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lunes, 14 de junio de 2021

EL DIVINO CORAZON DE JESUS. SAN JUAN EUDES

 


CAPITULO III

EL CORAZON DIVINO DE JESUS

ES UNA HOGUERA DE AMOR

A SU SANTA MADRE

Nada tan fácil como probar esta verdad. Las gracias inconcebibles con las que nuestro Salvador ha colmado a su santa Madre demuestran que tiene por ella un amor sin medida y que después de su Padre celestial es el primero y el más digno objeto de su amor. Su Hijo la ama incomparablemente más que a todos sus ángeles, sus santos y todas las criaturas.

¿De cuántos privilegios la ha colmado?

- En primer término, esta santa Virgen es la única a la que el Hijo de Dios escogió desde toda la eternidad para elevarla por encima de todo ser creado, para sentarla en el más encumbrado trono de la gloria Y de la grandeza y para darle la más admirable de las dignidades, la de Madre de Dios.

- Descendamos de la eternidad a la plenitud de los tiempos y veremos cómo esta sagrada Virgen es la única entre los hijos de Adán a quien Dios, por privilegio especial, preservó del pecado original. En testimonio de ello la Iglesia celebra todos los años la fiesta de su Concepción inmaculada por toda la tierra.

- El amor del Hijo de Dios no sólo preservó a su Madre del pecado original; también la llenó desde el momento de su concepción de una gracia tan eminente que al decir de grandes teólogos superaba la gracia del primero de los serafines y del más grande de los santos.

- Por otro privilegio sólo ella comienza a conocer y a amar a Dios, desde el primer momento y lo ama con mayor fervor que los más encendidos serafines.

- Sólo ella lo ha amado continuamente, sin interrupción, durante toda su vida. Se dice por ello que sólo hizo un acto de amor desde el primero hasta el último instante de su vida.

- Sólo ella cumplió a la perfección el primero de los mandamientos: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas 1 (...).

- Ella es la única que hizo nacer de su propia sustancia a aquel que nació desde toda la eternidad en el seno de Dios, de la sustancia de su Padre. Sí, ella dio parte de su sustancia virginal y de su sangre purísima para formar la santa humanidad del Hijo de Dios. Y colaboró con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en la unión de su sustancia con la persona del Hijo de Dios; así cooperó a que se realizara el misterio de la encarnación, el mayor milagro que Dios ha hecho y podrá hacer jamás.

- y esa sangre purísima y esa carne virginal que ella aportó en ese misterio permanecerán unidas para siempre. mediante la unión hipostática, a la persona del Verbo encarnado. Sangre virginal y carne preciosa que se han hecho adorables en la humanidad del Verbo de Dios y que por siempre serán en él adoradas por los ángeles y los santos.

- Esta Madre admirable proporcionó también la carne y la sangre para formar el corazón del Nino Jesús; corazón que tomó su alimento y crecimiento de esa misma sangre, durante los nueves meses de su permanencia en las benditas entrañas de la Virgen, y de su leche virginal en sus primeros años.

- Sólo esta Virgen incomparable hizo de padre y de madre con respecto a un Dios y se vio obedecida por el soberano monarca del universo, lo que significa para ella más honor que si recibiera los homenajes de todo cuanto Dios podría crear.

- Sólo ella es Madre y Virgen. Ella sola llevó en sus benditas entrañas, durante nueve meses, a Aquél a quien el Padre celestial lleva en su seno por toda la eternidad.

- Sólo ella alimentó con su seno e hizo vivir al que es la vida eterna y da la vida a todos los seres vivientes.

- Sólo ella, en compañía de san José, permaneció continuamente con el adorable Salvador durante treinta y cuatro años. Es admirable que el divino redentor que vino al mundo para salvar a todos los hombres sólo les predicó tres años y tres meses de su vida, mientras permaneció más de treinta con su Madre para santificarla siempre más y más. ¿Cuántos torrentes de gracia y de bendiciones derramaba incesantemente durante aquel tiempo en su bendita Madre, dispuesta siempre a recibirlos? ¡Con cuántos ardores y llamas celestiales el divino Corazón de Jesús, hoguera de amor, abrasaba siempre más y más el Corazón virginal de su santa Madre especialmente cuando esos dos corazones estaban cercanos y estrechamente unidos como cuando lo llevaba en sus entrañas, cuando le daba su seno, cuando lo meda en sus brazos y lo reclinaba en su pecho, y durante el tiempo en que vivía familiarmente con él, como una madre con su hijo, en que comía y bebía con él, oraba a Dios, oía las palabras que salían de su boca adorable, como carbones ardientes que encendían siempre más su Corazón con el fuego del amor divino.

- ¿Después de éste quien podría expresar en qué manera el Corazón de la Madre del Salvador se hallaba abrasado de amor a Dios? Ciertamente hay motivos para creer que si su Hijo no la hubiera conservado milagrosamente hasta la hora que le había fijado para llevarla al cielo. ella habría muerto de amor no una sino miles de veces.

- Sólo esta Virgen maravillosa, después de su Hijo, ha sido trasportada en cuerpo y alma al cielo, de acuerdo con la tradición y el sentir de la Iglesia que celebra esta solemnidad por todo el mundo.

- Sólo ella ha sido elevada por encima de los coros de los ángeles y de los santos. Sólo ella colocada a la diestra de su Hijo. Sólo a ella coronaron como reina del cielo y de la tierra, de los ángeles y de los hombres y soberana del universo. Sólo ella tiene todo poder sobre la Iglesia triunfante, militante y sufriente. En Jerusalén" se halla mi poder. Ella sola tiene más valimiento cerca de su Jesús que todos los ciudadanos del cielo juntos. A ti se ha dado todo poder en el cielo y en la – San Anselmo señala otro privilegio con estas palabras: Si tú Señora callas. nadie orará, nadie prestará ayuda; pero si oras todos (los santos orarán. todos ayudarán.

He ahí un gran número de privilegios con que nuestro Salvador ha honrado a su santa Madre. ¿Quién lo obligó a ello? El amor ardentísimo de su Corazón filial hacia ella. ¿Y por qué la ama tanto?

1. Porque ella es su Madre de quien recibió nuevo ser y nueva vida.

2. La ama más que a todas las criaturas juntas porque ella tiene

por él más amor que todos los seres creados.

3. La ama ardientemente porque ella ha colaborado con él en su obra máxima de la redención del mundo. Cooperó dándole un cuerpo mortal y capaz de padecer para sobrellevar los sufrimientos de su pasión; proponiéndole la sangre preciosa que derramó por nosotros; dándole la vida que sacrificó por nuestra salvación y ofreciendo ella misma en sacrificio, al pie de la cruz, ese cuerpo, esa sangre y esa vida y si este amado Salvador ha amado de tal manera a su divina Madre, ¿Cómo no estaremos nosotros obligados a amarla, servirla y honrarla en todas las formas posibles? Amémosla, pues, al mismo tiempo que a su Hijo Jesús. Y si los amamos, odiemos lo que ellos odian, amemos lo que ellos aman. No tengamos sino un corazón con ellos. Un corazón que deteste cuanto ellos detestan, es decir el pecado, en especial los pecados contrarios a la caridad, a la humildad y a la pureza; y un corazón que ame lo que ellos aman, en particular a los pobres, las cruces y todas las virtudes cristianas. ¡Alcánzanos, Madre de bondad, esta gracia de tu Hijo.

CAPITULO IV

OTRO PRIVILEGIO CON EL QUE

NUESTRO SALVADOR

HONRA A SU SANTA MADRE

Hay otro privilegio con el que el Hijo de Dios glorifica a su santa

Madre y que sobrepasa los anteriores. Es que no sólo ella estará eternamente asociada en el cielo a la más alta dignidad del Padre eterno que es su adorable paternidad, sino que posee y poseerá por siempre, ella sola, la misma autoridad de Madre que poseía en la tierra y que señalan aquellas palabras: “Y siguió bajo su autoridad”.

Lo cual es para ella más glorioso que si tuviera el imperio de cien millones de mundos. Porque, aunque su Hijo la sobrepasa infinitamente en gloria, en poder y en majestad, él, sin embargo la mirará y honrará eternamente como a su verdadera Madre.

La condición de Hijo de Dios, dice san Ambrosio, no lo dispensaba, cuando estaba en la tierra, de la obligación divina y natural que tenía, como los demás hijos, de obedecerle como a su Madre. Tal sumisión no era humillante sino honrosa porque era voluntaria.; no era fruto de incapacidad sino de piedad.

En fin, muchos santos doctores coinciden en afirmar que la Madre del Salvador tenía verdadera autoridad sobre su Hijo sea por derecho de naturaleza sea como efecto de la bondad y de la humildad de ese mismo Hijo. El más excelente de los títulos de esta divina Virgen, dice el piadoso Gerson, es el de Madre de Dios porque le da autoridad y ascendencia natural sobre el Señor de todo el mundo. No se puede pensar que su Hijo le otorgara ese poder mientras ella estaba en la tierra y se lo retirara desde que ella reina en el cielo; no tiene en efecto menos respeto y amor por ella en el cielo del que le tenía en la tierra.

Es, pues, justo pensar que no es menos poderosa en el cielo que lo que era en la tierra y que conserva aún en el cielo alguna autoridad sobre su Hijo. Uno mismo es el poder de la Madre y del Hijo dice Amoldo de Chartres; y Ricardo de Saint-Laurent: ella fue hecha omnipotente por el Hijo omnipotente. El Hijo y la Madre tienen la misma carne, el mismo Corazón y la misma voluntad, por ello, en cierta manera, tienen el mismo poder.

Escuchemos las magníficas palabras con las que Jorge, arzobispo de Nicomedia, se dirige a María: Nada puede resistir a tu poder; todo cede a tu fuerza y tus mandatos; todo obedece a tu imperio; el que de ti nació SI! elevó por encima de todo; tu Creador saca gloria de tu gloria y se siente honrado por los que te honran; tu Hijo se regocija al contemplar el honor que te tributamos. Como si cumpliese obligaciones contigo, te concede gustoso todo cuanto le pides; nada, oh Virgen, resiste a tu poder: tu Hijo considera como propia tu gloria y, como pagando una deuda, escucha tus súplicas.

Sabemos con certeza, dice san Anselmo, que la santa Virgen rebosa de tal manera de gracia Y de mérito que alcanza siempre sus deseos. Es imposible, dice san Germán de Constantinopla, que no sea escuchada en todo y en todas partes puesto que su Hijo está siempre sometido a todas sus voluntades Por doquiera el asombro. por doquier el milagro -dice san Bernardo- Que Dios obedezca a una mujer. es humildad sin antecedentes y que una mujer dé órdenes a Dios es sublimidad sin nada semejante. De ahí que san Pedro Damiano se atreva a decir que la Virgen bondadosa se presenta en el cielo ante el sagrado altar de nuestra reconciliación no sólo suplicante sino imperante.

Ruega al Padre. da órdenes al Hijo con el derecho de Madre. Canta la Iglesia de París en una secuencia. 

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