Al
lanzarse a las calles, los franceses son el primer pueblo del mundo occidental
que se decide a correr riesgos físicos para oponerse a la globalización
financiera, estima Thierry Meyssan. Aunque no tengan conciencia de ello y
sigan creyendo que sus problemas son de naturaleza exclusivamente nacional, el
enemigo de los franceses es el mismo que ha ensangrentado la región africana
de los Grandes Lagos y parte del Gran Medio Oriente. Occidente atraviesa una
crisis existencial y sólo lograrán sobrevivir a ella los pueblos que
comprendan la lógica que los destruye y la rechacen.
La causa de la recesión occidental
Las
relaciones internacionales sufrieron un profundo cambio con la parálisis de la
Unión Soviética, en 1986, cuando el Estado soviético no logró actuar
con eficacia ante el incidente nuclear de Chernobil [1],
más tarde, con la desaparición del Pacto de Varsovia, en 1989,
cuando el partido comunista de la República Democrática Alemana (RDA) destruyó
el muro de Berlín [2]
y, finalmente, con la disolución de la URSS, en 1991.
En
aquel momento, el presidente de Estados Unidos, George Bush padre,
decidió desmovilizar un millón de soldados y consagrar los esfuerzos de su
país a la prosperidad de los estadounidenses.
George
Bush padre quiso convertir la hegemonía que Estados Unidos ejercía sobre
su zona de influencia en un papel de líder del mundo en su conjunto y de
garante de su estabilidad. Enunció entonces las bases de un «Nuevo Orden Mundial». Lo hizo
primeramente en el discurso que pronunció junto a la primer ministro
británica Margaret Thatcher en el Aspen Institute –el 2 de agosto
de 1990– y también en su discurso del 11 de septiembre de 1990 ante
el Congreso estadounidense, donde anunció la operación «Tormenta del Desierto» [3].
El
mundo posterior a la desaparición de la Unión Soviética es el mundo de la libre
circulación, ya no sólo de las mercancías sino también de los capitales
mundiales, sin otro control que el de Estados Unidos. Se trata,
en otras palabras, del paso del capitalismo a la financierización,
no al logro del libre intercambio para todos sino a una forma
exacerbada de la explotación colonial en todo el mundo, incluso
en Occidente. En 25 años, las grandes fortunas estadounidenses se multiplicaron
varias veces y la riqueza global del mundo aumentó considerablemente.
Al dar
rienda suelta al capitalismo, el presidente Bush padre esperaba extender
la prosperidad a todo el mundo. Pero el capitalismo no es un
proyecto político, es sólo una lógica sobre cómo obtener ganancias. Y
la lógica de las transnacionales estadounidense no era otra que
incrementar sus ganancias produciendo en China, cuyos trabajadores
eran los peor pagados del mundo.
Son
muy pocos los que lograron ver el costo que ese avance tuvo para Occidente.
Es cierto que en países del Tercer Mundo empezaron a aparecer
clases medias –aunque menos ricas que las clases medias de los
países occidentales– lo cual permite a nuevos Estados, principalmente
asiáticos, desempeñar un papel en la escena internacional. Pero,
simultáneamente, las clases medias comienzan a desaparecer
en Occidente [4],
haciendo imposible la supervivencia de las instituciones democráticas que esas
clases habían conformado.
Lo más importante
es que las poblaciones de regiones enteras van a ser diezmadas, comenzando par
las de los Grandes Lagos africanos. Esta primera guerra regional deja
6 millones de muertos en Angola, Burundi, Uganda, en la República
Democrática del Congo, Ruanda y Zimbabwe, sin que el mundo
se preocupe por entender lo que sucede. El objetivo era seguir
apoderándose de los recursos naturales de esos países… pero pagando aún menos
que antes. ¿Cómo? Negociando esos recursos con pandillas armadas en vez
de tratar con Estados que tienen la obligación de alimentar a sus ciudadanos.
La
transformación sociológica del mundo es muy rápida y sin precedente.
No disponemos actualmente de las herramientas estadísticas necesarias
para evaluarla correctamente. Pero todos percibimos el progreso de Eurasia
–no de la Eurasia que evocaba De Gaulle, «de Brest
a Vladivostok», sino de una Eurasia que sólo incluye a Rusia y
Asia, sin Europa occidental ni Europa central– hacia la búsqueda de
libertad y prosperidad, mientras que las potencias occidentales –incluyendo a
Estados Unidos– se apagan poco a poco, limitando las libertades
individuales y encerrando a la mitad de su población en zonas de pobreza.
Hoy en
día la tasa de encarcelación de los chinos es 4 veces inferior a la de los
estadounidenses, mientras que su poder adquisitivo es ligeramente
superior al de los estadounidenses. Objetivamente, con todos sus defectos,
China se ha convertido un país más libre y próspero que
Estados Unidos.
Ese
proceso era previsible desde el principio. Su instauración
se discutió por mucho tiempo. Por ejemplo, el 1º de septiembre
de 1987, un cuadragenario estadounidense publicaba una página
publicitaria a contracorriente en el New York Times, el Washington Post y
el Boston Globe. En ella advertía a sus compatriotas
en contra del papel que el presidente Bush padre iba a hacer asumir
a Estados Unidos haciendo a esa nación responsable, asumiéndolo sola, del
«Nuevo Orden Mundial» que
se construía. Mucha gente se rió del autor de aquel artículo…
el promotor inmobiliario Donald Trump.
La
aplicación del modelo económico a las relaciones internacionales
Un mes
después de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, el secretario
estadounidense de Defensa, Donald Rumsfeld, designó al almirante Arthur
Cebrowski como director de la nueva Oficina de Transformación de la Fuerza
(Office of Force Transformation). La misión de Cebrowski era modificar la
cultura de los militares estadounidenses para que pudieran adaptarse a un
cambio total de su misión.
Ya no
se trataría de utilizar las fuerzas armadas de Estados Unidos para
defender principios o intereses sino de servirse de los ejércitos
estadounidenses para reorganizar el mundo… dividiéndolo en dos: de
un lado estarían los Estados integrados a la economía globalizada, del
otro lado quedarían los demás [5].
El Pentágono ya no libraría guerras para apoderarse de los recursos
naturales sino que pasaría a controlar el acceso de los países globalizados
a esos recursos. Esa división se inspira directamente en el proceso
de globalización que ya había marginalizado a la mitad de la población
occidental. Sólo que en lo adelante lo que se preveía era la
exclusión para la mitad de la población mundial [6].
La
reorganización del mundo se inició en la zona política definida como el «Medio Oriente ampliado» o «Gran
Medio Oriente», o sea la que va desde Afganistán
hasta Marruecos, exceptuando Israel, Líbano y Jordania. Fue esa la supuesta
epidemia de guerras civiles que ya ha dejado varios millones de muertos
en Afganistán, Irak, Sudán, Libia, Siria y Yemen [7].
Como
un monstruo que devora a sus hijos, el sistema financiero global,
con base en Estados Unidos, sufrió su primera crisis en 2008,
cuando estalló la burbuja de las subprimes. Al contrario de
lo que afirma el mito, aquello no fue una crisis global sino una
crisis exclusivamente occidental. Por primera vez, los países de
la OTAN fueron los primeros en sufrir las consecuencias de las
políticas que respaldaban. Pero las clases superiores occidentales
no modificaron su comportamiento en nada, se limitaron a mirar
compasivamente el naufragio de la clase media.
La
única modificación notable fue la adopción de la «regla Volcker» [8],
que prohíbe a los bancos utilizar informaciones obtenidas de sus clientes para
especular contra los intereses de estos. Ahora bien, aunque es cierto
que los conflictos de intereses han permitido a muchos inescrupulosos
enriquecerse rápidamente, también hay que decir que no son ellos el
problema de fondo. Este es mucho más amplio.
La revuelta de los occidentales
La
revuelta de las clases medias y populares de Occidente contra la clase superior
globalizada comenzó en realidad hace 2 años.
Consciente
de que, en relación con Asia, Occidente está en recesión, el pueblo
británico fue el primero en tratar de salvar su nivel de vida
saliendo de la Unión Europea y acercándose a China y al Commonwealth
(“Sí” al Brexit como resultado del referéndum realizado el 23 de junio
de 2016) [9].
Por desgracia, los dirigentes del Reino Unido no lograron concretar
el acuerdo que esperaban obtener con China y están enfrentando graves
dificultades para reactivar sus vínculos con la Commonwealth.
Más
tarde, viendo como su industria civil se derrumbaba, una parte de los
estadounidenses votó el 8 de noviembre de 2016 por el único candidato a
la presidencia que se oponía al Nuevo Orden Mundial: Donald Trump.
Se trataba de volver al «american dream» (el “sueño
americano”). Por desgracia para esos estadounidenses, Donald Trump
no tiene un equipo en torno a él –exceptuando a su familia– y
solamente está logrando modificar –pero no cambiar– la estrategia
militar de su país, donde la casi totalidad de los generales del
Pentágono y de los altos funcionarios son hostiles a su política.
Ya
ante el fin de su industria nacional y con la certeza de que están siendo
traicionados por su clase alta, los italianos votaron el 4 de marzo
de 2018 por los partidos antisistema: la Liga y el Movimiento
5 Estrellas. Esos dos partidos constituyeron una alianza de gobierno
para poner en práctica una política social. Por desgracia para
ellos, la Unión Europea se opone a esa política [10].
En
Francia, en momentos en que decenas de miles empresas pequeñas y medianas que
trabajaban en el sector industrial han ido a la quiebra durante los
10 últimos años, los impuestos –que ya clasificaban entre los más
elevados del mundo– han aumentado en un 30% en ese mismo periodo de tiempo.
Ahora cientos de miles de franceses han salido a las calles para protestar
contra un alza de los impuestos que les parece abusiva.
Por desgracia para ellos, la clase alta francesa se ha contaminado
con el discurso que los estadounidenses rechazan. Esa clase privilegiada
está tratando ahora de adaptar su política a la revuelta popular, en vez
de cambiar de política.
Si
se abordan por separado los casos de cada uno de esos cuatro
países, seguramente aparecerán explicaciones diferentes para lo que
en ellos sucede. Pero si los analizamos como un fenómeno único que
se produce en culturas diferentes, veremos que los mecanismos son
los mismos. En esos cuatro países, las clases medias están
desapareciendo con mayor o menor rapidez –como consecuencia del capitalismo– y
con ellas desaparece el régimen político que esas clases encarnaban: la
democracia.
Los
dirigentes occidentales van a tener que renunciar al sistema financiero que han
construido y volver al capitalismo productivo de los tiempos de la
guerra fría, o inventar una organización diferente en la que nadie haya
pensado hasta ahora. Si no lo hacen, el Occidente que ha
dirigido el mundo desde hace 5 siglos acabará hundiéndose en una
serie de conflictos internos.
Los
sirios han sido el primer pueblo no globalizado capaz de sobrevivir y de
resistir a la destrucción que reinaría en el inframundo de Rumsfeld y
Cebrowski.
Los franceses
son el primer pueblo globalizado que se revela contra la destrucción
de Occidente, aunque no tengan conciencia de que están luchando contra el
enemigo único de toda la humanidad. El presidente Emmanuel Macron
no es el “hombre de la situación”, no porque sea responsable de un
sistema que ya existía antes que él sino porque él mismo es producto
de ese sistema. Ante los motines que estallaron en su país, este
presidente de la República Francesa no encontró nada mejor que decir
–desde la cumbre del G20 realizada en Buenos Aires– que la reunión
le había parecido un éxito –en realidad no lo fue– y que
él mismo avanzaría más rápidamente que sus predecesores… en la dirección
equivocada.
Cómo salvar los privilegios
La
clase dirigente británica parece haber hallado su propia solución.
Si Occidente en general, y Londres en particular, ya
no está en condiciones de gobernar el mundo, lo conveniente
es resignarse y tratar de salvar lo que sea posible salvar dividiendo el mundo
en dos zonas. Esa fue la política que aplicó la administración
Obama durante sus últimos meses en el poder [11],
es la política de la primer ministro británica Theresa May y también la
de Donald Trump, política que aplica con su negativa a cooperar y sus
acusaciones estruendosas, primero contra Rusia y ahora contra China.
También
parece que Rusia y China, a pesar de su rivalidad histórica, han tomado
conciencia de que nunca podrán tener como aliados a las potencias
occidentales que siempre han querido desmembrarlas. Esa es la idea que ha
dado lugar a su proyecto de «Asociación de la Eurasia Ampliada»:
si el mundo va a dividirse en dos, cada bando tiene que organizar
su parte del mundo. Para Pekín, eso significa concretamente
abandonar la mitad de su proyecto de «Ruta de la Seda» y
redesplegarse junto a Moscú en la Eurasia ampliada.
Fijar la línea divisoria
Tanto
para Occidente como para la Eurasia ampliada lo más conveniente sería
fijar sin demora la línea divisoria. Por ejemplo, ¿de qué lado
quedará Ucrania? Al construir el puente sobre el Estrecho de Kerch, Rusia
buscaba cortar el país, absorber la región de Donbass, la cuenca del Mar
de Azov y, posteriormente, Odesa y Transnistria. El incidente
organizado en Kerch por el bando de los occidentales apunta a meter
toda Ucrania en la OTAN antes de que el país se divida.
Viendo
que el bando de la globalización financiera se hunde, muchos comienzan a
tratar de salvar sus intereses personales sin preocuparse por
los demás. De ahí viene, por ejemplo, la actual tensión
entre la Unión Europea y Estados Unidos. Y el movimiento sionista siempre
lleva la ventaja en ese juego, lo cual explica la rápida mutación de la
estrategia israelí, que ahora está dejando Siria a Rusia para volverse
simultáneamente hacia el Golfo Pérsico y el este de África.
Perspectivas
Teniendo
en cuenta todo lo que está en juego, es evidente que
la insurrección en Francia es sólo el comienzo de un proceso
mucho más amplio que se extenderá a otros países occidentales.
Es absurdo creer que en estos tiempos de globalización
financiera, algún gobierno –sea cual sea– logrará resolver los problemas de su
país sin afectar las relaciones internacionales y recuperar simultáneamente
su capacidad de reacción. El problema es precisamente que la política
exterior ha sido mantenida fuera del ámbito democrático desde que desapareció
la Unión Soviética. Es por lo tanto urgente salir de casi todos los tratados y
compromisos pactados en los 30 últimos años. Sólo los Estados capaces de
recobrar su soberanía tendrán posibilidades de recuperarse.
Thierry Meyssan
[1]
Según Mijaíl Gorbatchov, ese acontecimiento fue lo que hizo posible la
disolución del Pacto de Varsovia y de la Unión Soviética en la medida en que
deslegitimó el Estado soviético.
[2]
Al contrario de lo que afirma el mito divulgado en Occidente,
quienes echaron abajo el muro de Berlín, visto como el símbolo de la
dominación soviética, no fueron los anticomunistas (y los
proestadounidenses) sino los nacionalistas del partido comunista de
la RDA (y las iglesias luteranas).
[3]
El principal objetivo de la invasión de Irak no fue liberar Kuwait
sino utilizar la ocupación de este último país como pretexto para
conformar la mayor coalición internacional posible, bajo el mando de
Estados Unidos y con la participación incluso de la URSS.
[4] Global
Inequality. A New Approach for the Age of Globalization, Branko Milanovic,
Harvard University Press, 2016.
[5]
«El proyecto militar de
Estados Unidos para el mundo», por Thierry Meyssan, Haïti Liberté (Haití),
Red Voltaire, 22 de agosto de 2017.
[6]
Es evidente que las guerras de los presidentes Bush hijo y Obama
nunca tuvieron como objetivo extender la democracia. Primero porque,
por definición, la democracia sólo puede emanar del Pueblo
y no puede imponerse con bombardeos. Y además porque Estados Unidos
ya era una plutocracia.
[7]
Me refiero no sólo al millón de personas que murieron en las guerras
mismas sino también a las víctimas de los desórdenes suscitados por esos
conflictos.
[8]
El ex presidente de la Reserva Federal estadounidense, Paul Volcker, es uno de
los arquitectos de la financierización global. Fue Volcker quien persiguió,
en nombre de la ONU, a las personas y entidades que habían ayudado a Irak
para que burlara el embargo impuesto por la ONU (el caso «petróleo
a cambio de alimentos»). Volcker es una de las principales
personalidades de la Pilgrim’s Society, el club transatlántico que tiene como
presidente a la reina Isabel II. Fue así como Volcker
se convirtió en el principal consejero económico del presidente Barack
Obama y conformó una parte de su equipo de gobierno.
[9]
«La nueva política
exterior británica», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 4
de julio de 2016.
[10]
El Mercado Común Europeo era un sistema de cooperación entre Estados, pero fue
reemplazado por la Unión Europea, que –según la definición enunciada en el
Tratado de Maastricht– es una entidad supranacional y se halla
bajo control de la OTAN. La Unión Europea tiene, por tanto, la
prerrogativa de oponerse a las decisiones nacionales.
[11]
«Dos mundo separados»,
por Thierry Meyssan, Al-Watan (Siria) , Red Voltaire,
8 de noviembre de 2016.
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