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miércoles, 9 de junio de 2021

«Soy yo, el acusado, quien tendría que juzgaros» Mons. Marcel Lefebvre.



 

Nota. Agradezco a Monseñor Marcel Lefebvre su precioso tiempo usado en resumir de forma magistral, clara y ordenada los documentos de los sabios Pontífices que, ya de palabra o por escrito, expusieron sus posiciones ante esta pérfida secta como lo es la MASONERIA, Dios lo tenga en su santa gloria.

Pío VII: contra el sacrilegio masónico.

Todas las cosas que se relatan no pueden ser inventos. Se habla, por ejemplo, de las misas negras —que son sacrilegios espantosos— para las cuales los Masones necesitan Hostias, y Hostias consagradas. No las van a buscar en cualquier lugar, porque quieren estar seguros de que están consagradas, y si es necesario, destruyen un sagrario. Su intención es la de cometer un sacrilegio realmente abominable.

No estoy inventando nada. Las misas negras se dicen incluso en diferentes lugares de Roma. En Ginebra, según una encuesta publicada en la prensa, hay más de 50 sociedades secretas, con más de 2000 miembros; lo mismo se puede decir de Basilea y Zurich. No hay que hacerse ilusiones; Suiza está particularmente atacada por la Masonería, incluso en los lugares católicos como el Valais. Muchos cantones suizos son como verdadero terreno suyo. Se han introducido en el gobierno federal de Berna. Por eso, Suiza es uno de los primeros países que cierra los ojos ante el aborto y que atrae a las mujeres de los países vecinos para que puedan abortar.

Son cosas que suceden realmente y que revelan una voluntad muy determinada de profanar la Pasión del Salvador y, como decía también Pío VII, de:

«...despreciar los Sacramentos de la Iglesia, a los que parecen sustituir, por un horrible sacrilegio, unos que ellos mismos han inventado».

Tuve la oportunidad de ver unos folletos publicados por la Masonería. Estaban muy bien hechos; había uno sobre la Santísima Virgen; blasfemos desde la primera a la última página, llegando incluso a compararla con todas las divinidades paganas femeninas y obscenas de la antigüedad.

Su ceremonia de iniciación se parece a la del bautismo, porque ridiculizan en todo a la Iglesia católica, lo cual es una señal patente de Satanás. Tienen su culto, santuarios… hay un verdadero altar, pero despojado de todo, sin ni siquiera un mantel, y detrás, un sillón para el presidente. El nuevo diseño de las iglesias desde el Concilio Vaticano II se parece mucho a éste: ¡altares en los que ya no hay ni siquiera un crucifijo! ¡los sacerdotes, que se llaman a sí mismos presidentes, de cara a los fieles, exponiéndoles sus discursos! Hay una auténtica semejanza, por lo menos en lo exterior.

Los Masones, dice Pío VII:

«Desprecian los Sacramentos de la Iglesia… para destruir la Sede Apostólica contra la cual, animados de un odio muy particular a causa de esta Cátedra, traman las conjuraciones más negras y detestables».  (Hoy por hoy, los modernistas ya han destruido casi todo lo católico dentro de la verdadera iglesia instituida por Nuestro Señor Jesucristo. Si nos escandalizó el caso del Cardenal Ramplolla electo Papa en 1903 y luego vetado por el Cardenal que representaba a Francisco José rey del imperio católico Austro-Hungaro, quien a la muerte de este Cardenal Rampolla se le encontró su célula donde se demostraba su pertenencia a la masonería, ¡Cuánto mas ahora al comprobar que no solo Papas sino también altos jerarcas de la Iglesia modernista pertenecen a la masonería!

Eso sucedía en 1821. Unos 50 años después, como resultado de las conjuraciones de las sociedades secretas, la Santa Sede iba a ser despojada de sus Estados.

«Los preceptos de moral dados por la sociedad de los Carbonarios no son menos culpables, como lo prueban esos mismos documentos, aunque ella altivamente se jacte de exigir de sus sectarios que amen y practiquen la caridad y las otras virtudes, y se abstengan de todo vicio. Así, ella favorece abiertamente el placer de los sentidos; así, enseña que está permitido matar a aquéllos que revelen el secreto del que Nos hemos hablado más arriba».

El Papa se atreve a afirmarlo. Hay asesinatos que no se acaban de explicar. Pensemos en la muerte de un ministro francés 3; se habló de suicidio. Luego los periódicos insinuaron que podría tratarse de un asesinato y de que la Masonería estará quizás de por medio. No sería la primera vez. De repente desaparecen personas sencillas, masones sin mucha influencia, porque han revelado un secreto o simplemente actuado de manera incorrecta.

Pensemos en todos los atentados que suceden hoy.

Los encargados de la seguridad de los Estados, o no lo saben o no lo quieren decir, pero es muy probable que haya una mano que mande o guíe a distancia sus acciones y que puede muy bien encontrarse en las sociedades secretas.

Volvamos a las condenaciones que recuerda y reitera Pío VII:

«Esos son los dogmas y los preceptos de esta sociedad, y tantos otros de igual tenor. De allí los atentados ocurridos últimamente en Italia por los Carbonarios, atentados que han afligido a los hombres honestos y piadosos…

En consecuencia, Nos que estamos constituidos centinela de la casa de Israel, que es la Santa Iglesia; Nos, que, en virtud de nuestro ministerio pastoral, tenemos obligación de impedir que padezca pérdida alguna la grey del Señor que por divina disposición Nos ha sido confiada, juzgamos que en una causa tan grave nos está prescrito reprimir los impuros esfuerzos de esos perversos». El Papa reitera finalmente la sentencia: excomunión.

 

León XII: el infame proyecto de las sociedades secretas.

 

Sacando las conclusiones de estos tres documentos, el Papa León XII declara su pensamiento respecto a estas sociedades e incluso cita otra nueva:

«Hacía poco tiempo que esta Bula había sido publicada por Pío VII, cuando fuimos llamados… a sucederle en el cargo de la Sede Apostólica. Entonces, también Nos hemos aplicado a examinar el estado, el número y las fuerzas de esas asociaciones secretas, y hemos comprobado fácilmente que su audacia se ha acrecentado con las nuevas sectas que se les han incorporado. Particularmente es aquella designada bajo el nombre de Universitaria sobre la que Nos ponemos nuestra atención; ella se ha instalado en numerosas Universidades donde los jóvenes, en lugar de ser instruidos, son pervertidos y moldeados en todos los crímenes por algunos profesores, iniciados no sólo en estos misterios que podríamos llamar misterios de iniquidad, sino también en todo género de maldades.

De ahí que las sectas secretas, desde que fueron toleradas, han encendido la antorcha de la rebelión. Se esperaba que al cabo de tantas victorias alcanzadas en Europa por príncipes poderosos serían reprimidos los esfuerzos de los malvados, mas no lo fueron; antes, por el contrario, en las regiones donde se calmaron las primeras tempestades, ¡cuánto no se temen ya nuevos disturbios y sediciones, que estas sectas provocan con su audacia o su astucia! ¡Qué espanto no inspiran esos impíos puñales que se clavan en el pecho de los que están destinados a la muerte y caen sin saber quién les ha herido!»

El Papa reitera lo que ya había visto su predecesor:

«De ahí los atroces males que carcomen a la Iglesia… Se ataca a los dogmas y preceptos más santos; se le quita su dignidad, y se perturba y destruye la poca calma y tranquilidad que tendría la Iglesia tanto derecho a gozar.  (Esta calma por ahora dejo de existir y, al contrario, todos los males que temíamos como aguas inmundas lo han inundado todo, en especial lo sagrado)

Y no se crea que todos estos males, y otros que no mencionamos, se imputan sin razón y calumniosamente a esas sectas secretas. Los libros que esos sectarios han tenido la osadía de escribir sobre la Religión y los gobiernos, mofándose de la autoridad, blasfemando de la majestad, diciendo que Cristo es un escándalo o una necedad; enseñando frecuentemente que no hay Dios, y que el alma del hombre se acaba juntamente con su cuerpo; las reglas y los estatutos con que explican sus designios e instituciones declaran sin embozos que debemos atribuir a ellos los delitos ya mencionados y cuantos tienden a derribar las soberanías legítimas y destruir la Iglesia casi en sus cimientos. Se ha de tener también por cierto e indudable que, aunque diversas estas sectas en el nombre, se hallan no obstante unidas entre sí por un vínculo culpable de los más impuros designios».

Existe, pues, una organización real, tal como lo recuerda el Papa:

«Nos pensamos que es obligación nuestra volver a condenar estas sociedades secretas». (¿Cuándo surgirá un Papa que vuelva a retomar toda esta doctrina y defienda con valentía a la iglesia contra esta arda infernal de masones que ya han socavado todo orden tanto civil, moral como religioso? Ciertamente la Iglesia visible continúa existiendo gracias a la promesa divina: “Y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” y de estas otras: “Yo estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos” ¡Que tiempos tan difíciles nos ha tocado vivir, en donde la Iglesia visible parece haber sucumbido ante la iglesia fundada por los masones en el Conciliábulo Vaticano II!)

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