Su Excelencia el Cardenal
Obispo de Lille me encarga que le avise que lo autoriza a dejar la parroquia de
Marais-de-Lomme a partir del 20 de julio. Se proveerá a su reemplazo en el
próximo Consejo episcopal.
Ya que se le había confirmado la voluntad divina, el
Padre Lefebvre escribió a la calle Lhomond, de París, a la Casa Madre de la
Congregación, para solicitar su admisión en el noviciado de los Padres del
Espíritu Santo.
CAPITULO
5
Sacerdote y novicio
(1931-1932)
Si de veras busca a Dios...
La feliz afluencia de vocaciones misioneras en los
Padres del Espíritu Santo (120 candidatos nada más que para el noviciado de
futuros sacerdotes al inicio de curso de 1929) había obligado a los espirítanos
franceses a dividir en dos su noviciado, repartiendo Ody con Neufgrange, en
Lorena.
En Ody se presentó el Padre Marcel Lefebvre el 10 de
septiembre de 1931. Situada en la calle Grignon n° 126, en Ody, al sur de
París, la propiedad se componía de dos edificios dispuestos en escuadra, de los
cuales el principal tenía una planta baja, un primer piso y un segundo piso con
habitaciones abuhardilladas. Se le sumaban diversas dependencias y una hermosa
y amplia capilla separada, de estilo ojival. Toda la nave de este edificio
estaba ocupada por las cuatro filas de asientos de coro enfrentados, y su
tribuna elevada contaba con un órgano".
El patio interior, un pequeño jardín y los huertos
no dejaban mucho espacio para pasear ni para dejar correr la fantasía, y los
campos vecinos sólo se ofrecían para el recreo en los días de paseo. Ése era el
entorno austero que acogía al aprendiz de novicio. Orly nos hace pensar en el
aeropuerto; pero «entonces no existía todavía el actual aeropuerto -recordaba
un novicio del curso 1934-1935-sino sólo una base aérea; sobre nuestras cabezas
daban vueltas los "autogiros", antecesores de los helicópteros.
En aquel primer día de septiembre de 1931 el Padre
Marcel Lefebvre, acompañado de su joven hermano Joseph, que quería probar la vocación
espiritano (pero que no perseveraría en ese camino) llegaba por la tarde a la
puerta de «Grignon». Atrajo su atención un grupo de jóvenes sentados sobre el
talud de enfrente, que le miraban con ojos burlones. Marcel se dirigió a ellos:
-Buenas tardes... ¿Qué hacen aquí? ¿Hay que llamar?
-¡No vale la pena! No responden.
-¿Y se quedan ahí esperando?
-Sí, estamos esperando.
-¿Y qué esperan?
-¡Anda! Que nos abran.
-y ¿por qué no abren?
-Lo hacen para probamos: ¡puerta cerrada!,
-¡Ah! -dijo Marcel-. Ya veo: es como en la regla de
San Benito: «Cuando alguien llega por primera vez para abrazar la vida
monástica, no debe ser admitido fácilmente»5.
Solamente que San Benito dice que hay que
«perseverar llamando». Y el Padre Marcel siguió llamando con prolongados golpes
insistentes; pero todo fue en balde.
-¡Mientras no nos hagan esperar «cuatro o cinco
días», como sugiere San Benito! Finalmente, a fuerza de esperar (aunque antes
de hacerse de noche) los postulantes vieron que se abría la pequeña puerta.
Ahora bien, esa pequeña ducha fría a su llegada les había abierto el apetito;
así que, aun tomada en silencio, la sopa caliente reanimó sus corazones y los
dispuso a soportar otras pruebas. ¿No es el noviciado, según la expresión consagrada,
«el tiempo en que el candidato a la vida religiosa prueba sus fuerzas y su
carácter para ver si la comunidad le conviene, y a su vez el maestro de
novicios lo estudia y lo prueba para ver si él conviene a la comunidad.
Marcel había leído y releído el capítulo de San
Benito que acababa de evocar:
Se les asignará [a los neófitos] -decía el santo
Patriarca- un presbítero apto para ganar las almas, que velará por ellos con la
máxima atención. Se observará cuidadosamente si de veras buscan a Dios, si ponen
todo su celo en la obra de Dios, en la obediencia y en las humillaciones.
Sí, Marcel sólo fue allí para «buscar a Dios». En
cuanto a la obediencia y humillaciones, deseaba practicarlas: estaban incluidas
en el programa.
Entre los sesenta novicios de todas las
procedencias, desde Canadá hasta Polonia y desde Trinidad hasta la isla de
Mauricio, había una buena proporción de seminaristas que habían escuchado los
llamamientos del Papa a favor de las misiones. Este llamamiento a «lo más
perfecto» atrajo igualmente a tres compañeros de Marcel en Santa Chiara",
dos de ellos sacerdotes. El primero, Jean Wolff, acababa de pasar dos años como
Vicario en Saint-Maixent, y más tarde sería Obispo de Diego-Suárez, en
Madagascar. El segundo era Émile Laurent, que entró con Marcel en Santa Chiara
en 1923, donde era el estudiante más joven; prolongó un año más sus estudios
romanos. Con él, el Padre Lefebvre «reanudó una amistad más estrechas".
Otros novicios eran Jean Mouquet, sobrino del decano de Notre-Dame de
Tourcoing, futuro «gabonés», y Joseph Michel, noveno hijo de una buena familia
bretona de doce hijos que dio a la Iglesia siete consagrados. En diciembre,
Gilles Sillard, otro futuro «gabonés», y Gérard de Milleville, futuro Arzobispo
de Conakry, se unieron al pequeño grupo, mientras que Robert Dugon, cuyo
agitado itinerario ya hemos relatado, terminó su noviciado el 8 de diciembre lo
Bendita enseñanza de la vida espiritual El Superior de la casa, el Padre joseph
Oster, decano de la Congregación por su edad, había sido Prefecto Apostólico de
Saint-Pierre-et-Miquelon. Pero el religioso que estaba en constante relación
con los jóvenes candidatos era el Padre Noél Faure, Maestro de novicios, a
quien llamaron de Guadalupe en 1929 para que sucediera en el cargo al Padre
Henri Nique. Mezcla de austeridad y de bondad, era un fino psicólogo e invitaba
a sus novicios a la apertura total del alma. Buen pedagogo, daba un curso
apasionante de vida espiritual y religiosa, en el que también trataba las
constituciones.
El Padre Gaston Cossé, vicemaestro, había llegado de
Loango (Congo) e intentaba curarse de la enfermedad del sueño; daba el curso
sobre misiones. En cuanto al Padre Charles Desmats, era el confesor de todo ese
pequeño mundo. Aunque enfermo de los ojos, impartía el curso sobre derecho
regular!", exposición detallada del estado religioso, insistiendo en el
voto de obediencia, «holocausto de la voluntad y fuerza del cuerpo religioso».
Para aliviar al Padre Desmats encargaron a Marcel
que diera un curso 14. El cuaderno de apuntes de Sagrada Escritura que tan
cuidadosamente había confeccionado fue el texto que empleó como
novicio-profesor. En él trataba del Evangelio, de los Hechos de los Apóstoles y
de las Epístolas, coronándolo todo con las Bienaventuranzas, que resumen el
espíritu de Jesucristo.
El curso de vida espiritual del Padre Faure hizo la
dicha de nuestro novicio. Había sentido en Roma la falta de un verdadero curso
sobre ese tema, lamentando que la sobrecarga de estudios no le permitiese
seguir asiduamente las lecciones de teología espiritual del Padre Joseph de
Guibert, S.J., en la Gregoriana: «Nos faltaba -diría luego- este año de
reflexión, de oración y de estudio sobre lo que es realmente la vida interior,
la vida de perfección», además de que somos «corazones hechos para vivir una
vida interior intensa en unión con Nuestro Señor, en la que procuramos adquirir
las virtudes necesarias para identificarnos con Nuestro Señor». Esa misma
carencia de un curso de doctrina espiritual la había experimentado el Padre
Lefebvre mientras fue Vicario en Lomme, cuando quiso «comunicar su ciencia y
ponerla verdaderamente al nivel de los fieles que aspiran a la vida interior
'".
El Padre Faure se inspiraba en el clásico Compendio
de teología ascética y mística de Tanquerey, completado muy armoniosamente con
tres retiros predicados por él: retiro de conversión, retiro de oración y
retiro de profesión.
El espíritu del venerable Libermann El «retiro de
conversión» o retiro mayor tuvo lugar del 25 de noviembre al4 de diciembre de
1931, siguiendo el plan de la «primera semana» de los Ejercicios espirituales
de San Ignacio, que pone al alma ante el pecado, «el gran y (puede decirse)
único mal», para extirpar sus raíces y realizar en ella «una progresión
verdadera y profunda», a condición de que no se quede en el temor servil, sino
que se ensanche en el temor filial".
Fue lo que seguramente logró el «retiro de oración»,
predicado en la siguiente primavera según la doctrina espiritual del Venerable
Libermann. Nuestro novicio descubrió los tres movimientos de esa espiritualidad
exigente y pacificadora: «Renuncia, paz, unión con Dios». Poco a poco la gracia
divina lo estableció en esa unión de manera casi habitual, por medio de una
mirada simple y sintética sobre el misterio que, desde Roma, cautivaba su alma:
el misterio de Nuestro Señor y de su Cruz, «misterio insondable de la caridad
de Dios con nosotros». ¿Cómo no responder a ese don con una caridad recíproca
hacia Dios: «Sic nos amantem, quis non redamaret»?.
Marcel Lefebvre no experimentó ese hiato que sienten
algunos entre la oración y la acción: «La vida del espiritano -escribía-debe
ser la contemplación que se entrega en la acción. En la medida de lo posible
hay que eliminar la separación entre la oración y el trabajo. No dejemos a Dios
al dado a nuestros hermanos».
Ascesis y
purificaciones
En la base de la vida de unión con Dios, Libermann
ponía el desprendimiento perfecto y universal de todo y de sí mismo'", que
era precisamente el objeto de la ascesis del noviciado. La distribución del
tiempo, que no dejaba pasar tres cuartos de hora sin cambiar de ejercicio, y
los trabajos imprevistos obligaban a practicar la disponibilidad y la renuncia
del propio juicio. Cada semana, en el capítulo de las culpas, cada uno se veía
señalar tal o cual falta por algún compañero vigilante. «Por una falta de nada,
había que ponerse de rodillas y besar el suelo. Con un poco de sentido común,
no nos lo tomábamos a la tremenda». Marcel cumplía con seriedad esos gestos
humillantes: siendo sacerdote, tenía que dar ejemplo.
Del mismo modo, no refunfuñaba por tener que darse
la disciplina. Esa forma de penitencia, usual en Orly, figuraba entre sus
propósitos de fin de noviciado; pero luego no se atuvo a ella. Por lo demás, el
Padre Libermann juzgaba que un misionero tenía otras muchas mortificaciones,
aunque no fuera más que el calor.
Fue el frío, empero, lo que más puso a prueba a
nuestro novicio:
Fue un año frío --contaba-, ¡Dios mío, Dios mío!
¿Cómo se podía hacer sufrir a los novicios de esa manera? ¡Increíble!La sala de
comunidad era la única con calefacción; el agua sacada del grifo del pasillo se
helaba en las palanganas de aseo; por la noche nos poníamos cuatro, cinco o
seis mantas, que pesaban pero no calentaban. ¡Oh, era terrible! No sé cómo no
me morí de frío. Y para colmo nos hacían leer a Rodríguez (La perfección
cristiana) unos detrás de otros en el patio, afuera. ¡Con el frío terrible que
hacía! Ya no sentíamos los dedos que sostenían el libro".
A la ascesis del frío le siguió la prueba de la
enfermedad. Desde finales del año 1931 empezó a padecer fuertes dolores de
cabeza; luego, tras un momento de calma, se le declaró una fatiga cerebral
aguda en junio de 1932.
Él lo aceptó «con toda sencillez» -añadía-, porque
«sabía transformar las pruebas en acción de gracias»22.
La lectura de El Santo Abandono de Dom Vital Lehodey
lo ayudó a aceptar la voluntad del beneplácito divino, pero 'como las horas de
hamaca no bastaban para «airear su cerebro», enviaron al novicio a respirar el
aire de su región natal, o al menos el de una casa de campo donde pudo reunirse
con su madre:
Marcel-escribía ella- ha pasado con nosotros quince
días de reposo, límite permitido fuera del postulantado [noviciado].
[ ... ] Agradezco a Dios
esos momentos, casi de paraíso, que he pasado con él, [ ... ]
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