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lunes, 20 de enero de 2020

AUDI, FILIA, ET VIDE, ETC. SAN JUAN DE LA CRUZ


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CAPITULO 30
De muchas causas que hay para confiar que el Señor nos librará en toda tribulación, por grave que sea; y de dos significaciones que tiene esta palabra CREER.

Según San Gregorio dice, «el cumplimiento de las cosas pasadas da certidumbre de las cosas por venir». Y pues los hombres fian sobre prendas, no parece que se hace mucho con Dios en esperar que nos librará en la tribulación que nos viene, pues nos ha librado muchas veces en las pasadas. Claro es que si un hombre nos hubiese enseñado su amor y favor, socorriéndonos en nuestros trabajos diez o doce veces, creeríamos que nos amaba, y que nos favorecería si en otros trabajos tuviésemos necesidad de él. Pues ¿por qué no tendremos esta credulidad de que Dios nos amparará en nuestros peligros, pues que no doce, sino muchas veces hemos experimentado su socorro en las tribulaciones? Acordaos bien de cuántas veces os ha sacado a vos con victoria de estas peleas tan reñidas con nuestro adversario, y le fuisteis agradecida por ello, y concebisteis crédito y confianza de Él que os amaba, pues tras la tempestad os había enviado bonanza, y tras las lágrimas, gozo; y os había sido verdadero Padre y amparo. Pues ¿por qué ahora, que os quiere probar—con la tribulación presente—la confianza, y amor y paciencia, y hace como que se esconde, y que no responde a vuestros clamores, os enflaquecéis tanto, que una prueba que de presente os viene, os hace perder la confianza que en muchas habías ganado?
Ya sabéis que lo que de presente tenemos lo sentimos más. Y si miráis al aprieto que de presente tenéis, y cómo el Señor no os saca de él, juzgaréis que el cuidado que el Señor tenía de vos lo ha ya perdido; y diréis lo que dijeron los Apóstoles en una grave tempestad de la mar, al Señor que estaba durmiendo (Mc., 4, 38): ¿Maestro, no se te da nada de que perecemos? Y de esta manera comprenderos a la reprensión de la Escritura, que dice (Eccli., 27, 12): El necio se muda como la luna; conviene a saber, porque ya está de una manera, ya está de otra. Y seréis como la veleta del tejado, que aun en un día tiene muchas mudanzas, porque con cada viento se muda. Tuvisteis al Señor en posesión de cuidadoso de vos, y de amparo en vuestros trabajos, porque entonces os sopló el viento de su misericordia y consolación, con que os libró, y le disteis gracias. Y porque ahora os sopla otro viento, con que el Señor os quiere probar y atribular, no tenéis el crédito ni la confianza que antes tenías. De manera que no creéis sino lo que veis; y no tenéis al Señor en otra posesión, sino según de presente lo hace con vos, sin aprovecharos de lo que muchas Veces pasadas experimentasteis, para estar confortada en el Señor en la prueba presente. Extraña incredulidad fue la de aquellos que, habiendo visto en Egipto las maravillas de Dios, y las victorias y favores que en el desierto obró Dios con ellos, no creyeron a su palabra, con que les había prometido la entrada en la tierra de promisión; por lo cual, como dice San Pablo (Hebr., 3, 19; 4, 7), no entraron allá. Y así—aunque no según igualdad, mas según semejanza—, es grande la desconfianza y pusilanimidad de aquel hombre que, habiéndolo Dios librado muchas veces de peligros pasados, no cobra fiucia (esperanza esforzada) de que no será desamparado ni confundido en el peligro presente, ni aun en los por venir; pues según hemos dicho, la esperanza que en el Señor se pone, si el hombre no le falta, no echará a nadie en falta, ni le será causa que diga: Engañado fui.
Y conviene saber, que unas veces se toma CREER, por aquella obra que el entendimiento hace, afirmándose en las verdades de la fe católica con suprema certidumbre, según arriba se dijo. Y el que cree contra esta fe, se llama y es hereje e incrédulo a boca llena; y el tal error creído, tiene nombre de herejía e incredulidad. Y de esta manera este desconfiado, de quien estamos hablando, ni es incrédulo ni tiene incredulidad, pues que no tiene obligación de creer, como cosa de fe católica, que Dios le librará de este trabajo (Muy importante es para la vida espiritual distinguir cuidadosamente lo que pertenece a la fe y lo que toca a la confianza, para no confundir los términos, ni perder la fe, cuando Dios pone a prueba nuestra confianza.), como eran los del desierto obligados a creer que les diera Dios vencimiento de los enemigos que estaban en la tierra de promisión, si fueran a pelear contra ellos. Mas otras veces suelen los Santos, y el uso común del hablar, llamar CREER al tener una opinión, causada de razón o conjeturas, la cual llaman credulidad; y si es vehemente, llamase fe. Y esta manera de credulidad tiene uno, que por conjeturas probables cree que está perdonado de Dios y en su gracia, y que Dios le ayudará en lo que adelante hubiere menester. Y esto que en el entendimiento; está, ayuda a la confianza o esperanza que están en la voluntad. Y por esto algunas veces se toma incredulidad por desconfianza, y credulidad o fe por confianza. Y de esta manera se puede decir que éste, que por haberle Dios librado de otros peligros, y por otros motivos, tenía razón para creer—no con certidumbre—que Dios también le librará en este peligro, tiene incredulidad, no contra la fe católica, mas contra la que resulta de las conjeturas. Mas, porque los luteranos usan tomar unas palabras de éstas por otras [Los luteranos llaman fe a la confianza, y dijeron que sola la fe (esta es la confianza) justifica, debemos los católicos hablar distintamente, llamando la fe y confianza con sus propios nombres; declarando el creer o la incredulidad de qué manera se entiende; pues lo que en un tiempo se puede seguramente decir por unas palabras, en otro se debe evitar.
Tornando, pues, al propósito, huid de la desconfianza, y de las mudanzas que la Escritura reprende, que el necio tiene como la luna. Y procurad de tener parte en la estabilidad de que alaba al justo, diciendo (Eccli., 27, 12): Como sol permanece; quiere decir, que siempre está de una manera. Aprended de unas veces cómo habéis de haberos en otras; y como la Escritura dice (Eccli., 11, 27): En el día de los bienes, no te olvides de los males; y en el día de los males, no te olvides de los bienes; para que templando lo próspero de lo uno con lo adverso de lo otro, viváis en una igualdad, que ni estéis derribada en el tiempo de la tribulación con el peso de la desconfianza y tristeza, ni tampoco desvanecida la cabeza con la demasiada alegría, en el tiempo de las consolaciones espirituales. Así se lee de aquella santa Ana, madre del profeta Samuel, que después de haber orado en el templo de Dios, no fue su rostro mudado en cosas diversas (1 Reg., 1, 18); quiere decir, que guardó esta igualdad de corazón. Isaías (4, 6) dice: Que había de haber una morada que diese sombra contra el calor del sol, y que diese seguridad y fuese defensa contra el torbellino y la lluvia. Y sería bien que procuraras vivir en esta morada, para que teniendo una fortaleza de corazón, confiado en la misericordia de Dios, os causase esta seguridad aun en los negocios y lugares en que suele haber peligro; según está profetizado del tiempo de la nueva Ley, que en los bosques habían de dormir los hombres seguros (Ezeq., 34, 25). Y aunque parece cosa extraña tener sosiego y seguridad en este destierro; más así como en comparación de la que hay en el cielo, es muy pequeña, más en comparación de los temores que tienen los malos, es muy grande y de mucha estima. La cual dice Job (11, 14), que tendrá quien echare de si la maldad.
Y particularmente dice San Pablo (Hebr., 6, 19), que la virtud de la esperanza es como ancora firme y segura del ánima. Porque aunque tenemos por enemigo al demonio, que con estas peleas nos quiere amedrentar y desconfiar, también tenemos un Amigo más fuerte que él y más sabio. Y si él nos aborrece, mucho más nos ama Cristo, sin comparación. Y si él no duerme, buscando cómo nos dañe, los ojos benditos, de Dios velan sobre nosotros, para ayudarnos a salvar, como sobre ovejas, por quien dio su sangre preciosa. Pues si tenemos con nos el brazo del Omnipotente, ¿qué temeremos al demonio, cuyo poder es flaqueza en comparación del divino? ¿Cómo temerá al demonio quien cree muy de verdad—si se quiere aprovechar de la fe, según arriba se dijo que en ninguna cosa puede el demonio dañarnos sin tener licencia de Dios? ¿Pudieron, quizá, los demonios, sin tener primero esta licencia, tocar en Job (1, 12; 2, 6) o en cosa suya o ahogar los puercos de los gerasenos? (Mt, 8, 31). Pues quien no puede tocar a los puercos, ¿podrá tocar a los hijos? Confortaos, pues, en el Señor, dice San Pablo (Ephes., 6, 10), y en la potencia de su virtud, y tomad las armas de Dios, para poder estar en pie contra las asechanzas del demonio. Y habiendo contado algunas particulares armas, añade diciendo: En todas las cosas tomando el escudo de la fe, en el cual podáis apagar todas las lanzadas encendidas con fuego. Porque como este enemigo pueda más que nosotros, debemos aprovecharnos del escudo de la fe, que es cosa sobrenatural, escudándonos con alguna cosa de nuestra fe, así como con una palabra de Dios, o con recibir los Sacramentos, o con una doctrina de la Iglesia. Y creyendo firme con el entendimiento que todo el poder es de Dios, y confortados con el capacete de la esperanza, y ofrecidos a Dios con el amor, tomando de buena gana lo que Él nos enviare, venga por donde viniere, haremos burla de nuestro enemigo, y adoraremos al Señor, que nos dio contra Él victoria, no sólo por Si, más aun mediante el socorro de sus santos ángeles; los cuales pelean por nos, como fue enseñado al criado del gran Eliseo; el cual tenía mucho temor de un gran ejército de gente que venía a prender a su señor; al cual dijo Eliseo (4 Reg., 6, 101: No quieras temer, porque más son por nosotros que contra nosotros. Y como orase Eliseo diciendo: Abre, Señor, los ojos de este mozo porque vea, abrió Dios los ojos del mozo, y vio que estaba un monte lleno de caballería y carros en derredor de Eliseo, los cuales eran ángeles del Señor, venidos a defender al Profeta de Dios. De manera que si queremos ser del bando de Dios, tendremos de nuestra parte muchedumbres de ángeles; uno de los cuales puede más que todos los infernales poderes. Y lo que más es, tendremos al Señor de los ángeles, el cual solo, puede más que los infernales y celestiales poderes. Y por tanto, bastarnos debe tanto favor para despreciar al demonio, dejando todo vano temor, y hacernos fuertes leones contra él, en virtud de Cristo, que fue manso Cordero en entregarse por nosotros a muerte, y fue León en despojar los infiernos, y venciendo y atando los demonios, y defendiendo con su brazo a sus amadas ovejas.


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