Santa Rosa de Lima tentada por el demonioi
Así como vemos que pasa uno seguramente por un madero angosto cuando
está en el suelo; pero cuando el madero está en alto, el temor le hace que no
vaya por allí seguro, sino con grande peligro de caer; porque con el temor
recógese la sangre al corazón, y como quedan los miembros destituidos de
virtud, va con gran peligro y viene a caer; eso hace también el temor y
pusilanimidad en las tentaciones, y así conviene no andar con demasiados
temores en estas cosas, ni hacer mucho caso de ellas, porque así se suelen
olvidar más presto. Pero nota aquí Gerson y otros, que aunque no es bueno
entonces este temor particular, pero que es bueno y muy provechoso el temor del
pecado en general, pidiendo a Dios: Señor, no permitáis que jamás me aparte de
Vos (1); y haciendo algunos actos de antes morir mil muertes, que hacer un
pecado mortal, sin pensar ni acordarse en particular de aquella tentación que
entonces le combate.
Añado a lo dicho otro punto, que encomiendan aquí mucho los Santos, y
servirá de medio general contra todo género de tentaciones interiores: y es,
cuando nos viene el pensamiento malo, procurar divertir el entendimiento a
algún pensamiento o consideración buena, como de la muerte de Cristo crucificado o a otra cosa
semejante. Y esto no ha de ser haciendo fuerza con la imaginación, ni
congojándose y fatigándose, sino sólo procurando hurtar el cuerpo, como dicen,
al mal pensamiento, y emplear en el bueno; como cuando uno anda por hablar a
otro, y el otro nunca se desocupa para ello, ni le da lugar; o como cuando le
dicen a un hombre cuerdo algunas cosas impertinentes, y vuelve la cabeza a otra
parte, no curando de responder ni atender a aquello. Este es muy buen modo de
resistir a estas tentaciones, y muy fácil y seguro; porque mientras
estuviéramos en el pensamiento bueno, muy lejos estaremos de consentir en el
malo.
Para esto ayudará mucho el cavar y ahondar uno en la oración en
algunas cosas que le suelen mover más, haciéndoselas muy familiares; porque con
esto, cuando es fatigado y molestado de algunas tentaciones y malos
pensamientos, luego halla allí guarida.
Y así, es bien que cada uno tenga para esto algunos lugares de refugio
donde se pueda acoger en semejantes aprietos, como quien se acoge a sagrado.
Unos se acogen a las llagas de Cristo, especialmente a la del costado, y se
hallan allí muy bien guarecidos (1). Otros se hallan bien acordándose de la muerte y del juicio o infierno
(2). Cada uno eche mano de lo que más le aprovechare y moviere, y procure haber
ahondado y cavado bien en alguna cosa de estas, para que así pueda tener fácil
recurso, y hallar luego entrada y guarida en ella en semejante tiempo.
Cuenta Esmaradgo abad (3) una cosa muy graciosa a este propósito, pero
provechosa. Dice que un religioso vio que estaban una vez dos demonios
platicando entre sí: a tí, ¿cómo te va con tu monje? decía el uno; a mí muy
bien, porque le pongo el pensamiento, y luego para y se pone a pensar en él, y
torna a hacer reflexión cómo fue aquel pensamiento, si me detuve, si tuve yo
alguna culpa en ello, si resistí, si consentí, de dónde me vino esto, si di yo
alguna causa para ello, si hice todo lo que pude. Y con aquello le traigo al
retortero y medio loco. Muy bien le va al demonio cuando uno se pone a razones
y en demandas y respuestas con la tentación, porque no le faltarán a él
argumento ni réplicas. Dice el otro: a mí me va muy mal con mi monje; porque en
representándole el mal pensamiento, luego acude a Dios, o a otro buen
pensamiento, o se levanta de la silla y toma alguna ocupación para no pensar en
aquello ni hacer caso de ello; y así no le puedo entrar. Este es muy buen modo
de resistir a estas tentaciones y pensamientos: no los deja entrar ni responder a ellos; ni ponerse a razonar con la tentación, sino volver la cabeza y huirle
el rostro, y no hacer caso de ella. Y cuando este huir y no querer escuchar, es
volviendo la cabeza a algún buen pensamiento, como habernos dicho, es mejor; y
cuando eso no bastare, es bueno tomar alguna ocupación exterior.
CAPÍTULO XXI
Que en diferentes tentaciones, diferentemente nos habernos
de haber en el modo de resistir.
San Juan Clímaco, tratando de la discreción, dice (1) que en
diferentes tentaciones nos habernos de haber diferentemente en el modo de
resistir; porque hay algunos vicios que de su naturaleza son desabridos y
penosos, como es la ira, la envidia, el rencor, el odio, el deseo de venganza,
la impaciencia, la indignación, la amargura de corazón, la tristeza, la
contienda y otros tales. Otros vicios hay que traen consigo deleite, como son
los pecados carnales, el comer, el beber, el jugar, el reír, el parlar, y otros
gustos y contentamientos sensuales; y porque estos segundos vicios, cuanto más
los miramos y ponemos los ojos en ellos, tanto más atraen nuestro corazón y le
llevan en pos de sí, dice que habernos de pelear contra ellos huyendo, que es
apartándonos de las ocasiones y desviando la vista y la memoria y consideración
de ellos con toda presteza. Pero en los otros vicios primeros, habernos de
pelear luchando contra ellos, mirando atentamente la naturaleza, malicia y
fealdad de ellos, para poder mejor vencerlos, lo cual se hace con menos peligro,
por no ser tan pegajosos, aunque a la ira y deseo de venganza, dice, que es
menester también hurtarle el cuerpo,
no pensando cosas que nos puedan incitar a ella.
Esta misma doctrina ponen Casiano y San Buenaventura, y añaden (1) que
en los primeros vicios puede uno desear ejercitarse y buscar loablemente
ocasiones de pelear contra ellos; como conversando y tratando con los que le
persiguen y ofenden, para aprender paciencia, y sujetándose quien en lodo le quiebre la voluntad, para
aprender a obedecer y a ser humilde.
Pero en los vicios carnales, sería indiscreción y cosa muy peligrosa
desear estas tentaciones y ponerse en ocasiones de ellas. Y así Cristo nuestro
Redentor no permitió ser tentado de este vicio, para enseñarnos que en
tentación semejante no nos habernos nosotros de poner, aunque sea con esperanza
de mayor premio y triunfo; porque este vicio es muy connatural al hombre, y
como trae consigo mezclada tanta delectación, no sólo e n la voluntad sino en
el mismo cuerpo, es más fácil y más peligrosa su entrada.
Trae San Buenaventura una buena comparación para declarar esto: así
como cuando el enemigo tiene dentro de la ciudad que combate algunos que le
favorecen, más fácilmente la entra y la rinde: así el demonio nuestro enemigo
tiene acá dentro quien le favorezca muy particularmente en esta tentación, que
es nuestro cuerpo, por el deleite grande que de ello le cabe, conforme a
aquello de San Pablo; *Cualquier otro pecado que el hombre cometiere, está
fuera del cuerpo (1).* En los demás pecados no tiene tanta parte el cuerpo;
pero en este tiene mucha, y por eso conviene mucho apartarnos de las ocasiones,
y huir y desechar luego con diligencia los pensamientos e imaginaciones que nos
vienen de estas cosas; y así añadió allí el Apóstol: Huid la fornicación (2).
Huyendo se ha de resistir y vencer esta tentación. De esta manera declaran
Casiano y Santo Tomas este lugar.
Cuéntase en las Crónicas de la Orden de San Francisco (3), que estando
una vez juntos en plática espiritual fray Gil, fray Rufino, fray Simón de Asís,
y fray Junípero, dijo fray Gil a los otros: Hermanos, ¿cómo os armáis y
resistís a las tentaciones de la sensualidad? Respondió fray Simón: Yo,
hermano, considero la vileza y torpeza del pecado, y cuán aborrecible es, no
sólo a Dios, más aun a los hombres; los cuales, por malos que sean, se esconden
y encubren para que no sean vistos cometer un pecado sensual.
Y de esta consideración me viene un grande enojo y aborrecimiento, y
así escapo de la tentación. Fray Rufino dijo: Yo póstrome en tierra, y con
muchas lágrimas llamo la clemencia de Dios y de nuestra Señora, hasta que me
siento perfectamente libre. Fray Junípero dijo: Cuando yo siento las tales
tentaciones diabólicas, y oigo su entrada e n los sentidos de la carne, luego
en esa hora cierro fuertemente las puertas del corazón, y pongo mucha gente de
santas meditaciones y buenos deseos para guarda segura de él. Y cuando aquellas
sugestiones de los enemigos llegan y combaten la puerta, respondo yo, como de
dentro, no les abriendo en ninguna manera: afuera, afuera, que la posada está
tomada y por eso no podéis entrar acá: y así nunca doy entrada a aquella gente
ruin, y ella vencida y confusa, vase. Fray Gil, habiendo oído a todos,
respondió: A tí me atengo, Fray Junípero, porque con este vicio más seguramente
pelea el hombre huyendo.
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