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jueves, 29 de octubre de 2015

Carta abierta a los Católicos perplejos - II



II



                                                                                  


Ante todo debo disipar un malentendido, para no tener luego que volver a él: no soy  un jefe de movimiento  y aún  menos el jefe de una  iglesia en particular. No soy, como no  dejan de escribir, "el jefe de los tradicionalistas".  Hasta se  ha  llegado  a  decir que ciertas  personas son "lefebvristas", como si se tratara de un partido o de una escuela. Aquí hay un  equívoco verbal. No tengo doctrina personal en materia religiosa. Toda mi vida me atuve a lo que me  enseñaron  en  el  seminario  francés  de  Roma,  es  decir,  la  doctrina  católica  según  la  transmisión  que  de  ella  hizo  el  magisterio  de  siglo  en  siglo  desde  la  muerte  del  último  apóstol, que marca el fin de la Revelación. En  esto  no  debería  haber  un  alimento  apropiado  para  satisfacer  el  apetito  de  lo  sensacional  que  sienten  los  periodistas  y  a  través  de  ellos  la  actual  opinión  pública.  Sin embargo, toda Francia se conmovió el 29 de agosto de 1976 al  enterarse de que  yo  iba a  decir misa en Lille. ¿Qué había de extraordinario en el hecho de que un obispo celebrara el  Santo Sacrificio? Tuve que predicar ante una gran cantidad de micrófonos y cada una de mis  palabras  era  saludada  con  estrépito.  Pero,  ¿decía  yo  algo  que  no  hubiera  podido  decir  cualquier otro obispo? ¡Ah! Aquí está la clave del enigma: desde hace varios años los otros obispos ya no  dicen las mismas cosas. ¿Se los ha oído hablar acaso a menudo del reino social de Nuestro Señor Jesucristo,  por ejemplo?  Mi  aventura  personal  no  cesa  de  asombrarme:  esos  obispos,  en  su  mayor  parte,  fueron  mis condiscípulos  en  Roma, se  formaron de  la  misma  manera. Y de pronto  yo  me encontraba  completamente solo. Ellos habían cambiado, ellos renunciaban a lo que habían  aprendido. Yo no había inventado nada nuevo, continuaba en la línea de siempre.  El cardenal  Garrone  llegó a  decirme  un día- .  "Nos  han engañado  en el seminario  francés de Roma". Engañado, ¿en qué? ¿No hizo él  mismo recitar  millares de  veces a  los  niños de su catecismo el acto de fe antes del concilio- . "Dios mío, creo firmemente en todas  las verdades que habéis  revelado y que nos enseñáis por medio de vuestra Iglesia, porque  vos no podéis engañaros ni engañamos" ¿Cómo  pudieron  metamorfosearse  de  semejante  manera  todos  esos  obispos? Encuentro una explicación: vellos se quedaron en Francia y se dejaron infectar lentamente.  En África, yo estaba protegido. Regresé a Francia justamente en el año del concilio; el mal  ya estaba hecho. El concilio Vaticano  II  no hizo sino abrir las compuertas que contenían la  marea destructora. En un santiamén y aun antes de que quedara clausurada la cuarta sesión, el desastre  era evidente. Todo o casi todo iba a quedar eliminado y, en primer término, la oración. El cristiano que tiene el sentido y el respeto de Dios se siente chocado por la manera  en que se  lo  hace rezar  hoy. Se  ha tildado de  "machaqueo" a  las  fórmulas aprendidas de  memoria que ya no se enseñan a los niños y que ya No  figuran  en  los  catecismos  con  la  excepción  del  Padre  nuestro,  en  una  nueva  versión  de  inspiración  protestante  que  obliga  al  tuteo.  Tutear  a  Dios  de  una  manera  sistemática no es señal de gran reverencia ni procede del espíritu de nuestra lengua que nos  ofrece un registro diferente según nos dirijamos a un superior, a un padre, a un camarada. En  ese mismo Padrenuestro posconciliar, se le pide a Dios que no nos  " someta a la tentación", expresión  equívoca  puesto  que  nuestra  traducción  francesa  tradicional  representa  un  mejoramiento por comparación con  la  fórmula  latina calcada bastante torpe mente sobre el  hebreo. ¿Qué progreso  hay aquí?  El  tuteo  invadió el  conjunto   de  la  liturgia  vernácula: el  Nuevo Misal de los domingos  emplea el tuteo de manera exclusiva y obligatoria sin que se  vean  las  razones  de  semejante  cambio,  tan  contrario  a  las  costumbres  y  a  la  cultura  francesas. En  escuelas  católicas  se  hicieron  test  a  niños  de  doce  y  trece  años.  Sólo  algunos conocían de memoria el padrenuestro, en francés naturalmente, algunos sabían el Avemaría.  Con una o dos excepciones, esos niños ignoraban el Símbolo de los Apóstoles, el Confíteor,  los Actos de fe, de esperanza, de caridad y de contrición, el Ángelus. .. ¿Cómo habrían de saber estas  cosas  si  la  mayor parte de ellos  nunca oyeron  ni  siquiera  hablar de ellas? La oración debe ser "espontánea", hay que hablar a Dios improvisando, se dice ahora, y no se  hace ningún caso de  la maravillosa pedagogía de la Iglesia que cinceló todas esas oraciones  a las que hubieron de recurrir los mayores santos. ¿Qué  alienta  todavía  a  los  cristianos  a  decir  la  oración  matinal  y  vespertina  en  familia, a  recitar el  Benedícite  y  la acción de  gracias? Me  he enterado de que en  muchas  escuelas católicas  ya  no se quiere decir  la oración al comenzar  las clases tomando como  pretexto que  hay alumnos  no creyentes o  miembros de otras religiones  y que  no  hay que  chocar su conciencia ni hacer uno alarde de sentimientos triunfalistas.  Las autoridades escolares se felicitan de admitir en esas escuelas a una gran mayoría  de no católicos y hasta de no cristianos y de no hacer nada para conducirlos a Dios. Niños  católicos de esas escuelas deben ocultar su credo bajo el pretexto de respetar las opiniones  de sus camaradas. La genuflexión ya no es practicada más que por un número muy restringido de fieles;  se  la  reemplazó  por  una  inclinación  de  cabeza  o  más  frecuentemente  por  absolutamente  nada. La gente entra en una  iglesia y se sienta.  El mobiliario ha sido reemplazado, los bancos con reclinatorio se transformaron en  leña para calefacción; en muchos lugares se han colocado en su lugar butacas idénticas a las  de salas de espectáculos, lo cual por lo demás permite instalar más cómodamente al público  cuando las iglesias se utilizan para dar conciertos.  Me han citado el caso de  una capilla del Santo Sacramento en  una gran parroquia  parisiense a la que acudían a hacer una visita a la hora del almuerzo muchas  personas que  trabajaban en los alrededores; un  día esa capilla se cerró  a  causa de  los  trabajos que debían  realizarse;  cuando  reabrió  sus  puertas  los  reclinatorios  habían  desaparecido,  sobre  una  gruesa  y  cómoda  alfombra  se  habían  instalado  asientos  acolchados  y  profundos,  de  un  precio  ciertamente  elevado  y  comparables  a  los  que  se  pueden  encontrar  en  la  sala  de  recepción de las grandes sociedades o de las compañías aéreas.  El comportamiento de los fieles cambió completamente; unos pocos se arrodillaban en  la alfombra, pero  la  mayor parte  se  instalaba cómodamente  y con  las piernas cruzadas  meditaba  frente  al  tabernáculo.  Es  seguro  que  en  el  espíritu  de  esa  parroquia  había  una  intención;  no se procede a realizar disposiciones tan costosas sin  reflexionar en  lo que se  hace, se comprueba aquí una voluntad de modificar las relaciones del hombre con Dios en la  dirección de la familiaridad, de la desenvoltura, como si se tratara con Dios de igual a igual.  Si se suprimen los gestos que materializan la "virtud de religión" ¿cómo puede uno  estar persuadido de que se encuentra en presencia del Creador y soberano, Señor de todas  las cosas? ¿No se corre así el riesgo de disminuir el sentimiento de Su Presencia real en el tabernáculo? Los católicos están también desorientados por la  trivialidad y hasta por la vulgaridad  que se  les  impone en  los  lugares de culto de  manera sistemática. Se tildó de  triunfalismo  todo aquello que contribuía a la belleza de los edificios y al esplendor de la ceremonia. Hoy  la decoración debe aproximarse a  la decoración cotidiana, a lo "vivido".  En los siglos de fe, se ofrecía a Dios lo que el hombre poseía de más precioso- , en las iglesias de aldea se podía ver precisamente aquello que no pertenecía al universo cotidiano: piezas  de  orfebrería,  obras  de  art e,  ricos  tejidos,  encajes,  bordados,  estatuas  de  la  Santa  Virgen  coronada de joyas. Los  cristianos  hacían  sacrificios  financieros  para  honrar  lo  mejor  que  podían  al  Altísimo.  Todo  eso  contribuía  a  la  oración,  ayudaba  al  alma  a  elevarse,  y  éste  es  un  fenómeno  natural  en  el  hombre:  cuando  los  reyes  magos  acudieron  al  pobre  pesebre  de  Belén, llevaban oro, incienso y mirra. Hoy se embrutece a los católicos haciéndolos rezar  en  un  ambiente  trivial,  en  "salas  polivalentes"  que  no  se  dis tinguen  de  ningún  otro  lugar  público y a veces son incluso peores que los lugares públicos. Aquí y allá se abandona una  magnífica iglesia gótica o románica para construir al lado una especie de cobertizo pe lado y  triste,  o  bien se organizan 'eucaristías  domesticas en  comedores y hasta en cocinas. Me han  hablado de una de ellas celebrada en el domicilio de un difunto en presencia de su familia y  de amigos; después de la ceremonia se retiró el cáliz y sobre la misma mesa cubierta por el  mismo  mantel se  instaló el  refrigerio. Durante  todo ese tiempo  y a algunos centenares de  metros,  los pájaros eran  los únicos que cantaban al Señor alrededor de  la  iglesia del  siglo  XIII provista de magníficos vitrales. Aquellos  lectores que hayan conocido  la época anterior a  la  guerra seguramente se  acuerdan del  fervor de  las procesiones de Corpus Christi, con  las  múltiples estaciones,  los  cantos,  los  incensarios,  la  custodia  resplandeciente  a  los  rayos  del  sol,  llevada  por  el  sacerdote bajo el dosel bordado de oro, las banderas y las flores, las campanas.  El sentido de  la adoración  nacía así en el alma de  los  niños  y  les quedaba  grabado  para toda la vida. Este aspecto primordial de la oración parece muy descuidado. ¿Se podrá  aducir  el  motivo  de  la  evolución  necesaria,  de  los  nuevos  hábitos  de  vida?  Las  complicaciones del tránsito de automóviles no impiden las manifestaciones callejeras, y los  que  participan  de  ellas  no  sienten  ningún  respeto  humano  para  expresar  sus  opiniones  políticas o sus reivindicaciones justas o injustas. ¿Por qué tendría que ser Dios el único en  quedar  descartado  y  por  qué  sólo  los  cristianos  deberían  abstenerse  de  rendirle  el  culto  público que le corresponde? La desaparición casi total de las procesiones no tiene por origen un desafecto de los  fieles.  La  procesión  está  prescrita  po r  la  nueva  pastoral  que  sin  embargo  insiste incesantemente en  la busca de  una  "participación activa del pueblo de Dios".  En 1969 un  cura de Oise era destituido por su obispo después de haber recibido la prohibición de realizar  la tradicional procesión de Corpus, pero esa  procesión se realizó así y todo y atrajo a diez  veces más personas que los propios habitantes de la aldea.  ¿Se podrá decir que la nueva pastoral, por lo demás, en contradicción en este punto con  la contribución conciliar sobre  la Santa Liturgia, está de acuerdo con  las aspiraciones  profundas de los cristianos que permanecen aferrados a esas formas de piedad? ¿Qué les proponen en cambio? Muy poco, pues el servicio del culto se redujo muy rápidamente. Los sacerdotes ya no celebran todos los dí as el Santo Sacrificio y concelebran  el resto del tiempo; el número de misas disminuyó en grandes proporciones.    En  la  campaña  es  prácticamente  imposible  asistir  a  misa  en  los  días  hábiles;  los  domingos es necesario usar algún vehículo para llegar a la localidad a la que le toca recibir  al  sacerdote  del  "sector".  Numerosas  iglesias  de  Francia  han  quedado  definitivamente  cerradas,  otras  se  abren  algunas  veces  en  el  año.  Si  se  agrega  a  esto  la  crisis  de  las  vocaciones, el resultado es que  la práctica religiosa  se  hace año tras año  más difícil.  Las  grandes ciudades están en general mejor servidas, pero la mayoría de las veces es imposible  comulgar, por ejemplo, los primeros viernes o los primeros sábados del mes.  Naturalmente  ya  no hay que pensar en  la  misa cotidiana; en  muchas parroquias de  ciudades  las  misas  se  celebran  por  encargo,  para  un  grupo  dado  de  personas  a  una  hora convenida y de manera tal que el que entra por casualidad donde se dice la misa se siente extraño a una celebración salpicada de alusiones a las actividades especiales y a la vida del grupo. Se ha tratado de desacreditar lo que se ha dado en llamar celebraciones individuales por oposición a  las  celebraciones comunitarias; en  realidad,  la comunidad  se disgregó en pequeñas  células;  no  es  raro  ver  a  sacerdotes  celebrar  misa  en  casa,  de  un  cristiano entregado a actividades de la acción católica y en presencia de algunos militantes. También se comprueba que el horario del domingo a la mañana está distribuido entre  las diferentes comunidades lingüísticas y entonces hay misa en francés, misa en portugués,  misa en español... En una época en la que los viajes al exterior se han difundido tanto, los católicos deben asistir a  misas en  las que  no comprenden  una palabra, aunque se  les da a entender que n o es posible orar sin "participar". ¿Cómo podrían participar? Ya no hay misas o hay muy pocas, ya no hay procesiones, ya no hay bendiciones del  Santo Sacramento,  ya  no  hay  vísperas...  La oración en común  ha quedado reducida a su  expresión  más  simple. Pero  cuando  el  fiel  logró superar  las dificultades de  horarios  y de  traslado, ¿qué encuentra para apagar su sed espiritual?  Más adelante hablaré de la liturgia y de las graves alteraciones que sufre.  Por el momento observemos el exterior de la cuestión, observemos la forma de esta oración común. Con harta frecuencia el clima de las "celebraciones" resulta chocante para el sentido religioso de los católicos. Se ha producido la intrusión de ritmos profanos con toda clase de instrumentos de percusión, guitarras,  saxofones. Un músico responsable de música sagrada de una diócesis del norte de Francia escribía con el apoyo de eminentes y numerosas personalidades del mundo musical: "A pesar de las designaciones corrientes, la música de  esos  cantos  no  es  moderna:  ese  estilo  musical  no  es  nuevo,  sino  que  se  practicaba  en  lugares y medios muy profanos (cabarets,  music-halls,  a menudo para bailar danzas más o  menos lascivas con nombres extranjeros)... y sus ritmos impulsan a menearse o al  swing:  todo el mundo tiene ganas de agitarse. Esta es ciertamente una expresión corporal extraña  a nuestra cultura occidental, poco favorable al recogimiento y cuyos orígenes son bastante turbios...  La mayor parte del tiempo nuestros conjuntos a los que les cuesta ya tanto trabajo no igualar las negras y las corcheas en una medida de 6/8 no respetan el ritmo exacto y el conjunto falla: entonces uno ya no siente ganas de menearse pues el ritmo se hace informe y muestra tanto más la pobreza habitual de la línea melódica." ¿En qué se convierte  la oración  en  medio de todo esto? Felizmente parece que en  más de un lugar la gente ha retornado a costumbres menos bárbaras. Entonces, si uno quiere  cantar,  está  sujeto  a  las  producciones  de  los  organismos  oficiales  especializados  en  la  música de iglesia, pues ya a nadie se le ocurre utilizar la maravillosa herencia de los siglos pasados.   Las melodías habituales, siempre las mismas, son de una inspiración muy mediocre.  Los  trozos  más elaborados, ejecutados  por coros, se  resienten por  la  influencia profana  y  excitan la sensibilidad en lugar de penetrar en el alma como el canto llano; la letra inventada  con un vocabulario nuevo, como si un diluvio hubiera destruido unos veinte años atrás todos  los libros antifonarios en los cuales se p odría haber buscado inspiración aun queriendo hacer  algo  nuevo,  adopta  el  estilo  del  momento  y  pasa  rápidamente  de  moda;  al  cabo  de  muy  breve tiempo ya no es comprensible.  Innumerables  discos  destinados  a  la  "animación"  de  las  parroquias  difunden  paráfrasis de salmos que se dan como si fueran salmos y que suplantan el texto sagrado de  inspiración divina. ¿Por qué no cantar los salmos mismos? No hace  mucho tiempo apareció una  novedad; en  la entrada de  las  iglesias podían  leerse  unos  letreros  que  decían:  "Para  alabar  a  Dios,  batid  palmas".  Así,  durante  la celebración y a una señal del animador los concurrentes levantan los brazos por encima de la cabeza  y  golpean  las  manos cadenciosamente con entusiasmo, de suerte que producen  un  insólito estrépito en el recinto del santuario.  Este  tipo  de  innovaciones,  que  ni  siquiera  tiene  relación  con  nuestros  hábitos  profanos,  intenta  implantar  una  actitud  artificial  en  la  liturgia  y  sin  duda  no  tendrá  gran  futuro; sin embargo contribuye a desalentar a los católicos y a aumentar su perplejidad. Uno  puede abstenerse de frecuentar las  Gospel  Nights  pero ¿qué hace cuando las raras misas del  domingo están invadidas por estas desoladoras prácticas? La pastoral de conjunto, según  la expresión adoptada, obliga al  fiel a  hacer  nuevos  gestos, cuya utilidad él no comprende y van contra su naturaleza. Ante todo es menester que  las cosas ocurran de  una  manera colectiva, con  intercambios de palabras,  intercambios de  evangelio,  intercambios  de  miradas,  apretones  de  manos.  El  pueblo  sigue  estas  prácticas  refunfuñando  y  a  regañadientes,  como  lo  de muestran  las  cifras  estadísticas:  las  últimas estadísticas registran entre 1977  y 1983  una  nueva disminución en  la  frecuentación de  la Eucaristía en tanto que la oración personal registra un ligero aumento. La pastora l de conjunto  no  logró pues conquistar a  la población católica. Véase  lo  que puede leerse en un boletín parroquial de la región parisiense: " Desde hace dos años la misa de las nueve y media tenía de vez en cuando un estilo  un poco particular por cuanto a la proclamación del Evangelio seguía un intercambio en el  cual los fieles se reunían por grupos de a diez. En realidad, la primera vez que se intentó  semejante celebración, sólo sesenta y nueve personas constituyeron grupos de intercambio  y  ciento  treinta  y  ocho  permanecieron  al  margen  de  la  ceremonia.  Se  podía  pensar  que  corriendo el tiempo se modificaría ese estado de cosas, pero nada de eso ha ocurrido." Entonces el equipo parroquial organizó una reunión para establecer si continuarían o  no las "misas con intercambios". Se comprende que las dos terceras partes de los asistentes  que  se  resistieron  hasta  entonces  a  las  novedades  posconciliares  no  se  hayan  sentido encantados con esas chácharas improvisadas en plena misa. ¡Qué difícil es hoy ser católico!  La  liturgia francesa, aun sin "intercambios", aturde a los asistentes con oleadas de palabras, Sondeo  Madame Figaro-Sofres,  septiembre de 1983.  La primera pregunta formulada era:  ¿Comulga usted  una  vez  por semana o mas; alrededor de una vez por mes? Lo cual corresponde más o menos a la asistenc ia a  misa, puesto que hoy todo el mundo comulga.  Las respuestas afirmativas pasaron de un dieciséis a un nueve  por ciento. de  suerte  que  muchos  se  quejan  de  que  ya  no  pueden  rezar  durante  la  misa.  Entonces,  ¿cuándo rezarán?  Los cristianos desconcertados comprueban que se les proponen recetas admitidas por  la jerarquía siempre que se alejen de la espiritualidad católica. El yoga y el zen son las más  extrañas. ¡Desastroso orientalismo que conduce a la piedad por falsos caminos al pretender  realizar una  "higiene del alma"!   ¿Quién podrá exag erar, por otro lado, los efectos nefastos  de la expresión corporal, degradación de la persona y al mismo tiempo exaltación del cuerpo  que es contraria a la elevación hacia Dios? Estas nuevas prácticas introducidas hasta en los  monasterios de monjes contemplativos, como muchas otras, son extremadamente peligrosas  y dan la razón a aquellos a quienes oímos decir: "Nos están cambiando nuestra religión".  


CONTINUA...

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