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miércoles, 7 de julio de 2021

EL MODERNISMO Y LA DESTRUCCIÓN DE LA IGLESIA CATÓLICA.

 

BREVE INTRODUCCIÓN.

“Predica la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, reprende, ruega, exhorta con paciencia siempre y afán de enseñar. Porque vendrá tiempo en que no soportaran la sana doctrina, sino que en alas de sus pasiones y con la comezón en sus oídos, se elegirán maestros a granel y desviaran sus oídos de la verdad y se volverán asía las fabulas” (II,tim. 4-8 ss). Los tiempos ya han llegado, las palabras de san Pablo tienen un pleno cumplimiento ya en estos días. Es preciso recordar las encíclicas de los Sumos Pontífices de antes del Concilio Vaticano II que, con una clarividencia providencial, nos advirtieron sobre estos aciagos tiempos, no hacerlo sería contribuir con quienes desde el interior de la Iglesia difuminaron los errores modernistas que han querido destruir desde su raíz la sana doctrina de Nuestro Señor Jesucristo. Si no fuera por la promesa divina dada por el mismo Verbo de Dios hecho Hombre ya no existiría la Iglesia: “Mirad que Yo estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos” motivos habría para desesperarse y dejar que los lobos con piel de oveja hagan y deshagan de las doctrinas sagradas dejadas por Nuestro Salvador y sus discípulos en el depósito de la fe.

Mas como siempre sucede pocos serán los que con un espíritu sincero lleno de la verdadera fe, lean estos escritos no míos sino de estos venerables Pontífices, más aún por esos pocos se hará el sacrificio recordando como nuestro Salvador, al momento de su muerte, se encontraba con muy pocos al pie de la cruz. Amado lector Dios bendiga e ilumine tu inteligencia para el bien eterno de tu alma.
Nota. _ Por caridad y amor a la VERDAD ÚNICA lean con atención el presente artículo, aunque este un poco largo.

 Prólogo

DESTRUID LA MISA Y DESTRUIREIS LA IGLESIA. (M. Lutero)

Hemos querido recoger aquí una serie de documentos a través de los cuales la Iglesia denuncio los errores modernistas; quiso poner al descubierto toda la moderna sofistería que ya a finales del siglo XVIII comenzaba a inficionar al pueblo católico; quiso prevenir a este pueblo de la acometida de los lobos y quiso, también, denunciar a los enemigos de la Cruz, ya a principios del siglo XX infiltrados profundamente en el seno de la misma Iglesia, afanados en su destrucción desde dentro al tiempo que arreciaba la acometida extra muros.

Esta acometida no ha cesado, sino al contrario se ha recrudecido, y aquellos errores no solo persisten, sino más bien se han agravado. Y si antes podía oponérseles el talento y el saber de hombres donde todavía brillaba el discernimiento de la mejor escolástica, ahora el nivel intelectual se ha abismado de tal forma que incluso en el mismo seno de la Iglesia con dificultad se encuentran hombres que reúnan la claridad y determinación necesarias para enfrentarse al pensamiento moderno. Donde usamos el término “pensamiento” de forma convencional, por no tener ante nosotros un sistema de ideas, un cuerpo de doctrina, una teoría del mundo o una imagen la cual nos con justicia, sino un caos donde apenas unos pocos sobrenadan en el ambiente crudamente hedonista y materialista.

Porque han confluido en estos tiempos los dos grandes vicios de los siglos anteriores, y amenazan con aniquilar al hombre. Por un lado, el estatismo monstruoso, fuera de todo control y dueño de todos los medios que nunca antes príncipe alguno pudo imaginar. Por otro, el materialismo exacerbado servido por los modernos medios de producción en masa, cuyo fin es mantener al hombre continuamente sujeto a sus sentidos, abrumado de tal manera que, con mucha dificultad, puede elevarse al plano del espíritu y con demasiada frecuencia totalmente aplastado bajo la esfera de las cosas materiales, hasta el punto de llegar a considerar como ilusiones vanas los verdaderos fundamentos de la vida civilizada: que no son materiales, sino metafísicos.

Es por eso que, a medida que el mundo se precipita a velocidad creciente hacia el abismo, resuenan con mayor fuerza las palabras de aquellos hombres sabios, timoneles fieles de la barca de Pedro, adornados del discernimiento del Espíritu Santo y que cumplieron con su obligación de levantar la voz, de advertir y de urgir contra la mala semilla cuyos frutos ahora recogemos.

Sorprende la absoluta actualidad de cada uno de los textos aquí recogidos; y no deberá, puesto que siendo la verdad católica siempre la misma, y no siendo otra que la revelada por Dios y la que se sigue de la misma naturaleza creada, no es de extrañar que los impugnadores de esa verdad apunten siempre en la misma dirección, siempre opuesta a la verdad. Toman los malos su constancia de la constancia de la verdad.

Los documentos se encuentran expuestos en orden cronológico, a excepción del Syllabus, que por su carácter más de catálogo que de discurso hemos preferido colocar al final. A ese orden cronológico pueden superponerse varios ordenes lógicos, y aun un orden pedagógico que aconseje que documentos leer antes, cuales después. Puesto que el orden cronológico está establecido, esbocemos un orden lógico.

En primer lugar, hay un grupo de documentos que denuncian de forma más genérica los errores modernos. Son Mirari VosQui Pluribus y Quanta Cura.

Mención aparte merece Pascendi, que, por ser una exposición más ordenada tanto de los errores como de su refutación, se ha convertido con el paso del tiempo en una referencia central.

Luego tenemos dos grupos de documentos: aquellos que se inclinan más hacia la reafirmación de los sanos principios y aquellos más a propósito para denunciar errores concretos. Entre los primeros tenemos Aeterni PatrisLibertas praestantissimum, Rerum Novarum y Diuturnum Illud; entre los segundos, Humanus Genus y Quod apostolici muneris. Dos documentos más modernos son Quadragesimo anno, una actualización de Rerum Novarum y Humani Generis, sobre las falsas opiniones en torno a la doctrina catolica. 

Otros muchos documentos no hemos incorporado a esta recopilación, para no hacerla más gruesa de lo preciso. En más de uno de estos documentos se trata específicamente de la pestilencia socialista y masónica. Como quiera que estas dos plagas se encuentran entrelazadas una con otra (muchos son los diputados y senadores masones), y comoquiera que gran parte de los gentiles, nuevos apostatas, y lo peor, parte también de los católicos, comulgan con sus torcidos principios, nos parece conveniente dejar explícitamente señalados algunos puntos:

Primero: que el catolicismo es irreconciliable tanto con el socialismo como con la masonería y el comunismo enemigos mortales de la Iglesia. Que nadie se engañe. Hoy no esperamos encontrar activistas mal vestidos de modales zafios hablando de revoluciones. Hoy encontramos socialistas y masones de clase media o alta, elegantemente vestidos y que se expresan de forma menos agresiva (aunque quizás más vacía). Pero los objetivos siguen siendo los mismos, y los medios de que disponen hoy son ciertamente formidables, y su conocimiento de las masas, de cómo manipularlas, sugestionarlas, moldearlas, ha mejorado de forma sustancial con el paso del tiempo. Pero es que, además, no han renunciado de ninguna forma a los métodos violentos de otros tiempos. Simplemente, hoy pueden administrar la violencia de forma más sutil, y usarla en un punto u otro de la Tierra, según lo aconsejen las circunstancias. Hoy quizás no sea conveniente para ellos torturar y asesinar católicos en Europa como lo hicieron hace pocas décadas. No importa: torturan y asesinan en otros lugares.

Segundo: que ni uno ni otro han depuesto en lo más mínimo su propósito declarado de erradicar a la Iglesia de la faz de la Tierra. Hoy, todas las fuerzas del mal confluyen contra la Iglesia: socialismo, masonería, capitalismo, comunismo, islam, sectas, instituciones internacionales, parlamentos nacionales, la inmensa mayoría de los medios de adiestramiento del pueblo católico, como la prensa, la televisión, internet etc.

Tercero: que no deben los católicos, de cualquier condición, dejarse engañar por las palabras de estas sectas, ya que, adiestrados por el mismo demonio, son dos las principales formas en que pierden a los católicos. Una, proponiendo principios de por si monstruosos, pero envolviéndolos en palabras blandas y halagadoras, y con frecuencia invocando y haciéndolos pasar por altos ideales. Otra, que no usan el lenguaje en sentido recto. Así, cuando dicen “justicia”, o “paz”, o cualquier otra cosa ¿quién no estaría de acuerdo en desearlas? Pero adviertan los católicos como luego, con el poder en sus manos, ponen en práctica estos principios.

Cuarto: que muchos católicos, sin abandonar su fe, han sido inadvertidamente movidos para aceptar principios abstractos aparentemente saludables, de los cuales a continuación se siguen consecuencias funestas por necesidad lógica. Entran estos católicos por la vía del matadero, sin advertirlo. Y muchos que han nacido ya en ambiente pagano simplemente no conciben que la cosas puedan ser de otra forma, con lo cual, al error que se difunde mediante la educación, la televisión y mil medios más, se une una ignorancia casi absoluta de la Historia (sustituida por una versión falsa, puramente ideológica), que cierra toda perspectiva más elevada.

Quinto: es de deplorar especialmente la contaminación del clero y de muchas instituciones de vida religiosaHoy, con frecuencia, los enemigos de la Fe celebran Misa. Unos mutilan el mensaje evangélico, escondiendo verdades que conviene conocer y que son parte esencial de este mensaje. Otros se han adherido a desviaciones ya condenadas, como el arrianismo o el pelagianismo. Otros se han dejado seducir por las propuestas socialistas o masónicas.

Otros, en fin, hay que han asimilado la propaganda anticatólica. Otros, queriendo parecer sabios, se predican a sí mismos, a su supuesta erudición, y se despachan contra las sencillas devociones del pueblo fiel, que son de una profundidad que ellos ni sospechan, envanecidos muchas veces precisamente en la ciencia profana de los libros de los enemigos de Cristo.

Sexto: Los católicos deben rechazar los principios sociales imperantes, y en particular aquellos que establecen que la religión debe ser expulsada del Estado. Y deben rechazar este principio en concreto porque es por cuadruplicado falso. Primero: porque la Historia enseña que la sustancia de las civilizaciones es la religión, y que si esta se seca la civilización desaparece. Segundo: porque, sentado el hecho histórico anterior, se sigue que una religión solo puede ser sustituida por otra. Así, a la decadencia del catolicismo en occidente vemos que ha seguido el crecimiento sin tasa del islam. Más todavía, todos estos principios masónicos se quieren constituir en una verdadera religión de corte naturalista. Tercero, porque, esta nueva religión está impulsada precisamente desde los parlamentos e instituciones internacionales, y son incontables los masones que ocupan ya puestos de poder. Si se les aplicasen los mismos principios que quieren para el catolicismo, ninguno de ellos tendrá derecho a estar donde esta, ¿o acaso desde sus puestos no imprimen en las leyes del Estado los presupuestos de su religión? Cuarto: porque la persona es una, y es contra natura pretender que la Fe quede reducida al ámbito personal; que los ciudadanos puedan ser clandestinamente católicos y a la vez que tengan que admitir leyes inicuas, injustas y perversas, contrarias a la Ley de Dios. Los católicos deben reclamar un Estado católico, ya que, si un Estado se fundamenta en la verdadera justicia y caridad, en la verdadera naturaleza de la persona humana, se seguirá el bien común, y precisamente la razón de ser del Estado.

Séptimo: los católicos han de ser consecuentes con su religión. Esto no solo quiere decir que han de practicar su religión, sino que han de adherirse a las consecuencias lógicas que se derivan. Porque, o bien existe un Dios, o bien no existe. Pero si existe un Dios, o bien todas las religiones son falsas, o bien hay una y solo una que es la verdadera. Los católicos han de saber que la suya es la religión verdadera, y rechazar cualquier pretensión en sentido contrario. En particular, deben rechazar en primer lugar el indiferentismo religioso y deben rechazar eso que los enemigos de Cristo llaman “multiculturalismo”. Pues la única forma de que puedan convivir culturas diferentes es vaciándolas de todo lo que las hace efectivas, es decir, reduciéndolas a puro folclore. Así que los abogados del multiculturalismo son en realidad enemigos de toda cultura. Al contrario, la religión católica, por ser universal, trasciende y perfecciona toda cultura, y es por eso genuinamente multicultural.

Octavo: el católico ha de estar en guardia. Así como el”multiculturalismo” es un fraude contra las culturas, el enemigo usa versiones falsificadas de muchas otras palabras nobles, como libertad, igualdad, amor y otras muchas.

Es preciso que el católico sepa distinguir entre el concepto verdadero y el concepto falso, acuñado en las sentinas de las sectas para enturbiar las fuentes del entendimiento, que se basa en el discurso, que a su vez requiere la correspondencia entre los términos y la realidad de las cosas. Qué duda cabe que las voces usadas por las distintas lenguas son convencionales, pero no es en absoluto convencional la correspondencia entre el concepto que la voz representa y la realidad que quiere designar. Por la alteración de las palabras es como se alteran primero los conceptos y después la propia realidad.

Otras muchas cosas podrán decirse, pero es preferible ahora que guardemos nosotros silencio y que acuda el lector a las palabras contenidas en esta recopilación: palabras sabias, verdaderas, vigorosas porque no han perdido actualidad. Vaya allí el lector y cumpla con sus obligaciones de católico, que no se limitan a la práctica de los sacramentos, sino que le obligan al buen combate de la Fe. Y para combatir es preciso discernir y saber, entender y reflexionar.

 

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