LA MUERTE DE JESÚS
11.
La muerte en cruz (a.4)
Es el suplicio de la cruz uno de los más espantosos
que invento el ingenio del hombre para vengar la justicia ultrajada. La palabra
griega stauros, lo mismo que la latina crux, significa un palo, estaca o poste
plantado en tierra, el cual podía ser sustituido por un árbol. El uso que de él
se hacía para castigar a los criminales era diferente. En el Génesis, dice José
al repostero de Faraón que dentro, de tres días el rey mandaría quitarle la
cabeza y colgar su cuerpo de un árbol para ser pasto de las aves (40, I9). Josué
hizo colgar de un árbol al rey de Hái, dejándolo allí hasta la tarde (8,29). Lo
mismo hizo con los cinco reyes después de dar les muerte (10,26), Y antes de él
hizo lo mismo Moisés con los príncipes prevaricadores de Baal-Fogor (Num,
25.4). Tal es la pena que establece el Deuteronomio para los reos de muerte (2I,
23).
Parece que fueron los fenicios
los que agravaron esta pena, colgando vivos a dos reos y dejándolos así hasta
que muriesen en medio de sus dolores y fuesen luego devorados por las aves y
las fieras. Durante el asedio de Tiro por Alejandro, éste castigó con esta pena
a 2.000 tirios; Los griegos no la aplicaban sino en casos como éste, en que se
trataba
de bárbaros que la usaban; pero, en cambio, la emplearon desde antiguo los romanos. Tenía entre ellos dos formas la cruz, una, la de tau, sin la cabecera, y la otra, la que solemos llamar latina, con la cabecera sobresaliendo hacia arriba. Era el suplicio de los delitos que el derecho consideraba como más graves: la sedición, el bandolerismo, la piratería, la deslealtad de los siervos para con sus amos, la traición, etc. Los
ciudadanos romanos estaban libres de esta pena, y Cicerón pondera duramente la crueldad de Verres en haberla aplicado en Sicilia a individuos que gozaban de la ciudadanía romana, En las provincias, se aplicaba esta pena con más frecuencia que en Roma, y F. Josefo nos cuenta los millares de judíos que la sufrieron en las sediciones que precedieron a la guerra del 70 y durante esta guerra. En las ciudades, las salidas de éstas a parecían cubiertas de postes derechos, preparados para Las ocurrencias de la crucifixión. Así, la vista de los condenados debía servir de escarmiento a los demás. Cuando uno era condenado a este suplicio, empezaban por administrarle la pena dura de la flagelación, que a Jesús perdonó Pilato, porque ya antes de la sentencia se la había mandado dar para ver de calmar la furia de los judíos (Lc. 23,22; 10. 19,ISS). Luego de azotado, le cargaban el travesaño de la cruz sobre
los hombros y, dándole más azotes entre la algazara de las turbas, que se gozaban de estos espectáculos, era conducido el reo al lugar del suplicio, precedido de un heraldo que levaba un cartel con el nombre del reo y el delito por el cual había sido condenado. De aquí toma Jesús la imagen de tomar la cruz y seguirle (Mt, 10,38;' Le, 9,23). Llegado allí, se le desnudaba, dejando sus vestidos a los cuatro soldados encargados de la ejecución. El poste, de antemano clavado en tierra, tenía en la parte baja el sub pedaneum, un taco de madera que servía de apoyo a los pies. A media altura otro, sobre el cual el reo venía a quedar a horcajadas. Todo esto para ayudar a sostener el cuerpo del pobre reo, a quien la gravedad inclinaría hacia el suelo. Los textos históricos de
que disponemos no están claros sobre el modo como los soldados levantaban en alto al reo para clavar le con cuatro gruesos clavos, dos en las manos y dos en los pies. Sobre la cabeza se colocaba el cartel con el nombre del reo y la causa de su condenación. Parece que entre los judíos, que no gustaban tanto del desnudo como los griegos y los romanos, se consentía cubrir con un paño las partes naturales. Asimismo se administraba al condenado una bebida de vino con mirra, a modo de anestésico, para que no sintiese tanto los dolores. De este modo, enclavado en la cruz, quedaba el pobre reo, guardado por los soldados hasta que moría, y su agonía podía prolongarse varios días. Por esto Pilato
se admiró de que Jesús hubiera muerto tan pronto. Ya muerto, era abandonado en la cruz para que las fieras y las aves de rapiña la consumiesen, a no ser que el juez hubiese concedido el cadáver a la familia o amigos del reo para que le diesen sepultura. Cuando por algún motivo se quería que los reos acabasen más pronto, se les quebraban las piernas, con lo que se desangraban en seguida y acababan su triste vida. También esto debía ser usual en Judea, a causa del precepto de Deuteronomio (21,23).
de bárbaros que la usaban; pero, en cambio, la emplearon desde antiguo los romanos. Tenía entre ellos dos formas la cruz, una, la de tau, sin la cabecera, y la otra, la que solemos llamar latina, con la cabecera sobresaliendo hacia arriba. Era el suplicio de los delitos que el derecho consideraba como más graves: la sedición, el bandolerismo, la piratería, la deslealtad de los siervos para con sus amos, la traición, etc. Los
ciudadanos romanos estaban libres de esta pena, y Cicerón pondera duramente la crueldad de Verres en haberla aplicado en Sicilia a individuos que gozaban de la ciudadanía romana, En las provincias, se aplicaba esta pena con más frecuencia que en Roma, y F. Josefo nos cuenta los millares de judíos que la sufrieron en las sediciones que precedieron a la guerra del 70 y durante esta guerra. En las ciudades, las salidas de éstas a parecían cubiertas de postes derechos, preparados para Las ocurrencias de la crucifixión. Así, la vista de los condenados debía servir de escarmiento a los demás. Cuando uno era condenado a este suplicio, empezaban por administrarle la pena dura de la flagelación, que a Jesús perdonó Pilato, porque ya antes de la sentencia se la había mandado dar para ver de calmar la furia de los judíos (Lc. 23,22; 10. 19,ISS). Luego de azotado, le cargaban el travesaño de la cruz sobre
los hombros y, dándole más azotes entre la algazara de las turbas, que se gozaban de estos espectáculos, era conducido el reo al lugar del suplicio, precedido de un heraldo que levaba un cartel con el nombre del reo y el delito por el cual había sido condenado. De aquí toma Jesús la imagen de tomar la cruz y seguirle (Mt, 10,38;' Le, 9,23). Llegado allí, se le desnudaba, dejando sus vestidos a los cuatro soldados encargados de la ejecución. El poste, de antemano clavado en tierra, tenía en la parte baja el sub pedaneum, un taco de madera que servía de apoyo a los pies. A media altura otro, sobre el cual el reo venía a quedar a horcajadas. Todo esto para ayudar a sostener el cuerpo del pobre reo, a quien la gravedad inclinaría hacia el suelo. Los textos históricos de
que disponemos no están claros sobre el modo como los soldados levantaban en alto al reo para clavar le con cuatro gruesos clavos, dos en las manos y dos en los pies. Sobre la cabeza se colocaba el cartel con el nombre del reo y la causa de su condenación. Parece que entre los judíos, que no gustaban tanto del desnudo como los griegos y los romanos, se consentía cubrir con un paño las partes naturales. Asimismo se administraba al condenado una bebida de vino con mirra, a modo de anestésico, para que no sintiese tanto los dolores. De este modo, enclavado en la cruz, quedaba el pobre reo, guardado por los soldados hasta que moría, y su agonía podía prolongarse varios días. Por esto Pilato
se admiró de que Jesús hubiera muerto tan pronto. Ya muerto, era abandonado en la cruz para que las fieras y las aves de rapiña la consumiesen, a no ser que el juez hubiese concedido el cadáver a la familia o amigos del reo para que le diesen sepultura. Cuando por algún motivo se quería que los reos acabasen más pronto, se les quebraban las piernas, con lo que se desangraban en seguida y acababan su triste vida. También esto debía ser usual en Judea, a causa del precepto de Deuteronomio (21,23).
Era este suplicio no sólo terrible por los dolores y
la duración, sino también sumamente afrentoso, ya que no se aplicaba sino a los
grandes criminales y a las personas de baja condición. Por lo cual San Pablo, que
conocía bien esto, dice de Jesús que se humilló, hecho obediente hasta la
muerte, y muerte de cruz (Phil. 2,8). Y en la Epístola a los Hebreos se
dice que soportó la cruz, sin hacer caso de la ignominia. (12,2). De aquí
nació el juicio que judíos y gentiles formaban de Evangelio que les ofrecía
como objeto de fe y de adoración un Dios crucificado. Era esto para los griegos una locura, y un escándalo para los
judíos (1 Cor, 1,23). San Pablo dice de los judaizantes que se aferraban a la circuncisión y a la ley para no tener que soportar el escándalo de la cruz de Cristo (Gal. 5,11 y C.12). Este escándalo debía ser también, el que inclinaba a muchos herejes al docetismo y a decir que la crucifixión había sido sólo aparente, o que Simón de Cirene había ocupado en la cruz el lugar de Jesús.
judíos (1 Cor, 1,23). San Pablo dice de los judaizantes que se aferraban a la circuncisión y a la ley para no tener que soportar el escándalo de la cruz de Cristo (Gal. 5,11 y C.12). Este escándalo debía ser también, el que inclinaba a muchos herejes al docetismo y a decir que la crucifixión había sido sólo aparente, o que Simón de Cirene había ocupado en la cruz el lugar de Jesús.
Pero Dios juzgó sabiduría lo que los hombres tienen
por necedad, y así puso en la cruz la virtud y la sabiduría para salvar a los
hombres (1 Coro 1,24S), y por la cruz nos reconcilió consigo mismo (Eph. 2,16),
clavando en el palo el decreto, de nuestra antigua condenación (Col. 2,14) Y
dando la paz a todas las cosas por la sangre derramada en la cruz
(Col. 1,20). Con todo, San Pablo estaba tan lejos de avergonzarse de la cruz de Cristo, que antes se gloriaba en ella (Ga·1. 6,14), y se preciaba de no saber ni predicar otras cosas que a Cristo, y a Cristo crucificado (1 Cor .. 2,2) Esto tenía tan fijo en su alma, que decía de sí que vivía enclavado con Cristo en la cruz (Gal. 2,11 y 6,14), y a los que esto rehúyen los declara enemigos de la cruz de Cristo (Phil. 3,18) , que no han sabido crucificar su carne con sus pasiones (Ga], 5,24). Por esto la Iglesia canta de la cruz:
(Col. 1,20). Con todo, San Pablo estaba tan lejos de avergonzarse de la cruz de Cristo, que antes se gloriaba en ella (Ga·1. 6,14), y se preciaba de no saber ni predicar otras cosas que a Cristo, y a Cristo crucificado (1 Cor .. 2,2) Esto tenía tan fijo en su alma, que decía de sí que vivía enclavado con Cristo en la cruz (Gal. 2,11 y 6,14), y a los que esto rehúyen los declara enemigos de la cruz de Cristo (Phil. 3,18) , que no han sabido crucificar su carne con sus pasiones (Ga], 5,24). Por esto la Iglesia canta de la cruz:
Salve,
Cruce sancta ; salve, mundi gloria ;
Vera spes
nostra, vera ferens gaudia, Signum salutis, salus in periculis,
Vitale
lignum vitam ferens onmium.
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