Once días después de la
apertura del Concilio, se anunció que el Papa Juan había elevado al
Secretariado para la Unidad de los Cristianos al rango de comisión. Reteniendo
la publicación previa de esta decisión, el Papa había preservado intacto el
equipo de destacados líderes en el campo ecuménico que había reunido el Card.
Bea en los dos años anteriores. El Secretariado era la única “comisión” que no
tenía dieciséis miembros electos. Su nuevo status significaba que
tenía derecho a preparar esquemas, proponerlos a la asamblea general,
revisarlos cuando fuera necesario, defenderlos, y realizar todas las demás
funciones propias de las comisiones conciliares.
Antes de que pasase un mes,
el Card. Bea expreso públicamente su gran satisfacción con las reacciones
de los observadores-delegados.
Era un “verdadero
milagro”, dijo, que tantas iglesias cristianas no católicas hubiesen pedido a
sus miembros que rezasen por el Concilio, en contraste con la atmosfera que
prevaleció en tiempos del Concilio Vaticano I.”
El Prof. Oscar Cullmann, de
las Universidades de Basilea y Paris, que era invitado del Secretariado
para la Unidad de los Cristianos, concedió una extensa rueda de prensa al final
de las seis primeras semanas de la primera sesión, para explicar sus reacciones
y las de otros invitados y observadores. Dijo que habían recibido todos los
textos conciliares, podían asistir a todas las Congregaciones Generales, dar a
conocer sus opiniones en reuniones semanales especiales del
Secretariado, y que tenían contacto personal con los Padres conciliares,
los periti, y otras personalidades relevantes de Roma. Las
actividades del Secretariado para la Unidad de los Cristianos, dijo, “nos
revelan a diario hasta qué punto su existencia sirve para aproximarnos”.
El Prof. Cullmann señaló que
se estaban extrayendo conclusiones equivocadas de la presencia de observadores
y delegados en el Concilio.
Recibía cartas tanto de
católicos como de protestantes, que parecían pensar que el propósito del
Concilio era lograr la unión entre los católicos y otras Iglesias cristianas.
Ese, sin embargo, no era el propósito inmediato del Concilio, dijo, y temía que
muchas personas se desilusionasen cuando, tras finalizar el Concilio,
encontrasen que sus iglesias seguían siendo diferentes.
Entre los logros ecuménicos
del Concilio, el Prof. Cullmann menciono en primerísimo lugar la existencia del
Secretariado para la Unidad de los Cristianos: “Si continúa manteniendo el
pleno respeto por las demás iglesias, y trabajando con el “sincero espíritu
ecuménico” que caracteriza ahora sus actuaciones y actitudes, puede
considerarse con justicia su existencia como de extrema importancia para el
futuro del ecumenismo”. Otro logro era la presencia de observadores e
invitados en el aula conciliar. “Cada mañana estoy más asombrado de la
forma en que realmente formamos parte del Concilio”, dijo.
Como preparación para las
Congregaciones Generales, los observadores estudiaban los esquemas que se les
habían distribuido. “Los anotamos, los comparamos con la Biblia, y los cotejamos
con los escritos de los Padres de la Iglesia y las decisiones de los Concilios
anteriores.
Nuestras reacciones ante los
esquemas que se nos han ensenado hasta el momento han sido obviamente muy
variadas: unos nos gustan, otros no; algunos realmente nos entusiasman, otros
los encontramos decepcionantes”.
El Prof. Cullmann apunto que
cualquier futuro historiador del Concilio Vaticano II habría de referirse
a la “importancia ecuménica” de la cafetería instalada para
todos los miembros del Concilio. “No solo nos refresca, sino que
también nos permite reunimos con obispos de todo el mundo en una forma que de
otro modo resultaría imposible(...). Y si el dialogo continua por ambas partes
en el espíritu que nos ha animado hasta ahora, será en sí mismo un elemento de
unidad capaz de mostrarse aún más fructífero”.
El experimento funciono tan
bien durante la primera sesión, que continuo durante todo el Concilio. Cuando
el Papa Pablo, al principio de la segunda sesión, recibió en audiencia a los
observadores e invitados, el Card. Bea pudo anunciar que su número se había
incrementado de cuarenta y nueve a sesenta y seis, y que el número de iglesias
y comunidades a las cuales representaban había crecido de diecisiete a
veintidós.
El Dr. Kristen Skydsgaard,
observador-delegado de la Federación Luterana Mundial, se dirigió en
francés al Papa en nombre de todos los observadores e invitados presentes, y
expresó su “profunda gratitud por renovar la invitación a esta segunda
sesión del Concilio”. A todos les tranquilizaba saber que el Papa Pablo no
compartía el ecumenismo infantilmente optimista o superficial basado en la idea
“de que la unidad visible de los cristianos podrá conseguirse rápidamente”.
Esperaba que la luz dimanante de una teología practica e histórica, “esto
es, una teología alimentada por la Biblia y por la enseñanza de los Padres,
brillaría cada vez más en el trabajo de este Concilio”. También hablo de
un nuevo espíritu ecuménico que se estaba manifestando en el Concilio.
“Nos encontramos juntos al
principio de un camino cuyo final solo Dios conoce”. (ahora lo sabemos, la
protestización de la iglesia) En contestación, el Papa Pablo hablo
de “nuestro deseo de recibiros no solo en el umbral de nuestra casa, sino
en lo más íntimo de nuestro corazón”. Tras agradecer a los observadores e
invitados que aceptasen la invitación de asistir a la segunda sesión, les pidió
que estuviesen seguros de “nuestro respeto, de nuestra estima, de
nuestro deseo de tener con vosotros, en Nuestro Señor, las mejores relaciones
posibles.
Nuestra actitud no oculta
ninguna trampa, ni pretende minimizar las dificultades que se levantan en el
camino de un completo entendimiento final. No tememos ni la delicada naturaleza
de la discusión ni el dolor de la espera”. En cuanto a la
historia de la separación, prefería centrar su atención “no en lo que
fue, sino en lo que debe ser. Nos dirigimos hacia un nuevo ser que
está naciendo, hacia un sueño que realizar”.
Al día siguiente, el 18 de
octubre, el Card. Bea ofreció una recepción a los observadores e invitados.
Dirigiéndose a ellos en francés, les invito a ser críticos, recordándoles las
palabras del Papa Pablo a la Curia Romana solo unas pocas semanas antes: “debemos
dar la bienvenida a la crítica con humildad, con reflexión, e incluso con
gratitud.
Roma no necesita defenderse a
sí misma haciendo oídos sordos a las sugerencias de voces honestas, en especial
si las voces son de los amigos y de los hermanos”. El
Card. Bea aseguro a los observadores e invitados que sus criticas positivas,
sugerencias y deseos serian enormemente estimados.
El arcipreste Vitali Borovoy,
observador-delegado de la Iglesia Ortodoxa Rusa y de la Iglesia Ortodoxa
de Georgia (Caucaso), replico en ruso en nombre de los observadores e invitados
allí reunidos. “Toda la historia del cristianismo en nuestra era”, dijo,
“es la historia de la acción del Espíritu Santo en nosotros y en nuestras
iglesias, llamándonos a la unidad y ayudándonos a entender la necesidad y
urgencia de esta tarea (...). Estamos siempre dispuestos a ayudar a nuestros
hermanos católicos en cualquier cosa que pueda contribuir a la armonía y unidad
entre todos los cristianos, de modo que, con una única lengua y un único
corazón, glorifiquemos juntos al Espíritu Santo”.
Seis semanas más tarde tuvo
una oportunidad de demostrar hasta qué punto estaba dispuesto a contribuir a la
“armonía y unidad”, cuando se le notifico por teléfono desde Moscú que
abandonase Roma inmediatamente en protesta por un servicio religioso especial
anunciado por el Vaticano en honor a San Josafat. Este santo católico,
martirizado en 1623 en Vitebsk (Polonia, hoy Rusia), era considerado por la
Iglesia Ortodoxa Rusa responsable del martirio de los santos ortodoxos, y se
ordenó al arcipreste Borovoy que dirigiese un servicio religioso en Ginebra
en honor de estos mientras tenía lugar el servicio religioso de Roma. El
arzobispo Borovoy explico, sin embargo, que la orden le situaba ante un dilema,
dado que el mismo lunes, 25 de noviembre, el Card. Spellman debía presidir un
servicio de Réquiem en la basílica de San Juan de Letrán por el recientemente
asesinado presidente John E Kennedy. Su marcha a Ginebra antes de esa fecha no
solo empeoraría las relaciones ecuménicas en vez de mejorarlas, sino que
también podía esperarse que la prensa interpretaría su marcha como una excusa
para no participar en el servicio de Réquiem. Sus jefes eclesiásticos de Moscú
retiraron entonces la orden.
El líder de la delegación
anglicana, el obispo John Moorman, de Ripon (Gran Bretana), tuvo la
deferencia de comunicarme sus opiniones personales sobre el primado y la
colegialidad. Durante 400 años, dijo, la Iglesia Anglicana había vivido
separada de la Sede Romana, “y durante ese tiempo las pretensiones del Papa se
habían incrementado, especialmente con el decreto de infalibilidad de
1870”. Sin embargo, si algún día debía realizarse la unidad entre los
cristianos, “habrá una cabeza central de la Iglesia, y esa cabeza habrá de ser
sin duda el Obispo de Roma”. Creía que toda la comunión anglicana “se
prepararía para aceptar el hecho del papado, aunque encontrasen grandes
dificultades en reconocer las bases sobre las cuales descansa el primado”, pues
histórica y exegéticamente “se han llevado demasiado lejos las palabras de
Nuestro Señor a San Pedro”. La Iglesia Católica se vería muy reforzada “si
se aceptase el principio de la colegialidad de los obispos, y se estableciese
algún método mediante el cual obispos representativos del mundo entero pudiesen
formar un concilio permanente con el Papa”. Eso, dijo, “mejoraría el actual sistema
de una Curia principalmente italiana”.
Los observadores e invitados
estaban particularmente interesados en el esquema sobre ecumenismo, cuyo
estudio había comenzado en la LXIX Congregación General el 18 de noviembre.
Solo constaba de tres capítulos, y fue presentado a la asamblea por el
arzobispo Joseph Martin, de Rouen (Francia), miembro del Secretariado para la
Unidad de los Cristianos del Card. Bea. Explico que el esquema pretendía ser un
documento pastoral para instruir a los católicos y ayudarles a comprender
el significado y propósito
del movimiento ecuménico y su papel providencial en la Iglesia. El
cardenal español Arriba y Castro dijo que impulsar el dialogo, cómo era
intención del esquema, podía ser peligroso “para la fe de nuestros
católicos, especialmente de los de inferior condición, que con frecuencia no
están preparados para responder a los argumentos presentados por expertos de
las diversas sectas o confesiones”.
Existían innumerables
pruebas, dijo, de que el proselitismo protestante estaba incrementándose. Por
tanto, pedía a los Padres conciliares “que incluyan en el esquema una petición
dirigida a los hermanos separados para que se abstengan de todo proselitismo
entre los católicos, a fin de que la fe de nuestro pueblo no se oscurezca con
la confusión”.
El Card. Bea admitió en el
aula conciliar que podría producirse indiferentismo y dudas de fe si las
cuestiones ecuménicas eran tratadas por aquellos cuya buena fe no estaba
compensada por el conocimiento y la prudencia. El remedio no consistía en
evitar todos los esfuerzos ecuménicos, dijo, sino más bien en realizarlos bajo
la dirección del obispo correspondiente. “Es nuestra intención publicar un
directorio ecuménico”, explico, “pero las normas y principios promulgados por
la Santa Sede habrán de ser adaptados a las circunstancias locales por los
obispos mismos”. El Card. Bea recordó que la Instrucción promulgada por el
Santo Oficio en 1949 exigía que quienes se dedicasen al dialogo fuesen muy
versados en teología y siguieran las normas dictadas por la Iglesia.
El arzobispo Heenan dijo que
la jerarquía de Inglaterra y Gales estaba dispuesta “a cualquier cosa,
salvo negar la fe”, con el fin de obtener la unidad de los cristianos:
“Deseamos diálogos más profundos y frecuentes con todas las denominaciones
cristianas”.
El obispo auxiliar Stephen
Leven, de San Antonio (Tejas), manifestó a la asamblea el 26 de noviembre:
“cada día resulta más evidente que necesitamos el dialogo, no solo con los
protestantes, sino también entre nosotros los obispos”. Algunos Padres
conciliares, dijo, “nos predican y nos reprenden como si estuviésemos contra
Pedro y sus sucesores, o como si deseásemos arrancar la fe de nuestra grey y
promover el indiferentismo”. Esos obispos “prefieren censurar a los no
católicos, a quienes quizá nunca han visto, más que instruir a los niños de sus
parroquias. ¿De otro modo, porque temen tanto que los efectos del ecumenismo no
sean buenos? ¿Por qué no están sus fieles mejor instruidos? ¿Por qué
no visitan a la gente en sus hogares? ¿Por qué no existe una activa y laboriosa
escuela de catecismo en sus parroquias?”.
El obispo Leven concluyo con
un tono de lo más solemne: “os ruego, venerables Padres conciliares, que
pongamos fin al escándalo de la mutua recriminación. Procedamos de forma
ordenada al examen y estudio de este movimiento providencial llamado ecumenismo,
de modo que con paciencia y humildad podamos conseguir esa unidad por la cual
Cristo Nuestro Señor rogo en la Ultima Cena”.
No tuvo lugar ninguna
votación durante los once días de discusión del esquema sobre ecumenismo. Pero
con las numerosas intervenciones realizadas como base, el Secretariado para la
Unidad de los Cristianos preparo una revisión; el texto revisado se presentaría
al Concilio en su tercera sesión.
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