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jueves, 18 de enero de 2024

LOURDES: FUENTE DE GRACIAS INMENSAS.


 

SEGUNDA APARICION. (continuación)

El domingo después de Misa las compañeras la rodearon. Les confesó, que sentía deseos de volver a la gruta, pero su madre no la dejaba. Faltó tiempo a la docena de niñas para ir a pedirle permiso a la madre. Esta no quería; sin embargo, ¿quién se resiste a tal grupo, rogándolo todas? Optó por escudarse en el maridó: «Pide permiso a tu padre». Corrieron a casa de Cazanave, donde aquél ha encontrado trabajo cuidando los caballos de la diligencia. «No», contestó secamente. ¿Qué iba a pensar su patrón que estaba allí? Pero fue éste quien intercedió por las muchachas: «Deje ir a las pequeñas; una señora con un rosario no puede ser nada malo».

Obtenido el permiso, y comunicado a la madre, a una se le ocurrió llevar agua bendita por si la aparición era algo malo. Cogieron un irasco y lo llenaron en la pila de agua bendita de la parroquia. Cuando llegaron a la gruta Bernardita les mandó arrodillarse y coger sus rosarios. Después del primer misterio dijo: «Miradla, tiene el rosario en el brazo derecho, nos está mirando». Se levantó. «Si viene de parte de Dios, quédese». Y la echó el agua bendita. La joven celestial cuanto más la rociaba más se sonreía, hasta que se acabó el frasco. Bernardita continuó el rosario, pero se puso tan pálida, que las otras creyeron se estaba muriendo; insensible al moverla, su rostro estaba iluminado y no dejaba de sonreír.

Asustadas corrieron unas al molino próximo a pedir ayuda. Juana fue a avisar a su madre. Acudieron la molinera y su hermana; no pudieron entre todas llevarse a Bernardita, y fueron a buscar al hijo de una de ellas, Antonio, joven robusto de 18 años (casado desde hacía dos años), y con gran trabajo la condujeron casi a rastras hasta el molino. No estaba en estado cataléptico, pues, aunque se resistía caminaba, y sonreía al tiempo que derramaba lágrimas. Al entrar en el molino volvió en sí. Poco después llegó su madre con la vara en las manos. Enfadada por la gente que se había reunido alrededor de su hija fue a pegarla. La molinera la increpó: «Luisa, ¿qué vas a hacer? Tu hija es un ángel del cielo». Entonces la madre se echó a llorar y se sentó en una silla. Luego volvieron a su «calabozo».

Las niñas contaron en sus casas lo ocurrido, Antonio por la noche lo dijo en la taberna. Todo Lourdes estaba ya enterado, y hasta las aldeas cercanas llegaron noticias aquel mismo día.

Basilia, la hermana de Luisa, fue a verla. «No dejes que tu hija salga de casa». Y dirigiéndose a Bernardita: «Harás que todos caigamos enfermos, viendo lo que se ocupa la gente de ti». El padre aseguró de nuevo: «Nuestra hija no irá más a Massabielle». Pero el hombre propone... El lunes 15 al llegar Bernardita por la mañana a la escuela, la reverenda superiora delante de todas le preguntó: «¿Has acabado ya tu carnavalada?», y repitió el «prudente» consejo: «Es una ilusión, como un sueño, no hay que hacer caso». ¡Qué ridícula debió sentirse aquella monjita ante la Reina del Cielo, cuando más tarde cayese en la cuenta de su atolondramiento, dictaminando sin saber! Al salir de clase una señorita cuarentona, gendarme de las buenas costumbres, le dio una bofetada sin previo aviso. «Toma bribona». Y una de las Hermanas, sacudiéndola por un brazo remachó: «Bribona, bribona, si vuelves a la gruta te encerrarán». De haber seguido Bernardita tan sabias y contundentes recomendaciones, hoy no tendríamos Lourdes. (Otra cosa reprobable, que también se da, es alentar irresponsablemente a videntes ilusas o falsarias: «Examinadlo todo, quedaos con lo bueno». 1 Tes. 5,21).

TERCERA APARICION

 (jueves, 18 de febrero). El martes 16 la señora Milhet, quincuagenaria, opulenta desde que se había casado con su antiguo amo, piadosa, tuvo curiosidad por saber qué eran aquellas apariciones. Solía dar trabajo a Luisa Soubirous, por lo cual ésta no pudo menos que acceder a su deseo de que Bernardita la visitase. El interrogatorio la intrigó más, y quiso ir con ella a la gruta. La madre se resistía, pero la Virgen iba escogiendo bien sus peones. Naturalmente no se trataba que fuera a pleno día con un grupo de chiquillas revoltosas; irían de madrugada, sólo con ella y su costurera Antonieta, la hija del alguacil. Luisa y su marido tuvieron que permitirlo. Al día siguiente, miércoles de ceniza, le sugirió su costurera: La joven que se aparece en Massabielle, ¿no podría ser la presidenta de las Hijas de María, cuyo fallecimiento fue en octubre pasado había hecho profunda impresión, y se había enterrado de blanco? —Oh, si es un alma del purgatorio no puede esperar. Y de nuevo se dirigió a la casa de los Souborous. Irían al día siguiente.

A las 5 y media del jueves ambas mujeres despiertan a Bernardita y van a la primera Misa, luego a la gruta. La señora Milhet lleva una vela bendita; Antonieta papel, pluma y tintero. En la gruta se ponen a rezar. Bernardita ve a la Virgen, pero no cae en éxtasis (pérdida de los sentidos). Al acabar el rosario Antonieta le dio el papel, pluma y tintero; «Dile que escriba lo que desea». Bernardita se adelantó. Hablaba alto, pero su compañera sólo le veían mover los labios; La aparición se echó a reír y por primera vez oyó su voz firme y dulce:

—Lo que tengo que decir no es necesario escribirlo. ¿Quiere Vd., hacerme el favor de venir aquí durante 15 días?

—Cuando haya pedido permiso a mis padres volveré.

—No le prometo hacerla feliz en este mundo, sino en el otro.

La aparición duró poco menos de media hora. Lo extraño es que la Virgen no le tuteó como todo el mundo. Lo cual, además de una deferencia, era una prueba más que las palabras no las inventaba la vidente.

La Milhet le preguntó si ellas podían volver: «Nada lo impide». A la vuelta se encontraron con la madre alarmada porque al contar que su hija había vuelto a la gruta, la maestra la previno: «Eso le traerá disgustos con el comisario de policía». — «¿Qué tiene que ver con esto el comisario?, la tranquilizó la Milhet. Nadie se ha fijado en Bernardita. Además, que se ha comprometido a ir 15 días seguidos. La niña vendrá a vivir a mi casa, así no la molestarán». Luisa se remite otra vez a su marido. Bernardita corre a la cuadra de Cazenave, y el padre da su consentimiento.

Tampoco falta la tía Bernarda, la madrina. Le dicen lo que ocurre y decide ir llevando la vela de Hija de María de su hermana Lucila.

Total, que aquel mismo jueves se sabe en todo Lourdes lo que ha ocurrido en Massabielle; es día de mercado, y tantos se dirigen allí, que llama la atención de los gendarmes, quienes preguntan y redactan el primer informe.

CUARTA APARICION

 (viernes, 19 de febrero): Bernardita, que había dormido en la casa de los Milhet, fue con su protectora a Misa. Hacía mucho frío y le puso sobre su capucha blanca otra mayor negra. Después recogen a su madre, se les unen otras, en la gruta son ya diez, a las seis de la mañana. A la tercera avemaria Bernardita cae en éxtasis, que dura una media hora. Sonríe y saluda con tal gracia que no se cansan de mirarla, esta transformada, aunque tan pálida que temen se muera. «Dios mío, te ruego que no me quites a mi hija» suplica su madre. Durante la visión, según está comprobado que contó más tarde, oyó de pronto unos aullidos que salían del río Gave, como los gritos de una multitud que lucha, y una voz rabiosa se imponía a los demás: «¡Vete; márchate!», palabras que no iban dirigidas a ella, sino a la visión: a ésta le bastó volver la mirada de soberana autoridad hacia aquel lugar, para que se hiciese el silencio.

A la vuelta Bernardita entró en casa de su tía Basilia a saludarla. La tía le reprendió: «Se habla demasiado de ti; no debes volver allá». Pero cuando su sobrina sin inmutarse y sonriendo le invitó que ella también fuera, —lo que la tía estaba deseando-, aceptó, pero con la condición de ir cuando hubiese poca gente. Quedaron en ir pronto al día siguiente, a la hora que las demás irán a la primera Misa.

QUINTA APARICION

 (sábado, 20 de febrero). Cuando empieza el rosario, hay unas 30 personas, a pesar de la hora y del frío. Al cuarto de hora la aparición, que dura otro cuarto de hora. Las sonrisas y saludo de la vidente, todo sin pestañear. «Yo no reconocía a mi hija», declara más tarde su madre. Quizás fue en esta aparición cuando la Virgen le enseñó una oración «palabra por palabra», para ella sola y que recitaría todos los días de su vida, pero cuyo contenido nunca reveló.

La tía Bernarda, además de ser la madrina de Bernardita era «la heredera». Este título de ser primogénita, confería un papel especial dentro de la familia, según las costumbres seguidas entonces en Lourdes (también Bernardita, por ser «la heredera», se creerá toda su vida con el derecho y el deber de preocuparse especialmente por sus hermanos). Juzgó que el caso de su ahijada era cosa de la familia, y no debía ser su protectora precisamente la Milhet, la criada avispada convertida en ama presumida. Aquel mismo día —providencialmente— volvió Bernardita a su mísera casa.

SEXTA APARICION

 (domingo, 21 de febrero): Van también muy pronto a la gruta, aunque ya hay un centenar de personas: será el comienzo de las grandes multitudes que atraerá Massabielle. El pueblo sencillo, en su sentido cristiano (vox populi vox Dei: la voz del pueblo es la voz de Dios) está persuadido que las apariciones son sobrenaturales, que se aparece la Virgen; sin embargo hoy entre la gente se ven «huéspedes»: tres gendarmes, dos de ellos venidos la víspera de Tarbes, que al cuarto de hora se retiran; además junto a Bernardita está el Dr. Dozous, estimado médico, e incrédulo; la noche anterior en el círculo (o casino) opinaba que era un caso curioso de neuropatía, y para comprobar la alteración del pulso y de la respiración, su hipersensibilidad y desequilibrio mental, la observa, toma el brazo..., pero todo es normal.

Bernardita se dirige hacia la gruta mientras por su rostro especialmente bello, caen dos lágrimas. Luego explicará: «Ella miró a lo lejos, y volviéndose a mí me dijo»:

—Ruegue a Dios por los pecadores.

¿Qué vio que le hizo llorar? Durante su vida no dejará de estar siempre preocupada por la conversión de los «pobres pecadores».

Ante el aumento de la concurrencia y de las discusiones en la plaza sobre los hechos de Massabielle, aquella mañana, a pesar de ser domingo, se reunirán el alcalde Lacadé (notario, católico practicante), el procurador imperial Dutour (juez de primera instancia, 45 años, buen cristiano, con dos hermanas en las Hijas de la Caridad), el jefe de gendarmes Renault, el juez instructor Rives y el comisario de policía Jacomet (37 años, casado, inteligente y amable, amigo del clero, asistía a las funciones religiosas). Bajo Napoleón III Francia era oficialmente católica, lo mismo que sus funcionarios; no se trataba por tanto de oponerse a la Iglesia, sino de acabar con aquello que podía degenerar en quebrantamiento del orden público, tan celosamente protegido por los decretos imperiales. Decidieron intervenir, primero Dutour, después Jacomet, su inferior jerárquico.

A la salida de Misa un ujier indicó a Bernardita que fuera al juzgado. Dutour la interrogó. Según el informe que aquella misma noche escribió para el procurador general de Pau, no pudo encontrar «elementos materiales de un acto delictivo». El quedó convencido de la sinceridad de la niña cuando le dijo que no buscaba provecho, que ya había dejado la casa de la señora Milhet, que pensaba seguir yendo a la gruta porque allí veía algo.  Pero sería una ilusa o manejada por otros.

A la salida de vísperas, el comisario indicó a Bernardita que le siguiera. En el despacho de su casa la estuvo interrogando durante dos horas, estando presentes sus vecinos y amigos, los hermanos Estrade (solteros ambos, él, Juan Bautista, 37 años, recaudador de contribuciones, y ella, Manolita, 34 años; serán testigos cualificados de los hechos, en concreto con su libro Apariciones de Ntra. Sra. en Lourdes, 1899), detrás de la puerta escuchaba la mujer del comisario.

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