Nota. Nada nos interesa tanto como resaltar y
hacer recordar a nuestros lectores la importancia tan grande que tiene hablar
de este tema tan apasionante como lo es el CRISTO REY, en virtud de los ataques
tan virulentos de los que es objeto su realeza universal. Ataques que se
suscitan tanto de fuera de la Iglesia como de dentro de la misma, sobre los
primeros Nuestra Señora de la Salette dice: “Los gobernantes
civiles tendrán todos un mismo plan, que será abolir y hacer desaparecer todo
principio religioso, para dar lugar al materialismo, al ateísmo, al espiritismo
y a toda clase de vicios”. Creo que esto no hace falta demostrarlo en la
actualidad lo estamos viendo con nuestros propios ojos, todos los gobiernos del
mundo se han laicizado y sacudido el yugo suave y ligero de la soberanía regia
de Nuestro Señor Jesucristo y abiertamente han lanzado el ingrato grito satánico:
“Non serviant”. Compete a nosotros pequeña grey salir en defensa de este
reinado espiritual y social de Nuestro Salvador
La segunda apostasía consiste en La apostasía
de la espiritualidad del Reino llega al punto de hacer del Verbo de Dios un Rey
para ciertas cosas y no para otras, un Rey en ciertas horas y en otras no,
porque es fin de las instituciones mas no de todas.
Según lo dicho por Lutero: «porque su reino no es de la tierra ni sobre
lo terreno, sino que es rey de bienes espirituales como la verdad, la
sabiduría, la paz, el gozo, la bienaventuranza, etc. […] De donde se deduce que
su gobierno es espiritual e invisible»
Pero esto es un error, es una herejía. Porque los títulos de Rey los posee Nuestro
Señor Jesucristo en razón de su divinidad, de modo tal que el origen o el
principio de su Reino y su realeza no son terrenales sino sobrenaturales,
divinos en esencia. El arzobispo Marcel Lefebvre dijo en cierta ocasión que «si
Nuestro Señor Jesucristo es Dios, como consecuencia es el dueño de todas las
cosas, de los elementos, de los individuos, de las familias y de la sociedad. Es
el Creador y el fin de todas las cosas» (12).
Santo Tomás (13), confirma el razonamiento
deteniéndose en su alcance: porque el poder de Cristo es general, universal, sobre
todas las criaturas (Mt. 26, 18);
sin embargo, es un poder especialmente espiritual sobre los santos (en la vida
presente por la gracia y en la futura por la gloria), pues los santos no son de
este mundo (Jn. 18, 36). Por tanto, el reino de Cristo comienza acá
abajo y se consuma en la vida futura cuando todo le sea sometido como escabel de
sus pies (Sal. 109, 1).
¿Está sujeto a la historicidad humana este principio teológico? No. No se trata de un punto de vista que cambia conforme las épocas cambien; quienes así lo creen producen una ruptura en el concepto y una quiebra en la doctrina que lo enseña. Porque hay que convenir que, si Cristo es Rey espiritual únicamente, si sólo impera en el interior del hombre, en su alma, ninguna cosa exterior a ésta, sea la familia, la sociedad, el Estado o la Iglesia, tienen razón de ser en orden a la salvación: esta es la lógica protestante a la que por fuerza conduce el argumento espiritualista del reino de Cristo. Lógica protestante que conduce también a la afirmación de Su realeza «a tiempo parcial» o «segmentada socialmente».
Es esta una forma de apostasía en la que el intelectual católico cae frecuentemente, como si fuera posible dividirse en católico para las cuestiones de fe y filósofo, científico, profesional o profesor para nuestras actividades particulares. Pero no es así: primero, porque no podemos establecer fines naturales que entren en contradicción el fin del hombre que es sobrenatural, la bienaventuranza.
Segundo, porque no se puede cambiar el orden
de bienes establecido por Nuestro Señor, no podemos invertirlo: debemos buscar
primero el Reino de Dios y su justicia y lo demás se nos dará por añadido (Mt.
6-33). Santo Tomás de Aquino ha explicado en referencia a I Co. 10, 11,
que en tiempo de gracia no hay promesas temporales, como las hubo en tiempos de
la Ley, ni hay alianza en el nuevo tiempo que contenga tales promesas (Is.
1, 19) (14).
Tercero, porque, bien lo sabemos, no se puede
servir a dos señores (Mt. 6, 24), y sostener que Jesús es Rey en algunos
casos o momentos y en otros no, es lo mismo que volverse siervos de ese «no».
Por lo tanto, debemos servir con nuestra
inteligencia y todo nuestro ser al Reinado de Cristo, porque en este campo no
hay neutralidad dado que la Verdad no es neutra (15).
Recordemos que el tibio será vomitado de la
boca de Dios (Ap. 3, 16). En las fiestas de la Virgen María la Iglesia
pone en boca de Nuestra Señora las palabras de la Sabiduría: «Los que me den a
conocer conseguirán la vida eterna» (Ecli. 24, 31). Por eso Nuestro
Señor puede sentenciar que «a quien me niegue delante de los hombres, Yo
también lo negaré delante de mi Padre celestial» (Mt. 10, 33).
7. Tercera apostasía: ¿en
verdad es Rey?
Podríamos llamarla «la apostasía de la
inactualidad».
He contado en otras oportunidades esta
anécdota, pero vale repetirla para ponernos en materia. Escuché una vez decir a
un sacerdote jesuita, viejo ya, en el sermón de la Fiesta de Cristo Rey, que
era una celebración que pertenecía a la época en que la Iglesia era monárquica,
con lo cual la desautorizaba.
Le faltó decir que, siendo la Iglesia hoy democrática, Cristo sería un ciudadano más, con derecho a voto, con opciones de ser presidente, si se quiere, pero no rey. ¡El neto presentismo sanciona la inactualidad! Lo extraño de esto es que si se profundiza en la democratización del Reino se puede llevar la herejía a términos
verdaderamente absurdos (más heréticos
todavía), haciendo de la democracia el quid de la cuestión y desplazando
la monarquía de derecho divino, que a Cristo corresponde, por una utopía
cósmica semejante a la del gran arquitecto masónico que nos encomienda
construir una mansión humanitaria.
Así, un sacerdote ha podido afirmar: «Pablo
Suess viene proponiendo la expresión “democracia participativa del RD [Reino de Dios]”
para corregir la evocación que el término clásico conlleva. Ya sabemos que no se
puede simplemente sustituir una expresión por otra, pero es evidente que es
bueno aludir con frecuencia a esa insuficiencia de la expresión clásica, para
hacer caer en la cuenta a los oyentes, y para liberar al contenido (el reino
mismo, el significado), de las limitaciones del significante (la palabra no
completamente adecuada). Para hablar del Reino puede ser mejor hablar del
Proyecto, de la Utopía de Dios... que hacemos nuestra: queremos “construir la
Democracia de Dios, cósmica, pluralista e inclusiva, y por eso, amorosa,
encarnación viva del Dios de los mil rostros, colores, géneros, culturas,
etnias, sentidos”» (16). Sin palabras.
8. Refutación de la tercera
apostasía
Todo católico sabe o debería saber que Cristo
es Rey de la creación como se afirma en el Antiguo Testamento y en el Nuevo.
Por eso decía el Cardenal Pie que «no hay ni un profeta, ni un evangelista, ni uno de los apóstoles que
no le asegure su cualidad y sus atributos de rey» (17). Y el P.
Castellani lo ha resumido así: «Cristo es Rey, por
tres títulos, cada uno de ellos de sobra suficiente para conferirle un
verdadero poder sobre los hombres. Es Rey por título de
nacimiento, por ser el Hijo Verdadero de Dios Omnipotente, Creador de
todas las cosas; es Rey por título de mérito,
por ser el Hombre más excelente que ha existido ni existirá; y es Rey por título de conquista, por haber salvado con su
doctrina y su sangre a la Humanidad de la esclavitud del pecado y del infierno»
(18).
El título hace a la persona, en este caso al
Verbo divino que es Rey y no ciudadano, guste o no. Pero hay más: no es Nuestro
Señor Jesucristo un rey facultativo en el sentido que dependa Su reinar de
nuestra voluntad; su realeza no depende de consensos ni de pactos humanos. San
Pablo lo dice categóricamente: oportet illum regnare (I Co., 15,
25).
Cristo debe reinar porque Él ya es rey; no es
una posibilidad, es una necesidad que engendra una obligación de parte nuestra.
No es un Rey en potencia, lo es acto en su misma esencia divina; y nosotros
debemos hacerlo reinar en todo aquello de nosotros depende.
9. Sentido práctico de la
realeza de Cristo
El sentido de la realeza de Cristo es también
práctico, consiste en la adopción de un principio directivo, montado sobre las
bases perennes de todo recto orden político cristiano, que por cristiano está
coronado en y por Cristo Rey; principio rector que no congela los medios e
instrumentos –así, por caso, los sistemas o regímenes políticos–, sino que se
abre a la consideración de las situaciones particulares conforme a la
prudencia. Es un aquí y ahora que se toma como punto de partida y que será
punto de llegada por obra de nuestra colaboración.
Me parece que el Reinado Social de Nuestro
Señor Jesucristo se expresa fundamentalmente de dos maneras o dimensiones que
acaban sintetizándose en una tercera. Primero, es el «reinado
discreto de Nuestro Señor», que predicara, entre otros,
Garrigou-Lagrange (19), que es el reinado en el corazón humano y que, por tal
medio, permea sutilmente toda la sociedad; es el imperio de la fe en Cristo que
se proyecta en nuestra conducta y nos lleva a «convertir la sociedad», a
transformarla al modo de Cristo.
Segundo, es el «reinado
expreso de Nuestro Señor», que es el imperio manifiesto a través de las
leyes de la sociedad, que de tal modo llegan al corazón del hombre. Es la
instauración de una sociedad cristiana, ese orden natural querido por Dios.
La afirmación de la Realeza Social, temporal, política, de Nuestro Señor, resulta de la afirmación católica tradicional de los fines del hombre o, mejor dicho, de la ordenación de los fines temporales al fin sobrenatural y último. Es la doctrina de Santo Tomás: la vida en la tierra es preparación para la vida eterna, de modo que el orden temporal ha de servir al fin último y supremo del hombre. Luego, como insiste el P. Phillippe, «todas las instituciones divinas o humanas tienen como fin último la gloria de Dios y la salvación de las almas. Así todas las instituciones sociales, todas las acciones y directivas políticas deben tener cuenta de esta verdad fundamental, de que el hombre no ha sido hecho para este mundo, sino para la Eternidad». No resulta infundado, entonces, que el orden concreto de las sociedades, en sus dimensiones políticas, jurídicas, morales, económicas, culturales, etc., deba considerar «primeramente y antes de cualquier otra cosa, el fin último de toda existencia humana»; y, si así lo hace, afirmará la realeza de Jesucristo (20). Volveré en la parte final sobre este punto porque es de gran actualidad.
Estas dos formas, que se compenetran auxiliándose mutuamente al mismo orden y fin, confluyen en una tercera: el «culto público a Nuestro Señor, Rey de los corazones y de las sociedades».
Hay que recordar con Pío XI que el Reinado
social de Nuestro Señor Jesucristo no se impone por sí, antes, al contrario,
requiere que los hombres reconozcan, pública y privadamente, «la regia potestad
de Cristo» (21). Porque Cristo reina en la sociedad a través de los hombres, lo
que exige, como afirma el P. Phillippe, que «toda política debe estar sumisa a
Dios», es decir, «debe reconocerse en lo que expresa una realidad dependiente
de Dios», especialmente en atención al fin último del hombre y de toda la
Creación (22).
Se ven así las razones para negar un Reino
puramente intimista y espiritual, una realeza «moral» que escapa a la sociedad,
e incluso –como venimos exponiendo– una realeza que no es tal por devenir
principio democrático pluralista.
La realeza del
Verbo Encarnado es espiritual y social, y por serlo es también pública en el
sentido señalado por Pío XI: exige y reclama el reconocimiento público por los
gobernantes a través del culto que a Él le es debido.
Citas.
(14) SANTO TOMÁS DE AQUINO, Expositio super
Primam Epistolam S. Pauli Apostoli ad Corinthios, versión bilingüe en
lengua francesa: Commentaires sur la Première Épitre de S. Paul aux
Corinthiens, t. II, París, Luis Vivès, 1870, c. X, lect. 2, págs. 347-348.
En igual sentido se pronuncia San AGUSTÍN en su comentario al versículo 2 del
Salmo 73: Enarraciones sobre los Salmos (2.º), Madrid, BAC, 1955 (tomo
XX de las Obras de San Agustín), pág. 931.
(15) Véase el estupendo librito de Étienne
GILSON, Le philosophe et la théologie (1960), París, Vrin, 2005 (hay
edición española), especialmente los cap. IV y V.
(16) Sobre el sacerdote Pablo Suess, véase
http://paulosuess. blogspot. com.ar. La cita está tomada del P. Felipe SANTOS
CAMPAÑA, en http://www.autorescatolicos.org/felipesantosmeditaciondiaria0385.htm
(17) P. Théotime DE SAINT-JUST, La royauté
sociale de N. S. Jésus-Christ d’après le Cardinal Pie, 2ª ed., París,
Société et Librairie S. François d’Assise-Librairie G. Beauchesne, 1925, pág.
31.
(18) Leonardo CASTELLANI, «Cristo Rey», loc.
cit., pág. 164.
(19) Reginald GARRIGOU-LAGRANGE, O. P., «La
Royauté universelle de Notre-Seigneur Jésus-Christ», La Vie Spirituelle (París),
núm. 73 (1925), págs. 5-21.
(20) P. A. PHILLIPPE, Catecismo de la
Realeza Social de Jesucristo, 1926, pregunta 15; en
http://ar.geocities.com/doctrina_catolica/catecismos/
catecismo_realeza.html
(21) Quas primas, núm. 17.
(22) Catecismo de la Realeza Social de
Jesucristo, pregunta 15.
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