LA PASION DEL CORAZON y el Corazón de la Pasión
En Cristo nuestro Señor podemos distinguir como dos
pasiones: la exterior y la interior, la de su Cuerpo Sacratísimo y la de su Corazón
Divino. Entendemos la primera fácilmente ya que, por decirlo así, se nos entra
por los ojos y podemos leerle escrita en el Crucifijo desgarrado y sangrante;
pero la otra, incomparablemente más dolorosa y profunda, es también por lo
mismo más desconocida y arcana. Pudiéramos decir que esta pasión de su Corazón,
es al mismo tiempo, como el corazón de la Pasión, es decir, lo central, lo íntimo,
lo más doloroso los más hondo de la Pasión de Cristo. Es pues, según la
expresión de Mons. Gay, la Pasión del Corazón y el corazón de la Pasión.
La devoción a la Pasión exterior ha sido desde un
principio muy conocida y propagada. La numerosa y secular familia franciscana
tiene esta devoción entre los elementos de su espíritu. Más tarde, deseando Nuestro
Señor aumentarla, sucito a San Pablo de la Cruz que con sus beneméritos
pasionistas la ha propagado por todas partes.
Pero era necesario dar un paso más. Así como la
revelación, sustancialmente invariable, ha ido sin embargo progresando en la
sucesión de los siglos, enriqueciéndose y aclarándose con las definiciones de la Iglesia; así
también la devoción a la Pasión de
Cristo Nuestro Señor. Con las revelaciones a Santa Margarita Mari entro en una
nueva etapa. Cuando Jesús le mostro su Corazón herido, no pretendía otra cosa
sino hacer comprender al mundo que había sufrido mucho en su Cuerpo, mas,
incomparablemente más había sufrido en su Corazón.
La causa de todo este sufrimiento noble sobre la
tierra es siempre el amor; y por eso Jesús dijo en aquella celebre aparición: “¡He
aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, no recibiendo en cambio de
ellos sino ingratitudes y desprecios!” He aquí su amor y su dolor; he aquí
revelado al mundo el secreto de sus dolores íntimos. Porque ama sufre; sufre
por la ingratitud de los hombres; sufre, sobre todo, por la ingratitud de los
que más debieran amarlo.
Pero aun esta devoción al Sagrado corazón de Jesús,
que tanto se ha extendido por el mundo, tiene como dos etapas; en su evolución
va cada vez aclarándose más. La primera idea, el primer deber que despertaron
las revelaciones de Paray-le-Monial, fue la reparación. Era un Dios ultrajado,
ofendido; por consiguiente, debía el hombre, como un deber a la más estricta
justicia, reparar esos ultrajes y ofensas. Tal fue el primer aspecto de la
devoción al Sagrado Corazón; fue una devoción reparadora.
¡Hermoso fue entonces el espectáculo que ofreció el
mundo como respuesta al Corazón Divino! Multitud de almas se ofrecieron como
victimas reparadoras para satisfacer los derechos de la justicia divina
ultrajados. ¿No nacieron así múltiples congregaciones religiosas cuyo fin
principal es la reparación, como por ejemplo, el Instituto de María Reparadora,
como las Religiosas victimas del Corazón de Jesús?
Y esta etapa de la devoción al Sagrado Corazón tuvo
todo su apogeo, toda su plenitud y su sanción más solemne con la encíclica de
S. S. Pío XI, “Miserentissimus Redemptor”, en la que la idea central es la reparación,
como lo es también el nuevo Oficio y Misa del Sagrado corazón (En esta misma encíclica no solo se proclama el deber de la reparación,
sino que también se afirma la necesidad de consolar al Corazón Sagrado: más aun
S. S. explica magistralmente como podemos efectivamente consolar a Nuestro
Señor, pues si nuestros pecados futuros fueron causa de su tristeza de su
tristeza mortal, nuestros consuelos futuros también fueron parte para
consolarlo, porque unos y otros fueron previstos y para Cristo eran como
presentes. Y así “a este Corazón Sagrado a quien no cesan de herir los pecados
de los ingratos, ahora podemos y debemos consolarlo de una manera misteriosa,
pero real…”)
Pero poco a poco se ha ido acentuando una nueva etapa
de la devoción al Sagrado Corazón, más elevada y más intima, que entraña no un
deber de justicia sino un deber de caridad exquisita. Si Jesús es ultrajado, si
su corazón está herido, la justicia divina, la majestad, la santidad de Dios
exige reparación. Pero, si su Corazón está herido, precisamente porque ama, ¿no
es lo más necesario que haya almas que lo consuelen?
Después de la reparación debe venir el consuelo,
después de las almas reparadoras, las almas consoladoras; y esta es la segunda
etapa de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús (En las revelaciones de santa Margarita María se encuentran ya estos dos
caracteres de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús cuando Nuestro Señor le
pidió que la acompañara una hora la noche de los jueves a los viernes, le
indico que eran los dos fines de esta Hora Santa; aplacar la cólera divina y
pedir misericordia para los pecadores; y segundo, suavizar la amargura de su
corazón abandonado)
El deber de la reparación se extiende a todas las
almas, porque si todas hemos pecado, todos debemos en cierto grado, reparar por
nuestras propias faltas, y aun por las de los demás, a causa de la solidaridad
que debe haber entre los cristianos. Pero esta otra misión, la de consolar,
supone cierta intimidad.
Si una persona de elevada dignidad es ofendida, por
ejemplo, por todo un pueblo, todo el pueblo está obligado, de una manera o de
otra a reparar esa ofensa. Pero si al mismo tiempo su corazón se siente herido
y necesita consuelo, no lo buscara en todos sino en los más allegados, en los íntimos,
en los más amados. ¡Felices las almas a quienes Jesús escoge para que sean su
consuelo!
De dos maneras podemos consolar al que sufre, o
suprimiendo las causas de su pena-y este modo es propio de Dios que tiene a su servicio la omnipotencia- o
compartiendo esas penas, compadeciéndolas, que es un modo más propio de la
impotencia humana.
Pero en uno y otro caso necesitamos primeramente
conocer esos sufrimientos; ignorándolos, ¿Cómo podríamos compadecerlos o
aliviarlos?
Ahora bien, de dos modos podemos conocer también esos
dolores íntimos del Coraza de Jesús; ambos son, pues no tratamos de de un
conocimiento puramente científico: uno es por la fe ordinaria, ilustrada por la
lectura del Santo Evangelio y de sus comentadores, profundizada por las
meditaciones y reflexiones personales, esclarecida por las ilustraciones que
Nuestro Señor Jesucristo suele comunicar en la oración; el otro es un conocimiento
que pudiéramos llamar experimental y que se tiene cuando Nuestro Señor hace
sentir al alma un reflejo de sus propios dolores, cuando le participa como una
gota del océano de amargura que llevo en su Corazón divino ( De esta manera
experimental, Nuestro Señor dio a conocer a Santa Margarita los dolores
internos de su Corazón divino, “Todas las noches, del jueves al viernes, te
hare participar de aquella mortal tristeza que tuve a bien sentir en el jardín
de los Olivos; esta tristeza te reducirá, sin que tú puedas comprenderlos, a
una agonía mas difícil que la muerte. Otro tanto podríamos comprobar en algunas
almas privilegiadas como santa Gema Galgani)
Un ejemplo nos mostrara mejor la diferencia que hay
entre estos dos conocimientos. Una persona que tiene la dicha de vivir al lado
de su madre, sabe que una amiga suya acaba de perderla. El dolor de aquella pérdida,
la desgracia de la orfandad, la soledad del hogar vacio, puede sin duda alguna
comprenderla aquella persona poniéndose en el lugar de su amiga. Pero un día
llega a tener ella la desgracia de perder a su propia madre. ¡Qué diferencia
ahora! Ya no conoce ese dolor por reflexiones o comparaciones, no; lo conoce
porque está sintiendo, lo sabe sin ningún recurso, de una manera intima,
experimentalmente.
Lo mismo pasa con los doleré internos del Corazón de
Cristo: los podemos conocer: los podemos conocer, como decía, por reflexiones y
consideraciones, ponderándolos, interrogando nuestro propio corazón, pensando
en lo que sufriríamos puestos en las mismas circunstancias en que se vio
Cristo. Pero este conocimiento por precioso que sea y aunque engendrado por la
gracia al calor de la oración, no es más que una pálida imagen de la realidad.
Más si el alma es generosa, si en lo que está de su
parte procura prepararse haciendo grandes progresos en el camino del
sacrificio, quizá llegue un día en que Jesús de una manera misteriosa le haga
beber de su propio cáliz…
Así como Nuestro Señor no puede hacer mayor gracia en
la eternidad que participándonos de su gozo infinito; así no puede darnos mayor
prueba de mayor intimidad. Cuando queremos comunicar nuestras alegrías secretas
si duda que buscamos un corazón amigo; pero cuando deseamos confiar nuestros
dolores, sobre todo los más secretos, los más personales, buscamos al amigo de
mayor confianza; y cuando hemos hecho semejante confidencia, hemos revelado el
ultimo secreto, hemos dado la prueba suprema de amistad.
Así Jesús; cuando a un alma le ha hecho sentir algo de
sus propios dolores, puede decirle con verdad: “ya no te llamare sierva, sino
amiga, porque te he revelado el fondo mismo de mi Corazón…” ¡Bienaventurada el
alma a quien Jesús encuentra tan olvidada de sí misma, tan generosa en el
sacrificio, tan delicada en el amor, que la convierten en el Cirineo de su
corazón: esa alma será verdaderamente el consuelo de Jesús.
Sea de ella lo que fuere, toda alma noble y delicada
desea hacer lo que este de su parte para consolar a nuestro Señor, y ya que ese
conocimiento experimental no está en su mano alcanzarlo, como don gratuito que
es de Dios; por lo menos debe aplicarse por adquirir el que si está en su
poder.
Para ayudar a este objeto ponemos a vuestra meditación
las siguientes sencillas reflexiones. ¡Ojala que fecundadas por la gracia hagan
brotar en algún alma de buena voluntad un sentimiento siquiera de compasión que
consuele al Corazón de Cristo, hoy como nunca ultrajado de propios y extraños!
Él mismo nos ha dejado entrever: cuando agonizó en Getsemaní,
cuando expiro en la Cruz y en esta vida de oculto sacrificio, de inmolación
perpetua que lleva en la Eucaristía. De ahí tres series de consideraciones: el Corazón
de Cristo en Getsemaní, el Corazón de Cristo en el Calvario y el Corazón de
Cristo en la Eucaristía.
Solamente trataremos por ahora de la primera serie,
dejando para otra ocasión tratar de las otras dos, si Nuestro Señor nos presta
su
Ayuda.
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