S.S. Gregorio XVI
Mas
habiendo tomado ya posesión del Pontificado en la Basílica de Letrán, según la
costumbre establecida por Nuestros mayores, lo que habíamos retrasado por las
causas predichas, sin dar lugar a más dilaciones, Nos apresuramos a dirigiros
la presente Carta, testimonio de Nuestro afecto para con vosotros, en este
gratísimo día en que celebramos la solemne fiesta de la gloriosa Asunción de la
Santísima Virgen, para que Aquella misma, que Nos fue patrona y salvadora en
las mayores calamidades, Nos sea propicia al escribiros, iluminando Nuestra
mente con celestial inspiración para daros los consejos que más saludables
puedan ser para la grey cristiana.
1.1. Los males actuales
2.
Tristes, en verdad, y con muy apenado animo Nos dirigimos a vosotros, a quienes
vemos llenos de angustia al considerar los peligros de los tiempos que corren
para la religión que tanto amáis. Verdaderamente, pudiéramos decir que esta es
la hora del poder de las tinieblas para cribar, como trigo, a los hijos de
elección 3. Sí la tierra está en duelo y perece, inficionada por la corrupción
de sus habitantes, porque han violado las leyes, han alterado el derecho, han
roto la alianza eterna 4. Nos referimos, Venerables Hermanos, a las cosas que
veis con vuestros mismos ojos y que todos lloramos con las mismas lágrimas. Es
el triunfo de una malicia sin freno, de una ciencia sin pudor, de una
disolución sin límite. Se desprecia la santidad de las cosas sagradas; y la
majestad del divino culto, que es tan poderosa como necesaria, es censurada,
profanada y escarnecida: De ahí que se corrompa la santa doctrina y que se
diseminen con audacia errores de todo género. Ni las leyes sagradas, ni los
derechos, ni las instituciones, ni las santas enseñanzas están a salvo de los
ataques de las lenguas malvadas.
Se
combate tenazmente a la Sede de Pedro, en la que puso Cristo el fundamento de
la Iglesia, y se quebrantan y se rompen por momentos los vínculos de la unidad.
Se impugna la autoridad divina de la Iglesia y, conculcados sus derechos, se la
somete a razones terrenas, y, con suma injusticia, la hacen objeto del odio de
los pueblos reduciéndola a torpe servidumbre.
1.2. Los Obispos y la Cátedra de Pedro 3
Se
niega la obediencia debida a los Obispos, se les desconocen sus derechos.
Universidades
y escuelas resuenan con el clamoroso estruendo de nuevas opiniones, que no ya
ocultamente y con subterfugios, sino con cruda y nefaria guerra impugnan abiertamente
la fe católica. Corrompidos los corazones de los jóvenes por la doctrina y
ejemplos de los maestros, crecieron sin medida el daño de la religión y la
perversidad de costumbres. De aquí que roto el freno de la religión santísima,
por la que solamente subsisten los reinos y se confirma el vigor de toda
potestad, vemos avanzar progresivamente la ruina del orden público, la caída de
los príncipes, y la destrucción de todo poder legítimo. Debemos buscar el
origen de tantas calamidades en la conspiración de aquellas sociedades a las
que, como a una inmensa sentina, ha venido a parar cuanto de sacrílego,
subversivo y blasfemo habían acumulado la herejía y las más perversas sectas de
todos los tiempos.
1.2. Los Obispos y la Cátedra de Pedro
3.
Estos males, Venerables Hermanos, y muchos otros mas, quizá más graves,
enumerar los cuales ahora sería muy largo, pero que perfectamente conocéis
vosotros, Nos obligan a sentir un dolor amargo y constante, ya que,
constituidos en la Cátedra del Príncipe de los Apóstoles, preciso es que el
celo de la casa de Dios Nos consuma como a nadie. Y, al reconocer que se ha
llegado a tal punto que ya no Nos basta el deplorar tantos males, sino que
hemos de esforzarnos por remediarlos con todas nuestras fuerzas, acudimos a la ayuda
de vuestra fe e invocamos vuestra solicitud por la salvación de la grey
católica, Venerables Hermanos, porque vuestra bien conocida virtud y
religiosidad, así como vuestra singular prudencia y constante vigilancia, Nos
dan nuevo animo, Nos consuelan y aun Nos recrean en medio de estos tiempos tan
tristes como desgarradores.
Deber
Nuestro es alzar la voz y poner todos los medios para que ni el selvático
jabalí destruya la viña, ni los rapaces lobos sacrifiquen el rebaño. A Nos
pertenece el conducir las ovejas tan solo a pastos saludables, sin mancha de
peligro alguno. No permita Dios, carísimos Hermanos, que en medio de males tan
grandes y entre tamaños peligros, falten los pastores a su deber y que, llenos
de miedo, abandonen a sus ovejas, o que, despreocupados del cuidado de su grey,
se entreguen a un perezoso descanso. Defendamos, pues, con plena unidad del
mismo espíritu, la causa que nos es común, o mejor dicho, la causa de Dios, y
mancomunemos vigilancia y esfuerzos en la lucha contra el enemigo común, en
beneficio del pueblo cristiano.
4.
Bien cumpliréis vuestro deber si, como lo exige vuestro oficio, vigiláis tanto
sobre vosotros como sobre vuestra doctrina, teniendo presente siempre, que toda
la Iglesia sufre con cualquier novedad 5, y que, según consejo del pontífice
San Agatón, nada debe quitarse de cuanto ha sido definido, nada mudarse, nada
añadirse, sino que debe conservarse puro tanto en la palabra como en el sentido
6. Firme e inconmovible se mantendrá así la unidad, arraigada como en su
fundamento en la Cátedra de Pedro para que todos encuentren baluarte, seguridad,
puerto tranquilo y tesoro de innumerables bienes allí mismo donde las Iglesias
todas tienen la fuente de todos sus derechos 7. Para reprimir, pues, la audacia
de aquellos que, ora intenten infringir los derechos de esta Sede, ora romper
la unión de las Iglesias con la misma, en la que solamente se apoyan y
vigorizan, es preciso inculcar un profundo sentimiento de sincera confianza y
veneración hacia ella, clamando con San Cipriano, que en vano alardea de estar
en la Iglesia el que abandona la Cátedra de Pedro, sobre la cual está fundada
la Iglesia 8 .
5.
Debéis, pues, trabajar y vigilar asiduamente para guardar el depósito de la fe,
precisamente en medio de esa conspiración de impíos, cuyos esfuerzos para
saquearlo y arruinarlo contemplamos con dolor. Tengan todos presente que el
juzgar de la sana doctrina, que los pueblos han de creer, y el régimen y
administración de la Iglesia universal toca al Romano Pontífice, a quien Cristo
le dio plena potestad de apacentar, regir y gobernar la Iglesia universal, según
enseñaron los Padres del Concilio de Florencia 9 . Por lo tanto, cada Obispo
debe adherirse fielmente a la Cátedra de Pedro, guardar santa y religiosamente
el depósito de la santa fe y gobernar el rebaño de Dios que le haya sido
encomendado. Los presbíteros estén sujetos a los Obispos, considerándolos,
según aconseja San Jerónimo, como padre de sus almas 10; y jamás olviden que
aun la legislación más antigua les prohíbe desempeñar ministerio alguno,
enseñar y predicar sin licencia del Obispo, a cuyo cuidado se ha encomendado el
pueblo, y a quien se pedirá razón de las almas 11 .
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