESPEJISMO DEL PLURALISMO
De
Jacques Maritain a Yves Congar
El liberalismo que se dice católico se lanzó al
asalto de la Iglesia bajo el estandarte de pro-greso, como os lo he demostrado
en el capítulo precedente. Sólo le faltaba revestirse con el manto de la
filosofía, para penetrar con toda seguridad en la Iglesia, que hasta entonces
lo anatematizaba. Algunos nombres ilustran esta penetración liberal en la
Iglesia hasta las vísperas del Vaticano II.
Jacques Maritain (1882-1973)
No es un error llamar a Jacques Maritain el
padre de la libertad religiosa del Vaticano II. Por su parte, Pablo VI se había
empapado de las tesis políticas y sociales del Maritain liberal posterior a
1926 y lo reconocía como su maestro... San Pío X había estado por cierto mejor
inspirado al elegir como maestro al Card. Pie del cual tomó el texto central
de su encíclica inaugural E Supremi Apostolatus y su divisa “Restaurarlo todo
en Cristo”. Desafortunadamente, la divisa de Maritain, que será la de Pablo VI,
fue más bien “instaurar todo en el hombre”. En reconocimiento hacia su viejo
maestro, Pablo VI le remi-te el 8 de diciembre de 1965, día de la clausura del
Concilio, el texto de uno de los mensa-jes finales del Concilio al mundo. He
aquí lo que declaraba uno de esos textos, el Mensaje a los Gobernantes, leído
por el Card. Liénart:
“En
vuestra ciudad terrestre y temporal construye El misteriosamente su ciudad espiritual
y eterna: su Iglesia. ¿Y qué pide ella de vosotros, esa Iglesia, después de
casi dos mil años de vicisitudes de todas clases en sus relaciones con
vosotros, las potencias de la tierra, qué os pide hoy? Os lo dice en uno de los
textos de mayor importancia de su Concilio: no os pide más que la libertad: la
libertad de creer y de predicar su fe; la libertad de amar a su Dios y
servirle; la libertad de vivir y de llevar a los hombres su mensaje de vida. No
la temáis: es la imagen de su Maestro, cuya acción misteriosa no usurpa
vuestras prerrogativas, pero que salva a todo lo humano de su fatal caducidad,
lo transfigura, lo llena de esperanza, de verdad, de belleza.”
Era canonizar la tesis de Maritain de la
“sociedad vitalmente cristiana”, según la cual, la Iglesia, renunciando a la
protección de la espada secular, por un movimiento progresivo y necesario se
emancipa de la molesta tutela de los Jefes de Estado católico y en adelante se
contenta sólo con la libertad, limitándose a no ser, más que el fermento evangélico
escondido en la masa o el signo de la salvación para la humanidad. Esta
“emancipación” de la Iglesia, asegura Maritain, va acompañada por una emancipación
recíproca de lo temporal respecto a lo espiritual, de la sociedad civil
respecto a la Iglesia, por una laicización de la vida pública, que en cierto
modo es una “pérdida”. Pero ésta es ampliamente compensada por el progreso que
de ella se sigue para la libertad, y por el pluralismo religioso que se
instaura legalmente en la sociedad civil. Cada familia espiritual gozaría de un estatuto jurídico
propio y de una justa libertad. A lo largo de la histo-ria humana hay una ley
que se desprende, la “doble ley de la degradación y de la sobre-elevación de la
energía de la historia”: la ley de la conciencia de la persona y de la libertad
que emergen y la ley correlativa de la degradación de una cantidad de medios
temporales puestos al servicio de la Iglesia y de su triunfalismo:
“Mientras el
desgaste del tiempo y la pasividad de la materia disipan y degradan naturalmente
las cosas de este mundo y la energía de la historia, las fuerzas creadoras
propias del espíritu y la libertad (...) aumentan cada vez más, la cualidad de
esta energía. La vida de las sociedades humanas avanza y progresa así, a costa
de muchas pérdidas.”
Ya reconocéis la famosa “energía creadora” de Bergson y la
no menos famosa “emergencia de la conciencia” de Teilhard de Chardin. ¡Todas
estas bellas figuras, Bergson, Teilhard, Maritain, han dominado y corrompido el
pensamiento católico durante largas décadas! Pero, y todavía por mucho tiempo
Sr. Maritain, ¿qué sucede con el Reino Social de Nuestro Señor en su “sociedad
vitalmente cristiana”, si el Estado ya no reconoce a Jesucristo y a su Iglesia?
Escuchad bien la respuesta del filósofo: la cristiandad (o el Reino Social de
Jesucristo) es susceptible de varias realizaciones históricas sucesivas,
esencialmente diversas, pero idénticas analógicamente; a la cristiandad medieval
de tipo “sacro” y “teocrático” (¡cuántos equívocos en estos términos!),
caracterizada por la abundancia de medios temporales al servicio de la unidad
en la fe, debe suceder hoy día una “nueva cristiandad”, caracterizada, como lo
hemos visto, por la emancipación recíproca de lo temporal y lo espiritual y por
el pluralismo religioso y cultural de la ciudad.
¡Qué habilidad en el uso del concepto filosófico de la
analogía para renegar sencillamente del Reino Social de Nuestro Señor
Jesucristo! Ahora bien, es evidente que la cristiandad se puede realizar de
manera diferente en la monarquía de San Luis y en la república de García Moreno;
pero, lo que rechazo absolutamente es que la sociedad de Maritain, la ciudad
pluralista “vitalmente cristiana”, sea aún una cristiandad y realice el Reino
Social de Jesucristo. Quanta Cura, Immortale
Dei y Quas Primas me enseñan, al
contrario, que Jesucristo no tiene muchas maneras de reinar sobre la sociedad:
El reina “informando” y modelando las leyes civiles según Su ley divina. Una
cosa es tolerar una sociedad en la que de hecho hay una pluralidad de
religiones como por ejemplo en el Líbano, y hacer lo posible para que
Jesucristo sea de todos modos su “eje”, y otra cosa es pregonar el pluralismo
en una sociedad que en su mayoría es aún católica y querer, para colmo,
bautizar ese sistema con el nombre de cristiandad. ¡No! la “nueva cristiandad”
imaginada por Jacques Maritain no es sino una cristiandad moribunda que ha
apostatado y rechazado a su Rey.
En realidad, Jacques Maritain quedó cautivado por la
civilización de tipo abierta-mente pluralista de los Estados Unidos de América,
en cuyo seno la Iglesia católica, gozan-do del régimen de la sola libertad, vió
un desarrollo notable en el número de sus miembros y de sus instituciones.
Pero, ¿acaso es éste un argumento suficiente a favor del principio del
pluralismo? Pidamos una respuesta a los Papas. León XIII en la Carta Longiqua
Oceani del 6 de enero de 1895, elogia el progreso de la Iglesia en los Estados
Unidos. He aquí su juicio al respecto:
“Pues, sin
oposición por parte de la Constitución del Estado, sin impedimento alguno por
parte de la ley, defendida contra la violencia por el derecho común y por la
justicia de los tribunales, le ha sido dado a vuestra Iglesia una facultad de
vivir segura y desenvolverse sin obstáculos. Pero, aun siendo
todo eso verdad, se evitará creer erróneamente, como alguno podría hacerlo
partiendo de ello, que el modelo ideal de la situación de la Iglesia hubiera de
buscarse en Norteamérica o que universalmente es lícito o conveniente que lo
político y lo religioso estén disociados y separados al estilo norteamericano.
Pues que el catolicismo se halle incólume entre vosotros, que incluso se
desarrolle prósperamente, todo eso se debe atribuir exclusivamente a la
fecundidad de que la Iglesia fue dotada por Dios y a que, si nada se le opone,
ni encuentra impedimentos, ella sola, espontáneamente, brota y se desarrolla;
aunque dará más y mejores frutos si, además de la libertad, goza del favor de
las leyes y de la protección del poder público.”
Más recientemente Pío XII señala, como León XIII, que el
pluralismo religioso puede ser una condición favorable suficiente para el
desarrollo de la Iglesia y subraya incluso que en nuestro tiempo hay una
tendencia al pluralismo:
“La Iglesia sabe
también, que, desde hace un tiempo, los acontecimientos evolucionan acaso en
otro sentido, es decir, hacia la multiplicidad de las confesiones religiosas y
de las concepciones de la vida en una misma comunidad nacional, en donde los
católicos constituyen una minoría más o menos fuerte. Puede ser interesante y
aún sorprendente para la historia, el encontrar un ejemplo, entre otros, en los
Estados Unidos de América, de la manera cómo la Iglesia logra expandirse aún en
las situaciones más dispares.”
¡Pero el gran Papa se cuidó bien de deducir que por eso
había que precipitarse hacia donde sopla el “viento de la historia” y en
adelante promover el principio del pluralismo! Por el contrario, reafirma la
doctrina católica: “El historiador no
debería olvidar que, si bien la Iglesia y el Estado conocieron horas y años de
lucha, hubo también, desde Constantino el Grande hasta la época contemporánea e
incluso hasta nuestros días, períodos tranquilos, a menudo prolongados, durante
los cuales colaboraron, dentro de una plena comprensión, en la educación de las
mismas personas. La Iglesia no disimula que en principio considera esta
colaboración como normal y que mira como ideal la unidad del pueblo en la
verdadera religión y la unanimidad de acción entre Ella y el Estado.”
Mantengamos firmemente esta doctrina y desconfiemos del
espejismo del pluralismo. Si el viento de la historia parece soplar actualmente
en esa dirección, ciertamente no es por el soplo del Espíritu divino, sino más
bien del viento glacial del liberalismo y la Revolución, a través de dos siglos
de trabajos por socavar la cristiandad.
Yves Congar y
otros
El Padre Congar no está entre mis amigos. Teólogo experto en
el Concilio, fue el autor principal junto a Karl Rahner de los errores que desde
entonces no he dejado de combatir. Escribió, entre otros, un librito titulado
la Crise dans l’Eglise et Mons. Lefebvre [la Crisis de la Iglesia y Mons
Lefebvre]. Ya veréis cómo, a ejemplo de Maritain, el Padre Congar nos inicia en
los arcanos de la evolución del contexto histórico y del viento de la historia: “No se puede negar, dice, que un texto semejante [la
Declaración conciliar sobre la libertad religiosa] diga materialmente otra cosa
que el Syllabus de 1864, y aún casi lo contrario que las proposiciones 15, 77, 79
de ese documento. Es que el Syllabus defendía un poder temporal al que
considerando una nueva situación, el Papado renunció en 1929. El contexto
histórico-social en que la Iglesia es llamada a vivir y a hablar ya no era el
mismo, los acontecimientos nos lo habían enseñado. Ya en el siglo XIX ‘algunos
católicos habían comprendido que la Iglesia encontraría un apoyo mejor para su
libertad en la firme convicción de los fieles que en el favor de los
príncipes’.”Desgraciadamente para el Padre Congar, esos “católicos” no son sino
los católicos liberales condenados por los Papas; y la enseñanza del Syllabus,
lejos de depender de circunstancias históricas pasajeras, constituye un
conjunto de verdades deducidas lógicamente de la revelación, y tan inmutables
como la fe. Pero nuestro adversario prosigue e insiste:
“La Iglesia del
Vaticano II, por la Declaración sobre la libertad religiosa, por Gaudium et
Spes, la Iglesia en el mundo actual – ¡significativo título! – se ha situado
netamente en el mundo pluralista de hoy; y sin renegar de lo que hubo de
grande, cortó las cadenas que la habrían mantenido anclada en la Edad Media.
¡Nada puede quedar estancado en un momento de la historia!”
¡Aquí esta! El sentido de la historia empuja hacia el
pluralismo: dejemos ir la barca de Pedro en esa dirección y abandonemos el
Reino Social de Jesucristo en las riberas leja-nas de un tiempo que ha quedado
atrás... Estas mismas teorías se encuentran en el Padre John Courtney Murray,
sacerdote jesuita, otro experto conciliar, que osa escribir con aire doctoral
que solo iguala su suficiencia, que la doctrina de León XIII sobre la unión de
la Iglesia y el Estado es estrictamente relativa al contexto histórico en que
fue expresada: “León XIII estaba
muy influenciado por la noción histórica del poder político personal ejercido
de modo paternalista sobre la sociedad considerada como una gran familia.”
Así la trampa está tendida: a la Monarquía sucedió por
doquier el régimen del “Estado constitucional democrático y social”, el cual,
asegura nuestro teólogo y lo repetirá en el Concilio Mons. De Smedt, “no es una
autoridad competente para juzgar la verdad o la falsedad en materia religiosa” .Dejemos
continuar al Padre Murray: “Su obra propia
está marcada por una fuerte conciencia histórica. El conocía el tiempo en que
vivía y escribía para él con admirable realismo histórico y concreto. (...)
Para León XIII la estructura conocida bajo el nombre de Estado confesional
católico (...) nunca fue más que una hipótesis.”
¡Ruinoso relativismo doctrinal! ¡Con semejantes principios
se puede relativizar toda verdad apelando a la conciencia histórica de un
momento fugitivo! ¿Acaso Pío XI al escribir Quas
Primas era prisionero de concepciones históricas? ¿Y del mismo modo, San
Pablo, cuando afirma de Jesucristo: “es necesario que El reine”? Creo que
habéis comprendido la perversidad del relativismo doctrinal histórico en
Maritain, Yves Congar y compañía. Tratamos con personas que no tienen ninguna
noción de la verdad, ni la menor idea de lo que puede ser una verdad inmutable.
Es gracioso comprobar que esos mismos liberales relativistas que fueron los
verdaderos autores del Vaticano II, ahora llegan a dogmatizar ese Concilio que
sin embargo habían declarado pastoral, y quieren imponernos las novedades
conciliares como doctrinas definitivas e intocables. Y se enfadan cuando les
digo: “Ah, ¡vosotros decís que el Papa ya no escribiría hoy Quas Primas! ¡Vaya!
yo os digo: tampoco se escribiría ya hoy vuestro Concilio; ya está superado.
Vosotros os aferráis a él porque es vuestra obra; pero yo me atengo a la
Tradición porque es obra del Espíritu Santo.”
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