Cómo
nuestro Señor practicó todos los actos más excelentes de amor
Después
de haber hablado tan largamente de los actos sagrados del amor divino, para que
más fácil y santamente conserves su recuerdo, voy ahora a ofrecerte un
compendio y resumen de los mismos. La caridad de Cristo nos apremia dice el gran Apóstol. Sí, ciertamente,
Teótimo esta caridad nos fuerza y hace violencia con su infinita dulzura, practicada
durante toda la obra de nuestra redención, en la cual apareció la benignidad y el amor de Dios para con los
hombres; porque ¿qué, no hizo este divino Amante en materia de amor?
1.0
Nos amó con amor de complacencia, porque tuvo sus delicias en
estar con los hijos de los hombres, y en atraer al hombre hacia Sí,
haciéndose Él mismo hombre
2.°
Nos amó con amor de benevolencia estableciendo
su propia divinidad en el hombre, de manera que el hombre fuese Dios.
3.°
Se unió a nosotros por un lazo incomprensible, adhiriéndose y abrasándose tan
fuerte indisoluble e infinitamente con nuestra naturaleza, que jamás cosa alguna
estuvo tan estrechamente vinculada y adherida a la humanidad, como lo está la
santísima divinidad, en la persona del Hijo de Dios.
4.°
Se difundió en nosotros, y, por decirlo así, derritió su grandeza para
reducirla a la forma y a la figura de nuestra pequeñez, por lo que fue llamado
fuente de agua viva, rocío y lluvia del cielo.
5.°
Estuvo en éxtasis, no sólo porque, como dice San Dionisio, salió fuera de Sí
mismo, en un exceso de su amorosa bondad, extendiendo su providencia a todas
las cosas y permaneciendo en todas ellas; sino también, porque, según dice San
Pablo, se dejó a Sí mismo, se vació de Sí mismo, se despojó de su grandeza y de
su gloria descendió del trono de su incomprensible majestad y, sí es licito
hablar así, se anonadó a Sí mismo para venir a nuestra humanidad, llenarnos de
su divinidad, colmarnos de su bondad, elevarnos a su dignidad y damos el divino ser de hijos de
Dios.
6.°
Admiróse muchas veces por amor, como le ocurrió con el centurión y con la
cananea.
7.°
Contempló al joven que hasta entonces había guardado los mandamientos, Y deseó
encaminarlo hacia la perfección.
8.°
Reposó amorosamente en nosotros y aun con alguna suspensión de sus sentidos,
como en el seno de su madre y en su infancia.
9.°
Tuvo ternuras con los pequeñuelos, a los que tomó en sus brazos y acarició amorosamente;
con Marta, con Magdalena Y con Lázaro, sobre quien lloró, como también sobre
Jerusalén.
10.°
Estuvo animado de un celo sin par, el cual, como dice San Dionisio, se
convirtió en celos, y alejó, en cuanto estuvo en su mano, todo mal de su amada
naturaleza humana, con peligro y aun a costa de su propia vida, echando de ella
al diablo, príncipe de este mundo, que parecía ser su rival.
11.°
Padeció mil dolencias de amor; porque ¿de dónde podían proceder estas divinas
palabras: Con un
bautismo he de ser bautizado, y ¡cómo tengo oprimido mi corazón hasta que lo
vea cumplido? Veía la hora en que había de ser bautizado con su
sangre, y desfallecía, mientras no llegaba: el amor que nos profesaba le apremiaba a librarnos, con
su muerte, de la muerte eterna y así se entristeció, sudó sangre de
angustia, en el huerto de los Olivos, no sólo por el extremado dolor que su
alma sentía, en la parte inferior de su razón, sino también por el amor que,
por nosotros, sentía en la parte superior de la misma; el dolor le infundía
espanto ante la muerte, y el amor grandes deseas de ella, de suerte que un rudo
combate y una cruel agonía se entabló entre el deseo y el horror a la muerte,
hasta provocar una gran efusión de sangre, que manó, como de una fuente,
chorreando hasta el suelo.
12.°
Finalmente este divino Amante murió entre las llamas y los ardores de su
infinita caridad para con nosotros y por la fuerza y la virtud del amor, es
decir, murió en el amor,
por el amor, para el amor y de amor. Porque, aunque los crueles
suplicios fueron suficientísimos para hacer morir a cualquiera, con todo jamás
la muerte hubiera podido entrar en la vida de Aquel en cuyo poder están las llaves de la vida y de la muerte, si el divino amor, que mueve estas llaves, no le hubiese
abierto las puertas para que pudiese saquear aquel divino cuerpo y arrebatarle
la vida; pues el amor no se contentó con haberlo hecho mortal por
nosotros, sino que le quiso muerto. Murió por propia elección y no por la vehemencia del mal. Nadie
me arranca la vida sino que Yo la doy de mi propia mano y soy dueño de darla y
dueño de recobrarla” Fue ofrecido - dice
Isaías, porque Él mismo lo quiso, y así, no se dice que su espíritu se fue,
le dejó y se separó de Él, sino, al contrario, que fue Él quien lo entregó exhaló y lo puso en manos del Padre eterno y
hace notar San Atanasio que inclinó la cabeza para morir, en señal de
asentimiento, cuando llegó la muerte, lo cual, si así no fuera, no se hubiera atrevido
a acercarse a Él; y clamando con una voz muy grande, envió su espíritu al Padre,
para dar a entender que, así como tenía bastante fuerza y aliento para no
morir, tenía también tanto amor, que no podía vivir sin hacer volver a la vida,
con su muerte, a los que, sin esto, jamás hubieran podido evitar la muerte ni
pretender la verdadera vida. La
muerte del Salvador fue un verdadero sacrificio, y un sacrificio de holocausto,
que Él mismo ofreció a su Padre por nuestra redención. Porque, si bien
las penas y los dolores de su pasión fueron tan grandes y tan fuertes, que
cualquiera otro hombre hubiera muerto de ellos, con todo, en cuanto a Él, nunca
hubiera muerto, si no hubiese querido y si el fuego de su infinita caridad no
hubiese consumido su vida. Fue, pues, Él mismo el sacrificador que se ofreció
a su Padre, y el que se inmoló por amor.
Sin
embargo, esta muerte amorosa del Salvador no tuvo lugar por vía de
arrobamiento.
Porque
el objeto por el cual su caridad le llevó a la muerte no fue tan amable que
pudiese arrebatar a aquella alma divina, la cual salió de su cuerpo impelida y
lanzada por la afluencia y la fuerza del amor, como arroja la mirra su primer
licor, por su sola abundancia, sin que nadie se lo saque ni la exprima, según
lo que el mismo Señor dijo, como ya lo hemos notado: Nadie me arranca ni arrebata la vida, sino
que la doy de mi propia voluntad. ¡Dios mío, qué brasero, para
inflamar nos en la práctica de los ejercicios del santo amor a un Salvador tan
bueno, el ver que Él los
practicó por nosotros, que somos tan malos! Esta es; pues, la caridad de
Cristo que nos apremia.
LIBRO ONCE
Cómo todas las virtudes son
agradables a Dios
La virtud es tan amable, por
su propia naturaleza, que Dios la favorece donde quiera que la ve. Los paganos,
practicaban algunas virtudes humanas y cívicas, cuya condición no excedía las
fuerzas del espíritu racional. Puedes pensar, Teótimo, cuán poca cosa era esto.
A la verdad, aunque estas virtudes tuviesen mucha apariencia, tenían de hecho
muy poco valor, a causa de la bajeza de la intención de quienes las
practicaban, los cuales no buscaban sino la propia honra, o algún fin muy
insignificante, como las conveniencias sociales, o la satisfacción de alguna.
ligera tendencia hacia el bien, la cual, no encontrando gran oposición, les
inclinaba a la…
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