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martes, 3 de diciembre de 2019

AUTOBIOGRAFIA DEL NIÑO QUE NO NACIO


LA GLORIOSA MUERTE DE SAN JOSE
XX
EN EL LIMBO.

De las cosas de la tierra mis ojos no han visto más que aquel vaso de agua con que se cambió mi eternidad.
De las cosas del cielo mis ojos han contemplado tantas maravillas que voy de un asombro a otro. Primeramente han visto a Dios y aunque yo, curioso como soy, por ser todavía muy pequeño, me alejé de Él para recorrer su universo de astro en astro, seguiré siempre sumergido en su visión. Ni los ojos han visto, ni los oídos de la tierra han oído lo que es eso. Y yo lo hubiera perdido todo a no ser por la misericordia con que se me concedió aquella agua del vaso con que se derramó sobre mí.
Ya Absalón no es mi ángel, pero sigue siendo el de mi madre y me conserva un especial efecto y hoy me ha dicho:
-Si quieres conocer muchos hermanitos tuyos que murieron antes que tú y están en el limbo, el arcángel Gabriel te conducirá en busca de ellos. Tienes: la eternidad para encontrarlos. Las almas del limbo se han desparramado por el universo entero. Ellas no tienen ángel que las guíe y a veces se extravían en el fondo de las estrellas…
Pero el arcángel prefiere seguir a los pies de su Dueña, la Virgen, y Absalón viene conmigo, sin alejarse por ello de mi infeliz madre.
Ni él ni yo nos apartamos tampoco de lo que es nuestro para siempre, la visión de Dios. Estamos en ella como en una preciosísima luz. Se asombrarán los hombres de que habiendo llegado a poseer a Dios, que lo es todo, tengamos todavía curiosidad de ver otras cosas.
No sé explicarlo. Pienso que la comunicación de un alma con otra alma es parte preciosa de la gloria misma y que la voluntad de Dios la acepta porque pone en acción la única virtud que nunca muere: la caridad. Especialmente, si vamos al limbo y nos comunicamos con aquellas pobrecitas almas que nunca verán a Dios, podremos llevarles un consuelo.
Yo no sé cuántos son mis hermanos, los hijos de mi madre y de mi padre que fueron asesinados antes de nacer, con el pretexto, según dictaminó el doctor negro en su infame papel, de que "ponían en peligro la vida de la madre”.
No sé si fueron ocho o diez. Sin contar los centenares y aun millares de aquellos que pudieron ser y nada fueron por culpa de las enseñanzas anticoncepcionístas. Su destrucción la anota Dios en sus libros indelebles.
Se me ocurre una pregunta muy indiscreta y se la hago al ángel con todo aplomo:
-Cuando yo vea a unos padres que tienen muy pocos hijos, ¿debo pensar que son criminales y han dado muerte a muchos niñitos romo yo?
-Guárdate de pensar mal de nadie, por ese motivo -me contesta el ángel prestamente-o Dios sabe por qué razones, que Él sólo conoce, bendice a unos padres con más hijos que a otros sin que sea culpa de los que recibieron pocos no haber recibido más. Pueden parecerse a los otros, pero estos otros no tienen como ellos la conciencia pura, y sólo Dios puede juzgar a todos.
En la eternidad, claro está, ya no existe el tiempo, pero yo sigo señalando los días por los relojes de los hombres, para que puedan entenderme.
En el primer día recorrimos de un vuelo de los astros más poblados de almas de niños.
Más que ellos, nosotros, que sabíamos lo que es ver a la Santísima Trinidad y poseerla, sentimos su inmensa pobreza. Ellos nunca poseerán a Dios, pero por gran misericordia no alcanzan a comprenderlo.
Están tristes de una dulce tristeza que no aciertan a explicarse, más se interesan por las materialidades que los rodean y gozan en su medida y en algunos casos también tienen sus pequeñas penas y sentimientos adecuados a su situación.

XXI
EL SEGUNDO HACHAZO DE LA MUERTE. EL HIMNO A SATANÁS.

-Vamos a la tierra -me dijo Absalón-. Vas a ver morir a un ateo. Uno de esos hombres que se jactan de ser ateos, pero que en el secreto de sus almas sin esperanza saben que Dios existe y tiemblan de caer en sus manos.
Mientras yo pensaba en aquel viaje, que los ángeles y los santos pueden realizar en un relámpago, le pregunto:
-¿Quién es el ateo?
Sin responderme directamente, Absalón me explica:
-Por arrogancia y vanidad éste, que es médico y está contando los latidos de su propio corazón, desea morir bebiendo champaña con sus amigos predilectos.
Quién le hubiera dicho el doctor Astaró que mi operación iba a ser su último crimen. La muerte lo espiaba hacía tiempo y él, con todo su saber, no podía atajarla.
Aquel día trabajó y se fatigó más de lo que solía y sufrió otro síncope en la propia sala de operaciones, cuando acababa de firmar el certificado donde constaba que yo había sucumbido porque era preciso salvar la vida de mi madre.
Todo el mundo, a comenzar con las autoridades del país y de la universidad, respetaban los veredictos del sabio, si bien no pocos eran los que sabían que en esas palabras se encubría una iniquidad.
Lo condujeron a otro piso del mismo sanatorio y con remedios heroicos lograron hacerla volver en sí. Su lecho estaba rodeado de amigos y discípulos, que lo estimulaban con sonrisas y mentidas palabras.
Su ángel guardián volvió a empeñarse en convertir su conciencia paganizada.
Pero la costra que envolvía aquel corazón, más que de barro o sensualidad era de infatigable orgullo, duro como el bronce.
Pared de por medio, había otra habitación de igual tamaño donde estaba agonizando un buen hombre, que moría en el Señor, con todos los auxilios religiosos.
Un sacerdote lo acompañaba rezándole las oraciones del ritual romano, después de haberle llevado horas antes la sagrada comunión y dándole la extremaunción.
Rezaba en castellano aquellas largas oraciones con que la Iglesia Católica encomienda a la misericordia divina el alma de los que mueren en su fe, y el moribundo las escuchaba sin congoja, con extrema devoción, apretando un crucifijo en sus manos resecas de fiebre y diciendo "Amén" cuando era del caso, a una señal del sacerdote.
Hacía calor y las puertas permanecían abiertas. Afuera se mezclaban en
forma chocante las palabras que se proferían en el uno o en el otro departamento, a la cabecera de dos agonizantes tan distintos.
¡Extraña confusión! Aquí resonaban plegarias piadosas, algunas en latín; al
lado voces livianas, comentarios optimistas y aun estampidos de botellas de
champaña y tintineo de vasos. De pronto alguien, con voz insegura, se puso a
recitar versos en lengua italiana.
-¿Qué es eso? -preguntó uno de los amigos…
-El himno a Satanás de Carducci -respondió la voz temblona del doctor negro; lo sé de memoria. Lo he declamado cien veces en mi mocedad. Ahora quisiera oírselo leer a alguien que pronuncie claramente las palabras. No debemos perder sílaba. A mí me cansa hablar largo. Arriba, en mi despacho, sobre mi mesa... la que fue mi mesa... que ustedes conocen, hay un tomo con las poesías selectas de Carducci... Que alguno de ustedes me lo traiga y les mostraré el lugar donde está el mejor himno al diablo que hayan escrito los hombres.
El doctor negro se había incorporado con vehemencia para proferir estas cosas,
con lo cual quería demostrar su tranquilidad ante la muerte, y se desplomó sobre la almohada, tomándose el pulso. Uno de los amigos lo sostuvo por debajo de los brazos y otro le animó a los labios exangües la segunda copa de champaña, que él bebió, pagándola no con una sonrisa sino con una mueca.
-Bueno, muy bueno -tartamudeó-, pero hay que beberlo pronto, porque está abochornándose... será tal vez mi lengua... saburral... Volvió a desplomarse cerrando los ojos…
-avísenme cuando traigan el libro.          
Del cuarto vecino llegó la voz del sacerdote, que leía la patética recomendación del alma.
Se percibieron estas exhortaciones:
"Abandona este mundo, alma cristiana, en nombre de Dios Padre todopoderoso que te ha creado; en nombre de Jesucristo, Hijo de Dios que ha sufrido la pasión por ti; en nombre del Espíritu Santo que se ha difundido en ti.: en nombre de la santa y gloriosa Madre de Dios la Virgen María; en nombre de San José, esposo de la Virgen; en nombre de los ángeles”.
-¡Monsergas de frailes! -exclamó el doctor negro crispando la boca y agregó una cosa horrible: -. Si no fuera porque ustedes me han defendido de esas absurdas retahílas, a mí me las estarían rezando ahora... ¡Denme un trago...! No tengo esperanzas en las cosas de aquí abajo, ni miedo a las de allá arriba... --repitió.
El arcángel me susurró:
_ ¡Mentira! Ya me ha dicho eso mismo. Está muriéndose de miedo por lo que teme encontrar allá, es decir al Juez Supremo, a quien se dispone a seguir insultando.

Yo asistía al más pavoroso espectáculo del mundo, cual es el pasaje a la eternidad de un réprobo. Yo temblaba e imploraba a la divina misericordia.
El arcángel me dijo:
-Lo más duro que hay en el universo, más duro que el granito o que el acero, es la voluntad impenitente del hombre soberbio que no quiere arrepentirse.
Uno de los amigos fue a Cerrar la puerta del aposento para que las palabras santas no inquietasen al doctor.
Éste lo contuvo con un gesto y extendió el brazo para tornar la obra de Carducci que ya le traían.
-Dejen abierto... que ellos también puedan oír lo que nosotros rezamos...-exclamó irónicamente y hojeó el libro con trémulos dedos, y lo entregó a alguien que empezó a leer con voz robusta y a traducir los versos a la par que los leía:
"A ti, principio inmenso del ser, materia y espíritu, sentido y razón...Te invoco, oh, Satanás rey del banquete."
¿Se oyeron estas palabras en la pieza de al lado?
Ello es que volvió a sentirse la voz del sacerdote, prosiguiendo su oración:
"Dios de Misericordia, Dios de bondad, Dios que en la abundancia de vuestra piedad borráis los pecados de los que se arrepienten y aniquiláis con vuestro perdón las culpas del pasado arrojad una mirada favorable sobre vuestro servidor..."Padre de bondad restaurad en su alma todo lo que la debilidad humana ha dejado corromper y todo lo que la malicia del demonio ha profanado."
El que leía el himno intentaba cubrir estas imploraciones con las blasfemias carduchianas y declamaba así:
"Se ha helado el rayo en la mano de Jehová. Sólo vive Satanás...Tú respiras en mis versos. Oh Satanás! Sí... Qué importa que el bárbaro Nazareno con su sagrada antorcha incendie tus templos... Ya tiemblan las mitras y las coronas y en el claustro ruge la rebelión." y el sacerdote parecía contestar con la voz de la Iglesia ultrajada:
"Hermano muy querido yo te encomiendo a Dios todopoderoso; yo te confío a Aquel de quien eres criatura, afín de que después de haber pagado con la muerte la deuda que todo hombre contrae vuelvas a tu Creador, que le ha formado con el barro...
“Que tu alma sea recibida por la asamblea de los ángeles. "Que la excelsa corte de los Apóstoles se adelante hacia ti.
"Que el ejército victorioso de los mártires vestidos de blanco, salga a tu encuentro. 














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