SAN PABLO Y SAN PEDRO
RELACIÓN DE LAS VIRTUDES MORALES INFUSAS
Y DE LAS VIRTUDES MORALES ADQUIRIDAS
Por lo
que llevamos dicho es fácil explicarse las relaciones entre estas virtudes y su
recíproca subordinación (*).
En
primer lugar, la facilidad de los actos de virtud no queda asegurada de la
misma manera por las virtudes morales infusas que por las virtudes morales
adquiridas. Las infusas dan facilidad intrínseca, pero no siempre excluyen los
obstáculos extrínsecos, que se evitan mediante la repetición de actos que
engendra las virtudes adquiridas.
Así
sucede v. g., cuando, por la absolución, las virtudes morales infusas, junto
con la gracia santificante y la caridad, son devueltas a un penitente que, aun
teniendo atrición de sus culpas, no posee las virtudes morales adquiridas. Tal
el ebrio habitual que con atrición suficiente se confiesa por Pascua. Mediante
la absolución, recibe, junto con la caridad, las virtudes morales infusas,
incluso la templanza. Pero no la templanza adquirida. La virtud infusa que se
le comunica le da cierta facilidad intrínseca de realizar actos a que le obliga
la sobriedad; pero esta virtud infusa no destruye los obstáculos extrínsecos
que hubieran sido destruídos por los actos repetidos que engendran la templanza
adquirida (2). Por eso, este penitente ha de vigilarse seriamente para evitar
las ocasiones que lo arrastrarían a recaer en su pecado habitual.
Por
aquí se comprende que la virtud adquirida de la templanza, facilita grandemente
el ejercicio de la virtud infusa correspondiente (3).
( 1 ) Cf. SANTO TOMÁS, Quaest. disp.; de Virtutibus in
communi, a. 10, in corp., ad 1, ad 13, ad 16. Y P.
BERNARD, O. P., La Vie Spirituelle, enero 1935; supl. pp. 25-54: La virtud
adquirida y la virtud infusa.
( 2 )
Sigúese de ahí que tal penitente conoce por experiencia mucho
mejor
los obstáculos que se han de vencer, que la virtud infusa de templanza, que
acaba de recibir, y es de naturaleza demasiado elevada como para ser objeto de
la experiencia sensible.
( 3) Se
comprende que la temperancia infusa puede existir sin la
¿Cuál
es el modo de practicarlas? Se han de practicar sin separar la una de la otra,
de modo que la virtud adquirida vaya subordinada a la virtud infusa como para
ayudarla. De esa forma, y en otro orden de cosas, en el artista que toca el arpa
o el piano, la agilidad de los dedos, adquirida por el ejercicio, favorece el
ejercicio del arte musical que reside, no en los dedos, sino en la inteligencia
del artista. Si por una parálisis viene a perder la agilidad digital, acaso se verá
obligado a cesar en sus actividades artísticas, a causa de un obstáculo
extrínseco. Su arte, sin embargo permanece en su inteligencia práctica; pero
nada más, ya que su realización dependía de dos funciones subordinadas que se realizaban
conjuntamente. Este caso es idéntico al de la virtud
adquirida y la virtud infusa del mismo nombre (1).
Del
mismo mo'do la imaginación está al servicio de la inteligencia, y la memoria al
de la ciencia.
Estas
virtudes morales ocupan el justo medio entre dos extremos, el uno por defecto y
el otro por exceso. Así la virtud de fortaleza nos inclina a guardar el justo
medio entre el miedo, que huye del peligro sin motivo razonable, y la
temeridad, que nos expondría a perder la vida por una cuestión sin importancia.
Conviene no interpretar toradquirida, como en el caso de que acabamos de
hablar. Y al revés, la templanza adquirida puede existir sin la infusa, porque
esta última se pierde por el pecado mortal; mientras que la templanza
adquirida, si ya existía antes del pecado, permanece, al menos imperfectamente,
in statu dispositionis facile mobilis. Del mismo modo la memoria sensible, que
está al servicio de la ciencia, puede existir sin ella; e inversamente, un gran
sabio, que conserva su ciencia en la inteligencia, puede, por una lesión
cerebral, perder la memoria que le facilitaba el ejercicio de su ciencia.
(*) En
el justo la caridad ordena o inspira el. acto de la temperancia adquirida por
medio de un acto simultáneo de templanza infusa. Y aun fuera de estos actos, al
ir unidas estas dos virtudes en la misma facultad, la infusa confirma a la
adquirida.
Sólo
que en los cristianos que viven en más alta sobrenaturalidad, el motivo
explícito de obrar más frecuente es el sobrenatural; en otros, un motivo
racional, quedando el sobrenatural casi oculto (remissus).
Del
mismo modo que en un pianista resalta más la técnica, mientras que en el otro
campea más la inspiración; y al revés. Asimismo, dos hombres cuidan de muy
distinta manera su salud, según tengan, o no, grandes preocupaciones por ella,
o según sean sanos o enfermos.
Deicidamente
este justo medio, Los epicúreos y los tibios pretenden guardar el justo medio,
no por amor de la virtud, sino por comodidad, para huir de los inconvenientes
de los vicios contrarios. Confunden el justo medio con la mediocridad, que se
encuentra, no precisamente entre dos males contrarios, sino a medio camino del
bien y del mal. La mediocridad o la tibieza huye del bien superior como de una exageración
que hay que evitar; disimula su pereza bajo este principio:
"lo mejor es a veces enemigo de lo bueno", y termina por decir:
"lo mejor es con frecuencia, si no siempre, enemigo de lo bueno". Y
acaba confundiendo lo bueno con lo mediocre.
El
verdadero justo medio de la virtud verdadera no es solamente el término medio
entre dos vicios contrarios; es una cumbre. Y se eleva como un punto culminante
entre dos desviaciones opuestas. Así la fortaleza está sobre el miedo y la
temeridad; la prudencia, sobre la imprudencia y la
astucia; la magnanimidad, sobre la pusilanimidad y la vana presunción; la
liberalidad, sobre la avaricia o tacañería y la prodigalidad; la verdadera
religión, sobre la impiedad y la superstición.
Este
justo medio que es a la vez una cumbre, tiende a elevarse, sin declinar ni a la
derecha ni a la izquierda, a medida que la virtud aumenta. En este sentido, el
de la virtud infusa es superior al de la virtud adquirida correspondiente, ya
que depende de una regla superior y aspira a un objeto más
sublime.
Notemos
finalmente que los autores de espiritualidad insisten de un modo particular,
como el Evangelio, sobre ciertas virtudes morales que guardan especial relación
con Dios, y mayor afinidad con las virtudes. teologales. Éstas son la religión
o la sólida piedad (*), la penitencia (2),. que dan a Dios el culto y
reparación que le son debidos: la mansedumbre (3) unida a la paciencia, la
castidad perfecta, la virginidad (4), la humildad (n), virtud fundamental que
excluye la
soberbia, raíz de todos los pecados. La humildad, bajándonos delante de Dios,
nos levanta sobre la pusilanimidad y el orgullo, y nos dispone a la
contemplación de las cosas divinas, a la unión con Dios. Humilibus Deus dat
gratiam (1). Dios da su gracia a los humildes, y los hace humildes para dársela
en abundancia. Jesús se complacía en repetir: "Recibid mi doctrina,
aprended de mí, porque yo soy manso y humilde de corazón" (2). Sólo Él,
tan fundado en la verdad, podía, sin perderla, hablar de su humildad.
Tales
son las virtudes morales (infusas y adquiridas) que, con las virtudes
teologales a las cuales están subordinadas, constituyen nuestro organismo
espiritual. Forman un conjunto de funciones de muy gran armonía, aunque el
pecado venial lo afee a veces con sus notas falsas. Cada una de las partes de
este organismo espiritual crece junto con las otras, dice Santo Tomás, como los
cinco dedos de la mano (3).
Lo que
demuestra que no es posible poseer gran caridad sin tener a la vez humildad
profunda; al modo como la rama más alta de un árbol se eleva hacia el cielo, a
medida que sus raíces se entierran más profundamente en el suelo. Es preciso
vigilar, en la vida interior, para que nada venga a perturbar la armonía de
este organismo espiritual, como sucede, por desgracia, entre aquellos que,
permaneciendo quizás en estado de gracia, parecen más preocupados por las ciencias
humanas o por las relaciones exteriores que por subir en el ejercicio de la fe,
la confianza y el amor de Dios.
Mas
para formarse idea justa del organismo espiritual, no basta tener conocimiento
de estas virtudes; es preciso además hablar de los siete dones del Espíritu
Santo y no ignorar las diversas modalidades por las que llega a nuestras almas el
auxilio divino.
C1 ) SANTO TOMÁS, II, II, q. 81.
( 2 ) III, q. 85.
(*) II, II, q. 157.
( 4 ) Ibid., qq. 115 y 152.
(") Ibid., q. 162.
(!) Santiago, iv, 6.
(2) Mat., xi, 29. :
( s )
I, II, q. 66, a. 2. Estas virtudes aumentan con la caridad, en razón de su
conexión con esta virtud, como las diversas partes de nuestro organismo físico.
Pero las virtudes morales son las que principalmente aumentan con la caridad;
las adquiridas pueden no desarrollarse tanto,
si no
se las ejercita suficientemente
ARTÍCULO CUARTO
L O S S I E T E D O N E S D E L E S P Í R I T U S A N TO
Recordemos,
acerca de esta materia, lo que nos dicen la Revelación divina, la enseñanza
tradicional de la Iglesia, y la explicación que de ella dan los teólogos, en
especial Santo Tomás.
TESTIMONIO DE LA ESCRITURA
La
doctrina revelada acerca de los dones del Espíritu Santo está principalmente
contenida en el texto clásico de Isaías, xi, 2, que los Padres han comentado
tantas veces, enseñando que primariamente se refiere al Mesías, y después, por
extensión, a todos los justos, a los que Jesús prometió enviarles el Espíritu Santo.
En
este texto, Isaías anuncia, refiriéndose al Mesías: "Sobre él reposará el
Espíritu de Dios, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo
y de fortaleza, espíritu de ciencia y de temor de Dios" (1).
En el
libro de la Sabiduría, VII, 7-30, se lee también: "Supliqué, y el espíritu
de sabiduría vino a mí. Y he preferido esta sabiduría a los cetros y coronas...
La plata no vale más que el fango, comparada con ella. La he amado más que la salud
y la hermosura... Con ella me han venido todos los bienes... Yo ignoraba, sin
embargo, que ella era su madre.
La he
aprendido sin disimulo y la comunico sin envidia...Es para los hombres un
tesoro inagotable; los que de ella gozan, participan de la amistad de Dios... A
través de las edades se va derramando sobre las almas santas; ella hace amigos de
Dios y de los profetas. Pues Dios no ama sino a los que habitan con la
Sabiduría." Se comprende sin más, que es el más elevado de los dones del
Espíritu Santo enumerados por Isaías.
Esta
revelación del Antiguo Testamento alcanza todo su sentido, ilustrada por estas
palabras del Salvador (San Juan, xiv, 16-26): "Si me amáis, guardad mis
mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y Él os dará otro Consolador para que permanezca
perpetuamente con vosotros; éste es el Espíritu de verdad... Él estará en
vosotros... El Espíritu, que mi Padre enviará en mi nombre, os enseñará todas
las cosas y os recordará todo lo que yo os he dicho." San Juan añade, para
precaver a los fieles contra los factores de herejías (I Juan, n, 20, 27):
"Vosotros, hijitos míos, habéis recibido la unción del Espíritu Santo...
La unción que de él habéis recibido permanece en vosotros, y no tenéis
necesidad de que nadie os enseñe; mas como su unción os enseña sobre todas las
cosas, esta enseñanza es verdadera y no es mentira." Además existen en la
Sagrada Escritura textos corrientemente citados como referentes a cada uno de
los dones en particular (1).
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