CAPÍTULO 3
Encíclica Qui
pluribus
del Papa Pío IX
sobre el racionalismo y otros errores modernos
difundidos por los Masones
(9 de noviembre de 1846)
En su
encíclica Qui pluribus, del 9 de noviembre de 1846, el Papa Pío IX
proporciona aún más detalles que sus Predecesores respecto a la acción que
ejercen los Masones. Hay que destacar que ésta fue su primera encíclica y es
bastante larga, lo que muestra con qué importancia el Papa trató este tema.
Al
principio, lo mismo que más tarde San Pío X en su primera encíclica, expresa su
admiración y sus aprehensiones ante el peso del cargo que acaba de recibir:
«…Apenas hemos sido colocados en la Cátedra
del Príncipe de los Apóstoles, sin merecerlo, y recibido el encargo, del mismo
Príncipe de los Pastores, de hacer las veces de San Pedro, apacentando y guiando, no sólo corderos, es decir,
todo el pueblo cristiano, sino también las ovejas, es decir, los Prelados» …
El Papa
manifiesta enseguida su deseo de dirigirse a los obispos y fieles:
«…nada deseamos tan vivamente como hablaros
con el afecto íntimo de caridad. No bien tomamos posesión del Sumo Pontificado,
según es costumbre de Nuestros predecesores, en Nuestra Basílica Lateranense,
en el año os enviamos esta carta» …
El Papa
comienza exponiendo la situación de la Iglesia en el momento de asumir el cargo
de Sumo Pontífice:
«Sabemos,
Venerables Hermanos, que en los tiempos calamitosos que vivimos, hombres unidos
en perversa sociedad e imbuidos de malsana doctrina, cerrando sus oídos a la
verdad, han desencadenado una guerra cruel y temible contra todo lo católico,
han esparcido y diseminado entre el pueblo toda clase de errores, brotados de
la falsía y de las tinieblas. Nos horroriza y Nos duele en el alma considerar
los monstruosos errores y los artificios varios que inventan para dañar» …
Se ha
dicho algunas veces que Pío IX, en los primeros años de su pontificado, se
mostró liberal y que después, con la experiencia del ejercicio del pontificado,
se volvió muy firme y se mostró como un luchador admirable, sobre todo, por
supuesto, en el momento en que publicó su encíclica Quanta cura y el
famoso Syllabus, que provocó el horror de todos los progresistas y
liberales de esa época. Pero eso no es cierto. Es una especie de leyenda que
circuló, pero es falsa. El Papa Pío IX, desde su primera encíclica, se revela
como un hombre de fe, luchador y tradicional:
«Porque sabéis, Venerables Hermanos, que estos
enemigos del hombre cristiano, arrebatados de un ímpetu ciego de alocada
impiedad, llegan en su temeridad hasta a enseñar en público, sin sentir
vergüenza, con audacia inaudita abriendo
su boca y blasfemando contra Dios (Apoc. 3, 6), que son cuentos
inventados por los hombres los misterios de nuestra Religión sacrosanta, que la
Iglesia va contra el bienestar de la sociedad humana, e incluso se atreven a
insultar al mismo Cristo y Señor».
El Papa
se da cuenta de que las sectas condenadas desde hace más de un siglo por sus
predecesores continúan viviendo y a su vez denuncia el mal que siguen perpetrando
con sus doctrinas perversas.
El error del
racionalismo
«Con torcido y falaz argumento, se esfuerzan
en proclamar la fuerza y excelencia de la razón humana, elevándola por encima
de la fe de Cristo, y vociferan con audacia que la fe se opone a la razón
humana. Nada tan insensato, ni tan impío, ni tan opuesto a la misma razón».
Evidentemente,
en el fondo el vicio radical de estos enemigos de la Iglesia es el de proclamar
a la razón humana independiente y decir que todo lo que le sobrepasa y no puede
comprender, como los misterios, por supuesto, es inadmisible. “La razón humana es preponderante —dicen—;
tiene que dominar y no se le puede pedir que se someta a nadie ni a nada que no
pueda comprender”.
Por
esto, el Papa Pío IX afirma la superioridad de la fe sobre la razón y muestra
que no pueden contradecirse entre sí:
«Porque
aun cuando la fe esté sobre la razón, no hay entre ellas oposición ni
desacuerdo alguno, por cuanto ambos proceden de la misma fuente de la Verdad
eterna e inmutable, Dios Optimo y Máximo».
La fe
está por encima de la razón. La razón, con su luz natural, no puede comprender
los misterios sobrenaturales que son el objeto de la fe. Sin embargo, la fe no
se opone a la razón. Por supuesto, no podemos comprender ni la fe ni nuestros misterios,
pero nuestra fe en estos misterios es algo razonable y se funda en motivos
válidos: la apologética, y la credibilidad de quienes nos han enseñado lo que
sabemos, en particular Nuestro Señor Jesucristo que nos ha enseñado estos
misterios.
¿Por qué
creemos? Por la autoridad de Dios, autor de la revelación, por supuesto; y a
nivel humano, también tenemos sólidos motivos para creer. Cuando la Iglesia nos
pide que creamos, no nos pide nada contrario a la razón. Nos pide,
evidentemente, que hagamos un acto que está por encima de nuestra razón
y que asintamos a verdades que no podemos comprender en este mundo: el misterio
de la Santísima Trinidad, de la Encarnación, de la Redención, etc.
Si la
Iglesia nos pide que creamos en misterios, no lo hace de un modo irracional,
sino al contrario, basado en motivos de credibilidad, como los milagros de
Nuestro Señor y que prueban que Él era Dios. Como Él lo probó, tenemos que
creer en sus palabras que proceden de Dios y no podemos oponernos a Él.
La fe no
sólo no contradice a nuestra ciencia, sino que le es un complemento
infinitamente más elevado y más grande, pues este conocimiento nos viene de
Dios y no simplemente de nuestra razón humana.
La filosofía, al
servicio de la teología
Santo
Tomás de Aquino ha dicho que la filosofía es la sierva de la teología, pues la
ciencia teológica es mucho más elevada que la filosófica. La ciencia filosófica
tiene que ponerse al servicio de la teológica para mostrarnos precisamente que
la teología no se opone de ningún modo a la razón, aun cuando está por encima
de la humana comprensión.
Pero el principio básico de todas las
filosofías modernas rechaza categóricamente toda verdad revelada como algo
impuesto. Este argumento supone que el entendimiento, únicamente con las luces
de la razón natural, puede comprender todas las verdades.
La razón individual no
puede demostrarlo todo
Este
concepto no solamente es falso cuando se refiere a las verdades de la fe, sino
que también lo es cuando se refiere a las verdades que pertenecen a la razón, a
la filosofía y a la ciencia humana. En efecto, ¿cuántas cosas tenemos que
aceptar sin poderlas comprobar? Aunque se diga: “Sí, pero la razón podría
comprobarlas”. De acuerdo. Por ejemplo: se nos enseñan los principios de la
filosofía, cuya evidencia no siempre podemos tener; y lo mismo vale para todas
las ciencias. No podemos volver a hacer los razonamientos que los hombres han
ido desarrollando durante siglos desde que la ciencia empezó a dar sus primeros
pasos, pues se ha ido acumulando desde que los hombres existen, y no se puede
saber todo ni volver a descubrirlo todo.
¿Cómo se
puede imaginar que todos los que nacen dijeran: “Yo no quiero que nadie me
enseñe, ni quiero ningún profesor ni maestro; todo lo quiero saber por mí
mismo”? Sería imposible. ¿Quién puede conocer todas las ciencias por sí mismo?
Nos vemos obligados a tener maestros y a recibir una enseñanza, precisamente
para progresar mucho más rápido en la ciencia. Si cada uno tuviera que volver a
descubrir todos los razonamientos científicos para hallar el origen y la
evolución de todas las leyes, como llegar a definir tal o cual principio
filosófico o ley química, nadie lo conseguiría.
Existencia de
misterios incluso naturales
Los que
dicen: “Yo no creo nada de lo que me
dicen; tengo que poderlo probar yo mismo”, son insensatos, porque obrando
de este modo no se podría saber nada. También en la naturaleza hay misterios.
Inevitablemente se llega a la conclusión de que existe un Dios creador de todas
las cosas y que nos ha creado.
Por
ejemplo: la filosofía demuestra que hay un ser primero, infinitamente activo,
inteligente y poderoso, al que se llama Dios, que tiene que ser el autor de
todo lo que vemos y somos.
Si
queremos ahondar un poco en la noción de la creación, nos damos cuenta que es
un gran misterio. ¿Cómo puede Dios, autor de toda la creación, crear seres que
no sean Él mismo pero que no estén fuera de Él, puesto que nada puede estar
fuera de Dios? Es un misterio 4. ¿Cómo considerar la libertad humana
y la omnipotencia de Dios? Dios, en cierto modo, sostiene nuestros actos libres
en el ser. No podemos hacer ningún acto libre sin que Dios esté presente.
Algunos se inclinan a decir que Dios lo hace todo y, por así decirlo, no somos
libres; mientras que otros pretenden que el hombre, al ser libre, hace todo y
que Dios no interviene para nada. Eso no puede ser, porque sería pretender que
en algunos actos Dios no está presente, siendo que no existe ningún ser ni se
lleva a cabo ninguna acción sin que Dios le dé con qué; de otro modo, nosotros
seríamos Dios. Si pudiésemos hacer alguna obra solos, sin la intervención de
Dios, seríamos los autores del ser, y en ese caso podríamos hacer a todos los
seres; pero no es así, pues no lo podemos hacer. Es algo que no quieren admitir
los que no aceptan que hay misterios en la naturaleza.
Por una parte,
vemos, pues, que, por la apologética, la razón demuestra los fundamentos
naturales de la fe y que a su vez la fe nos ilumina aun respecto a los
misterios sencillamente naturales. Como dice el Papa Pío IX, la fe y la razón
no sólo no se oponen, sino que: «de tal
manera se prestan mutua ayuda, que la recta razón demuestra, confirma y
defiende las verdades de la fe; y la fe libra de errores a la razón, la
ilustra, confirma y perfecciona con el conocimiento de las verdades divinas».
Como
otros racionalistas apelan al progreso indefinido de la razón humana contra la
supremacía de la fe y contra la inmutabilidad de las verdades de fe, el Papa
también los condena: «Con no menor
atrevimiento y engaño, Venerables Hermanos, estos enemigos de la revelación,
exaltan el humano progreso y, temeraria y sacrílegamente, quisieran enfrentarlo
con la Religión católica como si la Religión no fuese obra de Dios sino de los
hombres o algún invento filosófico que se perfecciona con métodos humanos».
El Papa precisa entonces su refutación de lo que, más tarde, se iba a llamar semirracionalismo: «Nuestra santísima Religión no fue inventada por la razón humana, sino clementísimamente manifestada a los hombres por Dios. Se comprende con facilidad que esta Religión ha de sacar su fuerza de la autoridad del mismo Dios, y que, por lo tanto, no puede deducirse de la razón ni perfeccionarse por ella"
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