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miércoles, 9 de junio de 2021

EL DIVINO CORAZON DE JESUS. SAN JUAN EUDES





Nota. El mes de junio ha sido por excelencia el mes del Sagrado Corazón de Jesús, un mar de infinita caridad que, no podía contenerse en su sagrada humanidad, brotó de su corazón traspasado por la lanza, la infinita caridad que ha inundado el mundo. hasta el fin de los tiempos. Esta caridad se ha hecho sentir aún más en los grandes momentos calamitosos de nuestra sacrosanta religión y este momento actual no es la excepción cuando recibe su ataque más furioso cuyo objetivo es tratar de "acabar" con esta devoción tradicional en la Iglesia suministrándola para una devoción autorizada. por los Pontífices antes del Concilio Vaticano II y devuelto al mundo católico por Juan Pablo II. La devoción a la "divina misericordia" es una llamada "devoción moderna" que destruye la verdadera devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Nadie mejor que San Juan Eudes que con sus inspirados textos devuelve el trono al Sagrado Corazón, espero que sirvan para basar esta devoción en vuestras almas y os den el coraje de defenderla contra quienes quieren agredirla o menoscabarla. P. ARTURO VARGAS

 CAPITULO 1: EL DIVINO CORAZON DE JESUS ES LA CORONA DE LA GLORIA DEL SANTISIMO CORAZON DE MARIA.

 No es justo separar dos realidades que Dios ha unido tan estrechamente con los lazos más fuertes de la naturaleza, de la gracia y de la gloria. Me refiero al divino Corazón de Jesús, Hijo único de María y al Corazón virginal de María, Madre de Jesús. El Corazón del mejor Padre que pueda existir y de la mejor Hija que haya existido y existirá siempre; el Corazón del más divino de los esposos y de la más santa de las esposas; el Corazón del más amable de todos los Hijos y de la más amante de todas las Madres.

Son dos corazones unidos por el mismo espíritu y el mismo amor que une al Padre de Jesús con su Hijo amadísimo hasta no formar sino un solo Corazón, no en unidad de esencia como lo es la unidad del Padre y del Hijo, sino de sentimiento, de afecto y de voluntad.

Estos dos corazones de Jesús y de María se hallan unidos tan íntimamente que el Corazón de Jesús es el principio del Corazón de María como el creador es el principio de su criatura; y que el Corazón de María es el origen del Corazón de Jesús como la madre es el origen del corazón de su hijo.

¡Prodigio admirable! El Corazón de Jesús es el corazón, el alma, el espíritu y la vida del Corazón de María. No tiene éste actividad ni sentimiento sino por el Corazón de Jesús. A su vez el Corazón de María es la fuente de la vida del Corazón de Jesús, residente en sus benditas entrañas, como el corazón de la madre es el principio de la vida del corazón de su Hijo.

Finalmente, el Corazón adorable de Jesús es la corona y la gloria del amable Corazón de la Reina de los Santos. Como también el Corazón de María es la gloria y la corona del Corazón de Jesús porque le tributa más honor que todos los corazones del paraíso.

Por eso, después de haber hablado ampliamente del Corazón augusto de María, es razonable no terminar este libro sin decir algo del Corazón admirable de Jesús. ¿Pero qué podremos decir sobre un tema que es inefable, inmenso, incomprensible e infinitamente elevado por encima de las luces de los querubines? Las lenguas de los serafines serían demasiado débiles para hablar dignamente de la más mínima centella de esa hoguera abrasada por el divino amor. ¿Cómo un miserable pecador, lleno de tinieblas e iniquidad? se atreverá a acerarse a ese abismo de santidad? ¿Cómo osará mirar ese formidable santuario cuando golpean sus oídos aquellas terribles palabras: temblad ante mi santuario?' "Señor Jesús, lava en mis iniquidades para que merezca entrar con espíritu purificado en el Santo de los santos", con puros pensamientos y palabras encendidas en aquel fuego celestial que trajiste a la tierra y abrasa en él el corazón de los lectores.

 CAPITULO 11: EL CORAZON DE JESUS ES UNA HOGUERA DE AMOR AL PADRE ETERNO

Infinidad de razones nos obligan a tributar adoraciones y honores al divino Corazón de nuestro Salvador. Ellas están contenidas en las palabras de san Bemardino de Siena que llama a ese Corazón: “Hoguera de ardentísima caridad para inflamar y abrasar el universo entero”.

En efecto, el Corazón admirable de Jesús es una hoguera de amor a su Padre, a su santa Madre, a su Iglesia y a cada uno de nosotros, como se verá en los capítulos siguientes.

Pero ¿Qué espíritu podría imaginar Y qué lengua expresar la menor chispa de esa hoguera infinita del divino amor que abrasa el Corazón del Hijo de Dios hacia su Padre? Se bata de un amor digno de tal Padre Y de tal Hijo. Es amor a la altura de las perfecciones del ser amado. Es un Hijo infinitamente amante quien ama a un Padre infinitamente digno de amor. Es un Dios que ama a un Dios. Es amor esencial que ama al amor eterno. Es amor inmenso, incomprensible e infinito. En una palabra, el Corazón de Jesús, tanto en su divinidad como en su humanidad. Se encuentra más abrasado de amor hacia su Padre, y lo ama infinitamente más en cada instante, que los corazones de los ángeles y de los santos en toda la eternidad. Y como no existe amor más grande que el dar la vida por el amado, el Hijo de Dios ama tanto a su Padre que estaría listo a sacrificarla de nuevo, como la sacrificó en la cruz, y con los mismos tormentos, por amor a su Padre, si tal fuera su beneplácito. Y como es amor inmenso estaría listo a sacrificarla por todo el universo. Y como es amor eterno e infinito, estaría dispuesto a sacrificarla eternamente, infinidad de veces y con dolores infinitos.

¡Oh Padre, Creador, vida y Señor del universo! Nada en el mundo es tan digno de amor como tú. Tus perfecciones infinitas y tus bondades indecibles imponen a tus criaturas obligaciones infinitas de servirte, honrarte y amarte con todas sus fuerzas. Y, sin embargo, nada hay en el mundo que sea tan poco amado como tú, tan despreciado y ultrajado como tú. M e han odiado a mí y a mi Padre 1, dice tu Hijo Jesús: Gratuitamente me han odiado 2 a mí que en cambio los he colmado de beneficios. Pues multitud de demonios y de condenados profieren en el infierno millones de blasfemias contra tu majestad y la tierra está llena de infieles, de herejes y de falsos cristianos que te tratan como si fueras su peor enemigo.

Pero dos cosas me consuelan y alegran. La primera es que tus perfecciones y grandezas, Dios mío, son tan admirables y sientes tal complacencia en el amor infinito de tu Hijo por ti y en lo que hizo y sufrió para reparar las injurias de tus enemigos que éstos no podrán jamás arrebatarte el menor brillo de tu gloria y felicidad.

La segunda es que Jesús, tu Hijo, que por bondad extrema quiso ser nuestra Cabeza para que fuéramos sus miembros, nos ha asociado con él en el amor que te tiene y nos ha permitido, por consiguiente, amarte con su mismo amor que es, en cierta manera, eterno, inmenso e infimito.

Para que lo comprendas bien ten en cuenta estos tres puntos: el primero es que el amor del Hijo de Dios a su Padre es eterno, no pasa, subsiste siempre. estable y permanente. El segundo. que ese amor lo llena todo con su inmensidad y por lo mismo está en nuestros corazones, más íntimo en nosotros que nosotros mismos, como dice san Agustín. El tercero, que el Padre de Jesús nos ha dado todas las cosas 1 al darnos a su Hijo y por consiguiente el amor del Hijo de Dios por su Padre nos pertenece y podemos usar de él como de algo propio.

Puedo, pues, amar a su Padre y mi Padre con el mismo amor con que mi Salvador lo ama, con amor eterno, inmenso e infinito. Y para llevarlo a la práctica puedo decir de esta manera: Me doy a ti, Salvador mío, para asócienme al amor que tienes a tu Padre. Te ofrezco, Padre adorable, ese amor eterno, inmenso e infamito de tu Hijo Jesús, como algo que me pertenece y así como el Salvador nos dice: Os amo como mi Padre me ama, a mi vez puedo decirte: Te amo, Padre, como tu Hijo te ama.

y puesto que el amor del Padre por su Hijo es tan mío como el amor del Hijo por su Padre, puedo también usar de ese mismo amor del Padre por su Hijo. como de un amor mío; lo que puedo poner en práctica así:

Me doy a ti, Padre de Jesús, y me uno al amor eterno, inmenso e infinito que tienes a tu Hijo amado. Te ofrezco, Jesús, el amor eterno, inmenso e infinito de tu Padre por ti, como un amor que me pertenece. y así como este amado redentor nos dice: Os amo como mi Padre me ama yo puedo a mi turno decirle: te amo, Salvador mío, como tu Padre celestial te ama.

¡Qué felicidad para nosotros que el Padre eterno nos haya hecho don de su Hijo y de todas las cosas con él y no sólo para que fuera nuestro redentor y nuestro hermano sino también nuestra Cabeza! ¡Qué privilegio ser miembros del Hijo de Dios y por lo mismo una sola cosa con él, y tener con él un mismo espíritu, un mismo corazón y un mismo amor para amar a su Padre! No es de extrañar, pues, que hablando de nosotros al Padre celestial le diga Jesús: Los amaste como me amaste a mil y que le ruegue que siempre nos ame así: Que el amor con que me amaste a mi permanezca en él Porque si amamos a ese Padre tan digno de amor como su Hijo lo ama no puede sorprendemos que nos ame como ama a su Hijo porque nos mira en él como miembros de su Hijo que son una sola cosa con él y que lo aman con el mismo Corazón y el mismo amor que su Hijo.

Que el cielo y la tierra y todo ser creado se conviertan en llama pura de amor a este Padre de misericordia y al Hijo único de su amor; así lo llama san Pablo cuando dice: Nos trasladó al reino del Hijo de su amo”

  

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