CARMELITA CONTRERAS
¡Lágrimas, Profanación, Salvajismo y
Martirio!
¡Ay! ¡Que ya vienen! ¡y son hartos. . .
hartos! Es toda una tropa. . . y están furiosos, porque allá abajo, en los
Altos, les han dado buenas tundas los cristeros. . . y ellos, ya que no pueden
vengarse allá, se han venido para el otro extremo del Estado, y dicen que sernos
también cristeros, y que se las hemos de pagar. ¿Qué haremos? . . . Y entre
convulsivos sollozos seguía como loca, corriendo por las callejas de la
población.
Los vecinos salieron a las puertas de
sus casas a los gritos que daba la pobre mujer, y enterados del suceso y la
amenaza, algunos de los hombres dijeron: —Vamos al monte, todos los que
podamos. Buscan a los cristeros, esos "guachos" y que se encuentren
vacía la población. . . Que los vayan a buscar a donde están. . . ¿A que no se atreven?
. . . Pero nosotros, no vamos a dejarnos matar como borregos. . .
—Yo tengo una pistola, dijo uno, y yo
otra; y yo una escopeta, y yo otra, y nosotros nuestros machetes de campo. . .
Nos defenderemos, gritaron algunos de los vecinos. —Pero ¿qué son diez o doce
contra los cientos de rifles, que traen los "guachos”? . . . No; es una
locura —exclamó el más prudente y respetado de la población. . . —No; vámonos,
y cuando no encuentren a nadie, se irán a otra parte y volveremos. . . —Pos lo
que es yo no me voy —gritó el de la escopeta—... no van a decir que en
Huejuquilla no hay hombres. . . Aunque sea a algunos de ellos me los echo abajo.
. . ¡Bandidos! —Bueno, pues los que quieran y tengan armas, que se queden, pero
cuando se les acabe el parque. . . al monte con nosotros. . . ¡No sean locos. .
.! Los demás, vámonos, con las mujeres y los niños . . . Lleven comida para dos
o tres días, frazadas y lo que puedan llevar. . . Pronto. . . prontito
¡vámonos!
Cuando la suspensión de los cultos el
31 de julio de 1926, y la retirada del sacerdote que ministraba en la iglesita
del pueblo, pidió con grandes instancias que su casa fuera escogida para
oratorio, que supliera como casa particular, a la Iglesia y en él se guardara
el Sagrado Depósito del Santísimo Sacramento, y se celebrara la Santa Misa, a
la que, como visitas de la casa, pudieran asistir todos los del pueblo Logró su
intento y en la mejor pieza de su morada, se puso aquel oratorio, y era de ver
el decoro, la limpieza y el adorno con que lo mantenía siempre.
Carmelita era la presidenta del grupo
de la Unión Popular de Jalisco establecido en Huejuquilla, y presidenta de las
Hijas de María y de toda organización piadosa que había en Huejuquilla. Su
carácter alegre y bondadoso, su claro talento y su valor cristiano hacían
resaltar sus grandes y sólidas virtudes, y la convirtieron en un ídolo de los
vecinos, que la respetaban, la obedecían y seguían sus excelentes consejos,
como unos fieles hijos los de una buena madre. Muchas veces Carmelita había
discutido con el caciquillo de la población el llamado coronel Juan Vargas,
endemoniado socialista, y perillán de tomo y lomo, derrotándole siempre;
derrotas que disimulaba o creía disimular el pícaro, con grandes risotadas burlonas.
Carmelita, al saber lo del éxodo de sus
vecinos, declaró abiertamente que ella no salía de su casa. —Tengo en mi
oratorio al Santísimo Sacramento, y no voy a dejarlo solo. . . —Nos lo
llevaremos con nosotros, Carmelita. Creo que en este caso podemos hacerlo,
aunque no esté el señor cura. . . —No y no. Tampoco dejo el oratorio. . . Y
haré lo posible para que no profanen la iglesia... Si Dios quiere que nos
maten, como no hemos cometido ningún crimen, y sólo por ser católicos...
¡seremos mártires como tantos otros mexicanos lo han sido ya ¡Que se haga la
voluntad de Dios. . .! —Pues nosotras no la dejaremos sola —dijeron a una las
señoritas Ignacia, Ramona, Gregoria, Carolina, y Guadalupe Ibarra, hijas del
ausente en esos momentos, D. Melquíades Ibarra, y que habitaban la casa
contigua a la de Carmelita. —Ni tampoco nosotras —dijeron las otras muchachas
de la casa, Margarita Victorio, Concepción Ruiz e Hilaria Madera. —Vargas me
respeta, y acaso pueda yo impedir muchas atrocidades —terminó Carmelita. Y así
fue como ese grupo de valientes y piadosas mujeres se quedaron también en
Huejuquilla, aquella tarde del 13 de enero.
La mañana del 14, como estaba anunciado
por la mujer, Vargas, con el coronel Mendoza, y los politicastros de la aldea
de Mezquitic, Jesús Ocampo, Apolonio González, y Eliseo Robles, al frente de
setecientos hombres de tropa, entraron, lanzando blasfemias y con gritos de
verdaderos endemoniados, en Huejuquilla.
Como nadie les respondía, extrañados
del caso salieron a las afueras en donde pensaban se habrían atrincherado los
hombres.
PROFANACION DEL TABERNACULO
¡Soledad por todas partes!
Pero en el ranchito de Los Arroyos,
encontraron a un pobre anciano de más de sesenta años —don Juan Ramírez—, que
no había huido, e incontinenti, después de haberle preguntado si era católico,
a su respuesta afirmativa lo fusilaron entre gritos salvajes. Cerca de la
puerta de Tepetates, entraron en una casita y allí encontraron a otro vecino,
Pedro Ochoa, que no había huido.
— ¿Eres católico, tal por cuál? —le
preguntaron. -— ¡Sí que lo soy! —respondió el valiente. —Pues toma; y lo
acribillaron a balazos. Y como no hallaron a otros, furiosos quemaron todas las
casas de las rancherías y asolaron todo a su paso. Volvieron a Huejuquilla la
tarde del 15 y se dirigieron a la casa de Carmelita, en la que encontraron a
aquellas buenas mujeres, a las que se había unido la señora Isabel Jaime, madre
de las señoritas Ibarra, en oración en el oratorio de la casa.
Carmelita previendo lo que había de
suceder, a las dos y media de la tarde, de aquel domingo consumió junto con las
demás señoritas el Sagrado Depósito. Ordenó a varias de sus acompañantes de
toda la mañana, que se retiraran a sus casas, y con las que quedaron con ella
se dispuso, orando, a esperar los acontecimientos. Con los federales y Vargas, que
entraron en la casa, iba entonces otro coronel, un tal Mendoza, que parecía
tener aún mayor autoridad que Vargas y ordenó que todas aquellas muchachas
salieran de la casa, y que algunos de los soldados fueran en busca de las otras
que se habían retirado, pero no lograron encontrarlas, pues Carmelita les había
ordenado se escondieran bien.
Mientras tanto la soldadesca se dedicó
a saquear la casa, y uno de aquellos bribones encontró una imagen vestida, del
Señor "Divino Preso" y quitándole la peluca y la túnica se las puso y
salió gritando entre las risotadas y blasfemias de sus compañeros: — ¡Adoren a
Cristo Rey!... — ¡Insensato!
Otros villanos habían forzado la puerta
de la Iglesita de San Antonio, y llenaron de inmundicias el sagrario vacío, y
lo mismo hicieron en una urna de cristales, que encerraba otra imagen de
Jesucristo llamada en el pueblo "el Señor de las injurias de la
Pasión".
¡Estos hombres son los genuinos
representantes de la Revolución Mexicana, de que tanto se glorían algunos!
Pero ¿cómo puede pensarse que hubo algo
bueno, en una Revolución hecha por tales salvajes?
Los pocos católicos emboscados, de que
ya hice mención, creyeron llegado el momento de defender las cosas santas de
tales profanaciones y por diversos puntos de la población salieron algunos
tiros, de los que ni uno solo se perdió.
El pánico entonces se apoderó de los
malvados. Creyeron que los cristeros les habían armado alguna trampa, y que
habían entrado en las casas que antes habían encontrado vacías, sin que ellos
se percataran... ¡Ni por las mientes les pasaba, que los tiradores llegarían
escasamente a una docena y mal armados! ¡No!... ¡Eran sin duda los cristeros!
¡Vámonos!...
Carmelita se había estacionado a la
puerta de su casa, y antes pasarían por su cadáver, que permitir ella sacaran a
una sola de las muchachas sus compañeras, pues bien sabía lo que las esperaba.
. .
Pero el valiente (?) coronel Mendoza
dio orden de que la lazaran y la sacaran arrastrando hasta la calle... A las
otras jóvenes a empujones las sacaron también. . . Quisieron montar a todas en
ancas de sus caballos, pero aquellas valientes mujeres se resistieron. . .
Echáronles entonces una soga al cuello
y a pie apresuradamente las llevaron hasta un lugar llamado "Las
Cuevas", distante un kilómetro de la población.
Con Carmelita iban Concepción Ruiz,
Hilaria Madera, Ignacia, María Ramona, Guadalupe, Gregoria y Carolina Ibarra;
Margarita Victoria y Doña Isabel Jaime Vda. de Ibarra, que seguía a sus hijas
Ignacia y Ramona, dispuesta a que la mataran antes que permitir se cometiera
alguna villanía con ellas.
Aquel mismo día 15, las condujeron
hasta la hacienda de San Antonio, distante 8 kilómetros de Huejuquilla; pero
para ir más aprisa por el temor de que los persiguieran los cristeros
fantasmas, las hicieron montar allí en sendos burros. Por todo el camino
Carmelita no cesaba de exhortar a sus compañeras a permanecer firmes en su fe,
y ofrecer sus sufrimientos a Cristo Rey, para la salvación de México.
El lunes 16 otra vez montadas, pero sin
haberles dado ni un pedazo de pan y un sorbo de agua desde su salida de
Huejuquilla, las condujeron a otra ranchería llamada "La Soledad".
Allí las bajaron para que descansaran un poco. Carmelita ya no podía tenerse en
pie. Tomándola del brazo la tiraron sobre una tabla, en donde la venció el
sueño por unos cinco o diez minutos. Nueva orden de proseguir el camino, y
vuelta a subir a los burros a las exhaustas mujeres, para llevarlas así hasta
Mezquitic, a donde llegaron a las 11 de la noche. Carmelita lloraba en
silencio, y a una de sus más cercanas compañeras, le dijo que lloraba porque se
le hacía muy dura la ausencia de Jesús Sacramentado. Con todo hacía esfuerzos
por animarse y animar a sus compañeras. Rezaban a veces en coro el Oficio de la
Inmaculada Virgen María; luego aquella heroica mujer sacando fuerzas de
flaqueza les leía en voz alta el libro de Fabiola del Cardenal Wiseman que
había logrado llevar consigo. . . El martes 17 lo pasaron todo en Mezquitic; y
Mendoza y Vargas se pusieron como de costumbre a querer discutir sobre asuntos
religiosos, y como siempre, Carmelita les hizo frente dándoles una revolcada de
ordago. Bien se cumplió entonces la palabra de Jesucristo: "Cuando seáis
llevados a los tribunales, no penséis antes lo que habéis de decir; el Espíritu
de Dios hablará por vosotros”. Pero tantas fatigas acabaron por fin con la
fortaleza física de aquella santa señorita. . .
Por la noche ya no pudo rezar en voz
alta. . . arrodillada y en silencio seguía interiormente las preces de sus
desfallecidas compañeras...
Acercóse entonces una pobre soldadera
con un niño que le acababa de nacer y Carmelita haciendo un esfuerzo supremo
bautizó al chiquillo. . . A las once de la noche entraron los soldados en la
pieza de la casa donde habían encerrado a las valientes mártires, y les dieron
orden de salir de tres en tres, porque iban a continuar el camino. En vano
Carmelita suplicó a aquellos brutos, que las sacaran a todas juntas. . . Al fin
quedaban cuatro en la pieza: tres muchachas y Carmelita... las tres llevadas a
empujones por los soldados salieron a su vez.
¿Y Carmelita? . . .
Nadie volvió a verla jamás. . . Se han
hecho varias suposiciones acerca de su indudable asesinato. En él, se dice,
debió intervenir Vargas, porque un hombre que nunca fue capaz de recibir un ascenso
por sus hazañas militares, después de la tragedia de Mezquitic fue ascendido,
tal vez en premio del asesinato. . . ¿No ha habido entre los revolucionarios
algunos ascensos debidos a la misma causa? Una de las muchachas refiere que, al
ir por la oscura barranca de Mezquitic, oyó a dos soldados que hablaban entre
sí: —Pero ¡qué bárbaro! ¿Por qué le echaste tierra a la mujer en la boca? —Pos,
¡porque no se quería morir la jija. . .!
Las muchachas fueron libertadas algunos
días después. De Carmelita se han buscado inútilmente los sagrados restos. . .
No se han podido encontrar hasta ahora. . .
Pero no se pierde la esperanza de
hallarlos algún día, cuando se intente el proceso de su beatificación . . .
¿Cuándo será eso?
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