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sábado, 21 de noviembre de 2020

La Parusía. Padre Juan Rovira. Mártir de la Guerra civil Española.

 


Señales próximas en el mundo

 

Señales próximas en el mundo

 

1ª) Voces o rumores acerca de la próxima venida de Cristo, de los cuales dijo el mismo Cristo Jesús: “Entonces si alguno os dijere: aquí está el Cristo o allí, no lo creáis; porque se levantarán falsos Cristos y falsos profetas, y darán grandes señales y harán prodigios, de suerte que engañarán, si es posible, aun a los mismos escogidos. Así, que si os dijeren: He aquí que en el desierto está, no lo creáis; he aquí que está en los recintos, no lo creáis. Porque como el relámpago sale del Oriente y se muestra hasta el Occidente, así será también la venida del Hijo del hombre.” (Mt. 24, 23-26; Mc. 21. 22; Lc. 17, 23-24).

2ª) Otra señal será, según las palabras de Cristo ya citadas, la aparición de falsos Cristos y falsos profetas, que no serán como Mahoma, que no hizo ningún milagro, sino que harán prodigios o portentos fingidos y aparentes, con los cuales inducirán a error y engañarán a los hombres.

3ª) El espíritu de apostasía e irreligión y de rebelión de que habla San Pablo en su segunda carta a los Tesalonicenses (2, 3).

4ª) La venida de los dos testigos que, según la interpretación de muchos Santos Padres, son Elías y Enoc. La venida de Elías se predice expresamente en la profecía de Malaquías (4, 5-6): “He aquí que yo os envío a Elías el profeta, antes que venga el día del Señor grande y terrible. Él convertirá el corazón de los padres a los hijos y el corazón de los hijos a los padres; no sea que yo venga y hiera la tierra con destrucción.” Y el mismo Cristo Jesús predijo también la futura venid de Elías (Mt. 17, 11): “Elías vendrá y restituirá todas las cosas.” Elías y Enoc, pues, predicarán a los judíos y a los gentiles. Estos dos testigos, según dice San Juan, enviados por Dios, predicarán y profetizarán por mil doscientos sesenta días, vestidos de sacos:

“Y si alguno les quisiere dañar, sale fuego de su boca, y devora a sus enemigos. Y si alguno les quisiere dañar, es preciso que así sea él muerto. Y éstos tienen poder para cerrar el cielo, que no llueva en los días de su profecía, y tienen poder sobre las aguas para convertirlas en sangre, y para herir la tierra con toda plaga cuantas veces quisieren. Y cuando hubieren acabado su testimonio (esto es, después de los mil doscientos sesenta días), la bestia que sube del abismo (esto es el Anticristo) hará guerra contra ellos y los vencerá y matará, y sus cuerpos yacerán en la plaza de la ciudad grande, que se llama espiritualmente Sodoma y Egipto donde su Señor fue crucificado. (Es la ciudad de Jerusalén, pero no la llama así a causa de su maldad). Y los de los diversos pueblos y tribus y lenguas y gentes, verán sus cuerpos tres días y medio, y no permitirán que sus cuerpos sean puestos en sepulcros. Y los moradores de la tierra se alegrarán sobre ellos y se regocijarán y se enviarán regalos unos a otros, porque estos dos profetas atormentaron a los que moran sobre la tierra. Mas después de tres días y medio entró en ellos espíritu de vida enviado de Dios y se alzaron sobre sus pies, cayó gran temor sobre los que los vieron. Y oyeron una gran voz desde el cielo que les decía: Subid acá, y subieron al cielo en una nube y sus enemigos los vieron. Y a la misma hora fue un gran terremoto en toda la tierra, y cayó la décima parte de la ciudad, y murieron en el terremoto 7.000 hombres y los demás, llenos de temor, dieron gloria al Dios del cielo” (Ap. 11, 3-13).

5ª) En fin, otra señal será el Anticristo, llamado así por antonomasia, el que San Pablo llama hombre de pecado o de rebelión e hijo de perdición, “el que se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o que se adora, hasta el punto de sentarse él en el templo de Dios y mostrarse y aparecer como si fuese Dios; aquel inicuo, cuya venida será, según la operación de Satanás, con grande poder y con señales y milagros mentirosos y con todo engaño de iniquidad” (2 Tes. 2, 3-9).

Esta es la bestia de que habla San Juan en el Apocalipsis, capítulo trece (no que haya de ser una bestia, sino un hombre malo), la bestia a quien el dragón (el demonio) le dio todo su poder y su trono y su potestad y una de sus cabezas como herida de muerte, y la herida de muerte fue curada, “y se admiraron las gentes de toda la tierra y adoraron al dragón que dio la potestad a la bestia, y adoraron a la bestia, diciendo: ¿Quién es semejante a la bestia? Y ¿quién podrá pelear con ella?” Cuatro cosas dice San Juan que se le dieron a la bestia, permitiéndolo así Dios.

– Diósele potestad de obrar durante cuarenta y dos meses (o sea tres años y medio o mil doscientos sesenta días, como se dice en otros textos).

– Diósele una boca que habla grandezas y blasfemias; “y prorrumpió en blasfemias contra Dios para blasfemar su nombre y su tabernáculo y a los que moran en el cielo.”

– Diósele, por permisión divina, el hacer la guerra contra los santos y el vencerlos.

– Diósele, en fin, potestad pobre toda tribu y pueblo y lengua y gente: “y le adoraron todos los habitantes de la tierra; todos aquellos cuyos nombres no están escritos en el libro de la vida del cordero que fue inmolado desde el principio del mundo.”

A esta bestia, el Anticristo, se añade la segunda bestia, el Falso Profeta, que será como lugarteniente del Anticristo. Dice, pues, San Juan, que vio otra bestia que tenía dos cuernos semejantes a los de un cordero, pero hablaba como el dragón:

“Y ésta ejercía el poder de la primera bestia en presencia de ella, y hacía que la tierra y los habitantes de ella adorasen a la primera bestia, cuya herida de muerte fue curada. Y hacía grandes señales, hasta el punto de hacer bajar fuego del cielo a la tierra delante de los hombres, y con las señales que hacía engañaba a los moradores de la tierra, mandándoles que hiciesen una imagen de la bestia, que tenía la herida de muerte, y vivió (el Anticristo). Y fuele dado que diese espíritu a la imagen de la bestia (sin duda, por arte diabólico) para que la imagen de la bestia hable. Y hará que cualesquiera que no adoraren la imagen de la bestia sean muertos. Y hará que todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y siervos, se pongan una marca en su mano derecha o en sus frentes, y que ninguno pueda comprar ni vender, sino el que tenga la señal o el nombre de la bestia o el número de su nombre. Y este número es seiscientos sesenta y seis.” Sin duda, este número es simbólico, como dan a entender las palabras de San Juan (Ap. 13, 12-18).

Tal es el carácter del Anticristo y del Falso Profeta y tal es la terrible persecución que levantarán contra los buenos. Algunos de estos rasgos característicos del Anticristo, las blasfemias o palabras contra el Altísimo, el conculcar los santos del Altísimo, los hallamos también en la profecía de Daniel sobre las cuatro bestias (Dn. 7, 23-28). Según esto, será, pues, el Anticristo un rey poderoso que recibirá la potestad del dragón o del diablo, por permisión divina, que tendrá por lugarteniente al Falso Profeta y reinará en toda la tierra y será adorado por todos los habitantes de ella menos por los escogidos, los que tienen sus nombres escritos en el libro de la vida del Cordero; y por eso perseguirá a los santos, mas no sin castigo de Dios; pues como allí mismo se dice: “El que lleva a otros en cautividad irá él en cautividad; el que a cuchillo matare, es preciso que a cuchillo sea muerto” (Ap. 13, 10).

Mas no será el Anticristo el único rey en la tierra, puesto que San Juan habla también de otros diez reyes que tendrán poder juntamente con la bestia, los cuales tienen un mismo consejo y darán su poder y su autoridad a la bestia (Ap. 17, 12-13).

Habrá entonces otras calamidades y plagas o castigos de Dios que describe San Juan en el capítulo 16, y habrá también grandes guerras. Porque los diez reyes y la bestia o el Anticristo, tomarán y asolarán é incendiarán la ciudad de Babilonia, metrópoli del vicio, la gran ciudad que tiene su reino sobre los reyes de la tierra y con la cual prevaricaron los reyes de la tierra (Ap. 17), cuya ruina y castigo se describe en Ap. 18. Por fin, se juntarán los reyes y el Anticristo para pelear contra el Cordero (Cristo) y el Cordero los vencerá porque Él es el Señor de los señores y el Rey de los reyes; y los que están con Él son llamados, escogidos y fieles (Ap. 17, 14).

Y así, dice San Juan que vio tres espíritus inmundos a manera de ranas que salieron de la boca del dragón y de la boca de la bestia y de la boca del pseudoprofeta, y que hacían señales para ir a los reyes de la tierra y de todo el mundo para congregarlos para la batalla de aquel gran día de Dios Todopoderoso. Y los congregó en el lugar que en hebreo se llama Armagedón (Har Mageddo: “montaña de Megido”).

No es probable que el Anticristo y los reyes y ejércitos se junten para pelear contra Cristo en su persona, puesto que Cristo estará aún en el cielo; sino más bien para pelear contra Cristo en la persona de sus siervos y seguidores; lo cual parece indicar que se habrá formado ya un núcleo de resistencia, de partidarios de Cristo contra el Anticristo. Probablemente se habrá formado este núcleo en Jerusalén, quizá entre los judíos convertidos por Elías, y esto parece indicarlo el profeta Zacarías, capítulos doce y catorce, pues dice que el Señor reunirá todas las gentes en batalla contra Jerusalén, y la ciudad será tomada y saqueadas sus casas y la mitad de la ciudad irá en cautiverio. Y saldrá el Señor y peleará con aquellas gentes como en el día de su batalla.

“Y se afirmarán sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos, que está en frente de Jerusalén al oriente; y el monte de los Olivos se partirá por en medio, hacia el oriente y hacia el occidente, haciendo un valle muy grande”; y luego añade: “Y acontecerá que en ese día no habrá luz clara, ni oscura. Será un día, el cual es conocido de Jehová, que no será ni día ni noche; pero sucederá que al caer la tarde habrá luz.” (Zac. 14, 4; 6-7).

Y esto mismo se insinúa en la profecía de Joel, capítulo 3, donde dice que el Señor juntará todas las gentes y las hará descender al valle de Josafat, a causa de su pueblo y de Israel, su heredad. Cuando, pues, el Anticristo con sus reyes y sus partidarios se junten para pelear contra el Cordero, esto es, contra los seguidores de Cristo, los judíos convertidos y sus auxiliares, entonces bajará el mismo Cristo para defender a los suyos, para vencer y quebrantar y derrocar al Anticristo, y entonces será la Parusía.

 

Señales próximas en el cielo

 

A estas señales próximas de la Parusía en el mundo o en la sociedad humana, se juntarán otras señales en el cielo, que predijo Cristo en su Evangelio y tráelas también Joel en su profecía. Y luego, después de la aflicción de aquellos días (la aflicción y persecución del Anticristo a la que alude el Señor en Mt. 24, 21-22), el sol se oscurecerá y la luna no dará su luz, y las estrellas caerán del cielo y las virtudes del cielo serán conmovidas (Mt. 24, 29; Mc. 13, 24-25). Señales semejantes antes del día del Señor las traen también Isaías y Joel en sus profecías (Is. 13, 9-11; Jl. 2, 30-31; 3, 15).

 

Carácter de la Parusía

 

Antes de hablar de la misma Parusía o Segunda Venida de Cristo, bueno es que examinemos el carácter y el fin de esta Venida. En la Sagrada Escritura suele esta Venida compararse con la siega, después de la cual se separa el trigo de la cizaña, como en la parábola de la cizaña (Mt. 13, 24-30; 36-43), y asimismo en Mc. 4, 26-29; y en el Apocalipsis se describe al Hijo del hombre que viene sobre las nubes con corona de oro en la cabeza y con una hoz en la mano como para segar (Ap. 14, 14-20).

Compárese con la trilla, y así San Juan nos pinta a Cristo con el ventalle en la mano para limpiar el trigo y separarlo de la paja (Mt. 3, 11-12). Compárese con la pesca, después de la cual se escogen los peces buenos y se separan de los malos, como en la parábola de la red (Mt. 13, 47-50) y en la segunda pesca milagrosa (Jn. 21, 6-11). Compárese a un banquete nupcial al que son convidados muchos, pero muchos se excusan, y del cual son excluidos los indignos, como en la parábola de los convidados (Mt. 22, 1-14; Lc. 14, 16-24; Ap. 19, 9) y en la de las vírgenes prudentes y necias (Mt. 25, 1-13). Compárese con un señor, un rey que se va a conquistar y a tomar posesión de su reino, y que vuelve y pide cuenta a sus siervos del empleo de los talentos que les dejó (Mt. 25, 14-30; Lc. 19, 12-27). Compárese a un pastor que discierne y separa su ganado, los cabritos de las ovejas (Mt. 25, 31-46). Descríbase, en fin, como una guerra contra los enemigos y rebeldes, como aparece en Mt. 22, 7; Lc. 19, 14-27, y más claramente en Joel 3, 2; 9-13; Zac. 14, 2-4, y en Ap. 19, 11-21. Tiene, pues, la Parusía o Venida de Cristo un triple aspecto o carácter:

1°) Carácter de juicio, de discreción y separación de buenos y malos, y de justa remuneración y retribución de unos y de otros, como en algunos de los textos ya citados y en algunos otros (Mt. 16 28; Rm. 2, 5-10; 1 Cor. 3, 13-15; 2 Cor. 5, 10; 2 Tes. 1, 7-10.

2°) Carácter de guerra para quebranto y destrucción de los malos.

3°) Carácter de auxilio y socorro y salvación para los buenos, como dice San Pablo en su carta a los Hebreos 9, 28. Cristo se ofreció una vez para quitar los pecados de muchos (en su primera Venida), la segunda vez sin pecado (esto es, sin ofrecerse por el pecado) aparecerá a los que esperan en Él para la salud.

De ahí es que el mismo Cristo propone su venida como un bien y motivo de consuelo para loa justos, como dice en San Lucas 21, 28. “Y cuando comenzaren a hacerse estas cosas (las señales próximas de la Parusía de que habló antes), mirad y alzad vuestras cabezas, porque ya está cerca vuestra redención… Mirad la higuera y todos los árboles. Cuando ya brotan, viéndolos, entendéis de ahí que ya está cerca el verano. Así también vosotros cuando viereis que acaecen estas cosas, sabed que ya está cerca el Reino de Dios.”

Según eso, pues, será la Parusía juicio o separación y debida retribución de los buenos y los malos; ruina y destrucción de los malos, un banquete de las bodas del Cordero Cristo Jesús con la Santa Iglesia su esposa, al que serán admitidos los buenos. Pero veamos más en particular los diversos pormenores de la Parusía.

 

Venida gloriosa de Cristo

 

La Parusía no es otra cosa, según dijimos, sino la segunda venida de Cristo. Vendrá Cristo Jesús del cielo adonde subió en su gloriosa ascensión (Act. 1, 9-11), mas no vendrá como vino la primera vez cuando el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, cuando nació de Santa María Virgen en el portal de Belén y fue reclinado en un pesebre, cuando, en fin, se hizo en todo semejante a los hombres menos en el pecado, de tal suerte que era tenido por el hijo del carpintero; antes vendrá y aparecerá con gloria, con la gloría y esplendor de su divinidad como Él mismo dijo a sus apóstoles. Y entonces, esto es, después que el sol se oscurecerá y la luna no dará su luz y las estrellas caerán, entonces aparecerá la señal del Hijo del hombre (probablemente la Cruz), y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria (Mt. 24, 30; Mc. 13, 26, y Lc. 21, 27); y lo mismo dijo el Señor a Caifás: “Desde ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra de la virtud de Dios y venir sobre las nubes del cielo” (Mt. 26, 64).

Y del mismo modo se describe la Venida de Cristo en Apocalipsis 1, 7 y en la primera carta a los Tesalonicenses 4, 16 donde dice San Pablo que el Señor, con voz de imperio y con voz de arcángel y con trompeta de Dios, descenderá del cielo. Pero entre todas campea la descripción que de esta Venida nos hace el Apóstol San Juan en el capítulo diecinueve del Apocalipsis, en donde lo describe como rey guerrero que va a pelear contra el Anticristo, que juntó sus tropas para pelear con el Cordero, según vimos antes.

Dice, pues, así: “Y vi el cielo abierto, y he aquí un caballo blanco, y el que estaba sentado en el caballo es llamado Fiel y Veraz, y con justicia juzga y pelea. Sus ojos como llama de fuego y sobre su cabeza muchas coronas y tiene un nombre escrito que nadie lo sabe sino Él, y estaba vestido de una ropa teñida en sangre, y llámase su nombre el Verbo de Dios, y los ejércitos del cielo le seguían, sobre caballos blancos, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, y de su boca sale una espada aguda, para herir con ella las gentes; y Él las regirá con vara de hierro, y Él pisa el lagar del vino del furor y de la ira de Dios Omnipotente, y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: Rey de reyes y Señor de los señores” (Ap. 19, 11-16).

 

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