El Espíritu del Señor ornó los cielos (entiéndase adornó los cielos) job
26,13. Para luego continuar, como especificando a que
cielos se refiere: Porque no sois
vosotros los que habláis, sino el Espíritu del Padre es el que habla en
vosotros. Mat, c. 10
Así pues, vemos que las dijo el divino Salvador
para precavernos contra la presunción de nuestras fuerzas, nos dio a conocer
cuan insuficiente es la pequeñez humana, y para llevarnos a la confianza en sus
dones, nos sugirió cuan influyente es la divina largueza. Y, ciertamente,
llegar a la conclusión de como la palabra de Dios nunca es de la cosecha del ingenio
humano sino más bien fruto de la munificencia divina. de ahí es porque, al
anteponerse las palabras: No sois vosotros los
que habláis se alude a lo
insuficiente o indigente que es la pequeñez humana y porque, cuando se añade: Es el Espíritu de vuestro Padre el que habla por vosotros se
indica lo que es la divina largueza. Lejos de nosotros, por lo tanto,
carísimos, ser del número de los que dijeron: con nuestras
lenguas triunfaremos nuestros labios nuestros son. Por donde se
deduce que este don es solo exclusivo de darlo el Padre eterno a quienes sean
realmente HUMILDES supuesto necesario en el alma para recibir cualquiera de los
siete dones del Espíritu Santo, solo los espíritus soberbios y llenos de sí
mismos son excluidos de estos dones y hasta del don de lenguas. Este último
solo se da cuando Dios
quiere, a quien quiere y cuando ÉL quiere, esto se dice en virtud de la
donación divina a la que no están llamados todos sino a aquellos que sean
elegidos por Dios y para
un FIN ESPECIFICO de tal manera que no a cualquiera se da como que si
fuesen caramelos. Esto se dice para que el alma no se engañe de haberlo
recibido porque puede, con facilidad, caer en las ilusiones del diablo y
confundirlo como dones del Padre eterno. Estad pues advertidos no sea que os sorprenda
el diablo diciendo, ¡Es
don de Dios, es don de Dios cuando en realidad es un engaño del diablo por
donde os conduce al infierno!
Supliquemos, por el contrario, unánimes al Señor
dador de todos los bienes, que por su gracia y clemencia tenga a bien librarnos
de la insuficiencia de la pequeñez humana, librarnos de las ilusiones y engaños
del demonio y se digne, aunque indignísimos, comunicarnos su largueza divina, a
fin de que, en fuerza de la misma, séanos dado hablar y escuchar cosas
concernientes a la alabanza y gloria del Omnipotente y a la gracia y
consolación de cada uno de los oyentes.
Al principio se dijo: El Espíritu Santo
ornó lo cielos. El Espíritu Santo, artífice soberano como quisiese
encerrar en los apóstoles, sus cielos, como en sagrados vasos, el nombre de
Cristo, delicioso como el maná del cielo y oloroso como el aroma divino. Los
adorno primero, en el día de Pentecostés con la hermosura de formas matizadas
de esplendores celestiales. Tal es el don comunicado a la Iglesia, y la Iglesia
nuestra madre, lo recuerda el día de hoy más solemnemente en esta solemnidad más
que en otras solemnidades, al celebrarlo cuando dice: El espíritu del Señor ornó los cielos palabras que describen de
verdad, y no sin orden, la gracia del día desde tres puntos de vista.
Considerándola en efecto, en relación con el principio efectivo (Aquí se
denomina al Espíritu Santo como causa de toda esta solemnidad), nombrándolo
personalmente; en relación con el sujeto receptivo (Aquí se designa a los
apóstoles como los receptores de los dones) y con relación al acto intermedio
exortivo (Los milagros que se obraron por medio de los apóstoles después de que
las lenguas de fuego se posaron sobre ellos). Y es así como se adecua muy bien
en este orden lo que arriba se dijo: lo primero El Espíritu del Señor; segundo Los
cielos que, como dijimos se habla de los apóstoles y tercero; Ornó, es decir, adorno. Y, en verdad,
excelentes y singulares fueron los dones y virtudes con que fueron ornamentados
los apóstoles.
En cuanto al primer punto debes saber que el
Espíritu Santo tiene en sí tres propiedades, según las cuales es principio y
causa de otros tantos dones, que contribuyen radical y esencialmente a la
gracia de este día. Tiene, en efecto, verdad infalible, caridad comunicable y
poder insuperable. De esta manera al ser verdad suma es la fuente del
resplandor de la inteligencia creyente hablando del hombre, por ser caridad
suma dado que de Él procede el amor benevolente (como se dice en el credo de
los apóstoles Creo en el Espíritu Santo
que procede del Padre y del Hijo…), y bienhechor; y, por último, por ser
potencia suma es la fuente de donde procede el vigor varonil y constante en
cuya virtud se fortalece la voluntad. Y que para salvarse sean necesarios estos
tres requisitos en el hombre, sea cual fuere su condición, su sexo, su edad, es
cosa que no se puede negar. La razón es porque todo adulto, si se ha de hallar
en estado de salvación, debe creer en lo que se le propone en las Sagradas
Escrituras y este es un acto de la inteligencia, caridad benevolente y
bienhechora lo cual es un acto de la voluntad y constancia perseverante en la
esperanza. Y estos tres dones por los cuales el hombre se asemeja a las
personas trinitarias, fluyeron de ella, como secretísima fuente, y se comunicaron
el día de hoy como primicias a los apóstoles. Y conste que este ternario de
dones corresponde al ternario de males en que incurrieron por razón del primer
pecado, de los cuales el primero es la ignorancia tenebrosa, el segundo la
envidia maliciosa y el tercero la impotencia morbosa.
Así pues, el Espíritu Santo por ser VERDAD
INFALIBLE produce un conocimiento claro en nuestro entendimiento quitando las
tinieblas de la ignorancia. Por donde se dice en San Juan: Cuando venga aquel, el Espíritu de verdad, os enseñara toda la verdad
c, 16. Y esto lo hizo al descender, según la promesa de Cristo, sobre los
apóstoles, iluminándolos de manera excelente y perfecta que los elevo, según
era posible, a conocer y especular con límpida mirada el misterio de la divinidad.
Pues, ¿Qué? ¿Acaso no fue en el día de Pentecostés profundísimo el conocimiento
de los apóstoles, lanzados a predicar con palabras diáfanas que Cristo es hijo
de Dios y que resucito de entre los muertos, argumento que, bajo tegumento de
palabras oscuras, palabras y enigmas quedo predicho por los profetas? Dime,
pues, por favor, ¿Quién fue el que los enseño a hablar de cosas tan arcanas con
tanta sencillez y evidencia? ¿Acaso el oficio que tenían de pescadores? ¿Acaso
la carne o la sangre? No, por cierto. Demos pues por conclusión, que debemos
prestar asentimiento indubitable, no a cuento de viejas, ni a sofismas de
filósofos ni a embustes de magos, sino a la verdad cierta del Espíritu Santo.
Pues el Espíritu Santo es doctor y doctor tan versado
y comprobado por antiquísima experiencia en todo género de conocimientos, que
su doctrina es inaccesible a la condición y a la repulsa irreductible al
apretado momento lógico de la redargución, pues el Espíritu Santo no puede
engañar ni puede engañarse.
En cuanto a lo segundo, que es la suma Caridad,
obra en lo afectivo, llámese voluntad del hombre, en contra posición de la
envidia maliciosa, con benevolencia ancha y bienhechora, por donde se dice en
la carta a los romanos: Porque el amor de
Dios ha sido derramado en nosotros por virtud del Espíritu Santo, que nos ha
sido dado c. 5. Y la caridad de Dios se derrama en nuestros corazones
cuando, naciendo del corazón no superficial, sino entrañable y medularmente,
dilata el afecto y mueve todas las fuerzas del alma a la dilección de todos los
elegidos, ¡Oh cuan larga y anchamente de difundió por todo el mundo la caridad
de los apóstoles, los cuales en favor de todos los elegidos desearon dar su
vida, entregándose a la muerte! Mas
porque por el exceso de maldad se enfrió la caridad en muchos (¿Si en tiempos de san
Buenaventura se nos dice esto, cuanto más en los tiempos actuales en donde la
caridad brilla por su ausencia? Ahora la suplanto el filantropismo masónico y
criminal).
En cuanto a lo tercero el Espíritu Santo con su
poder insuperable en contraste con la impotencia morbosa, dio capacidad
vigorizante y consistencia a toda prueba, dicho de otra manera, les dio la
intrepidez y la valentía suficientes, según se dice en los Hechos de los
Apóstoles: Recibiréis la virtud del Espíritu Santo, como si dijera la fortaleza, y
seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los
extremos de la tierra.
Nuestro Señor
Jesucristo, cuando envió a los apóstoles para luchar contra la violencia de los
tiranos y contra la astucia de los demonios, quiso primero equiparlos con los
dones del Espíritu Santo con dones o armas espirituales y fortalecerlos con la
virtud del Espíritu Santo. Sobre esto comenta San Gregorio: “La virtud de los cielos se recibió por el
Espíritu, a fin de que no presumieran enfrentarse con las potestades de este
mundo sin haber sido consolidados por la fortaleza del Espíritu Santo”
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