SEGUNDA APARICION. (continuación)
El domingo después de Misa las compañeras la
rodearon. Les confesó, que sentía deseos de volver a la gruta, pero su madre no
la dejaba. Faltó tiempo a la docena de niñas para ir a pedirle permiso a la
madre. Esta no quería; sin embargo, ¿quién se resiste a tal grupo, rogándolo
todas? Optó por escudarse en el maridó: «Pide permiso a tu padre». Corrieron a
casa de Cazanave, donde aquél ha encontrado trabajo cuidando los caballos de la
diligencia. «No», contestó secamente. ¿Qué iba a pensar su patrón que estaba
allí? Pero fue éste quien intercedió por las muchachas: «Deje ir a las
pequeñas; una señora con un rosario no puede ser nada malo».
Obtenido el permiso, y comunicado a la madre,
a una se le ocurrió llevar agua bendita por si la aparición era algo malo. Cogieron
un irasco y lo llenaron en la pila de agua bendita de la parroquia. Cuando llegaron
a la gruta Bernardita les mandó arrodillarse y coger sus rosarios. Después del
primer misterio dijo: «Miradla, tiene el rosario en el brazo derecho, nos está
mirando». Se levantó. «Si viene de parte de Dios, quédese». Y la echó el agua
bendita. La joven celestial cuanto más la rociaba más se sonreía, hasta que se
acabó el frasco. Bernardita continuó el rosario, pero se puso tan pálida, que
las otras creyeron se estaba muriendo; insensible al moverla, su rostro estaba
iluminado y no dejaba de sonreír.
Asustadas corrieron unas al molino próximo a
pedir ayuda. Juana fue a avisar a su madre. Acudieron la molinera y su hermana;
no pudieron entre todas llevarse a Bernardita, y fueron a buscar al hijo de una
de ellas, Antonio, joven robusto de 18 años (casado desde hacía dos años), y
con gran trabajo la condujeron casi a rastras hasta el molino. No estaba en
estado cataléptico, pues, aunque se resistía caminaba, y sonreía al tiempo que
derramaba lágrimas. Al entrar en el molino volvió en sí. Poco después llegó su madre
con la vara en las manos. Enfadada por la gente que se había reunido alrededor
de su hija fue a pegarla. La molinera la increpó: «Luisa, ¿qué vas a hacer? Tu
hija es un ángel del cielo». Entonces la madre se echó a llorar y se sentó en
una silla. Luego volvieron a su «calabozo».
Las niñas contaron en sus casas lo ocurrido,
Antonio por la noche lo dijo en la taberna. Todo Lourdes estaba ya enterado, y
hasta las aldeas cercanas llegaron noticias aquel mismo día.
Basilia, la hermana de Luisa, fue a verla. «No
dejes que tu hija salga de casa». Y dirigiéndose a Bernardita: «Harás que todos
caigamos enfermos, viendo lo que se ocupa la gente de ti». El padre aseguró de
nuevo: «Nuestra hija no irá más a Massabielle». Pero el hombre propone... El
lunes 15 al llegar Bernardita por la mañana a la escuela, la reverenda
superiora delante de todas le preguntó: «¿Has acabado ya tu carnavalada?», y
repitió el «prudente» consejo: «Es una ilusión, como un sueño, no hay que hacer
caso». ¡Qué ridícula debió sentirse aquella monjita ante la Reina del Cielo,
cuando más tarde cayese en la cuenta de su atolondramiento, dictaminando sin
saber! Al salir de clase una señorita cuarentona, gendarme de las buenas
costumbres, le dio una bofetada sin previo aviso. «Toma bribona». Y una de las
Hermanas, sacudiéndola por un brazo remachó: «Bribona, bribona, si vuelves a la
gruta te encerrarán». De haber seguido Bernardita tan sabias y contundentes
recomendaciones, hoy no tendríamos Lourdes. (Otra cosa reprobable, que también
se da, es alentar irresponsablemente a videntes ilusas o falsarias: «Examinadlo
todo, quedaos con lo bueno». 1 Tes. 5,21).
TERCERA APARICION
(jueves, 18 de febrero). El martes 16 la
señora Milhet, quincuagenaria, opulenta desde que se había casado con su
antiguo amo, piadosa, tuvo curiosidad por saber qué eran aquellas apariciones.
Solía dar trabajo a Luisa Soubirous, por lo cual ésta no pudo menos que acceder
a su deseo de que Bernardita la visitase. El interrogatorio la intrigó más, y
quiso ir con ella a la gruta. La madre se resistía, pero la Virgen iba
escogiendo bien sus peones. Naturalmente no se trataba que fuera a pleno día
con un grupo de chiquillas revoltosas; irían de madrugada, sólo con ella y su
costurera Antonieta, la hija del alguacil. Luisa y su marido tuvieron que
permitirlo. Al día siguiente, miércoles de ceniza, le sugirió su costurera: La
joven que se aparece en Massabielle, ¿no podría ser la presidenta de las Hijas
de María, cuyo fallecimiento fue en octubre pasado había hecho profunda
impresión, y se había enterrado de blanco? —Oh, si es un alma del purgatorio no
puede esperar. Y de nuevo se dirigió a la casa de los Souborous. Irían al día
siguiente.
A las 5 y media del jueves ambas mujeres
despiertan a Bernardita y van a la primera Misa, luego a la gruta. La señora
Milhet lleva una vela bendita; Antonieta papel, pluma y tintero. En la gruta se
ponen a rezar. Bernardita ve a la Virgen, pero no cae en éxtasis (pérdida de
los sentidos). Al acabar el rosario Antonieta le dio el papel, pluma y tintero;
«Dile que escriba lo que desea». Bernardita se adelantó. Hablaba alto, pero su
compañera sólo le veían mover los labios; La aparición se echó a reír y por
primera vez oyó su voz firme y dulce:
—Lo que tengo que decir no es necesario escribirlo.
¿Quiere Vd., hacerme el favor de venir aquí durante 15 días?
—Cuando haya pedido permiso a mis padres
volveré.
—No le prometo hacerla feliz en este mundo,
sino en el otro.
La aparición duró poco menos de media hora. Lo
extraño es que la Virgen no le tuteó como todo el mundo. Lo cual, además de una
deferencia, era una prueba más que las palabras no las inventaba la vidente.
La Milhet le preguntó si ellas podían volver:
«Nada lo impide». A la vuelta se encontraron con la madre alarmada porque al
contar que su hija había vuelto a la gruta, la maestra la previno: «Eso le
traerá disgustos con el comisario de policía». — «¿Qué tiene que ver con esto
el comisario?, la tranquilizó la Milhet. Nadie se ha fijado en Bernardita. Además,
que se ha comprometido a ir 15 días seguidos. La niña vendrá a vivir a mi casa,
así no la molestarán». Luisa se remite otra vez a su marido. Bernardita corre a
la cuadra de Cazenave, y el padre da su consentimiento.
Tampoco falta la tía Bernarda, la madrina. Le
dicen lo que ocurre y decide ir llevando la vela de Hija de María de su hermana
Lucila.
Total, que aquel mismo jueves se sabe en todo
Lourdes lo que ha ocurrido en Massabielle; es día de mercado, y tantos se dirigen
allí, que llama la atención de los gendarmes, quienes preguntan y redactan el
primer informe.
CUARTA APARICION
(viernes, 19 de febrero): Bernardita, que
había dormido en la casa de los Milhet, fue con su protectora a Misa. Hacía mucho
frío y le puso sobre su capucha blanca otra mayor negra. Después recogen a su
madre, se les unen otras, en la gruta son ya diez, a las seis de la mañana. A
la tercera avemaria Bernardita cae en éxtasis, que dura una media hora. Sonríe
y saluda con tal gracia que no se cansan de mirarla, esta transformada, aunque
tan pálida que temen se muera. «Dios mío, te ruego que no me quites a mi hija»
suplica su madre. Durante la visión, según está comprobado que contó más tarde,
oyó de pronto unos aullidos que salían del río Gave, como los gritos de una
multitud que lucha, y una voz rabiosa se imponía a los demás: «¡Vete;
márchate!», palabras que no iban dirigidas a ella, sino a la visión: a ésta le
bastó volver la mirada de soberana autoridad hacia aquel lugar, para que se hiciese
el silencio.
A la vuelta Bernardita entró en casa de su tía
Basilia a saludarla. La tía le reprendió: «Se habla demasiado de ti; no debes
volver allá». Pero cuando su sobrina sin inmutarse y sonriendo le invitó que
ella también fuera, —lo que la tía estaba deseando-, aceptó, pero con la
condición de ir cuando hubiese poca gente. Quedaron en ir pronto al día
siguiente, a la hora que las demás irán a la primera Misa.
QUINTA APARICION
(sábado, 20 de febrero). Cuando empieza el
rosario, hay unas 30 personas, a pesar de la hora y del frío. Al cuarto de hora
la aparición, que dura otro cuarto de hora. Las sonrisas y saludo de la
vidente, todo sin pestañear. «Yo no reconocía a mi hija», declara más tarde su
madre. Quizás fue en esta aparición cuando la Virgen le enseñó una oración
«palabra por palabra», para ella sola y que recitaría todos los días de su
vida, pero cuyo contenido nunca reveló.
La tía Bernarda, además de ser la madrina de
Bernardita era «la heredera». Este título de ser primogénita, confería un papel
especial dentro de la familia, según las costumbres seguidas entonces en
Lourdes (también Bernardita, por ser «la heredera», se creerá toda su vida con
el derecho y el deber de preocuparse especialmente por sus hermanos). Juzgó que
el caso de su ahijada era cosa de la familia, y no debía ser su protectora
precisamente la Milhet, la criada avispada convertida en ama presumida. Aquel
mismo día —providencialmente— volvió Bernardita a su mísera casa.
SEXTA APARICION
(domingo, 21 de febrero): Van también muy pronto
a la gruta, aunque ya hay un centenar de personas: será el comienzo de las
grandes multitudes que atraerá Massabielle. El pueblo sencillo, en su sentido
cristiano (vox populi vox Dei: la voz del pueblo es la voz de Dios) está
persuadido que las apariciones son sobrenaturales, que se aparece la Virgen;
sin embargo hoy entre la gente se ven «huéspedes»: tres gendarmes, dos de ellos
venidos la víspera de Tarbes, que al cuarto de hora se retiran; además junto a
Bernardita está el Dr. Dozous, estimado médico, e incrédulo; la noche anterior
en el círculo (o casino) opinaba que era un caso curioso de neuropatía, y para
comprobar la alteración del pulso y de la respiración, su hipersensibilidad y
desequilibrio mental, la observa, toma el brazo..., pero todo es normal.
Bernardita se dirige hacia la gruta mientras
por su rostro especialmente bello, caen dos lágrimas. Luego explicará: «Ella
miró a lo lejos, y volviéndose a mí me dijo»:
—Ruegue a Dios por los pecadores.
¿Qué vio que le hizo llorar? Durante su vida
no dejará de estar siempre preocupada por la conversión de los «pobres pecadores».
Ante el aumento de la concurrencia y de las
discusiones en la plaza sobre los hechos de Massabielle, aquella mañana, a
pesar de ser domingo, se reunirán el alcalde Lacadé (notario, católico
practicante), el procurador imperial Dutour (juez de primera instancia, 45
años, buen cristiano, con dos hermanas en las Hijas de la Caridad), el jefe de
gendarmes Renault, el juez instructor Rives y el comisario de policía Jacomet
(37 años, casado, inteligente y amable, amigo del clero, asistía a las
funciones religiosas). Bajo Napoleón III Francia era oficialmente católica, lo
mismo que sus funcionarios; no se trataba por tanto de oponerse a la Iglesia,
sino de acabar con aquello que podía degenerar en quebrantamiento del orden
público, tan celosamente protegido por los decretos imperiales. Decidieron
intervenir, primero Dutour, después Jacomet, su inferior jerárquico.
A la salida de Misa un ujier indicó a
Bernardita que fuera al juzgado. Dutour la interrogó. Según el informe que
aquella misma noche escribió para el procurador general de Pau, no pudo
encontrar «elementos materiales de un acto delictivo». El quedó convencido de
la sinceridad de la niña cuando le dijo que no buscaba provecho, que ya había
dejado la casa de la señora Milhet, que pensaba seguir yendo a la gruta porque
allí veía algo. Pero sería una ilusa o
manejada por otros.
A la salida de vísperas, el comisario indicó a
Bernardita que le siguiera. En el despacho de su casa la estuvo interrogando
durante dos horas, estando presentes sus vecinos y amigos, los hermanos Estrade
(solteros ambos, él, Juan Bautista, 37 años, recaudador de contribuciones, y
ella, Manolita, 34 años; serán testigos cualificados de los hechos, en concreto
con su libro Apariciones de Ntra. Sra. en Lourdes, 1899), detrás de la puerta
escuchaba la mujer del comisario.
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