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domingo, 5 de enero de 2020

DOS REFLEXIONES SOBRE LA FESTIVIDAD DE LOS SANTOS REYES MAGOS MAGOS


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PRIMERA REFLEXION

Dónde está el rey de los judíos que ha nacido, etc.

Os he dicho hoy que en estas palabras se muestra la fe de los nobles Reyes, primeros cristianos, los cuales fueron, de entre los gentiles, las primicias de la fe cristiana; y se muestra su fe en cuanto al acto intrínseco, en cuanto al acto previo y en cuanto al acto subsiguiente. El acto intrínseco consiste en buscar; y esto se indica al decir: ¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Y os decía cómo los Reyes buscaban al rey de los judíos, niño, pobrecillo y reputado por nada; buscaban, digo, al rey niño, pequeño infante por la generación materna, pero eterno por la generación paterna; buscaban al rey pobrecillo, desnudo de todos los bienes transitorios, pero opulento por la herencia sin término; buscaban, en fin, al rey reputado por nada, despreciado por su estado pasible por condescendencia pero glorioso por su potencia triunfante sobre todos. Por eso fue necesario que creyeran con la fe de otra manera de la que veían con los ojos, pues no les era dado alcanzar el misterio mediante los sentidos.
Por eso dignóse el Señor venir por medio de los milagros en ayuda de los Reyes, los cuales llegaron al acto previo de la fe por la visión de la estrella; y esto se indica cuando se dice: Vimos su estrella en oriente. Cosa cierta es que tal estrella no era de las que están fijas en el firmamento, ni tampoco alguna de las estrellas movibles; pues se hallaba cerca de los Magos, y era tan grande, que pudiese ser guiados en el camino, por lo cual fue preciso que apareciera, no por virtud natural, sino sobrenatural. Caminaban los Magos; la estrella iba delante de ellos y se paraba. Es verdad, y no lo negamos, que el autor de la naturaleza usa de la misma en cosas que están a su alcance. Pero cuando la naturaleza es incapaz para producir un efecto, como en nuestro caso, entonces da origen a las estrellas por virtud sobrenaturalmente divina. Hay cinco géneros de cometas, y no se producen por el sol ni por las estrellas; y hay nueve clases de estrellas, entre las cuales la octava, llamada rosa, es hermosísima, la cual, a lo que dicen los filósofos, es grande y rubicunda, con figura de hombre y color semejante al de la plata en aleación con el oro. Y que tal estrella fuese la aparecida en el oriente; parece sufragado San Juan Crisóstomo; pero es imposible que se produjera naturalmente; por lo que se ha de tener que los ángeles suplían lo que no podía producir la naturaleza y esa estrella apareció, no sólo para los Magos, sino también para esclarecer el misterio que ilustra a todo el mundo.
Ahora es enseñado todo el mundo por el misterio de la estrella; son ilustrados, digo, los que siguen la ruta de la estrella, la cual es, no es ruta natural, sino evangélica; y así como los Magos fueron dirigidos por la estrella natural, así nosotros lo se remos por la estrella espiritual. Y así digo que la estrella indujo a los Magos a presentarse ante Cristo, los condujo a Cristo y los redujo a Cristo. Y que los indujese se da a entender cuando se dice: Hemos visto su estrella en el oriente. Y que los condujese, se insinúa con estas palabras: La estrella iba delante de ellos hasta que llegando se paró delante donde estaba el niño. Y que los redujese, se indica diciendo: Y viendo la estrella, se regocijaron en gran manera. Y entrando en casa, hallaron al niño, etc. Esta estrella, por consiguiente, induce, conduce y reduce. Pero esta estrella no es sino una figura de la estrella espiritual, que también nos induce a ir a Cristo, nos conduce a Cristo y nos reduce a Cristo. La estrella que nos induce a la presencia de Cristo, es significada por la estrella de la mañana, de la cual, si de alguna, tuvo origen la estrella aparecida a los Magos; y bien podemos decir que la estrella externa es la que nos induce a presentamos ante Cristo; la estrella superior es la que nos conduce a Cristo.
La estrella exterior, cuya virtud nos induce a la presencia de Cristo, es la Sagrada Escritura; la estrella superior, a la que compete conducimos a Cristo, es la santa y bendita Virgen María; y la estrella interior, que nos reduce a Cristo, es la gracia del Espíritu Santo. Estas tres estrellas nos llevan como de la mano a la presencia de Cristo.

Viniendo a lo primero, se ha de decir que la estrella que nos induce a ir donde está Cristo, es la Sagrada Escritura, de la cual se dice en el Eclesiástico: Brilla como el lucero de la mañana, en medio de la niebla, y como la luna llena en sus días, etc. La Escritura se halla en medio de la niebla, es decir, en medio de la obscuridad de la ignorancia humana, Puesto que no podemos ver las cosas superiores, tampoco podemos ver la faz divina de Cristo; de ahí que sea requisito necesario para verla la dirección de la luz celestial; y esta luz es la Sagrada Escritura, luz del cielo, traída por los Ángeles a los Patriarcas, Profetas y Apóstoles. Esta es la luz que hemos de mirar; y de ella dice San Pedro, II Canónica: Y aún tenemos más firme la palabra de los profetas; la cual hacéis bien en atender como a una antorcha que luce en un lugar tenebroso. Necesitamos la luz de la Sagrada Escritura, hasta que brille el día de la eternidad.
La Sagrada Escritura es luz legal en los Patriarcas, profética en los Profetas, y evangélica en los Apóstoles. En los Patriarcas hay brillo de méritos, en los Profetas brillo de méritos y de milagros, y en los Apóstoles brillo de méritos, de milagros y de martirio.
Los Patriarcas tuvieron claridad de visión intelectual solamente los Profetas, claridad de visión intelectual junto con la imaginaria; y los Apóstoles, claridad de visión intelectual e imaginaria, unida con la visión cierta, corporal, digo, no espiritual; por lo cual dice el Señor: Porque me has visto, Tomás, has creído; y en la epístola primera de San Juan: Lo que vimos con nuestros ojos y lo que palparon nuestras manos del Verbo de la vida, etc., os lo anunciamos. Junta el brillo de los méritos de los milagros y martirios con la claridad de la visión intelectual imaginaria y patente a los sentidos; junta digo, en una estas seis
Excelencias y su concierto amigable, y tendrás la certeza de la autoridad, que será siempre indefectible para ti. Esta es la estrella fructuosísima, por la que podemos ir a Cristo. Dice el papa San León: "Cuando vamos a considerar el misterio del Hijo de Dios, nacido de la Virgen, ahuyéntese lejos la obscuridad de los razonamientos terrenos y disípese el humo de la sabiduría mundana, a los fulgores de la fe que ilumina nuestros ojos", etc, Por esta estrella, que es la Sagrada Escritura, se va a Cristo.
Pero pierde la dirección de esta estrella el que se encamina hacia la perfidia de Herodes. Fue Herodes pérfido en extremo, y se empeñó en acabar con Cristo. Esta luz la perdieron primeramente los judíos, después los paganos y, por último, los herejes. Carecen de ella los judíos, por ocuparse en genealogías inacabables; los paganos, por entender en enseñanzas: de los demonios, y los herejes, por entregarse a filosofías falaces. Cuidémonos de estos errores, porque, de otra suerte, perderemos la luz de la Escritura, según nos amonestan los Magos que, al ir a Herodes, perdieron la dirección de la estrella. Concluyamos: la estrella exterior nos induce a ir a la presencia de Cristo: En cuanto a lo segundo, la estrella superior, que es la bienaventurada Virgen, nos conduce a Cristo; y de ella se entiende lo que se dice en el libro de los Números, con estas palabras: De Jacob nacerá una estrella, y de Israel se levantará una vara y herirá a los caudillos de Moab. Llámese estrella la bienaventurada Virgen por su virtud estable e inconmovible; por Moab se entienden los voluptuosos. Caudillos de Moab son los demonios o los pecados capitales. Esta estrella, es decir, la bienaventurada Virgen, desbarata a los caudillos de Moab, que son los siete pecados capitales: el espíritu de soberbia, siendo humildísima; el espíritu de envidia, siendo benignísima: el espíritu de ira, por ser mansísima; el espíritu de pereza, por ser devotísima; el espíritu de avaricia, por su generosidad liberalísima: el espíritu de gula, por su templanza moderadísima, y, por último, el espíritu lujuria, siendo como es integérrima y omnímodamente casta. Desbarato, pues, esa estrella a los caudillos de Moab; y condujo a los Magos a Cristo. Y así como cayendo en la perfidia de Herodes, pierde el hombre la dirección de la estrella que lo induce a la presencia de Cristo, esto es, al conocimiento de la Sagrada Escritura, así también, incurriendo en la hipocresía de Herodes, se desvía de la dirección de la bienaventurada Virgen, radiante estrella, cuyo oficio es conducir a Cristo.
En Herodes están figurados los hipócritas. Se dice en el Evangelio que Herodes, llamando en secreto a los Magos, les interrogó cuidadosamente sobre el tiempo de la aparición de la estrella; y les dijo: id e informaos con diligencia sobre este niño, y cuando le encontréis, comunicádmelo, para que vaya también yo a adorarle. Dice San Gregorio, comentando este pasaje, que nada hay que tanto aparte de la dirección de la bienaventurada Virgen como la hipocresía. Habló Herodes de esta manera: Averiguad diligentemente dónde está el niño, para que vaya también yo a adorarle. Según manifestaba con esto, quería que los Magos se informaran acerca del niño, para que también él fuese a adorarle, pero, en realidad, pretendía otra cosa. De esta suerte el hipócrita se informa exteriormente de las virtudes y finge seguir a la bienaventurada Virgen, cuando otra cosa es la que intenta.
Cuando aparentas que eres humilde, siendo soberbio; que eres benigno, siendo envidioso; que eres manso, siendo iracundo; que eres devoto, siendo perezoso; que eres casto, siendo lujurioso: créeme, por Dios, que eres Herodes, nombre que se interpreta el que se gloria en la epidermis, significando, por lo mismo, a los hipócritas. Se gloriaba, repito, en la epidermis, esto es, en la corteza exterior, al igual que los hipócritas, que se glorían en las apariencias externas. Si eres, pues, de los hipócritas, ten entendido que no sigues a Cristo. Mirad cómo los hombres de dos caras se atraen el juicio de Dios. Decía San Agustín que "no hay infelicidad mayor que la felicidad de los que pecan". Reputase tal o cual hombre afable cuando no es sino un hombre pésimo. He aquí una idolatría: hacer creer a los hombres que se tiene el espíritu de Dios, cuando no se tiene sino el espíritu del demonio. Huid, pues, de la hipocresía.
En cuanto a lo tercero, la estrella interior, que es la gracia del Espíritu Santo, nos reduce a Cristo. De ella se dice en el Apocalipsis: Y al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré potestad sobre las naciones, etc., y le daré la estrella de la mañana. Más se ha de notar que la gracia del Espíritu Santo puede ser inicial, promotiva y final. No nos reduce a Cristo sino la gracia final. Pierde la dirección de esta estrella el que incurre en el endurecimiento de Herodes, es decir, aquel que extingue las inspiraciones divinas en sí mismo. Demos que has concebido el propósito de practicar obras de piedad, enmendar la vida y entrar en una Religión. Pues bien, si lo dejas sin cumplirlo, eres como Herodes, que intentaba matar al niño.


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