JUAN PABLO II Y EL JUDIO RABINO ELIO TOAFF
LA ESCATOLOGÍA JUDAICA
Nota. No queremos comenzar este tema tan importante y
profundo sin antes poner ante nuestros ojos la doctrina de la Santa Iglesia
según la enseñanza de Santo Tomas de Aquino sobre un asunto que necesariamente
se verá en estos primeros artículos como lo es la resurrección de los muertos. Pido
a quien esto lea no perder de vista el presente articulo de Santo Tomas pues
solo de la mano de el no caeremos en los sofismas de este estudio tan profundo
de la “Judaización del cristianismo”.
Sobre el autor del libro muy poca biografía encontré si
alguien sabe mas de el les pido encarecidamente me lo hagan saber, su nombre es
FEDERICO RIVENERA CARLES escritor y ensayista de nacionalidad argentina.
LA RESURRECCIÓN DE LA CARNE.
155.—No sólo santifica el Espíritu Santo la Iglesia en cuanto a las
almas, sino que por su virtud resucitarán nuestros cuerpos. Rom 4, 24: "Creemos en Aquel que resucitó de entre
los muertos, Jesucristo Señor Nuestro". Y Cor 15, 21: "Porque habiendo venido por un hombre
la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos".
Por lo cual creemos, conforme a nuestra fe, en la futura resurrección de los
muertos.
156.—Cuatro cosas se pueden considerar acerca de
esto.
1. La primera es la utilidad que proviene de la fe en la resurrección.
2. La segunda son las cualidades de los resucitados, en cuanto a todos en general.
3. La tercera, cuáles serán las cualidades de
los buenos.
4. La cuarta, en cuanto a los malos en
especial.
157.—Acerca de lo primero debe saberse que de
cuatro maneras nos son útiles la fe y la
esperanza de la
resurrección.
a. En primer lugar, para que desaparezca la tristeza que abrigamos
por los muertos. Es
ciertamente imposible que el hombre no se duela por la muerte de un ser
querido; pero por esperar su resurrección, mucho se modera el dolor de su
muerte. I Tes 4, 13:
"Hermanos, no queremos que estéis en la ignorancia respecto de los
muertos, para que no os entristezcáis como los demás, que no tienen
esperanza".
158.— b. En
segundo lugar, se suprime el temor a la muerte. Porque si el hombre no espera otra vida mejor después de la
muerte, indudablemente debe ser muy temida la muerte, y el hombre debería hacer
cualquier mal con tal de no tropezar con la muerte. Pero como creemos (porque Dios lo ha revelado y la
resurrección de Jesucristo es ejemplar de la nuestra) que hay otra vida
mejor, a la cual llegaremos después de la muerte, es claro que nadie debe temer
la muerte, ni por temor a la muerte hacer algún mal.
Hebr 2, 14-15: "para aniquilar por
la muerte al señor de la muerte, esto es, al diablo, y libertar a cuantos, por
temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud".
159.— c. En
tercer lugar, nos hace solícitos y atentos en hacer el bien. Pues si la vida del hombre fuese tan sólo está
en que vivimos (como opinaron
erróneamente muchos hombres y ahora los modernistas), no habría en los hombres
gran aplicación en obrar bien, porque cualquier cosa que hiciesen sería poca
cosa por no ser su anhelo por un bien limitado conforme a un tiempo determinado
sino por la eternidad.(Así como algunos herejes negaron
naturaleza divina en Jesucristo, otros negaron su naturaleza humana en la única
persona de Jesucristo hoy os modernistas también niegan todo esto y eso también
opinan del alma y el cuerpo en nuestras personas en cuanto a su inmortalidad
como ya veremos) Pero como
creemos que, por lo que aquí hacemos, recibiremos los bienes eternos en la
resurrección, tratamos de obrar bien. I .Cor 15, 19: "Si solamente para esta vida
tenemos puesta nuestra esperanza en
Cristo, somos los más desgraciados de
todos los hombres".
160.—En
cuarto lugar, nos aparta del mal. En efecto, así como la esperanza del premio incita a obrar bien,
así también el temor a la pena, que creemos se reserva para los malos, nos
aparta del mal. Juan 5, 29:
"Y los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida; pero los que
hayan hecho el mal, para la resurrección de condenación".
161.—Acerca de lo segundo debemos saber que en cuanto a todos habrá
una cuádruple condición.
La primera es en cuanto a la identidad de los cuerpos que resucitarán. Porque el mismo cuerpo que ahora es,
con su carne y sus huesos resucitará, aunque algunos dijeron que este cuerpo que ahora se corrompe no
resucitará, lo cual es contra lo que dice el Apóstol. (admito
y lo declaro con pena y dolor haber mantenido durante mucho tiempo la tesis
contraria, es decir, que resucitaremos con otro cuerpo y no con este mismo y
con ello predicaba la doctrina modernista sobre este tema)
Pues dice en I Cor 15, 53: "En efecto, es necesario que este
ser corruptible se revista de incorruptibilidad". Y la Sagrada Escritura dice que por el poder
de Dios el mismo cuerpo resurgirá a la vida, el que en este momento poseemos
los que aún estamos vivos: Job 19, 26: "De nuevo seré recubierto con mi piel, y con mi carne veré a
Dios".
162.—La segunda condición será en cuanto a la cualidad, porque los
cuerpos de los resucitados serán de cualidad distinta de la que ahora son:
porque lo mismo en cuanto a los bienaventurados que en cuanto a los malos, los
cuerpos serán incorruptibles, porque los buenos estarán siempre en la gloria, y
los malos siempre en sus tormentos. I Cor 15, 53: "Es necesario que este ser
corruptible se revista de incorruptibilidad, y que este ser mortal se revista
de inmortalidad". Y como el cuerpo será incorruptible e
inmortal, no habrá uso de alimentos ni de unión sexual. Mt 22, 30: "En
la resurrección no se tomará ni mujer ni
marido, sino que serán como los ángeles de Dios en el cielo". Y esto es
contra lo que dicen judíos y sarracenos. Job 7, 10: "No volverá más a su casa".
163.—La tercera condición es en cuanto a la integridad, porque todos,
buenos y malos, resucitarán con toda la integridad que pertenece a la
perfección del hombre; así es que no habrá allí ni ciego ni cojo, ni defecto
alguno. Dice el Apóstol en I Cor 15, 52: "Los muertos resucitarán
incorruptibles", esto es, sin que puedan padecer las actuales
corrupciones.
164.—La cuarta condición es en cuanto a la edad, porque todos
resucitarán en la edad perfecta, o sea, de treinta y tres o treinta y dos años.
La razón de ello es que los que no llegaron a ella no tienen la edad perfecta,
y los ancianos la pasaron ya, por lo cual a los jóvenes y a los niños se les
agrega los que les falta, y a los ancianos se les restituye. Ef 4, 13:
"Hasta que lleguemos todos al estado de hombre perfecto, a la medida de la
edad de la plenitud de Cristo".
165.—Acerca de lo tercero debemos saber que en cuanto a los buenos
será una gloria especial, porque los santos tendrán cuerpos glorificados en los
que habrá una cuádruple condición.
La primera es la claridad: Mt 13, 43: "Los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre".
La segunda es la
impasibilidad: I Cor 15, 43: "Se siembra (el cuerpo) en
la vileza, y resucitará en la gloria"; Apoc 21,4: "Enjugará Dios toda
lágrima de los ojos de ellos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gemidos,
ni dolor porque el primer estado habrá pasado". La tercera es la agilidad: Sab 3,7: "Los justos resplandecerán, se
propagarán como chispas en rastrojo". La cuarta es la sutileza: I Cor 15, 44:
"Se siembra un cuerpo animal, resucita un
cuerpo espiritual": no que sea completamente espíritu, sino que estará
totalmente sujeto al espíritu.
166.—Acerca de lo cuarto debemos saber que la condición de los
condenados será contraria a la condición de los bienaventurados, porque en
ellos habrá un castigo eterno, en el cual se dará una cuádruple mala condición.
En efecto, sus cuerpos serán oscuros: Isaías 13, 8: "Son los suyos rostros
calcinados". Además, serán pasibles, aunque nunca se corromperán, porque arderán
eternamente en el fuego y nunca serán consumidos: Isaías 66, 24: "Su
gusano no morirá, su fuego no se apagará". Además, serán
pesados, pues sus
almas estarán allí como encadenadas: Salmo 149, 8: "Para trabar con
grillos a sus reyes". Además, sus almas y sus cuerpos
serán de cierta manera carnales: Joel I, 17: "Se pudrirán las bestias de
carga en sus inmundicias".
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