SAN BERNARDO ABAD
Atanasius._ Mucho se ha
escrito sobre este tema, pero no todo ha sido acorde la realidad de la orden templaría
incluso hasta se han filmado películas en donde se ha denigrado al verdadero
soldado templario. Los enemigos de la Iglesia no han escatimado dinero ni
esfuerzos por difamar y denostar la labor de estos soldados de Cristo. No es de
extrañar que santa Inquisición corra la misma suerte sobre todo en estos
tiempos actuales donde abunda la mala literatura o los malos libros como lo
señala en su momento nuestra Señora de la Sallette.
Sean pues
estas pocas páginas una versión diferente sobre el tema de los templarios y sea
la autoridad de San Bernardo quien nos informe sobre esta gran milicia.
Introducción1
Hugo
de Payns, el primer Maestre de la Orden del Temple, le había solicitado a San
Bernardo que escribiera a los templarios unas letras, con la idea de
confortarlos ante la difícil situación en la que vivían, no conscientes aún de
la “legalidad espiritual” de su Orden. El fundador del Cister se hizo de rogar
hasta tres veces, pero la espera daría, como veremos, sus frutos.
No es
de extrañar la tardanza de Bernardo. Si bien el monje la atribuye a que no deseaba
que lo tildaran de precipitado, es fácil suponer que no tenía muy clara la viabilidad,
dentro de la realidad teológica del momento, de esa nueva vía, monástica pero
militar, para alcanzar la “Jerusalén celeste”. Hasta ese momento, el ideal
monástico era el único camino, estando terminantemente prohibido a los monjes
derramar sangre, ni siquiera la de los enemigos de la Cristiandad. Bernardo –en
palabras de Cósimo Damiani Fonseca– al contrario que los círculos gregorianos,
no considera el uso de las armas lo más adecuado para la expansión de la
Iglesia2. Quizás, –aquí coincidimos con Demurguer– debió de ser la calidad de
la fe de aquellos caballeros la que lo llevó a la decisión de elaborar el
opúsculo, en el cual, contrariamente a lo que defendía anteriormente, hace un
elogio de la guerra santa y de los monjes-guerreros3. Quizá también influyeran
las circunstancias de la Cristiandad en los siglos XI y XII, sobre todo a
partir de la primera cruzada.
De
laudae novae militiae ad milites Templi consta de dos partes claramente diferenciadas.
En la primera, San Bernardo describe la misión del templario, justificando la existencia
del monje-caballero. En un tono ciertamente apologético, califica la milicia templaria
como algo extraordinario, nunca visto en los siglos anteriores. En ella, los caballeros
libran a un tiempo dos combates: contra la carne y la sangre y contra el espíritu de la
malicia. Este doble combate es lo que se resalta, pues el hecho de
que los monjes luchen contra el pecado y los vicios, y los caballeros contra
los enemigos, cada uno por su parte, no tiene tanto mérito, pero sí el que
ambas luchas confluyan en el mismo combatiente. Este soldado está armado por la
fe, del mismo modo que su cuerpo lo está con la armadura.
A
continuación hace un elogio del valor del templario, que no teme a la muerte, que incluso la desea,
porque la muerte lo unirá a Jesucristo. Es, pues, una justificación del
martirio y, al mismo tiempo, una justificación de la guerra contra los
infieles, pues el templario, mate o muera, nunca será un homicida, sino un
soldado de Cristo. Esto es la guerra santa.
Sin
embargo, la caballería secular, frívola, que piensa más en los adornos y las joyas
que en la religión, no tiene salvación, porque el caballero secular, si mata a
un adversario, encuentra su condena, igual que si muere en la pugna. Pero los templarios,
los caballeros de Cristo, como luchan sólo por los intereses de Cristo, no
incurren en pecado alguno, ya que, si matan, matan a un enemigo de Cristo y, si
mueren, lo hacen por Cristo.
Luego
describe la vida cotidiana del caballero templario, en un tono ciertamente exagerado:
su disciplina, la pobreza en la que viven, la castidad que practica, etc.
La
segunda parte de De laude... es una especie de recorrido turístico por Tierra Santa.
San Bernardo va haciendo reflexiones sobre los diversos lugares relacionados con
la vida de Jesucristo: Belén, Nazareth, etc., la vigilancia de los cuales, para
proteger a los peregrinos, estaba encomendada a los templarios. Estas reflexiones
tienen por objeto provocar que los templarios sean conscientes de la importancia
de su misión en Palestina.
No
podemos cuantificar la influencia que pudo tener esta obrilla bernardiana en lo
que respecta a la captación, para la Orden templaria, de nuevos hermanos.
Seguramente
no sería nada despreciable.
De
laude... y la Regla muestran con claridad el ideal que insuflaba a los templarios.
Son personas de
profunda fe, vigorosos y valientes combatientes, disciplinados soldados en la
batalla y humildes monjes en el convento, con una vida verdaderamente ascética,
más por la dureza de los servicios que debían cumplir que por la práctica del
ascetismo corporal. Ciertamente, como monjes que son tienen que prescindir
de todo lujo superfluo, porque deben combatir permanentemente los vicios del
cuerpo y del espíritu, pero también son soldados, y necesitan estar bien
alimentados para no desfallecer en la batalla. Practican la hospitalidad y la caridad con los necesitados,
aunque su fin no sea estrictamente ése, sino el patrullaje de los caminos y el
combate contra los musulmanes. Sin embargo, a nuestro juicio, es la
tarea militar la función primordial. A pesar de que San Bernardo se asombre por
la conjunción, en la misma persona, del ideal monástico y del militar, son los
servicios de armas los que ocupan la mayor parte de su tiempo, asistiendo sólo
cuando el servicio lo permite a los oficios religiosos, algo impensable en un
monje cisterciense, por ejemplo. De cualquier manera, estamos ante una
monastización de la caballería (o una militarización de la vida monástica si se
prefiere) que responde perfectamente a las necesidades de la Iglesia en ese
momento. La Orden
del Temple, y posteriormente las otras Órdenes militares, son la expresión más
apropiada de la “Militia Dei”, en contraposición a la “Malicia Mundi” que
representa la caballería secular.
1 De
esta obra bernardiana hay varias versiones en castellano: Cósimo Damiani
Fonseca: Introducción y edición de “De laude novae militiae ad milites Templi”,
en San Bernardo: Tratacti, Milán, 1984; Bernardo de Claraval: Elogio de la
nueva milicia templaria, edición de Javier Martín Lalanda, Madrid, 1994, y la
que hizo el padre Gregorio Díez Ramos, O.S.B., editada en el vol. II de las
Obras completas de San Bernardo por la Biblioteca de Autores Cristianos,
Madrid, 1955, pp. 853-881; Carlos Pereira Martínez, Carlos: Los templarios.
Artículos
y Ensayos, Editorial Toxosoutos, Noia, 2002 –del que se entresaca este
artículo- (y que también publicó, en el año 2000, una versión en gallego de la
misma, en el libro Os templarios. Artigos e ensaios, Editorial Toxosoutos,
Noia. Publican también fragmentos de “De
laude...”,
en castellano, Cruz Martínez Esteruelas: Los caballeros del templo de Salomón, Barcelona,
1994, pp. 54-68; Luis Alberto de Cuenca: Floresta española de varia caballería,
Madrid, 1975, pp. 129-131; fray Javier Campos, OSA (coord..): Lux Hispaniarum.
Estudios sobre las Órdenes Militares, Madrid, 1999, apéndice I, pp. 465-169; 2
Fonseca, Introducción cit. p. 430, nota
2.
Esta fusión del monacato y la milicia, y la influencia que la obra de San
Bernardo ejerció en las otras OOMM, ha sido destacada por los investigadores:
fray Rafael de la Brena y Sanchiz y otros: “Lux hispaniarum: pasado, presente y
futuro de las Órdenes Militares”, pp. 35-68, en fray Javier Campos, op. cit.,
p. 89, calificándola
de
“carta espiritual” de los templarios; Bonifacio Palacios Martín y otros: “La
vida cotidiana de las Órdenes Militares españolas hasta principios del siglo
XVI”, pp. 343-361, en fray Javier Campos, op. cit., p. 345; Paolo Caucci von
Saucken: “Militia Sacrae cura peregrinorum: Ordini Militari ed ospitaleri e
pellegrinaggio”, pp. 29-49, en Paolo Caucci von Saucken (ed.): Santiago, Roma,
Jerusalén. Actas del III Congreso Internacional de Estudios Jacobeos, Santiago,
1999, p. 34; Luis Corral Val: Los monjes soldados de la orden de Alcántara en
la Edad Media, Madrid, 1999, pp. 237-241; Laureà Pagarolas Sabaté: “Las
primeras Órdenes Militares: Templarios y Hospitalarios”, pp. 31-56, en AAVV:
Los monjes soldados. Los templarios y otras Órdenes Militares, Madrid, 1997, p.
39; Carlos Ayala Martínez: “Órdenes Militares hispánicas: Reglas y expansión
geográfica”, pp. 57-86, en AAVV: Los monjes soldados..., pp. 61-62; Manuel
Núñez Rodríguez: “La guerra es mala, pero conviene, dado que es ineludible”,
pp. 107-134, en AAVV: Los monjes soldados..., pp. 121-122.
3
Alain Demurguer: Auge y caída de los templarios, Barcelona, 1986, p. 44.
Hilario Franco Júnior: Peregrinos, monges e guerreiros. Feudo-clericalismo e
Religiosidade em Castela Medieval, São Paulo, 1990, p. 173, piensa, en este
sentido, que la concepción de la Guerra Santa recibiría su formulación clásica
con el mayor de los cistercienses, Bernardo de Claraval”. Puesto que para el
monje sólo existe, ante el pecado, el refugio del claustro, la misericordia
divina, gracias a la cruzada, permitirá la remisión de los pecados; la Cruzada
“es una liturgia, de ahí que esté abierta a todos los pecadores, por ello no
sólo reunir a una élite de caballeros sino, principalmente, a los malos
cristianos...” “... la Cruzada es literalmente participación en la Pasión de Cristo,
es prestación de vasallaje a Él, es peregrinación sin retorno, es regeneración
de la sociedad humana...” (p. 174).
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