LAS MANIFESTACIONES
DE LA
RESURRECCIÓN
Diversas veces anunció el Salvador a los discípulos su pasión y su
resurrección; pero el texto sagrado suele añadir a estas predicciones esta
coletilla: “Ellos no entendían nada de
esto” (Lc. 18, 34). Esto significa que los discípulos no estaban con
aquellas disposiciones psicológicas que los moviera a crear una leyenda tal que
satisficiera sus esperanzas. Sin embargo, ellos se presentaron luego ante el
pueblo como testigos de la resurrección de su maestro y como testigos escogidos
por Dios para dar a conocer el misterio de la resurrección y de cuanto ella
implicaba en orden a la salud humana, Bastará para esto recordar las palabras
de San Pedro: Dios le resucitó at tercer
día y le dio manifestarse no a todo el pueblo, sino a los testigos de antemano
elegidos por Dios, a nosotros, que comimos y bebimos con El después de
resucitado de entre los muertos (Act, I0.40s). ¿Por qué camino vino el
Señor a mudar aquellos discípulos incrédulos en testigos firmemente convencidos
de la resurrecrión? Como es natural, los evangelistas, que nos cuentan
detalladamente la pasión y muerte de Jesús, parece que debían contarnos su
resurrección sin aquellos detalles tan exhaustivos como en la pasión. Sin
embargo, lo hacen sin aquella abundancia de detalles que parece exigir suceso
tan importante en la predicación evangélica. Los dos primeros evangelistas se
muestran excesivamente sobrios en la narración de este misterio; los otros dos
son más abundantes, pero aun no tanto como desearíamos. Aquéllos envían los
discípulos a Galilea para ver al Maestro, según les había dicho (Mt. 26,32).
San Lucas se limita a las apariciones de Judea, y sólo San Juan nos ofrece el
cuadro más completo, narrando primero, las apariciones de Judea y luego las de
Galilea.
La resurrección nadie la vio. Llegado el momento decretado por Dios, el
alma de Jesús volvió a unirse al cuerpo en el sepulcro dejándole Glorificado;
luego, en virtud de la sutileza o por el poder de la divinidad, como prefiere
Santo Tomás, salió del sepulcro, dejando en él la sábana, el sudario y las
vendas con que había sido fajado, Los guardias, que estaban fuera, nada echaron
de ver. Luego sobrevino un gran
terremoto, pues un ángel del Señor bajo del cielo y, acercándose, removió la
piedra, del sepulcro y se sentó sobre ella. Era su aspecto como el
relámpago, y su vestidura, blanca corno la nieve. Temblaron de miedo los
guardias (quienes se habían quedado guardando el sepulcro por petición de los judíos
lo pidieron los judíos a Pilato, según lo relata San Mateo con estas palabras:
“Domine recordati summus. quia Seductor ille inquium, dixit adhuc vivens: post
tres dies resurgam. Jube
itaque custodiri sepulcrum usque in diem tercium, ne forte veniant discipuli
ejus, et furentur eum, et dicant plebi, Surrexit a mortuis. Et erit novissimus error pejor priora” (Mt. 17,
63ss) (Traducción del arameo al latín según la Vulgata) ("Señor,
recordamos que aquel impostor cuando aún vivía dijo: “A los tres días resucitare”.
Manda, pues, que el sepulcro sea guardado hasta el tercer día, no sea que los
discípulos vengan a robarlo y digan al pueblo: “Ha resucitado de entre los
muertos”, y la ultima impostura sea peor que la primera” (Traducción del arameo
al griego “Biblia de los setenta”) y se quedaron como muertos. Luego que
volvieron en sí, se fueron a la ciudad a dar cuenta del suceso a aquellos que
los habían colocado allí y los habían instruido sobre lo que temían respecto
del cadáver de Jesús. Reunidos los príncipes
de los sacerdotes, tomaron bastante dinero y se lo dieron a los soldados,
diciéndoles: Decid que, viniendo los discípulos de noche, le robaron mientras vosotros
dormíais. Si los soldados hubiesen acudido a Pilato para decirle esto, la
explicación les podría costar muy cara porque tan mal habían cumplido su misión
o deber de guardias romanos; pero como acudieron a los judíos estos los tranquilizaron
sobre este asunto y, aseguraron que no les pasaría nada. Y, en efecto, ellos se
fueron e hicieron como se les había mandado.
Esta noticia se divulgó entre los judíos hasta el día de hoy, (Mt.
28,1-15). Vaya encargo bien pagado, tal fue la primera noticia de la
resurrección y la versión que sobre ella dieron los que tanto empeño habían
puesto en la muerte de Jesús. Sucedió lo mismo que cuando los Santos reyes
Magos preguntaron por el nacimiento del nuevo Rey de Israel, ahí se limitaron
en señalar el lugar, pero continuaron en la oscuridad.
San Agustín sobre estas palabras de los Ponfices trae un comentario muy
interesante en donde nos demuestra hasta dónde puede llegar la malicia humana y
como la “astucia humana” se torna estúpida, “¡oh stultícia fariseórum” dice el
santo. Pero recordemos el pasaje completo: “Quit est quod dixisti o infelix
astutia? Tantumne déseris lucem consílii pietátis, et in profunda vesútiae
demérgeris ut hoc dicas: dícite quia vobis dormiétibus venérunt discípule ejus,
et abstulérunt eum? Dormiéntes testes ádhibe:
vere tu ipse obdormíti, qui scrutánto tália defecíste” Entre tanto que esto sucedía en la Jerusalén
enemiga de Jesús, otra cosa pasaba entre los amigos del Resucitado. San Juan
nos advierte cómo las mujeres que habían asistido a la muerte del Salvador se
hallaron también presentes a la sepultura y notaron dónde y cómo quedo el cuerpo
muerto de su Maestro, con el propósito de volver, pasado el sábado, a
satisfacer su devoción. Quiénes fueron estas mujeres, no nos lo dicen plenamente
los evangelistas. San Mateo menciona a María Magdalena y a otra María; San
Marcos, a María Magdalena, con María de Santiago y Salomé; San Lucas, a María
Magdalena, a Juana y a María de Santiago; San Juan sólo hace memoria de María
Magdalena, que, sin duda, era la principal de todas, la «Apostolorum apostola».
San Marcos cuenta que, pasado el sábado, salieron de madrugada para comprar
aromas y vinieron al monumento, sin duda, para satisfacer su devoción hacia el
cadáver de su Maestro. San Lucas pone esto la misma tarde del viernes, después
de la sepultura. Es seguro que sea ésta una anticipación, propia del estilo del
tercer evangelista; pues, si no lo tenían en casa, no era probable que a
aquella hora hallasen las tiendas abiertas para adquirir lo que deseaban. Por
esto hemos de dar por seguro que fue el domingo cuando se ocuparon de
procurarse los aromas. También podemos suponer que los tenderos no madrugarían
tanto como las mujeres querían para darles lo que deseaban. Pero San Juan, sin
hacer mención de las otras mujeres, dice que María Magdalena fue la que madrugó
para ir al sepulcro, sin declararnos sus propósitos. La necesidad de armonizar
los relatos de los evangelistas nos induce a suponer que las mujeres salieron
juntas de casa, pero que, mientras unas se fueron en busca de los tenderos,
María Magdalena se encamino al monumento, hallando removida la piedra y el
sepulcro vacío. Corriendo va a dar cuenta del suceso a Pedro, el cual,
acompañado de Juan, viene a toda prisa al sepulcro. Comprueban la verdad del
dicho de María y se vuelven a casa, convencidos de que el Señor había
resucitado. No así María, la cual se quedo allí, persuadida de que el cuerpo
había sido robado, hasta que el Señor premio su amor con la primera aparición y
el encargo de participar a los discípulos la resurrección del Maestro, que le
dijo: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre,
a mi Dios y a vuestro Dios”. Esta es la aparición a las mujeres de que nos
habla San Mateo (28,95), que gusta de emplear el plural en vez del singular.
Durante la ausencia de María Magdalena y de los dos apóstoles del sepulcro,
llegaron las otras mujeres con los aromas que habían comprado para ungir el
cuerpo de su Maestro, que no hallaron; pero sí unos ángeles que les dieron la
nueva de la resurrección. La visión les infundió gran temor, y corriendo se
fueron a casa, sin atreverse a decir palabra a los que en el camino
encontraban.
Llegadas a casa, dieron parte a los discípulos del suceso, con la orden
de encaminarse a Galilea, según antes les había predicho Jesús (Mt. 28,7.26,32;
Mt, 16,7) Parece que las cosas habían llegado a tal punto de que los
discípulos, convencidos de la resurrección de su Maestro, dejasen a Jerusalén y
se encaminasen a Galilea, donde estarían más tranquilos para gozar de la
conversación de Jesús. Pero tan lejos estaban de creer en la resurrección, que
ni con el testimonio del sepulcro vacío, ni con la aparición del Salvador a la
Magdalena, ni con el mensaje del ángel a las otras mujeres se dejaron convencer
(Le. 24,23), siendo necesario que con repetidas apariciones del Señor se
convencieran de la verdad de los otros argumentos.
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