Giovanni Papini (1881-1956) |
El Diablo de Papini
Lo que nos permite establecer una semejanza entre Léon Bloy y Papini es
que ambos autores, en los cuales discernimos una idéntica inclinación hacia el
iluminismo, son tanto el uno como los otros partidarios resueltos de la rehabilitación
final de Satán. Se trata siempre de apelar "de la justicia a la
gloria" de Dios. Si existen en Papini menos construcciones neognósticas,
hay sin embargo en él la renovación extraña de una herejía muy vieja, la de los
teopasistas ¡que atribuían el sufrimiento a Dios mismo! Pero si bien los
teopasistas de la antigüedad pretendían explicar este "sufrimiento de
Dios" por la muerte del Hijo de Dios sobre la cruz, lo cual comporta
ciertas interpretaciones legítimas y otras netamente heréticas, Papini atribuye
el sufrimiento de Dios a uno de los rasgos más esenciales de la naturaleza
divina.
No teme escribir, en efecto:
"Si Dios es amor, debe, necesariamente, ser
también dolor. Si el amor es una comunión perfecta entre el que ama y el que es
amado, se desprende que toda pena, toda prueba del ser amado ensombrece y pone
a prueba el alma del que ama. Si Dios ama a sus criaturas como un padre ama a
sus hijos — las ama infinitamente más de lo que un padre terrestre ama a los
hijos de su carne —, Dios debe sufrir, y sufre seguramente por el sufrimiento
de los seres que su poder ha sacado de la nada. Y si Dios, por naturaleza, es
infinito en todo, podemos creer que su dolor es infinito, como es infinito su
amor"
No existe nada más afligente que la ignorancia teológica que estas
líneas comprueban. Es menester no saber nada de Dios para hablar de él en
términos tan impropios, y es hacer antropomorfismo en un grado insoportable,
atribuir a Dios las deficiencias del amor tal como nosotros lo concebimos y lo
practicamos.
Dios está por encima de nuestras categorías y de nuestras concepciones.
Su amor infinito tiene su principio y su fin en sí mismo y sólo en él. El acto
creador que llega a poner en un lugar a seres acabados, tales como los ángeles
y los hombres, no puede ser sino un acto de amor, porque Dios no puede hacer
otra cosa que esos actos. Pero el amor de las criaturas exigido por su libertad
no puede ejercer ninguna influencia sobre la esencia divina, no puede causar en
esta esencia inmutable ninguna alteración. Pensar de otra manera es confundir
lo finito con lo infinito, la criatura con el Creador, ¡los seres con el SER!
El amor tal cual es en Dios es Dios mismo. Nosotros lo personificamos en el
Paráclito o el Espíritu Santo, al igual que personificamos la Sabiduría que es
Dios en su Verbo. Pero este amor substancial e infinito no puede ser más que
beatitud infinita y excluye infinitamente todo sufrimiento y todo dolor.
Estamos, pues, con Papini en pleno absurdo teológico cuando prosigue:
"No pensamos bastante en este infinito
sufrimiento de Dios. No tenemos ninguna piedad para este tormento de Dios. La
mayoría de esos mismos que se reconocen sus hijos, no se preocupa de comprender
ni de consolar la aflicción de Dios que no tiene medida. Pedimos al Padre regalos,
intervenciones, perdones, pero no hay nadie que participe, con la ternura de un
cariño filial esclarecido, en la eterna angustia de Dios."
Reconoce que los santos han meditado mucho sobre la Cruz de Cristo, que
han querido asociarse a los sufrimientos de Cristo, en su calidad de hombre.
Pero ¡reprocha a los santos de haberse limitado a una "epifanía
física" —las palabras son de él— del sufrimiento de Dios! Si le creemos,
"la Cruz no es más que un símbolo terminado, tangible, de una Crucifixión
que la precede y la sigue".
Al hablar de este modo, Papini no se imagina que va mucho más lejos que
los teopasistas antiguos, quienes fueron condenados como herejes. Eran ante
todo monofisitas o cutiquianos, y desde el momento que admitían que en
Jesucristo la naturaleza humana está sumergida y perdida en la naturaleza
divina, al punto de no hacer con ella más que una sola naturaleza, se creían
autorizados a decir que es la naturaleza divina la que ha sufrido en la cruz.
Pero Papini atribuye el sufrimiento a la esencia misma de Dios. Con la herejía
de los teopasistas renueva la de los patripasianos o sabelianos que en nombre
de la unicidad de la substancia divina ¡enseñaban que el Padre había muerto en
la cruz tanto como el Hijo! Con Papini nos encontramos en plena imaginación
romántica. No quiere que creamos solamente en Dios, ¡quiere que tengamos
lástima de Dios! Es dar vuelta los papeles extrañamente y por una blasfemia
inesperada. Dios, beatitud infinita, porque es amor infinito, no tiene qué
hacer con nuestra compasión. La desea de nuestra parte para su Hijo muerto en
la cruz. La desea no vana y estéril, sino acompañada del arrepentimiento que
exigen nuestros pecados, puesto que son estos pecados y no sólo la ira de
Satán, ni la traición de Judas, ni el odio de los fariseos, las causas de sus
sufrimientos. Pero todo esto ocurre en los dominios de lo finito, en los
dominios de lo creado. Nada de lo que es finito y creado puede alterar lo que
es infinito y no creado. ¡Papini nos pide, pues, una cosa absurda cuando nos
invita a tener piedad de Dios!
Papini y Lucifer
No nos pide un absurdo menor, haciéndonos una especie de deber de rezar
por Satán, ¡de implorar su perdón ante Dios, de recordar que Satán no es
solamente un grande culpable sino también un profundo desgraciado! Ahora bien,
esta idea sola basta para dar vuelta el problema, para cambiar toda la
situación, Satán culpable! Es nuestro derecho y nuestro deber culparlo. Pero a
Satán desgraciado, ¡es nuestro deber tenerle lástima y rogarle a Dios que lo
perdone! En efecto, según Papini, si Dios amaba inmensamente a Satán antes de
su caída — lo cual debemos considerar como evidente puesto que era su criatura
más bella — "¿no lo amaría más aún, ahora que se ha tornado, entre los
desgraciados, desesperadamente desgraciado?" Vemos el sofisma. Dios ama a
los desgraciados. Lucifer es el más desgraciado, ¡por lo tanto Dios lo ama más
que a todos los otros! A lo cual el simple buen sentido contestará: Dios ama a
los desgraciados que no han merecido su desgracia, que saben hacer de su
infortunio un acto de amor, y de amor supremo, ¡como lo hizo Cristo en la Cruz!
¡Sí! ¡Dios ama infinitamente a su Cristo en la Cruz! Pero que pueda amar al que
ha elegido el odio en lugar del amor, la rebelión en lugar de la obediencia, el
orgullo en lugar de la humildad, es una cosa imposible e impensable. ¿La
desgracia de Satán es curable? Papini nos pide que tengamos piedad de Satán, en
razón del castigo que sufre. Supone que nosotros, los hijos de la ortodoxia
teológica, enseñamos que frente a un Dios irritado e imposible de apaciguar, de
un Dios intratable en su justicia, hay un pobre Lucifer muy desgraciado que
desearía mucho que lo perdonaran, pero al cual Dios niega el perdón, a menos
que nosotros intercedamos en su favor. Repitamos la palabra: se trata, como en
el caso de Léon Bloy, con menos fantasía neo gnóstica, de fantasmagoría. Todo
es mucho más simple. Y Papini mismo lo sabe puesto que describe así la
desgracia de Satán:
"El castigo de Lucifer es lo más horrible que un espíritu divino y
humano pueda concebir: no ama más, no es ya capaz de amar, está hundido y
clavado en las tinieblas sin fin de la ausencia y del odio. . .No existe sobre
la tierra ningún malhechor maldito hasta el punto de no tener, por mementos, un
golpe de sentimiento, un resplandor confuso de esperanza. Estos relámpagos tan
pobres pero inestimables le son negados a Lucifer." (1) (1 Obra citada, pág. 77. Los pasajes
subrayados, lo son por nosotros.)
Papini ha puesto, pues, el dedo sobre la razón esencial de la eternidad
del infierno. Se dice a veces: "¿Cómo admitir que un pecado de un instante
pueda ser la causa de un castigo sin fin? Pero es no comprender nada de la
doctrina de la Iglesia sobre el infierno. El pecado de un instante nunca es
castigado con un infierno eterno, porque es el pecado inmediatamente lamentado
y borrado por la contrición del que lo ha cometido, o mejor dicho por la
infinita misericordia de Dios. El pecado eterno es el causante de la eterna
condenación. Lucifer ¿sólo puede odiar, dicen ustedes? No solamente no puede,
sino que no quiere sino odiar. Por consiguiente, este odio que constituye su
pecado sin fin es la causa de su condenación sin fin. Más aún, la condenación
sin fin es el mismo odio sin fin. El, infierno no está sobre agregado, por decirlo
así, a la falta, está ligado a ella intrínsecamente y por la fuerza de las
cosas. Le es tan imposible a Lucifer no ser "desgraciado" como no
odiar. Y al no poder amar ya, se ha cerrado para siempre el camino del retorno.
En Léon Bloy hemos hallado el mismo error. Nos hemos preguntado: ¿Cómo el que
es, según usted, el No-Amor puede tornarse en el Amor esencial, el Paráclito
que no es otro que el Espíritu Santo? Hay ahí una tergiversación de las cosas
que sólo una imaginación descentrada puede admitir. En Papini, la monstruosidad
es menor. No llega hasta identificar a Lucifer con el Paráclito, lo cual
constituye una blasfemia abominable, pero quiere que el castigo del odio, en
Lucifer, sea sentido tanto por el Amor infinito como por el mismo culpable. Con
lo cual nos conmina a tener piedad de Dios al tener piedad de Lucifer.
Entre los demonios que nuestros exorcistas interrogaron, uno por lo
menos gritó: "¡Sobre todo no quiero que me tengan
lástima!" No; Satán no quiere nuestra piedad. Papini con su libro
le ha infligido el peor de los tormentos: ¡el de ser objeto de compasión por
parte de mortales como nosotros, tan inferiores a él! La solución propuesta por
Papini no tiene, pues, el menor fundamento. No reposa más que sobre una falsa
idea de la naturaleza angélica. Lo mismo que tiene una idea radicalmente
errónea de la naturaleza divina, puesto que no teme considerarla accesible al
sufrimiento, se equivoca por completo sobre la naturaleza angélica, y por
consiguiente diabólica, puesto que la supone, como la naturaleza humana, sujeta
a cambios, ¡a la variación en sus decisiones y elecciones! Para terminar con
esta cuestión del apocatástasis o restauración final de los condenados, que se
halla tan a menudo sobre el tapete en nuestros días y en la cual los teólogos
protestantes, en su mayoría, se han pronunciado a favor de la duración limitada
del infierno, citaremos una página muy justa y muy reciente de Jean Guitton:
"La idea que inspira y que funda,
con razón, la fe cristiana sobre la eternidad de la pena — escribe —, es que el
fracaso del malo debe ser total. Llamo aquí malo al hombre que ha elegido
lúcidamente y libremente el mal radical, con perseverancia y hasta último
momento.”
Ahora bien, toda vergüenza y toda pena, por grandes que sean, cuando
son temporarias, se aniquilan. Si el hombre del mal no estuviese eternizado en
el mal que ha elegido, sería él el verdadero triunfador.
Finalmente tendría el derecho de decirle a Dios:
“ya vez como me las he sabido arreglar. Yo soy el más valiente, el más paciente. La grandeza, la
poesía del dolor, soy yo, yo solo, quien las ha presentado en mi larga Pasión
que no ha sido la de un solo día. En el fondo he tenido razón en elegir el mal
que me ha reportado tantos instantes de infinitud. Soy yo el más hábil y el más
elevado. Mi expiación ha terminado. ¡He tenido, pues, razón sobre la eternidad que
nos iguala a todos ante Tí!”
¡Todo cuanto se dice aquí del "hombre del mal", es con mayor
razón aplicable a Satán! Nos falta echar una ojeada, en un último capítulo, a
su carácter e intentar hacer una apreciación sumaria, salga como salga, de lo
que llamaremos la Psicología de Satán.
NOTA.
— Las páginas dedicadas más arriba a
Léon Bloy suscitaron una violenta protesta de los señores van del Meer de
Walcheren, ahora R. P. dom Pierre Matthias, y M. Bisson, pintor religioso
estimado, el uno y el otro convertidos por Léon Bloy. Consideran que los
párrafos incriminados de Léon Bloy han sido mal interpretados por R. Barbeau en
el libro que hemos citado. De hecho, sabemos de fuente romana altamente
autorizada, que obras de Léon Bloy fueron denunciadas al Santo Oficio y que el
cardenal Billot consiguió que no fueran condenadas por esta razón: poetice
loquihir (habla como poeta). Sabemos que por la misma razón el libro de Papini
sobre El Diablo no fué condenado. ¡No seamos más severos que el Santo Oficio!
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