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martes, 9 de octubre de 2018

MEMORIAS DE UN SACERDOTE CRISTERO

José Sánchez del Río

Era el mes de julio de 1925. Los estudiantes del Colegio Margil de Jesús, que tenía la Asociación Católica de la Juventud Mexicana en Zacatecas, así como todos los demás de los otros colegios y escuelas, estaban en vacaciones. Un día recibo una cartita de mi antiguo compañero Manuel Pacheco, que desde Monte Escobedo me avisaba que quería pasar por ésta a su regreso a Zacatecas. Se acercó hasta la Hacienda del Chacuaco, donde estuvo con el señor don Eulalio Robles. De allí vino al Astillero, pasaron hasta Valparaíso, pero se regresaron luego, quedando entendidos del día en que vendría ya a aquí de fijo. Lo acompañaba el joven Pedro Salcedo, estudiante del Instituto Científico.
Efectivamente, el sábado 18 llegaron a la población en el auto que mandé y que ya los encontró en el camino.
Callo las muestras de cariño recíprocas que hubo entre ellos y yo.
Otro día, domingo 19, me indicó Pacheco que deseaba ir al panteón a colocar una corona de flores naturales en el sepulcro del señor Nava y que quería que al acto asistieran los obreros y la gente que quisiera. Mandamos hacer la corona de antemano. El domingo a las 11 pasamos a la unión, donde los esperaban las obreras; les habló, las alentó y las invitó al panteón.
A las 12 estuvimos con los obreros y después de unas palabras de aliento que les dirigió nos fuimos a la Calzada de los Mártires, donde se hizo la formación. Como 200 hombres, las obreras, niños y otras personas formaron la columna. Al llegar al panteón, él y yo cogimos la corona, entramos y, antes de depositarla, tomó la palabra, elogiando al sacerdote héroe del sacrificio, del deber y de la caridad. Volvimos altamente impresionados de la palabra del joven Pacheco.
El lunes 20 se celebró la fiesta de San Vicente de Paúl, porque el día anterior no hubo tiempo, fuimos invitados a la comida en el salón del Círculo de Obreros y nuevamente habló Pacheco.
El martes 21 comimos en la huerta de mi tío don Miguel Rivas. El miércoles 22 los llevó el joven Juan Francisco Muñoz, alumno del colegio Margil a su rancho, y el jueves 23 salieron para Sauceda.
Los ratos que estuvimos solos le manifesté mis dudas sobre algunos trabajos de acción social, le platiqué mis proyectos y le pedí más claras instrucciones sobre el establecimiento y dirección y marcha de un grupo de Asociación Católica de la Juventud Mexicana. Pensaba yo dar el paso definitivo a mi trabajo ya iniciado indirectamente.
Reorganización de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana La conversación que tuve con el joven Pacheco vino a aumentar en mí el gran gusto que tenía de organizar la Asociación Católica de la Juventud Mexicana. ¿Cómo hacer? Me encomendé a nuestro Señor. Paso por mi mente los jóvenes de la población y encuentro que son ya algunos y de buena preparación en la Cruzada Eucarística. El domingo 2 de agosto de 1925, desde la hora de misa de los niños, o sea a la misa de 7, avisé a algunos que los necesitaba en la doctrina, que no dejaran de concurrir y que le avisaran lo mismo a fulano, zutano, etcétera. En la santa misa le pedí a nuestro Señor me ayudara. No avisé al párroco, porque quise darle una agradable sorpresa, pues ya sabía el mismo interés que él tenía por la juventud.
Obedientes mis muchachos, como siempre lo fueron a todo lo que les decía, ocurrieron a la doctrina con puntualidad; los que no pudieron hacerlo mandaron decirme que después de la doctrina vendrían. Así fue: de la doctrina me los llevé a mi casa, Parroquia 8, los introduje a lo que en un tiempo fue oratorio y les facilité el fonógrafo del sindicato, diciéndoles que se divirtieran hasta que yo les dijera. Pusieron algunas piezas y canciones, pues ya sabían lo que tenía la grafonola. Entre tanto, llegaron los demás, reuniendo unos 12 muchachos, entre ellos algunos muy chicos, pero que servirían bien para mis deseos e intentos. Sólo faltó en la reunión el que yo deseaba que fuera el presidente.
Cuando ya se acercaba la hora de que se retiraran a sus casas, los hice sentar al semicírculo alrededor mío y les dirigí la palabra. Mi alocución se redujo a ponderar lo hermoso y provechoso que sería si pudieran reunirse en una asociación para que juntos, como hermanos, jugaran sanamente, evitando los peligros que los domingos tenían en la calle; que además estudiaran algo que les sirviera y luego que emprendieran en alguna obrita económica, como la cooperativa que entre ellos mismos habíamos establecido y que había dado muy buenos resultados, y eso que no había estado atendida como se requería para que fructificara mejor. Les recordé lo edificante que eran nuestras asambleas religiosas en la cruzada, etcétera, y vine a terminar manifestándoles que los quería ver formando la Asociación Católica de la Juventud Mexicana. Hablé de nuevo sobre los defectos que había en ella la vez anterior que se estableció y las causas de su muerte, pero que yo tenía la esperanza en nuestro Señor que si la formábamos de nuevo no moriría, sino que se levantaría muy alto. No sé qué impresión harían en ellos mis palabras, el resultado fue que cuando les dije que se pusieran en pie los que estuvieran de acuerdo con lo que les acababa de manifestar, todos se pararon y con las palabras llenas de entusiasmo me dijeron, sí padre, queremos ser acejotaemeros. Sólo los que tenemos esas manifestaciones fruto de nuestros trabajos sabemos el gozo que experimenta el corazón sacerdotal.
No se me ocultaba que esto era una carga más para mí ya múltiple trabajo, también veía que esto sería para más atraerme la persecución de los malvados, y allí me figuré cárceles, aprehensiones, etcétera, etcétera, y hasta se los [sic] manifesté a los muchachos.
Pero ellos me respondieron: “no le hace”.
En seguida dije, manos a la obra y a hacer elecciones provisionales para que de una vez quedara formada la mesa directiva. Se hicieron, yo propuse los candidatos y ellos eligieron. Salió electo Lucilo J. Calderón como presidente, que aunque no estaba allí yo ya lo había sondeado y visto el terreno preparado. “Un aplauso para la directiva, muchachos”, dijo uno y todos lo hicieron.
Después les di instrucciones para la propaganda, algunas reglas para su nuevo modo de conducirse a fin de atraer a los demás y, sobre todo, para agradar a nuestro Señor.
Otro día nos comunicamos luego por escrito con Pacheco, manifestándole lo que había pasado, suplicándole nos comunicara con el Comité Diocesano.
Este mismo día manifesté a los muchachos que yo quería que un dramita “Dios no muere”, que veníamos preparando hacía tiempo, lo hiciéramos para el domingo siguiente, 50.° aniversario de la muerte gloriosa del presidente del Ecuador, don Gabriel García Moreno, fiesta que a la vez nos serviría para que apareciera al público la Asociación Católica de la Juventud Mexicana, dando así una sorpresa al señor cura.
Convencidos. Luego manifesté lo mismo a los obreros y obreras y repartí algunos trabajitos entre ellos y entre los niños del catecismo y cruzada.
50.° aniversario de la muerte de García Moreno La prensa católica hizo mucha propaganda para solemnizar tal día. Los muchachos se movieron mucho, de lo que quedé muy contento, se estudiaron los trabajos, sobre todo la parte musical, y andábamos pero entusiasmados. La propaganda de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana seguía fuerte y todos los días se presentaban nuevos socios, logrando que volvieran a pertenecer los antiguos mejores que había. Entre los nuevos vimos con agrado al joven Juan Francisco Muñoz y a J. Guadalupe Flores, ex alumnos del Colegio Margil y que Pacheco me había recomendado mucho.
Se hicieron los programas y, juntamente con una carta ofreciéndonos a las órdenes como recién nacidos, se enviaron a los grupos de Zacatecas, Fresnillo, Adjuntas y a algunos sacerdotes vecinos, al ilustrísimo señor obispo y hasta [a] México. Fue ruidosa nuestra aparición, así se necesitaba, fue éste un consejo práctico de Pacheco. En lo[s] programas de la población nada se decía de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana, precisamente para dar la sorpresa.
El aniversario era el 6, pero nosotros lo transferimos para el domingo 9.
Se pidió licencia, se arregló el foro, se repartieron las invitaciones, etcétera, etcétera, pero la sorpresa nos la dio el señor cura porque no pudo asistir y sí que esta vez no se la pegamos y tuve que manifestarle mi secreto y quedamos que después le presentaría a mis muchachos en una veladita particular.
Deseosa la sociedad de alguna recreación, vimos el local completamente lleno de lo mejor de las clases de la población. Pasamos al lugar de honor al administrador de Correos, don Ramón Codina, y a algunos señores más. Invitamos al acejotaemero Francisco González junior, de Fresnillo, se dio la velada, la que en razón de verdad salió muy buena, y en ella dimos a conocer lo que fue García Moreno en su niñez, en su juventud, siendo todo modelo como piadoso, estudioso, como diplomático, como presidente, etcétera.
En el programa estaba un número que decía: “Vamos de nuevo, a ver si ahora, por varios jóvenes”. Entonces aparecieron los acejotaemeros en el foro, tomé la palabra y los presenté al público, allí hicieron el juramento de reglamento y en seguida supliqué a la sociedad una limosna para sostener una escuela nocturna para los muchachos y para proveerlos de lo necesario. Reuní 12 pesos, que después me entregaron, y con eso se compró lo indispensable. ¡Qué escasez de dinero hay para las obras sociales, verdaderamente se mantenían en nuestra patria a punta de un sin número de sacrificios!
Marcha de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana A los ocho días, o sea el 16 de agosto, dimos o repetimos algunos números de esta velada en lo que era Escuela Católica de Niñas, para presentar a los muchachos al señor cura Ibarra. Quedó él muy contento, les habló, los alentó y les prometió su ayuda. Ya eran ese día como 50 muchachos con vanguardias.
Hasta los jóvenes Juan Recéndez y Rodrigo pidieron ser admitidos en ella. Juan trabajó bien, no así Rodrigo, pero ambos dejaron la Asociación cuando su padre, don Leonardo Recéndez Dávila, pasó a Zacatecas como diputado.



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