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viernes, 3 de enero de 2020

TRATADO DE PERFECCION Y VIRTUDES CRISTIANAS. P. ALONSO RODREIGUEZ


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Santa Rosa de Lima tentada por el demonioi

Así como vemos que pasa uno seguramente por un madero angosto cuando está en el suelo; pero cuando el madero está en alto, el temor le hace que no vaya por allí seguro, sino con grande peligro de caer; porque con el temor recógese la sangre al corazón, y como quedan los miembros destituidos de virtud, va con gran peligro y viene a caer; eso hace también el temor y pusilanimidad en las tentaciones, y así conviene no andar con demasiados temores en estas cosas, ni hacer mucho caso de ellas, porque así se suelen olvidar más presto. Pero nota aquí Gerson y otros, que aunque no es bueno entonces este temor particular, pero que es bueno y muy provechoso el temor del pecado en general, pidiendo a Dios: Señor, no permitáis que jamás me aparte de Vos (1); y haciendo algunos actos de antes morir mil muertes, que hacer un pecado mortal, sin pensar ni acordarse en particular de aquella tentación que entonces le combate.
Añado a lo dicho otro punto, que encomiendan aquí mucho los Santos, y servirá de medio general contra todo género de tentaciones interiores: y es, cuando nos viene el pensamiento malo, procurar divertir el entendimiento a algún pensamiento o consideración buena, como de la muerte  de Cristo crucificado o a otra cosa semejante. Y esto no ha de ser haciendo fuerza con la imaginación, ni congojándose y fatigándose, sino sólo procurando hurtar el cuerpo, como dicen, al mal pensamiento, y emplear en el bueno; como cuando uno anda por hablar a otro, y el otro nunca se desocupa para ello, ni le da lugar; o como cuando le dicen a un hombre cuerdo algunas cosas impertinentes, y vuelve la cabeza a otra parte, no curando de responder ni atender a aquello. Este es muy buen modo de resistir a estas tentaciones, y muy fácil y seguro; porque mientras estuviéramos en el pensamiento bueno, muy lejos estaremos de consentir en el malo.
Para esto ayudará mucho el cavar y ahondar uno en la oración en algunas cosas que le suelen mover más, haciéndoselas muy familiares; porque con esto, cuando es fatigado y molestado de algunas tentaciones y malos pensamientos, luego halla allí guarida.
Y así, es bien que cada uno tenga para esto algunos lugares de refugio donde se pueda acoger en semejantes aprietos, como quien se acoge a sagrado. Unos se acogen a las llagas de Cristo, especialmente a la del costado, y se hallan allí muy bien guarecidos (1). Otros se hallan bien acordándose de la muerte y del juicio o infierno (2). Cada uno eche mano de lo que más le aprovechare y moviere, y procure haber ahondado y cavado bien en alguna cosa de estas, para que así pueda tener fácil recurso, y hallar luego entrada y guarida en ella en semejante tiempo.
Cuenta Esmaradgo abad (3) una cosa muy graciosa a este propósito, pero provechosa. Dice que un religioso vio que estaban una vez dos demonios platicando entre sí: a tí, ¿cómo te va con tu monje? decía el uno; a mí muy bien, porque le pongo el pensamiento, y luego para y se pone a pensar en él, y torna a hacer reflexión cómo fue aquel pensamiento, si me detuve, si tuve yo alguna culpa en ello, si resistí, si consentí, de dónde me vino esto, si di yo alguna causa para ello, si hice todo lo que pude. Y con aquello le traigo al retortero y medio loco. Muy bien le va al demonio cuando uno se pone a razones y en demandas y respuestas con la tentación, porque no le faltarán a él argumento ni réplicas. Dice el otro: a mí me va muy mal con mi monje; porque en representándole el mal pensamiento, luego acude a Dios, o a otro buen pensamiento, o se levanta de la silla y toma alguna ocupación para no pensar en aquello ni hacer caso de ello; y así no le puedo entrar. Este es muy buen modo de resistir a estas tentaciones y pensamientos: no los deja entrar ni responder a ellos; ni ponerse a razonar con la tentación, sino volver la cabeza y huirle el rostro, y no hacer caso de ella. Y cuando este huir y no querer escuchar, es volviendo la cabeza a algún buen pensamiento, como habernos dicho, es mejor; y cuando eso no bastare, es bueno tomar alguna ocupación exterior.

CAPÍTULO XXI
Que en diferentes tentaciones, diferentemente nos habernos de haber en el modo de resistir.

San Juan Clímaco, tratando de la discreción, dice (1) que en diferentes tentaciones nos habernos de haber diferentemente en el modo de resistir; porque hay algunos vicios que de su naturaleza son desabridos y penosos, como es la ira, la envidia, el rencor, el odio, el deseo de venganza, la impaciencia, la indignación, la amargura de corazón, la tristeza, la contienda y otros tales. Otros vicios hay que traen consigo deleite, como son los pecados carnales, el comer, el beber, el jugar, el reír, el parlar, y otros gustos y contentamientos sensuales; y porque estos segundos vicios, cuanto más los miramos y ponemos los ojos en ellos, tanto más atraen nuestro corazón y le llevan en pos de sí, dice que habernos de pelear contra ellos huyendo, que es apartándonos de las ocasiones y desviando la vista y la memoria y consideración de ellos con toda presteza. Pero en los otros vicios primeros, habernos de pelear luchando contra ellos, mirando atentamente la naturaleza, malicia y fealdad de ellos, para poder mejor vencerlos, lo cual se hace con menos peligro, por no ser tan pegajosos, aunque a la ira y deseo de venganza, dice, que es menester    también hurtarle el cuerpo, no pensando cosas que nos puedan incitar a ella.
Esta misma doctrina ponen Casiano y San Buenaventura, y añaden (1) que en los primeros vicios puede uno desear ejercitarse y buscar loablemente ocasiones de pelear contra ellos; como conversando y tratando con los que le persiguen y ofenden, para aprender paciencia, y sujetándose  quien en lodo le quiebre la voluntad, para aprender a obedecer y a ser humilde.
Pero en los vicios carnales, sería indiscreción y cosa muy peligrosa desear estas tentaciones y ponerse en ocasiones de ellas. Y así Cristo nuestro Redentor no permitió ser tentado de este vicio, para enseñarnos que en tentación semejante no nos habernos nosotros de poner, aunque sea con esperanza de mayor premio y triunfo; porque este vicio es muy connatural al hombre, y como trae consigo mezclada tanta delectación, no sólo e n la voluntad sino en el mismo cuerpo, es más fácil y más peligrosa su entrada.
Trae San Buenaventura una buena comparación para declarar esto: así como cuando el enemigo tiene dentro de la ciudad que combate algunos que le favorecen, más fácilmente la entra y la rinde: así el demonio nuestro enemigo tiene acá dentro quien le favorezca muy particularmente en esta tentación, que es nuestro cuerpo, por el deleite grande que de ello le cabe, conforme a aquello de San Pablo; *Cualquier otro pecado que el hombre cometiere, está fuera del cuerpo (1).* En los demás pecados no tiene tanta parte el cuerpo; pero en este tiene mucha, y por eso conviene mucho apartarnos de las ocasiones, y huir y desechar luego con diligencia los pensamientos e imaginaciones que nos vienen de estas cosas; y así añadió allí el Apóstol: Huid la fornicación (2). Huyendo se ha de resistir y vencer esta tentación. De esta manera declaran Casiano y Santo Tomas este lugar.
Cuéntase en las Crónicas de la Orden de San Francisco (3), que estando una vez juntos en plática espiritual fray Gil, fray Rufino, fray Simón de Asís, y fray Junípero, dijo fray Gil a los otros: Hermanos, ¿cómo os armáis y resistís a las tentaciones de la sensualidad? Respondió fray Simón: Yo, hermano, considero la vileza y torpeza del pecado, y cuán aborrecible es, no sólo a Dios, más aun a los hombres; los cuales, por malos que sean, se esconden y encubren para que no sean vistos cometer un pecado sensual.
Y de esta consideración me viene un grande enojo y aborrecimiento, y así escapo de la tentación. Fray Rufino dijo: Yo póstrome en tierra, y con muchas lágrimas llamo la clemencia de Dios y de nuestra Señora, hasta que me siento perfectamente libre. Fray Junípero dijo: Cuando yo siento las tales tentaciones diabólicas, y oigo su entrada e n los sentidos de la carne, luego en esa hora cierro fuertemente las puertas del corazón, y pongo mucha gente de santas meditaciones y buenos deseos para guarda segura de él. Y cuando aquellas sugestiones de los enemigos llegan y combaten la puerta, respondo yo, como de dentro, no les abriendo en ninguna manera: afuera, afuera, que la posada está tomada y por eso no podéis entrar acá: y así nunca doy entrada a aquella gente ruin, y ella vencida y confusa, vase. Fray Gil, habiendo oído a todos, respondió: A tí me atengo, Fray Junípero, porque con este vicio más seguramente pelea el hombre huyendo.


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