S.S. LEON XIII
Capítulo 1.
(de
S.S. Gregorio XVI sobre los errores modernos)
1.3. Disciplina de la Iglesia, inmutable
6.
Reprobable será, en verdad, y muy ajeno a la veneración con que deben recibirse
las leyes de la Iglesia, condenar por un afán caprichoso de opiniones cualesquiera,
la disciplina por ella sancionada y que abarca la administración de las cosas
sagradas, la regla de las costumbres, y los derechos de la Iglesia y de sus inistros,
o censurarla como opuesta a determinados principios del derecho natural o
presentarla como defectuosa o imperfecta, y sometida al poder civil.
En
efecto, constando, según el testimonio de los Padres de Trento 12 , que la
Iglesia recibió su doctrina de Cristo Jesús y de sus Apóstoles, que es enseñada
por el Espíritu Santo, que sin cesar la sugiere toda verdad, es completamente
absurdo e injurioso en alto grado el decir que sea necesaria cierta restauración
y regeneración para volverla a su incolumidad primitiva, dándola nueva vigor,
como si pudiera ni pensarse siquiera que la Iglesia está sujeta a defecto, a
ignorancia o a cualesquier otras imperfecciones. Con cuyo intento pretenden los
innovadores echar los fundamentos de una institución humana moderna, para así
lograr aquello que tanto horrorizaba a San Cipriano, esto es, que la Iglesia,
que es cosa divina, se haga cosa humana 13 . Piensen pues, los que tal
pretenden que sólo al Romano Pontífice, como atestigua San León, ha sido
confiada la constitución de los cánones; y que a el solo compete, y no a otro,
juzgar acerca de los antiguos decretos, o como dice San Gelasio: Pesar los
decretos de los cánones, medir los preceptos de sus antecesores para atemperar,
después de un maduro examen, los que hubieran de ser modificados, atendiendo a
los tiempos y al interés de las Iglesias 14
1.4. Celibato clerical
7.
Queremos ahora Nos excitar vuestro gran celo por la religión contra la
vergonzosa liga que, en daño del celibato clerical, sabéis como crece por momentos,
porque hacen coro a los falsos filósofos de nuestro siglo algunos eclesiásticos
que, olvidando su dignidad y estado y arrastrados por ansia de placer, a tal
licencia han llegado que en algunos lugares se atreven a pedir, tan pública
como repetidamente, a los Príncipes que supriman semejante imposición
disciplinaria. Rubor causa el hablar tan largamente de intentos tan torpes; y
fiados en vuestra piedad, os recomendamos que pongáis todo vuestro empeño en guardar,
reivindicar y defender íntegra e inquebrantable, según está mandado en los cánones,
esa ley tan importante, contra la que se dirigen de todas partes los dardos de
los libertinos.
1.5. Matrimonio cristiano
8.
Aquella santa unión de los cristianos, llamada por el Apóstol sacramento grande
en Cristo y en la Iglesia 15, reclama también toda nuestra solicitud, por parte
de todos, para impedir que, por ideas poco exactas, se diga o se intente algo
contra la santidad, o contra la indisolubilidad del vinculo conyugal.
Esto
mismo ya os lo recordó Nuestro predecesor Pío VIII, de s. m., con no poca
insistencia, en sus Cartas. Pero aun continúan aumentando los ataques
adversarios. Se debe, pues, enseñar a los pueblos que el matrimonio, una vez
constituido legítimamente, no puede ya disolverse, y que los unidos por el
matrimonio forman, por voluntad de Dios, una perpetua sociedad con vínculos tan
estrechos que sólo la muerte los puede disolver. Tengan presente los fieles que
el matrimonio es cosa sagrada, y que por ello está sujeto a la Iglesia; tengan
ante sus ojos las leyes que sobre el ha dictado la Iglesia; obedézcanlas santa
y escrupulosamente, pues de cumplirlas depende la eficacia, fuerza y justicia
de la unión. No admitan en modo alguno lo que se oponga a los sagrados cánones
o a los decretos de los Concilios y conozcan bien el mal resultado que
necesariamente han de tener las uniones hechas contra la disciplina de la
Iglesia, sin implorar la protección divina o por sola liviandad, cuando los
esposos no piensan en el sacramento y en los misterios por ´el significados.
1.6.
Indiferentismo religioso 9. Otra causa que ha producido muchos de los males que
afligen a la iglesia es el indiferentismo, o sea, aquella perversa teoría
extendida por doquier, merced a los engaños de los impíos, y que enseña que
puede conseguirse la vida eterna en cualquier religión, con tal que haya
rectitud y honradez en las costumbres. Fácilmente en materia tan clara como
evidente, podéis extirpar de vuestra grey error tan execrable. Si dice el Apóstol
que hay un solo Dios, una sola fe, un solo bautismo 16 , entiendan, por lo
tanto, los que piensan que por todas partes se va al puerto de salvación, que, según
la sentencia del Salvador, están ellos contra Cristo, pues no están con Cristo.
1.7. Libertad de conciencia 7
17 y
que los que no recolectan con Cristo, esparcen miserablemente, por lo cual es
indudable que perecerán eternamente los que no tengan fe católica y no la
guardan íntegra y sin mancha 18 ; oigan a San Jerónimo que nos cuenta cómo,
estando la Iglesia dividida en tres partes por el cisma, cuando alguno
intentaba atraerle a su causa, decía siempre con entereza: Si alguno está unido
con la Cátedra de Pedro, yo estoy con él 19 . No se hagan ilusiones porque están
bautizados; a esto les responde San Agustín que no pierde su forma el sarmiento
cuando está separado de la vid; pero, ¿de qué le sirve tal forma, si ya no vive
de la raíz? 20 .
1.7. Libertad de conciencia
10. De
esa cenagosa fuente del indiferentismo mana aquella absurda y errónea sentencia
o, mejor dicho, locura, que afirma y defiende a toda costa y para todos, la
libertad de conciencia. Este pestilente error se abre paso, escudado en la
inmoderada libertad de opiniones que, para ruina de la sociedad religiosa y de
la civil, se extiende cada día más por todas partes, llegando la impudencia de
algunos a asegurar que de ella se sigue gran provecho para la causa de la religión.
¡Y qué peor muerte para el alma que la libertad del error! decía San Agustín 21.
Y ciertamente que, roto el freno que contiene a los hombres en los caminos de
la verdad, e inclinándose precipitadamente al mal por su naturaleza corrompida,
consideramos ya abierto aquel abismo 22 del que, según vio San Juan, subía un
humo que oscurecía el sol y arrojaba langostas que devastaban la tierra. De aquí
la inconstancia en los ánimos, la corrupción de la juventud, el desprecio -por
parte del pueblo- de las cosas santas y de las leyes e instituciones más
respetables; en una palabra, la mayor y más mortífera peste para la sociedad,
porque, aun la más antigua experiencia enseña como los Estados, que más
florecieron por su riqueza, poder y gloria, sucumbieron por el solo mal de una
inmoderada libertad de opiniones, libertad en la oratoria y ansia de novedades.
1.8. Libertad de imprenta
11.
Debemos también tratar en este lugar de la libertad de imprenta, nunca
suficientemente condenada, si por tal se entiende el derecho de dar a la luz pública
toda clase de escritos; libertad, por muchos deseado y promovido. Nos horrorizamos,
Venerables Hermanos, al considerar qué monstruos de doctrina, o mejor dicho, qué
sinnúmero de errores nos rodea, diseminándose por todas partes, en innumerables
libros, folletos y artículos que, si son insignificantes por su extensión, no
lo son ciertamente por la malicia que encierran; y de todos ellos sale la maldición
que vemos con honda pena esparcirse sobre la tierra. Hay, sin embargo, ¡oh
dolor!, quienes llevan su osadía a tal grado que aseguran, con insistencia, que
este aluvión de errores esparcido por todas partes está compensado por algún
que otro libro, que en medio de tantos errores se publica para defender la
causa de la religión. Es de todo punto ilícito, condenado además por todo
derecho, hacer un mal cierto y mayor a sabiendas, porque haya esperanza de un pequeño
bien que de aquel resulte.
¿Por
ventura dirá alguno que se pueden y deben esparcir libremente activos venenos,
venderlos públicamente y darlos a beber, porque alguna vez ocurre que el que
los usa haya sido arrebatado a la muerte?
12.
Enteramente distinta fue siempre la disciplina de la Iglesia en perseguir la publicación
de los malos libros, ya desde el tiempo de los Apóstoles: ellos mismos quemaron
públicamente un gran número de libros 23 . Basta leer las leyes que sobre este
punto dio el Concilio V de Letrán y la Constitución que fue publicada después
por León X, de f. r., a fin de impedir que lo inventado para el aumento de la
fe y propagación de las buenas artes, se emplee con una finalidad contraria,
ocasionando daño a los fieles 24 . A esto atendieron los Padres de Trento, que,
para poner remedio a tanto mal, publicaron el salubérrimo decreto para hacer un
índice de todos aquellos libros, que, por su mala doctrina, deben ser
prohibidos 25. Hay que luchar valientemente, dice Nuestro predecesor Clemente
XIII, de p. m., hay que luchar con todas nuestras fuerzas, según lo exige
asunto tan grave, para exterminar la mortífera plaga de tales libros; pues existirá
materia para el error, mientras no perezcan en el fuego esos instrumentos de
maldad 26 . Colijan, por tanto, de la constante solicitud que mostro siempre
esta Sede Apostólica en condenar los libros sospechosos y dañinos, arrancándolos
de sus manos, cuán enteramente falsa, temeraria, injuriosa a la Santa Sede y
fecunda en gravísimos males para el pueblo cristiano es la doctrina de quienes,
no contentos con rechazar tal censura de libros como demasiado grave y onerosa,
llegan al extremo de 1.9. Rebeldía contra el poder 9 afirmar que se opone a los
principios de la recta justicia, y niegan a la Iglesia el derecho de decretarla
y ejercitarla.
1.9. Rebeldía contra el poder
13.
Sabiendo Nos que se han divulgado, en escritos que corren por todas partes,
ciertas doctrinas que niegan la fidelidad y sumisión debidas a los príncipes,
que por doquier encienden la antorcha de la rebelión, se ha de trabajar para
que los pueblos no se aparten, engañados, del camino del bien. Sepan todos que,
como dice el Apóstol, toda potestad viene de Dios y todas las cosas son ordenadas
por el mismo Dios. Así, pues, el que resiste a la potestad, resiste a la ordenación
de Dios, y los que resisten se condenan a sí mismos 27. Por ello, tanto las
leyes divinas como las humanas se levantan contra quienes se empeñan, con
vergonzosas conspiraciones tan traidoras como sediciosas, en negar la fidelidad
a los príncipes y aun en destronarles.
14.
Por aquella razón, y por no mancharse con crimen tan grande, consta cómo los
primitivos cristianos, aun en medio de las terribles persecuciones contra ellos
levantadas, se distinguieron por su celo en obedecer a los emperadores y en
luchar por la integridad del imperio, como lo probaron ya en el fiel y pronto
cumplimiento de todo cuanto se les mandaba (no oponiéndose a su fe de
cristianos), ya en el derramar su sangre en las batallas peleando contra los
enemigos del imperio. Los soldados cristianos, dice San Agustín, sirvieron fielmente
a los emperadores infieles; mas cuando se trataba de la causa de Cristo, no
reconocieron otro emperador que al de los cielos. Distinguían al Señor eterno
del señor temporal; y, no obstante, por el primero obedecían al segundo 28. Así
ciertamente lo entendía el glorioso mártir San Mauricio, invicto jefe de la legión
Tebea, cuando, según refiere Éusquero, dijo a su emperador: Somos, oh
emperador, soldados tuyos, pero también siervos que con libertad confesamos a
Dios; vamos a morir y no nos rebelamos; en las manos tenemos nuestras armas y
no resistimos porque preferimos morir mucho mejor que ser asesinos 29. Y esta
fidelidad de los primeros cristianos hacia los príncipes brilla aún con mayor
fulgor, cuando se piensa que, además de la razón, según ya hizo observar
Tertuliano, no faltaban a los cristianos ni la fuerza del número ni el esfuerzo
de la valentía, si hubiesen querido mostrarse como enemigos: Somos de ayer, y
ocupamos ya todas vuestras casas, ciudades, islas, castros, municipios,
asambleas, hasta los mismos campamentos, 27Rom. 13, 2. 28In las tribus y las
decurias, los palacios, el senado, el foro... ¿De qué guerra y de qué lucha no seríamos
capaces, y dispuestos a ello aun con menores fuerzas, los que tan gozosamente
morimos, a no ser porque según nuestra doctrina es
más lacíto
morir que matar? Si tan gran masa de hombres nos retirásemos, abandonándoos, a algún
rincón remoto del orbe, vuestro imperio se llenaría de vergüenza ante la pérdida
de tantos y tan buenos ciudadanos, y os veríais castigados hasta con la destitución.
No hay duda de que os espantarais de vuestra propia soledad...; no encontrarais
a quien mandar, tendríais más enemigos que ciudadanos; mas ahora, por lo
contrario, debéis a la multitud de los cristianos el tener menos enemigos 30.
15.
Estos hermosos ejemplos de inquebrantable sumisión a los príncipes, consecuencia
de los santísimos preceptos de la religión cristiana, condenan la insolencia y
gravedad de los que, agitados por torpe deseo de desenfrenada libertad, no se
proponen otra cosa sino quebrar y aun aniquilar todos los derechos de los príncipes,
mientras en realidad no tratan sino de esclavizar al pueblo con el mismo señuelo
de la libertad. No otros eran los criminales delirios e intentos de los
valdenses, beguardos, wiclefitas y otros hijos de Belial, que fueron plaga y
deshonor del género humano, que, con tanta razón y tantas veces fueron
anatematizados por la Sede Apostólica. Y todos esos malvados concentran todas
sus fuerzas no por otra razón que para poder creerse triunfantes felicitándose
con Lutero por considerarse libres de todo vínculo; y, para conseguirlo mejor y
con mayor rapidez, se lanzan a las más criminales y audaces empresas.
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