GOTITA
DE SANGRE.
Hace mucho
tiempo escribí esta pequeña obra basada en las Sagradas Escrituras y en un gran
sacerdote como lo fue el Padre Luis de la Palma de su obra La pasión de Nuestro
Señor Jesucristo.
Con este
“cuento” quiero desearles una reflexiva semana Santa y una feliz Pascua de resurrección.
Mi deseo sincero seria estar con todos los grupos de la sana resistencia, pero
como no me puedo bilocar solo me queda el resignarme a la voluntad de Dios y
tenerlos presentes a cada grupo y personas que me conocen en mis oraciones de
estos días tan especiales. Vuestro servidor en Cristo Jesús y María: Arturo
Vargas Meza Pbro.
En mi país existe un pajarillo de una singular rareza, su tamaño es como el de un gorrión, de color rojo oscuro semejante a una gota de sangre y su copete de color negro. Tiene un trino suave. Esta especie parece estar en extinción pues solamente he visto unos quince o veinte de ellos en mi vida. Cuando por primera vez lo vi, lo observé por un largo rato pensando: "Cuán grande es la sabiduría divina al crear estas insignificantes avecillas para mostrarnos que, por medio de ellas, podemos llegar al conocimiento de su existencia. Pero ¿por qué Dios N.S. le dio ese color y no otro? ¿Quieres saber por qué? Ármate de paciencia y lee en estas pocas páginas la razón de su color rojo oscuro y su copete negro.
Era la última Pascua que Jesús pasaría con
sus discípulos en Jerusalén. El jueves santo Jesús se trasladó de Betania a
Jerusalén; por el camino sus discípulos le preguntaron dónde le gustaría que
dispusieran lo necesario para la cena, Jesús les dio las instrucciones
pertinentes y ellos se adelantaron para cumplirlas. Los últimos rayos del sol iluminaban
el cielo azul de aquella región dándole un color rojizo, varias parvadas de
pájaros surcaban el cielo buscando refugio pues la noche se acercaba. Una de
esas bandadas cruzó el camino por donde iba Jesús con sus discípulos; a uno de
ellos, de color café oscuro se le conmovió el corazón de compasión al mirar a
Jesús tranquilo, sereno, pero con una profunda tristeza. Detuvo su vuelo
posándose en uno de los tantos arbustos que rodeaban el camino; uno de sus
compañeros, al ver cómo se separaba de ellos, lo siguió hasta donde estaba.
---
¿Por qué te has apartado de nosotros? Pronto caerá la noche, el contesto:
--- He
detenido mi vuelo porque ese hombre de blanco llamó poderosamente mi atención.
--- No
sé qué miras en él; además, de ellos debemos cuidarnos, como lo sabes.
--- Lo
sé; pero Él es muy diferente a todos, es incapaz de hacernos daño o desearnos
mal alguno.
---
¿Por qué estás tan seguro?
--- Su
rostro sereno y apacible refleja una gran bondad; sin embargo, percibo en él un
gran dolor y una profunda tristeza que oprime su bondadosísimo corazón;
quisiera saber la causa y no pienso dejarlo solo.
---
Bueno haz como quieras. Y sin reflexionar en todo cuanto le dijo su compañero
emprendió el vuelo. En ese momento Jesús pasó cerca de él, le miró y agradeció
su gesto de compasión; él se estremeció profundamente ante su dulce y serena
mirada. Desde ese momento quedó más íntimamente unido a Él, le siguió; pero lo
perdió de vista cuando entró al cenáculo con sus discípulos. Volando de un lado
a otro, con suma inquietud le buscaba hasta que por fin lo vio en la primera
planta de la casa; se acercó a una de las ventanas del cenáculo y pacientemente
esperó.
La
disposición del cenáculo era al estilo romano, es decir, en el centro estaba
una mesa baja y en tres de sus lados unos lechos a modo de divanes casi al ras
del suelo quedando un lado vacío para el servicio. La voz de Jesús llegaba
claramente a los oídos del pájaro; con sus ojitos muy abiertos seguía cada uno
de sus movimientos. Veía cómo, conforme pasaban los minutos, la aflicción poco
a poco anegaba cada vez más su santísimo corazón sumergiéndolo en un mar sin
fondo de amargura. Con palabras y gestos buscaba quien entre sus discípulos lo consolara,
pero ellos también estaban tristes y soñolientos; esta incomprensión aumentaba
su amargura. La pobre avecilla nada podía hacer para consolarlo, con todo se
decía a si mismo:
----Quisiera ser uno de ellos para derramar,
en su afligido corazón, algunas palabras alentadoras.
Presenció
el lavatorio de los pies, la traición de Judas, la institución de la Santa
Eucaristía y las sentidísimas palabras de su último sermón. Después se dirigió
al Huerto de los Olivos. Salieron de la ciudad y bajaron por el valle hondo y
sombrío; en lo más profundo de él pasaba un arroyo llamado Torrente Cedrón. Del
otro lado de este arroyo, en la falda del monte de los olivos, se hallaba el
huerto de Getsemaní o Huero de los Olivos a donde Jesús solía ir con mucha
frecuencia por ser un lugar solitario y apartado. Una vez ahí dejó a sus
discípulos y se retiro a orar. El pájaro buscó un lugar cercano para mirar
todo. Desde ese allí vio cómo se apoderó de Jesús un gran temor, un gran
desaliento y una inmensa tristeza. Tanto el temor como el desaliento y la
tristeza oprimían su corazón causándole una congoja mortal. El pájaro, muy
preocupado y sumamente consternado, veía cómo sufría sin poder mitigar un poco
su dolor.
Jesús
se arrodilló en el suelo desnudo orando unos instantes. Luego se levanto y fue
hacia sus discípulos a quienes hallo dormidos. Volvió al mismo sitio orando de
nuevo, por segunda vez interrumpió su oración y se dirigió de nuevo a sus
discípulos encontrándolos dormidos con sentidas palabras, les reprochó su
actitud:
---- Pedro
¿No pudiste velar una hora conmigo? Velad y orad para que no entréis en
tentación, porque el espíritu está pronto, pero la carne es flaca.
Después
retornó al lugar, elevando por tercera vez su plegaria, más larga y fervorosa
que las anteriores. Fue tan intensa que, por los poros de su santísimo cuerpo,
sudó sangre que corría hasta el suelo mojándolo con ella. Los ojitos del
pequeño pájaro se llenaron de lágrimas y su corazoncito se estremeció al mirar
la sangre de Jesús y con voz entrecortada preguntó:
----
Señor ¿cuáles son las causas de semejante dolor?
Jesús,
con una gran mansedumbre, contestó:
----
¡Oh, pequeña y compasiva criatura! Son muchas las causas de mi inmenso dolor;
pero te diré algunas: es tan grande mi amor por mi Padre Eterno que mi gran deseo
es que también los hombres lo amen. Mas, por desgracia, son muy pocos los que
lo aman y muchos los que lo odian y le ofenden. ¡Si se dieran cuenta de su gran
bondad y paternidad ciertamente no le ofenderían tanto y le amarían mucho! Pero
no se dan cuenta y por eso siento un entrañable dolor al verlo relegado,
olvidado e incluso ofendido. Mi Padre y Yo creamos al hombre a nuestra imagen y
semejanza y él, como agradecimiento, se enemistó con nosotros y eso me duele
mucho porque no sabe el gran mal que a sí mismo se ha hecho al no tener, para
siempre, mi gloriosa visita y compañía. No soporté verle enemistado y condenado
para siempre y, compadeciéndome de su infortunio, tomé sobre Mí todos sus
pecados para satisfacer la Justicia de mi Padre y pagar la deuda que él había
contraído y, no sólo salí fiador de los pecados ajenos, sino que los he tomado
como propios. Mi congoja crece aún más al ver su ingratitud y su pésima
correspondencia a mi amor; pero no todos serán ingratos algunos para conseguir
el fruto de la redención, sufrirán mucho pues veo sus tentaciones, luchas,
ayunos, vigilias, penitencias, cansancios, trabajos, persecuciones, deshonras,
dolores y martirios. Todo lo siento como mío. Ahora entiendes parte de mi
tristeza, pavor.
--- Sí,
amado Señor mío.
El
Padre Eterno escuchó, con solicitud paternal, la suplica de su amado Hijo y, si
bien no apartó el cáliz de dolor, sí le consoló enviándole un Ángel quien lo
reconfortó y lo animó. Al terminar su oración se retiró del huerto.
El
pajarito bajo al lugar donde Jesús derramó su preciocísima sangre; inclinó su
cabecita en señal de adoración y, con su pico, revolvió esa tierra impregnada
de sangre. Sus ojitos estaban cargados de sueño y cansado, dobló sus patitas
quedándose dormido en ese bendito lugar donde se realizó la segunda efusión de
sangre del Salvador. Al amanecer emprendió el vuelo en busca de Jesús. Se
dirigió a la casa de Caifás, pero no estaba ahí; fue al templo y no lo
encontró; cansado y triste preguntó a uno de sus compañeros:
--- ¿No
has visto a un hombre de tés trigueña vestido con una túnica blanca?
---- He
visto muchos hombres gritando como locos en la casa del procurador y nunca he
tenido tanto miedo como el de esta mañana. Presiento que algo muy grave va a
suceder: ¡No pensarás ir a ese lugar! Bien sabes que en todo momento debemos
temer al hombre porque, sin Dios, es malo y perverso, siempre nos espía para
matarnos o nos pone trampas para atraparnos y vendernos. Y en este día los veo
como endemoniados.
--- No
me interesa eso; quiero encontrar a Jesús de quien me consta que es bueno e
inocente. Además, es mi Dios y creador.
--- ¿Y
cómo lo sabes?
---
Ayer por la noche, mientras oraba allá en el huerto de los olivos, escuché que
lo llamaba "Padre mío" a Dios con una confianza filial poco común
entre los hombres cuando se dirigen a Dios y vi cómo un ángel bajó del cielo
para consolarlo. Ahí supe que Él es el Hijo de Dios.
Su
compañero movió la cabecita como dudando de la veracidad de sus palabras.
--- Por
lo visto no me crees.
--- La
mera verdad no, quizá no pasaste muy bien la noche; por qué no descansas un
poco.
--- No
me importa que no me creas; gracias por tu información.
Se
dirigió sin demora al palacio de Poncio Pilato. La gente, reunida en el
palacio, vociferaba pidiendo la muerte de Jesús, mas a Él no se le veía entre
ellos.
Las
carcajadas y el alboroto provenientes del interior del palacio le facilitaron
la búsqueda. Voló al lugar de donde procedía tal alboroto, se puso en un rincón
seguro por temor a esa chusma que, tan entretenida en su maldad, no notaron su
presencia. Miró unos instantes a Jesús y con gran indignación exclamo:
---
¡Pobre, Jesús mío, ¡Cómo se han atrevido a poner sus malvadas manos sobre ti,
despojándote de tus vestiduras y exponiendo tu purísimo cuerpo a las burlas y
sarcasmos de esta plebe infame, salvaje y endemoniada!
Una vez
despojado de sus vestiduras lo ataron, con violencia inaudita, a una columna
con la intención de flagelarlo según la orden del procurador.
La
flagelación era uno de los crueles suplicios usados por los romanos. Los
instrumentos utilizados para tan cruel suplicio eran varios: el Flagelum o
látigo que se componía de tres correas de cuero sujetas a un palo corto; las
Virgas que eran varas flexibles de cualquier árbol; los Fustes o simples
correas de cuero y, finalmente, el Flagrum o látigo de correas guarnecidas de
bolitas de plomo, de huesecillos o de puntas de hierro llamadas escorpiones. De
todos, este último era el más inhumano pues penetraba en el cuerpo de la
víctima desgarrándolo.
Amarrado
a la columna esperó pacientemente a sus despiadados verdugos quienes no
tardaron en presentarse llevando en sus manos los instrumentos antes
mencionados. El pobre e impotente pajarillo sintió que un escalofrío recorría
su pequeño cuerpo al pensar en el daño que le causarían a Jesús los verdugos,
exclamó:
---
¡Por caridad, no lo hagan! ¿No les basta con quitarle sus vestiduras? ¿por qué
quieren flagelarlo? ¿qué mal les ha hecho para que le paguen con este
denigrante castigo?
Nadie
lo escuchó. Los verdugos iniciaron su ingrato trabajo golpeando el purísimo
cuerpo de Jesús con tal precisión que no golpearon dos veces en el mismo lugar
dejando muy amoratado su santísimo cuerpo, luego emplearon el Flagelum
magullando su purísima humanidad, finalmente desgarraron su cuerpo con el
Flagrum. La sangre corrió hasta el suelo empapándolo completamente.
La
plebe, que lo rodeaba, al ver la sangre de Jesús pedía a los verdugos
prolongaran más tiempo el castigo.
Todo lo
soportó Jesús sin la más leve queja o gesto de dolor y sin pedir clemencia a
sus verdugos quienes, asombrados por el silencio de la víctima inmaculada, se
alejaron del lugar sin proferir palabra. El pájaro, desconcertado ante la
actitud callada y sufrida del divino maestro y la ferocidad de los verdugos,
dijo:
--- Si
mi Jesús no les pide clemencia yo sí se las imploro ¡Oh, hombres, tengan
compasión de Él! Miren cómo lo han dejado, bien veo que no hay parte de su
cuerpo donde no lo hayan dejado signos de tormento. ¡Oh, mi buen Jesús, eres toda
una llaga viviente! ¡Oh, mi Señor, ¡cómo
desearía ser hombre para padecer algo por ti! ¡Oh, Ángeles, ¡vengan en auxilio
de nuestro Dios y Señor!
Una voz
serena y apacible se escucho en su interior:
---
¡Oh, compasiva criatura hechura de mis manos, agradezco mucho tus palabras, pero
es necesario que padezca estos tormentos porque así lo pide la Justicia divina,
así lo pide el pecado que cometió el primer hombre prefiriendo a la criatura
que a su Dios; a la vez quiero demostrarle cuánto lo amo mediante esta
flagelación dolorosa y atroz!
Estas
palabras la consolaron. Mientras tanto la plebe, con renovada saña, seguía
torturando a Jesús. Ella no soportando por más tiempo tan inhumano suplicio con
sus alas se tapó sus ojitos. Luego se llevaron a Jesús quedando solo el lugar.
El pajarito voló hasta la columna y de ahí hasta el piso:
---
¡Cuánta sangre hay en el suelo y cuántos pedacitos de carne mezclados en ella!
Los reuniré en un lugar seguro.
Con su
pico y patitas reunió los pedacitos de carne sin percatarse de que su plumaje
se estaba tiñendo de rojo. Una vez terminado su trabajo, no reparando en su
cansancio, se fue directo al Calvario: allá sin duda lo encontraría. Cuando
llegó le estaban clavando la mano izquierda a la cruz. Un enorme clavo atravesó
su mano produciéndole un dolor indescriptible. Brotó abundante sangre de ella.
Como su mano derecha no llegaba al hoyo, con una cuerda, se la ataron y tiraron
sin miramiento de ninguna índole descoyuntando el brazo hasta que llegó al
orificio y otro clavo la atravesó. otro
tercer clavo perforó sus pies. Todo lo sufrió en silencio, sin recriminación
alguna y sin maldecir a sus verdugos. Para humillarlo más lo pusieron en medio
de dos ladrones. El pájaro, ante espectáculo sin igual en la historia de la
humanidad, no se quedó quieto como en las anteriores ocasiones. Llevado por el
noble deseo de aligerar en algo los sufrimientos del Salvador, voló hasta el
vértice de la cruz, miro detenidamente a Jesús y, con voz triste dijo:
---
¿Con esta muerte tan ignominiosa pagan todo lo que has hecho por ellos? ¿Qué
forma tan extraña y nueva utilizan los hombres para agradecer? ¡Oh, mi amado
Jesús, siento una profunda indignación contra estos hombres tan ingratos!
---
Avecilla querida, aleja tal indignación, son ciegos y no saben lo que hacen. Mi
corazón compasivo ya ha rogado por ellos ante mi Padre Eterno para que les
perdone este gran pecado. A este tormento atroz me refería cuando te lo
mencione allá donde me flagelaron. Si me apoyo en mis pies traspasados para
mitigar un poco los dolores de mis manos siento un indescriptible dolor en
ellos y si levanto mi cuerpo apoyándolo en mis manos éstas se me desgarran
renovándose centuplicadamente los dolores en todo mi cuerpo; por más que los
hombres se los imaginen nunca tendrán una idea acabada de estos terribles
sufrimientos. He derramado casi toda mi sangre y una sed espantosa me devora. ¡Oh,
criatura mía, a pesar de encontrarme inmerso en este piélago de grandes
sufrimientos quisiera padecerlos aún más intensos para salvar al mayor número
de almas para que no vayan a parar a aquel lugar de tormentos eternos llamado
infierno!
---
Señor mío, con todo permítame aligerar en algo la pesada carga que injustamente
soporta. Sin esperar respuesta, voló a la mano derecha tratando de sacar con su
pico el clavo mientras la sangre de Jesús caía sobre su plumaje. Cansado y
desalentado voló a la otra mano, pero tampoco logró extraer el clavo y su
cuerpo se empapó de sangre. Finalmente, cansado, se paró cerca de su santísima
cabeza. Un escalofrío recorrió su cuerpo al ver cómo la corona de espinas se
hundía en ella. Dejando a un lado su cansancio se dio a la tarea de sacar
algunas espinas, buscó y encontró una manera fácil de extraerlas sin causarle
dolor alguno; tironeó de una y la tiró lejos. retornó al Calvario para reanudar
su tarea; pero Jesús levantando la cabeza pronunció aquellas memorables
palabras:
---
"Todo está consumado; Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" E
inclinando la cabeza expiró.
La
naturaleza entera se estremeció manifestando dolor y luto por la muerte de su
creador. Ante aquel fenómeno natural el pajarillo quiso volar y esconderse,
pero luego pensó que no encontraría mejor lugar sino en la cruz de Jesús y se
quedo ahí. Cansado y triste por la muerte de su Señor se durmió. El ruido de
unos caballos lo despertó: eran los soldados que, cumpliendo órdenes del
procurador, venían a dar muerte a los ajusticiados y a quitarlos de ahí antes
de que anocheciera. Muy a su pesar se retiró de su amado refugio. Los soldados
cumplieron con su ingrato oficio sin muestras de compasión alguna. Rompieron
las piernas del primero, quien lanzo ayes de dolor; luego lo hicieron con el
buen ladrón, quien suspiró profundamente y expiró. Uno de ellos miró
atentamente a Jesús y, al comprobar que estaba ya muerto, con su lanza asestó
un golpe fuerte y seco al costado derecho del pecho del Salvador.
---
Pobre Señor, se decía el pajarillo, aun después de muerto lo siguen ultrajando.
Mas ¿para quién es esta afrenta dolorosa? No ciertamente para Él, pues ya está
muerto; sino para su santísima Madre. ¡Oh miserable hombre traspasaste dos
corazones intrínsecamente unidos, el del Hijo y el de la Madre; agregaste a los
dolores de su Madre otro dolor no menor a los que padeció durante la pasión de
su Hijo sintiendo ese golpe hasta la última fibra de su maternal corazón! ¡No
sufrió el Hijo, pero esta fue la gota que derramó el cáliz de amargura de la
madre! ¡Oh, María, ¡Perdónelos como su Hijo los perdonó antes de morir pues no
saben lo que hacen!
Estas y
otras reflexiones inundaban el corazón de la avecilla, cuando vio cómo tres
hombres, con suma delicadeza, bajaban el cuerpo de Jesús de la cruz
depositándolo en el regazo de su madre anegada en lágrimas, quien, a pesar de
su inmenso dolor, no perdía su compostura y dignidad; su rostro reflejaba una
paz y tranquilidad en medio de ese mar de amargura en el que se encontraba
inmersa. Las disposiciones de su bendita alma no pasaron inadvertidas por la
avecilla y no aguantando se acercó a ella y con sus trinos lastimeros, a su
modo, le daba su más sentido pésame por la muerte de su amadísimo Hijo. La
Virgen santísima le dijo:
¡Oh,
avecilla del campo, mira cómo han dejado a mi Jesús! Este es aquel niño que en
mi seno virginal concebí, tiernamente alimenté y otras tantas lo recliné en mi
pecho. Ahora mira cómo han dejado su santísimo cuerpo desgarrado por los
azotes, amoratado por los golpes, agujereados sus pies y manos por los clavos y
esa corona cómo hundió sus espinas en su cabeza.
Calla
la madre adolorida inclinando su bello y sereno rostro sobre el cuerpo exánime
de su Hijo. La avecilla reanuda su lúgubre trino como diciendo: ¿Qué lengua
podrá describir o qué entendimiento podrá comprender la profundidad de su
dolor? Porque si bien su Hijo padeció para satisfacer a la justicia divina y
por compasión al hombre, también lo hizo por su santísima madre y compasión
mayor tuvo por el hombre al dejársela como madre. La santísima Virgen María
tocó la cabecita de la avecilla en señal de profunda gratitud dándole permiso
para retirarse del lugar. Ella voló inmediatamente a una de las tantas fuentes
con el fin de quitarse la sangre que tenía del Salvador, se zambulló por unos
minutos, pero grande fue su sorpresa al comprobar que todo su plumaje hasta la
cabecita, excluyendo el copete, se tiñó de rojo oscuro semejando una gotita de
sangre y su copetito quedó de color negro.
Ahora
sabes por qué la avecilla es de color rojo oscuro. Cuando alguna vez la veas
acuérdate de la pasión de nuestro Señor y dale gracias a Él por la misericordia
que manifestó al dar su vida por nosotros.
FIN DEL
CUENTO GOTITA DE SANGRE.
( A. M.
D. G.)
Qué hermoso cuento con una gran sensibilidad que no puedo explicar con palabras. Excelente reflexión Gracias R.P. Arturo Vargas, gran amigo. Dios le bendiga por siempre.
ResponderEliminarMuuy conmovedor!!y reflexcibo.gracias padre.
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