La marisma niega, además, el libre albedrío
(defendido sólo por algunas exégesis minoritarias consideradas heréticas) y
profesa un determinismo absoluto, que no deja lugar en el mundo a relaciones causales
auténticas, visto que todas nuestras acciones, buenas o malas, están ya "consignadas" en el decreto inescrutable
de Alá (Corán 54,52-53).
9.6.1 El reconocimiento de Lumen Gentium §
16 se repite en la declaración Nostra Aetate de manera más detallada y grave: «La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes, que
adoran al Dios único, viviente y subsistente, misericordioso y todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra (cf San Gregorio VIL Epist. 21 ad
Anzir (Nacir), regem Mauritaniae: PL 148, 450s), que
habló a los hombres [qui unicum Deum adorant (...) homines
allocutum], a cuyos escondidos decretos procuran
someterse con toda el alma [cuius occultis etiam decretis tato animo
se submittere student] como se sometió Abraham, a
quien la fe islámica mira con complacencia» (NA § 3).
Aquí se afirma sin más ni más que el dios
en quien creen los islamitas "habló a los
hombres" (1). Así que ¿pretende hacer ver con ello el concilio que
considera auténtica la "revelación" transmitida por Mahoma en el
Corán? Si fuera así, ¿no tendríamos aquí una apostasía implícita de la fe
cristiana, dado que la "revelación"
expuesta en el Corán contradice expresamente todas las verdades fundamentales
de aquélla? Por añadidura, se describen las creencias de la muslemía exactamente
igual que ésta las entiende, como si se las aprobase. En efecto, se usa -la
imagen de la "sumisión a Dios", que no otra cosa es lo que significa
la voz "islam" (sumisión), cuyo adjetivo sustantivado es muslim,
musulmán (sometido [a Dios]). La frase entera parece un eco de Corán 4, 125:
«¿Quién es mejor, tocante a religión, que quien se somete a Dios, hace el bien
y sigue la religión de Abraham, que fue Hanif [un monoteísta puro]?». Por último,
la referencia a la obediencia a los "escondidos
decretos" de Alá tiene un marcadísimo sabor islámico, puesto que
nos recuerda que a Alá se le define en el Corán como "el
Visible y el Escondido" (Corán 57, 3) (Visible en sus obras y
Escondido en sus decretos): como si el concilio hubiese querido hacer
comprender con ello que su "aprecio"
no retrocedía ante el carácter ambiguo, turbio, impenetrable, de la entidad que
habla en el Corán.
El elogio del Vaticano II a la
"fe" de Abraham profesada por los musulmanes, como si constituyese
una característica que los acerca a nosotros, oculta la verdad, ya que, como se
sabe, el Abraham del Corán, embebido de elementos
legendarios y apócrifos, no coincide con el Abraham verdadero, que es
obviamente el de la Biblia, visto que el Corán le atribuye a Abraham un
monoteísmo denominado "puro", es decir, antitrinitario, anterior al judeocristiano,
que Mahoma, en cuanto profeta árabe, descendiente de Abraham por la línea de
Ismael, fue llamado por Dios a restaurar, liberándolo de las presuntas
falsificaciones de hebreos y cristianos (1).
9.6.2 Nostra Aetate muestra que también
toma seriamente en consideración la veneración que los agarenos profesan a
Jesús y a la Santísima Virgen: «Veneran a Jesús como
profeta, aunque no lo reconocen como Dios; honran a María, su madre virginal, y
a veces también la invocan devotamente» (NA § 3. cit.).
Se sabe, empero, que la "cristología"
del Corán se basa en el Jesús torcido y desfigurado de los evangelios apócrifos
y de las herejías gnósticas de distintos tipos que pululaban en Arabia en
tiempos de Mahoma. Nos muestra a un Jesús (Isa) nacido de una virgen por intervención
divina (del ángel Gabriel), profeta particularmente acepto a Alá, un mero
mortal, bien que milagrero por concesión de Alá; un profeta, pues, que predicó
el mismo monoteísmo atribuido a Abraham (Corán 57, 26-27), cuya fórmula reza
así: «No hay ningún otro dios que Dios, el Uno, el
Invicto» (Corán 38, 65). Por eso Jesús, según la marisma, fue un "siervo de Dios" (Corán 19,30), un
sometido a Alá, o sea, un muslim, un musulmán, como Abraham, hasta el punto de
que anunció, al igual que éste, la venida de Mahoma (Corán 61, 6) (1). Cuando
los sarracenos veneran a Jesús como profeta, lo entienden, pues, como
"profeta del Islam", mentira que no puede aceptar ningún católico que
siga conservando la fe, como es obvio.
a9.6.3 Por lo que se refiere a la veneración
islámica de la Santísima Virgen, a quien a veces los moros "invocan devotamente",
fuerza es precisar que constituye un culto irrelevante, de fondo supersticioso;
un "culto", en cualquier caso, que se enseñe o mande en cuanto madre
de un "profeta del islam", no en cuanto madre de Dios: un culto desde
luego ofensivo para oídos católicos.
Hay que replicar, además, que también la
"mariología" del Alcorán está corrompida por entero: trae origen de
un libro de fuente apócrifa y herética, ignora por completo la existencia de San
José y del Espíritu Santo, llama a la Virgen María "hermana
de Arón", hermano de Moisés, e «hija de
Imram» (en hebreo: Arnram), que era su padre (Núm 26, 59), uniéndola
nada menos que con María la profetisa (Ex 15,20), que vivio alrededor de doce
siglos antes de Cristo.
Para colmo, inserta a la Virgen María en la
aborrecida Trinidad de los cristianos, a la que rechaza con acritud, y que
consta, al decir del Alcorán de Dios (Padre), María (Madre) y Jesús (HIJO): «y cuando
dijo 'Dios: "[Jesús, hijo de María! ¿Eres tú quien a dicho a los hombres:
'Tomadnos a mí ya mi madre como a dioses [literalmente: 'como a dos dioses'],
además de tomar a Dios! Dijo [Jesús]: "Gloria a Ti! ¿Cómo voy a decir algo
que no tengo por verdad? [Corán 4, 171; 5, 73] Si lo hubiera dicho, Tu lo habrías
sabido. Tú sabes lo que hay en mí [es decir: 'cómo pienso'], pero yo no sé lo
que hay en Ti, Tú eres Quien conoce a fondo todas las cosas ocultas"»
(Corán 5, 116).
9.6.4 Por remate de todo, Nostra Aetate § 3
cit. parece loar a los agarenos y señalarlos como ejemplo a los católicos porque
«esperan, además, el día del juicio, cuando Dios
remunerara a todos los hombres resucitados. Por tanto, aprecian la vida moral y
honran a Dios, sobre todo, con la oración, las limosnas y el ayuno»;
razón por la cual el concilio «exhorta a todos a
que, olvidando lo pasado», es decir, las «no pocas desavenencias y enemistades
entre cristianos y musulmanes» que surgieron en el transcurso de los
siglos, «procuren con sinceridad comprenderse
mutuamente, defender y promover unidos la justicia social, los bienes morales,
la paz y la libertad para todos los hombres» (NA, ibid.).
También aquí se tuerce con violencia el
significado de los hechos históricos, porque se reducen artificiosamente a
meras "desavenencias y enemistades" las luchas sangrientas, largas cruentas,
fe contra fe, que hubimos de sostenerla lo largo de los siglos rechazar el
asalto del islam. Además, también se pasan por alto las diferencias abisales
que median entre la escatología católica y la islámica (la carencia de una
verdadera visión beatífica, la carnalidad del paraíso, la eternidad de las
penas infernales sólo para los infieles), por no mencionar la incompatibilidad
absoluta de su concepción de la "vida moral" y del "culto"
con la nuestra: el islam es una religión que, además de admitir instituciones
moralmente inaceptables como la poligamia, con todos sus corolarios, pretende
garantizar la salvación nada más que con solas las prácticas legales del culto;
constituye, pues, una religión exterior y legalista,
aún más que el fariseísmo, condenado por Nuestro Señor a boca llena
(cf. Mt 6, 5). Todo eso se pasa en silencio para invitarnos a una colaboración
imposible con la morisma, aunque sólo sea porque ésta no da a las expresiones "justicia social", "paz",
"libertad", etc., otro significado que el que puede inferirse
del Corán y de la Asuna (lo que dijo e hizo Mahoma), según los ha entendido la
interpretación "ortodoxa" a lo largo de los siglos: un significado
islámico, absolutamente distinto del nuestro. Por
poner un ejemplo, la morisma agarena no entiende la paz ni siquiera a la manera
del Pontífice actualmente reinante: al no admitir que los islamitas puedan
vivir bajo los infieles, dividen el mundo en dos: la parte donde domina el
islam (dar al-islam: morada del islam) y todo el resto, forzosamente enemigo
hasta que se convierta o someta (dar alharb: morada de la guerra).
La comunidad islámica se considera siempre en guerra con ese resto del mundo;
de ahí que la paz no sea para ella un fin en sí, que permita la convivencia de
Estados y religiones diversos: no es más que un medio dictado por las
circunstancias, que obligan a pactar armisticios con los infieles; deben gozar
de una duración limitada (no más de diez años); y la guerra debe reanudarse
siempre que se pueda -constituye una obligación
moral para el agareno, de cuño jurídico-religioso- hasta la
infalible victoria final: la instauración de un Estado islámico mundial. Continuara...
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