Las
amenazas de EEUU contra Siria acerca de que deberá atenerse a las consecuencias
de llegar a realizar el supuesto ataque con armas químicas que Damasco prepara
suponen una vuelta de tuerca en el actual escenario de violencia y muerte.
¿Acaso
Trump quiere escalar el conflicto y llevarlo más lejos todavía? Hasta ahora ha sido
una guerra 'proxy', es decir, ejecutada por terceros utilizados como
sustitutos, pero Washington parece dispuesto a comprar el mensaje de los
halcones y convertir a Siria en el Vietnam del siglo XXI.
El
anuncio fue inusual, inesperado e implacable. En primer lugar porque no
procedía del Departamento de Defensa, es decir, del Pentágono, sino de la
mismísima Casa Blanca.
"Estados
Unidos ha identificado los preparativos
potenciales para otro ataque químico por parte del régimen de Asad que
probablemente provocaría el asesinato masivo de civiles, incluidos niños
inocentes. Las actividades son similares a los preparativos que hizo el régimen
antes de su ataque
con armas químicas del 4 de abril de 2017. Como hemos declarado
previamente, Estados Unidos está en Siria para eliminar al Estado Islámico de
Irak y de Siria. Si, no obstante, el señor Asad lleva a cabo otro ataque
asesino masivo usando armas químicas, él y sus militares pagarán un alto
precio". El mensaje fue leído por el secretario de prensa de la Casa
Blanca, Sean Spicer, pero tenía el ya inconfundible sello de Donald Trump.
Más
tarde, el Gobierno estadounidense clarificó algunos detalles del sucinto
comunicado y desveló que en el proceso de recogida de información previa habían
participado desde el principio "agencias relevantes" como el
Departamento de Estado, el Departamento de Defensa, la CIA y la Oficina del
Director de Inteligencia Nacional.
En
cualquier caso, la Casa Blanca no concretó qué tipo de reacción desencadenaría
ni qué clase de pruebas de inteligencia sugerían que Damasco estaba preparando
el despliegue de armas de destrucción masiva. Lo que sí hizo fue pontificar la
autoría de lo ocurrido en la localidad siria de Jan Sheijun, donde perdieron la
vida al menos 80 civiles por el uso de armas químicas.
A
pesar de que no se ha podido realizar una investigación independiente sobre el
terreno, las pruebas y testimonios recogidos apuntaron a que los civiles
masacrados sufrieron los espeluznantes efectos de agentes neurotóxicos.
Un
equipo de la organización Médicos Sin Fronteras (MSF) que ofrece apoyo a la
unidad de urgencias del hospital de Bab Al Hawa, localizado a 100 kilómetros al
norte, en la provincia siria de Idlib, cerca de la frontera con Turquía, dijo
que ocho pacientes que llegaron desde Jan Sheijun mostraban síntomas como
pupilas dilatadas, espasmos musculares y defecación involuntaria, síntomas que
coinciden con la exposición al gas sarín.
Los
profesionales de MSF también visitaron otros centros hospitalarios donde fueron
tratados otras víctimas de la nube tóxica y todos ellos olían a lejía, lo que
sugiere que fueron rociados con cloro, otro agente químico muy abrasivo.
El
ataque a Jan Sheijun desató una firme y casi inmediata
respuesta militar en Estados Unidos, que lanzó
59 misiles de crucero Tomahawk contra la base aérea siria de Shairat,
siguiendo las órdenes de Trump en calidad de comandante en jefe del Ejército.
Esa importante decisión representó una especie de paso del Rubicón pues marcó
la primera intervención armada directa de Washington contra las autoridades de
Damasco. Y no será desgraciadamente la última.
La
Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPAQ), que suele cooperar
con la ONU y tiene su sede en La Haya (Países Bajos), ya determinó que había
encontrado pruebas "incontrovertibles" de que se
utilizó gas sarín o una sustancia similar en el bombardeo a Jan
Sheijun, pero no pudo determinar quién fue el culpable del horrible suceso.
Para llegar a esa conclusión debería enviar una misión de inspección al lugar.
Pero el órgano de dirección de la OPAQ alegó razones de seguridad para rechazar
un plan auspiciado por Rusia para reabrir una investigación y destacar a los
expertos de la organización. Ésta dijo que era imposible garantizar la
seguridad física de los expertos que tendrían que visitar personalmente el
lugar del ataque. Esa reacción despertó el enojo
del ministro ruso de Exteriores, Serguéi Lavrov, quien denunció que
Occidente no
está interesado en conocer la verdad del incidente, poniendo sólo
excusas para que el presidente sirio, Bashar Asad, sea derrocado.
El
tono agresivo que destila el comunicado de la Casa Blanca forma parte de la
estrategia de acoso que el equipo de Trump está empleando en distintos foros
internacionales. Así, la embajadora norteamericana ante la ONU, Nikki Haley,
lanzó a través de Twitter una muy seria y dura advertencia a Moscú y Teherán:
"Cualquier nuevo ataque lanzado contra la población siria será atribuido a
Asad, pero también a Rusia y a Irán que le han ayudado a matar a su propio
pueblo".
Desde
mayo las acciones son cada vez más abiertas, desafiantes y belicosas. En tres
ocasiones las fuerzas estadounidenses atacaron en la región de Al
Tanaf, cerca de los límites con Irak y Jordania, a efectivos aliados de
Asad que presuntamente amenazaban a los soldados de la coalición liderada por
Estados Unidos. Y la misma razón se esgrimió para justificar el derribo de
un caza
sirio Su-22 que volaba por el este del país.
Todas
estas maniobras bélicas se escudan en un lenguaje violento que ignora los
tradicionales métodos diplomáticos, proyectando el siniestro espectro de una
confrontación directa, sin intermediarios, sin elementos subsidiarios, lo que
no sólo deterioraría aún más las relaciones con Rusia e Irán, ya de por sí muy
afectadas, sino también la frágil estabilidad en todo Oriente Próximo.
¿Qué busca Trump? ¿Repetir los
errores intervencionistas de sus antecesores? ¿Agitar el avispero regional para
seguir alimentando las tensiones intermusulmanas y, por consiguiente, los
beneficios de la industria armamentística? ¿No se da cuenta de que está
haciendo más peligroso e imprevisible al mundo entero?
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